miércoles, 28 de octubre de 2020

"Chispis", Esas Heroínas Nuestras De Cada Día.

La heroicidad pasa por tantas cosas y tan importantes que resulta difícil plantearse en que consiste ser un héroe. Hablo de los héroes de verdad, no los de Marvel. El día a día está plagado de héroes anónimos, desinteresados, que sin pestañear detienen desahucios, reparten comida entre aquellos que peor lo están pasando, especialmente en estos días, o simplemente con un pequeño gesto, discretamente, son capaces de cambiar el transcurso de un conflicto. Pocas veces se habla de estas personas, aunque si es cierto que de vez en cuando aparece alguna noticia en prensa que nos emociona viendo hasta donde llegan los actos de generosidad de las personas, y su compromiso con algunas causas que nos parecen lejanas hasta que las tenemos en la puerta de nuestras casas, ya que hay situaciones de las que no estamos ninguno libres, por imposible que nos parezca llegar hasta ese punto.
Héroes de barrio, quizás con menos épica en sus andanzas que Batman, pero sin duda más importantes y necesarios que los que solo salvan a la humanidad en las páginas de los cómics. De esto precisamente habla "Chispis" obra de Ozkar Galán que tuve oportunidad de ver en el SURGE y que resultó ser una gratísima sorpresa, otra más, dentro del fecundo autor que reconozco que cada día me gusta más en sus textos.
El pasado viernes asistí virgen de toda información ante la nueva propuesta de Galán en el texto, y con Ricardo Cristóbal al mando de la función, y lo hice con toda la intención del mundo. Las obras de Galán hay que paladearlas sin información previa, es la mejor forma de descubrirlas, y sobre todo de exprimir todo el jugo a sus textos que si por algo se caracterizan son por la inteligencia, y el dejar al espectador a su aire para que vaya descubriendo el juego teatral en el que se ve inmerso, que una vez más no me dejó indiferente.




Sentía mucha curiosidad por saber de que iba "Chispis" de la que solo había escuchado un tema musical que bebía directamente de la cabecera de "Wonder Woman", y también visto alguna que otra foto en la que tres súper-heroínas con trajes setetenteros posaban con aires de "Los Ángeles de Charly". Con estos mimbres obviamente la cosa pintaba bien, aunque no tuviese ni la más remota idea de que me iban a contar, así que me acerqué a Carabanchel con buen ánimo y deseando emociones fuertes, o una película de Jackie Chan, que nunca se sabe a lo que uno se arriesga cuando va al teatro...



"Chispis" nos cuenta la historia de una heroína de barrio, Chispis Woman,  junto con su súper aliada  Star Girl, ambas en continua lucha con su archienemiga, Stablishment. Hasta aquí la premisa, aparentemente principal. Obviamente Galán nos cuenta otra cosa, pero desde un punto de vista francamente imaginativo, y enternecedor, en un texto que empieza como una comedia de humor absurdo, para ir derivando en el drama intimista, la denuncia social, y sobre todo el homenaje a una generación de mujeres de este país que vivieron la Guerra Civil, la Posguerra y el Franquismo más duro. Lucía Arozena, es el centro de la función, y en ella se va desgranando su vida, envuelta en tragedias cotidianas, errores irreparables, y actos de heroísmo, casi nunca reconocidos,  y enormes en su pequeñez circunscrita al barrio de Carabanchel. La función tiene truco, no lo desvelaré, pero sin duda es acertadísimo, consiguiendo llevarme de la risa al lagrimeo en cuestión de varias escenas, y lo que en un principio parece no tener sentido va cuadrando de forma milimétrica a medida que avanza la función, eso si, con pequeñas pistas que Galán nos va dejando en un rastro de miguitas de pan, que nos hacen ver que algo no cuadra en lo que nos están contando. Simbologías soterradas que van tomando forma según avanza la historia, un humor a ratos descarnado, y situaciones estrambóticas se suceden mientras sin que nos vayamos dando cuenta se nos esté desgranando una gran tragedia, envuelta en papel de celofán, que a medida que vamos desenvolviendo el regalito, nos va congelando la carcajada que se va transformando en ternura a pasos agigantados, con sorprendente eficacia, y lo más importante, indudable interés teatral. Reconozco que estuve descolocado un buen rato del espectáculo, hasta que sin querer me fui metiendo en lo que se me estaba contando, para quedar completamente enganchado por la historia, y el acabado de la pieza. Cada escena tiene un por qué, y cada escena se va justificando a medida que avanza el texto con una lógica pasmosa, y tremendamente sorpresiva, en la que el giro final, dota a una historia, que en principio pasa por el humor más cañí y social, de un empaque considerable, y de tremenda vigencia en estos tiempos. "Chispis" es un enorme canto de amor filial envuelto en aires de farsa, con su punto de acidez justo para no quedarse en un almibarado melodrama, que deja un regusto agridulce en el espectador, que asiste a un ejercicio teatral con más enjundia de la que a priori promete, y de indudable dificultad para su terna protagonista. 



