sábado, 26 de diciembre de 2020

"Un Día Cualquiera", Un Trocito de Nueva York En Madrid.


Hay obras que consiguen transmitirnos de forma muy patente la esencia, o el espíritu de aquello que se nos quiso plasmar, cuando esto ocurre la magia surge, y en un efecto asombroso la obra en cuestión consigue transportarnos exactamente al lugar físico o emocional pretendido, convirtiéndose en una experiencia que trasciende lo teatral para pasar a ser algo más profundo, enriquecedor y placentero que en otros espectáculos menos inspirados. Esto que puede parecer una obviedad, es difícil de conseguir, y se deben dar una serie de felices coincidencias para que esto ocurra. Sin ninguna duda la música, catalizadora universal de las emociones humanas y reflejo de nuestra memoria sensitiva, es la herramienta perfecta para que esto ocurra, ya que su capacidad descriptiva es superior a la de otras artes, por un motivo claro, nos llega directamente al subconsciente, y nos permite sumergirnos de forma casi subliminal en aquello que se nos quiere contar. Sostengo que el teatro musical, entendiendo como teatro musical todo aquel en el que se canta independientemente de su estilo, es el más completo y el que mejor funciona como reflejo del alma humana, siempre y cuando el material esté a la altura de lo que se nos quiere contar, siendo esto que planteo más que evidente en "Un día cualquiera" musical de pequeño formato, que se está representando los lunes en la sala pequeña del Nuevo Alcalá, que tuve oportunidad de ver hace unos días, y que ha sido una sorpresa mayúscula, atreviéndome a afirmar que nos encontramos ante el musical más interesante de este extraño año, parco en teatro, y en el que dicho género se encuentra en un inpasse que por el momento parece difícil de solucionar. Hay que entender que por ahora no es el momento de producciones fastuosas de elencos grandes y enorme aparato escénico, por tanto lo correcto es apostar por obras de pequeño formato, de calidad y cuidado acabado. Ya vendrán momentos mejores en los que se podrá afrontar grandes producciones, que no siempre son sinónimo de calidad, ojo, pero que si que funcionan como ejemplos de la grandiosidad que se le presupone al género. Para consolidar el género, y que siga en la memoria del espectador se me antoja imprescindible, en estos momentos, apostar por la calidad más que por la cantidad, si se sigue esta línea, se va por el buen camino. Y lo que vi el lunes, sin duda apuesta de forma inteligente por el género, sin prescindir de sus señas de identidad, y contándonos cosas que nos llegan muy dentro. Vivimos tiempos de introspección, en los que las historias pequeñas son las que nos llegan de forma directa, y precisamente ese es el acierto de "Un día cualquiera". Historias sencillas, de gentes sencillas, como todos, y que tan importantes son cuando solo nos queda eso. 


"Ordinary Days" con música y letras de Adam Gwon estrenado en el "Off Broadway" en 2008, lleva varios años dando guerra por diferentes países, en distintos idiomas, siempre representado con gran éxito en el que varios factores son a tener en cuenta para entender el éxito de la obra. Nos encontramos claramente ante una pieza camerística, de inspiraciones intimistas, en la que la que la partitura ocupa la mayor parte de la función, ya que nos encontramos ante un musical practicamente cantado en su totalidad. La historia es sencilla, cuatro personajes con dos historias aparentemente separadas, una de amor y la otra de amistad, cuyas vidas se cruzan, aunque ellos nunca lo sepan, en un momento puntual e importantísimo en su desarrollo personal. Prefiero no profundizar en exceso en lo que se nos cuenta, ya que me parece muy importante el factor sorpresa para disfrutar la obra en toda su extensión. No nos engañemos, no hablamos de unos personajes cargados de épica, o con una historia personal ejemplar, o que vayan a pasar a la posteridad por algo que hayan hecho, no. Son personas normales, adorables, completamente humanas, y muy reconocibles para el espectador,  que asiste a su día a día, enternecido, divertido, y en no pocos momentos emocionado, ante un ejercicio de cotidiano costumbrismo cargado de humanidad y "buenrollismo" de marcado interés teatral y musical, en el que brilla la partitura y la historia a partes iguales, dándose uno de esos felices encuentros en los que todo fluye de maravilla.