Vayamos con el elenco:
Tres actrices, Laura García-Marín, Eva Bedmar y Marina Muñoz, dan vida a tres mujeres muy distintas, pero con un nexo de unión, Chispis-Arozena, y no hay otra manera de entender la obra que como un trabajo en conjunto, en el que cada interpretación se apoya en la otra para llegar al sitio deseado. 
Si algo hay que destacar del elenco es su ductilidad, especialmente en los papeles de García-Marín y Muñoz, que se definen por las diferentes composiciones que llevan a cabo, todas difíciles y muy opuestas en su psicología. Marina Muñoz resulta excelente en su recorrido, con gran facilidad para llegar a la emoción, y que ya marca un línea muy definitoria de su papel, en la primera escena de la función, cargada de empaque, y tremendamente sólida. Todo en su trabajo está justificado, y nada ocurre de forma abrupta, siendo el resultado muy medido y de gran inteligencia, viéndose perfectamente rematado el arco del personaje en el último cuarto de la función, quizás el de más lucimiento para nuestras actrices. Laura García-Marín deliciosa, y cargada de ingenuidad como Star Girl, aporta dosis de frescura en el personaje más joven de la función, en una creación tierna, y de variado registro según la escena que le toque en suerte. Impagable como locutora radiofónica, tremenda de tono,  y muy esclarecedora en las escenas con el médico, siendo su trabajo pulcro, y cristalino en su acabado formal, que tal y como ocurre con la función, va tomando forma a medida que avanza el texto de forma impecable y cargada de verdad. Eva Bedmar como Chispis, de imponente presencia escénica, ofrece un estupendo estudio del texto, en ella recaen la mayoría de los monólogos dramáticos de la función, y si algo destaca de su trabajo, es el sentido con el que todos los parlamentos son dichos, así como una notable vis cómica, con cierto aire distraído de regusto chejoviano, que una vez más toma sentido al final del espectáculo. Si algo caracteriza a nuestras tres actrices es la meticulosidad de un trabajo medido hasta la extenuación, de sutil acabado, en el que sin estridencias, todo se nos cuenta de manera diáfana, con gran naturalidad e indudable elegancia teatral. 


Vayamos con la propuesta escénica:
Ricardo Cristóbal firma la función, con gran acierto, llevándola exactamente al lugar que necesita en cada escena, sabiendo darle el aire de farsa frenética a las escenas más extremadas, mientras el ritmo fluctúa en las de corte más dramático de forma impecable. No hay ni un bache en todo el espectáculo que se ve con interés, de principio a fin, y en la que un pulcro acabado, y una inspiradas imágenes son la tónica, aprovechando muy bien el espacio escénico, así como el uso de las proyecciones, completamente justificadas en este caso, y que sirven como acento al marcado homenaje al barrio de Carabanchel que se aprecia en el texto. Cristóbal deja hacer a sus actrices, pero marca una directrices claras en las acciones para que cada una sepa el lugar hacia el que tienen que llegar, partiendo de una premisa naturalista, cuasi costumbrista diría yo en algunos personajes. Con un portentoso uso del lenguaje visual, nuestro director se sirve de algunas imágenes poderosas de lograda atmósfera, entiéndase por esto, las salidas de Chispis cantando una nana con ecos de canción de la Guerra Civil, en claroscuro, así como el estupendo tratamiento del monólogo principal de Marina Muñoz y todos los monólogos de Chispis, todos en primer término, con iluminación intimista y tratamiento brechtiano en no pocos momentos. 
Nos encontramos ante una propuesta sólida, muy trabajada, y que enriquece el material de Galán por su cuidado estudio del texto, así como por una visión actoral por parte de Ricardo Cristóbal en la que mima a sus actrices, que se ven tremendamente cómodas en su trabajo y que se me antojan perfectas para cada uno de los papeles. 


En resumen, Chispis es un claro ejemplo de teatro bien hecho, con claras aspiraciones de calidad, que no deja indiferente por lo novedoso de su planteamiento, atractivo y desenfadado, pero de gran enjundia, así como por una elegancia formal, y atractivo envoltorio, que sin duda la convierte en una de esas joyitas a descubrir que el circuito "off" nos ofrece de cuando en cuando. Por ahora solo se han hecho dos funciones dentro del SURGE, esperemos que sea el inicio de una larga andadura, sin duda el espectáculo se la merece.

  *Si alguien considera que alguna de las imágenes utilizadas en este blog, está protegida por copyright, ruego me lo comunique para retirarlas a la mayor brevedad posible.

** Fotografías cedidas amablemente por Arles Iglesias.

martes, 13 de octubre de 2020

"Para Hacer Bien El Amor Hay Que Venir Al Sur", Lo Zafio No Tiene Ninguna Gracia.

Siempre he sido defensor del género frívolo, de la revista, y de la doble intención, y siempre lo he hecho partiendo de la base que bien entendido se trata de un canto a la belleza de la mujer, como se demuestra en los lugares en los que se sigue haciendo revista, y en las crónicas de los tiempos en los que las vedettes eran diosas en nuestro país . El discurso zafio, el teatro garbancero que dijo Valle, lo obvio y lo casposo no me interesa. A veces la línea que separa una cosa de la otra es difícil de delimitar, y una comedia sexy, se echa a perder por la literalidad de las situaciones escénicas y de lo burdo de los juegos de palabras. No es una cuestión de mojigatería, a veces se debe recurrir a lo obvio, siempre que sirva para ilustrar algo, o para reforzar lo que se nos plantea en el texto. Cuando el sexo es gratuito, no sirve, pierde su capacidad catalizadora de las emociones humanas, y algo tan natural como es la sexualidad se convierte en una mera excusa para tapar una serie de carencias que no se pueden solventar o bien con talento o con ingenio. En un escenario admiro el arte de la insinuación, logicamente es el camino más difícil, pero sin duda es el que tiene más interés a nivel teatral, y precisamente en ese lugar se mide la altura de un artista. Gypsy Rose Lee, la mítica artista de burlesque, triunfó por su fineza, llegando a lo más alto en lo suyo, que era el desnudarse en público. Lo hacía con muchísima clase y se ganó el respeto de toda la profesión a base de tenacidad y trabajo. El camino fácil hace años que ya pasó a la historia, ni nos escandalizamos por la procacidad de un espectáculo, ni nos hace gracia lo burdo en cuestiones sexuales, hemos madurado como sociedad, y nuestras vías de escape hace décadas que ya no pasan por ahí, y abordar un espectáculo basado unicamente en eso ya no tiene razón de ser. Ejemplos de musicales, ya que de un musical voy a hablar, en los que se ha planteado el sexo como tema central hay muchos, con mayor o menor fortuna, y aquellos que se han quedado atrás son precisamente los que lo abordaron desde lo obvio. Por algo será que se entienden como obras caducas y que no aportan nada al espectador actual, al que ya no le interesa ver a una señorita en bikini luciendo cacha de forma gratuita, entre otras cosas porque los canales para acceder a cierto tipo de "información" no pasan ni por los teatros ni por los cines.