La música, netamente urbana, como el musical en si mismo, tiene indudables influencias de Stephen Sondheim en su concepción melódica, de gran dificultad para todo el elenco, y que por un lado sirve a la perfección para definir la psicología de cada personaje, y sobre todo para exponer de forma muy clara cada situación escénica, y las emociones de cada rol. Nos encontramos ante una obra de carácter intimista en la que los solos tienen vital importancia, y que precisamente sirven para definir la burbuja en la que cada rol se encuentra, siempre con un trasfondo amable, y con el sempiterno Nueva York como escenario, que se ve reflejado en la partitura de forma magistral desde la primera nota hasta la última. La obra en lo musical se encuentra perfectamente hilada, con gran coherencia, siendo todos los números una especie de prolongación del anterior, en los que se va desgranando la historia de forma impecable, cargada de profundidad, comicidad en no pocos momentos, y sobre todo una extrema sensibilidad que no hace más que reafirmar el hecho de que la música es el recurso ideal para plasmar el alma humana.



 

Vayamos con el elenco:

La obra se sustenta en cuatro actores, adecuadísimos para cada rol, y de un elevado nivel tanto actoral como musical, siendo un acierto la elección del elenco a todas luces, que enriquece todavía más el estupendo material de base del que se parte. 

Lydia Fairén, como Claire.

Espléndida, en el que quizás sea el personaje con mayor complicación a todos los niveles en la función, tanto musical como actoral. Fairén elegantísima y dotada de un magnífico desplante escénico, consigue que afloren todas las capas de un personaje de complicada vida interior, y que acusa una falta de comunicación muy notoria, en el que el pasado pesa mucho a la hora de afrontar su relación sentimental actual. Resulta deliciosa en sus momentos más cómicos, impagable la escena del taxi, y profundamente conmovedora en el giro final de la obra. El arco del personaje está perfectamente delimitado, y poco a poco vamos entendiendo lo que le ocurre, de forma clarísima y bien planteada, sin llegar al desmelene en ningún momento, en un ejercicio de contención encomiable y cargado de verdad. La voz resulta perfecta, muy matizada, y describe de forma adecuadísima el carácter sensible e introspectivo de Claire, bonito timbre, afinadísima, y supliendo los desafíos de la partitura, que no son pocos, de manera admirable. 

Nacho Brande, como Jason.

Brande plantea su personaje desde la bonhomía y la sensibilidad, en un personaje profundamente enamorado, tierno, y de gran nobleza, de aquellos que nos queremos llevar a casa desde que sale a escena. En un código muy marcado de galán contemporáneo, y con momentos de gran lucimiento durante la función. Brande brilla mucho en los gestos pequeños, definiendo muy bien su relación con Claire, cuando le huele el pelo mientras está hablando con ella es uno de esos gestos que nos dicen tantas cosas sin necesidad de hacer nada más, la verdad está ahí, así como las miradas que pone sobre su amada, que son oro molido. Sentimos mucha empatía hacia su personaje, que nos inspira ternura y algo de piedad, ya que nos parece que no se merece la frialdad de Claire, aunque luego entendemos todo, y por supuesto sabemos que él la va a entender, va en su carácter, tan bien definido por nuestro actor. En lo musical, más que correcto, con una bonita voz de tintes atenorados, y que en su tema principal resulta emotivo y cercano a partes iguales. Igual de matizado que el resto de sus compañeros, apuesta por la verdad, con sentido de la musicalidad, y huye de los fuegos artificiales gratuitos, primando siempre la intención al lucimiento, algo que consigue precisamente que se luzca más, ya que la interpretación se ve enriquecida de manera exponencial a lo largo del espectáculo. 



Laura Enrech, como Deb.

Un torbellino, en el personaje de más connotaciones cómicas del espectáculo, y cuyo desarrollo junto con Claire es el más interesante a nivel actoral en el texto. Enrech consigue que un personaje que en un principio puede caernos antipático, con valores como el individualismo muy marcado, la ambición, y el tener una vida perfectamente planeada, de repente cambian para aflorar en ella, una serie de sentimientos que no se veía capaz de sacar a relucir. Impagable en sus escenas ante el ordenador, consigue sacarnos más de una carcajada durante la función, en un personaje que dice las cosas como si tal cosa, pero que sin duda encuentran el efecto buscado. Corporalmente magnífica, con cierta tensión que define al personaje a la perfección, sirve una interpretación inteligente, medida, y muy bien planteada desde su primera escena. Vocalmente impoluta, espléndida en el fraseo, afinadísima y muy ajustada al acompañamiento musical, sirvió una velada de calidad a todos los niveles, en un personaje quizás un poco más extremado que los de sus compañeros, y que sirve de contrapunto perfecto al resto del elenco. 