Todo esto que cuento viene a colación de "Para hacer bien el amor hay que venir al sur" Jukebox con las canciones de Raffaella Carrá como nexo de unión, que vi ayer en La Latina, y que reconozco que me dejó literalmente ojiplático, por el bajísimo nivel del espectáculo, especialmente en su libreto, así como por lo zafio de su planteamiento, digno de una revista de tercera de La Transición, si, aquellas revistas que se cargaron el género, precisamente por todo lo que más arriba planteo.



"Para hacer bien el amor hay que venir al sur", musical con libreto de Ricard Reguant, y de nueva creación, se estrenó la semana pasada en La Latina, y resulta difícil extraer cualquier tipo de opinión positiva del material literario con el que se parte. La historia, por decir algo ya que se queda en anécdota, nos cuenta la creación de un musical, en el que los avatares amorosos de tres chicas sirven como pretexto para ir desgranando los temas más emblemáticos de la Carrá, metidos con desigual fortuna en el argumento, y sin duda con un aire apresurado, y de producto oportunista que deja un poso frustrante en el espectador, que asiste atónito a semejante despropósito teatral.

Todos los tópicos del landismo, y por que no, Pajares y Esteso, en su vertiente más gruesa se encuentran en una obra, en la que prima el lenguaje soez, la situaciones escénicas sin sentido ni coherencia, y en la que además se nota a la legua que se han ido añadiendo escenas sin ton ni son, para llegar a la hora y media que dura el espectáculo. El speech político al estilo del Club de La Comedia es un ejemplo palmario de lo que planteo, uno de los tantos pegotes que uno se encuentra a lo largo de todo el texto, pero que en este caso todavía canta más, dado que no tiene absolutamente nada que ver con el resto del espectáculo. Todo pasa por una genitalidad excesiva, un control admirable de los vulgarismos con los que se conoce el aparato reproductor humano, un cansino subrayado de todo lo que tiene que ver con lo verde, y un nulo interés teatral, de personajes monolíticos, arquetípicos, y con cero chicha teatral, con excepción de Lucas, uno de los pocos que se salvan de la quema. A esto hay que añadir un falso discurso en el que se plantea el feminismo como una mujer diciendo procacidades, y que como no puede ser de otra manera según los cánones más machistas, acaba siendo lesbiana, junto con un estereotipo homosexual, rancio y ofensivo, en el que la figura de la loca, persiguiendo penes como un poseso en un mutis, me retrotrajo a tiempos tristes y por suerte pretéritos. El texto además de reaccionario, falsamente envuelto en cierto aire de modernidad, es rancio, y los chistes sobados hasta la saciedad no funcionan, os prometo que en la función se dicen cosas que ya en mis tiempos de colegio eran chascarrillos habituales en el recreo.

Ante semejante despliegue os aseguro que soy incapaz de entender como un texto de tan bajo nivel ha pasado los filtros del programador del teatro, que entiendo que no conocía el producto cuando lo contrató, porque no tiene razón de ser un espectáculo de estas características en pleno S. XXI.



Lo primero que hay que decir sobre el reparto, es que es admirable el empeño que tienen por defender la función, en general entusiasta, y entregado, aunque irregular en sus capacidades.

Brilla mucho Javier Enguix, el artista más sólido en lo vocal y actoral de la función, el que mejor cantó, y el que más pillado tiene el papel, excesos de dirección aparte. También Javier Toca como bailarín deja ver su talento, ya conocido para los aficionados, aunque las ramplonas coreografías, de Cuca Pon, no aprovechan su arte lo suficiente. Un par de solos suyos me supieron a gloria, sólido, expresivo y a años luz del resto del elenco. Es notable también el trabajo de Marta Arteta, con buen desplante escénico, buena voz, e interesante en las coreografías, y salvando el tipo en un papel imposible de defender, que afronta con profesionalidad y solvencia. También Tamia Déniz salva los trastos gracias a su elegancia y una afortunada intervención musical. Del resto del elenco destacar la bonita voz de Mikel Hennet, muy mal dirigido en la parte actoral, especialmente como hermano de Lucas, que el pobre no sabe por donde salir del destrozo escénico en el que lo han metido. Más flojas resultaron Raquel Martín, francamente anodina, así como Miriam Queba, pasada de vueltas, aunque es cierto que en la breve intervención musical que tiene se encuentra correcta. Entendemos que a la cabeza del espectáculo se encuentra Patricia Arizmendi, resultando insuficiente en todas las disciplinas, floja en la parte actoral, en la que falta naturalidad, pero he de decir en su descargo que es cierto que enfocar según que cosas con sentido es una tarea ímproba. Imposible en lo musical, con una voz de distintos colores según el pasaje que esté cantando, de escasa técnica, y con problemas en la zona aguda, en una partitura que no se caracteriza precisamente por su dificultad.