Oriol Burés, como Warren.

Burés ya tuvo un notable triunfo como alternante de Zaza en la estupenda "La jaula de las locas", y en "Un día cualquiera" demuestra de nuevo su solidez y grandes aptitudes para el musical, en una obra que le permite un gran lucimiento a todos los niveles, y en el que su poderoso instrumento de corte baritonal, se ajusta a la perfección a la vocalidad de Warren. Nuestro actor lleva a cabo a una interpretación vitalista, de un personaje bonachón, puro optimismo en su concepción de la vida, y que sirve de catalizador para cambiarle la vida a sus compañeros de función. Dotado para la comedia, enternecedor, y transmitiendo bondad, ofrece una sólida interpretación actoral, alejada de estridencias y muy creíble en toda su amplitud. En lo musical destaca en todos sus números, aunque reconozco que ya me ganó en su primera intervención, que resulta muy definitoria sobre el tono de su trabajo y del musical en general.

Hay que hacer una mención especial a  Carlos Calvo en la labor de pianista del espectáculo, que no solo se remite a acompañar a los cantantes, si no a infundir a la partitura de unos matices interesantísimos en el apartado meramente musical, dotando de gran empaque a la lectura de la obra. 

La dirección musical corre a cargo de Gonzalo Fernández, resultando acertadísima, en la que priman los matices en los cantantes, y una cuidadosa lectura, en la que se resalta lo mejor de la partitura y cada momento tiene el aire requerido para que todo funcione a la perfección, siendo el resultado el de una lectura dinámica, sensible y llena de teatralidad. Hay que hacer mención a la estupenda traducción de Marc Gómez, cuidadísima y cargada de musicalidad, que no cae en los habituales extraños lingüísticos que a veces nos encontramos cuando se traducen los musicales a nuestro idioma.




Vayamos con la dirección escénica. 

Meritxell Duró y Ferrán Guiu firman el espectáculo, siendo un acierto la visión de ambos directores, que ofrecen una función elegante en lo visual, bien estructurada, limpia y muy bien explicada. Es importante entender que pequeño formato no debe ser sinónimo de pobretón, en este caso sin duda los elementos con los que se cuenta son suficientes para armar la función con el necesario empaque visual como para considerar que nos encontramos ante un espectáculo de cuidado acabado, inteligente factura y muy bien resuelto. En la parte actoral prima la naturalidad, en unas interpretaciones muy conseguidas, siempre a favor de la historia, y siempre en su punto justo, para no pasarse de rosca. No nos encontramos ante una función de recursos facilones en lo cómico, o falsa impostación en lo dramático, pero... nos reímos durante gran parte del espectáculo, sonreímos de principio a fin, y se nos escapa la lagrimilla en un par de momentos perfectamente medidos e integrados en la historia. Todo se presenta con la sencillez que el texto plantea, siendo esa una de las principales virtudes de "Un día cualquiera", su ausencia absoluta de pretensiones, apostando por la verdad como arma principal, y unas acciones escénicas muy bien planteadas, que justifican absolutamente todo lo que ocurre en escena. Los vínculos entre los personajes, en este espectáculo se me antojan cruciales para el buen funcionamiento del mismo, se plantean de manera impecable y francamente inspirada. La función está tratada con enorme sensibilidad, dando la sensación de estar viendo una pequeña joyita, cuidada hasta el más mínimo detalle, en la que brilla todo aquello que debe brillar, es decir, unos personajes deliciosos, una música excelente, y una historia lo suficientemente potente como para mantenernos pegados a la butaca desde que comienza el espectáculo. Pero, sobre todo lo que hay que destacar más allá de cualquier disquisición técnica es que la función desprende un amor, una frescura, y sobre todo una forma conmovedora de entender y engrandecer "aquellas pequeñas cosas", que diría Serrat, que son las que nos engrandecen como personas. "Un día cualquiera" es ese tipo de función tan especial, que a la salida consigue que nos sintamos mejores personas, en estos tiempos de mezquindad y de un gris marengo que todo lo impregna, me parece una labor absolutamente maravillosa, y cargada de mérito. 

"Un día cualquiera", es un musical excelente, tanto a nivel artístico como en lo que en él se nos cuenta, y en el que una comedia con tintes dramáticos sirve como espejo de todos nosotros, siempre con una gran protagonista de fondo, la colosal, inigualable, y amadísima por un servidor... Nueva York. 



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