Vayamos con la propuesta escénica.

Ricard Reguant firma el espectáculo, y lo hace exactamente en misma línea con la que firma el texto. No hay composición de personajes más allá de cuatro pinceladas, ya que los actores, a excepción de Enguix, parecen ser ellos mismos en su versión supuestamente más pizpireta, y "muy arriba" como nos decía un conocido empresario teatral y televisivo cuando quería que estuviéramos energéticos en el escenario. No hay más en lo actoral. Al no haber conflicto en el texto, no hay teatro, solo escenas apenas hiladas, en las que el gag visual mas burdo sirve para apoyar al texto. No sé las veces que los chicos se señalan la entrepierna durante la función, para que nos quede claro lo que ya deja cristalino el texto. Mucho arrimar cebolleta, mucho Benny Hill, chicas en bikini y tacones, mucha lentejuela, y poco más. Solo cuatro obviedades de sal gorda que se repiten durante todo el espectáculo, y sopor, mucho sopor en una hora y media que se nos hace eterna.

El colmo del despropósito llega ya al final del espectáculo, en el que sin pudor ninguno se repite el número con el que da inicio el musical, una vez más por aquello de alargar la función, y justificar el precio de la entrada, para luego incluir el medley de rigor en el que se nos vuelven a cantar todas las canciones del espectáculo.

Es muy triste ver que un material atractivo como son las canciones de la Carrá se vean tan mal tratadas a nivel escénico, en un producto oportunista, y que no tiene ninguna otra aspiración más que el hacer caja, algo por otro lado respetable, siempre y cuando se mantengan unos mínimos escénicos que a todas luces aquí no se cumplen. La música enlatada, algo que parece ser la tónica ultimamente, y una escuálida escenografía en la que un telón viste el escenario junto con una bola de discoteca, y poco más, son el envoltorio del espectáculo. Si seguimos por este camino, ya iniciado de nuevo con el Jekyll del Canal, nos cargamos el género, ojito, que esto ya ocurrió en el anterior boom de los musicales, con una salvedad, ya hemos visto muchos musicales en nuestro país, y los espectadores somos conscientes de que el "todo vale", YA NO VALE.


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martes, 6 de octubre de 2020

"As One", Sobre La Búsqueda De La Identidad


La transexualidad en el teatro, aunque ha sido tratada alguna vez, es una asignatura pendiente que necesita de mucha visibilidad y normalización, tal y como se hace con la homosexualidad. No siempre se entiende bien lo que significa ser transexual en nuestra sociedad, así como las trabas y agresiones que las personas trans sufren a diario. A este respecto es necesaria una conciención y hacer entender en que consiste y los problemas con los que se encuentra un colectivo maltratado y mal entendido a partes iguales. Si nos vamos al mundo de la ópera, todavía son más escasos los títulos en los que se aborda el tema de forma directa, por tanto cuando descubrí que se iba a presentar en Las Naves del Matadero una ópera que mostraba el asunto de frente y sin tapujos, automaticamente me interesé por "As One", título pionero, y que resulta interesante desde todo ángulo. El teatro es un reflejo de nuestra sociedad, posiblemente aumentado, pero certero, de los problemas que tenemos, y de aquellas situaciones que por el motivo que sea o bien no están superadas, o no se hablan de forma abierta. Por tanto el hecho de hacer una ópera, género tan cercano al movimiento LGTBIQ+, hablando de las personas transgénero, no solo me pareció oportuno, si no que el elegir la música para abordar un asunto que tiene tanto que ver con el interior de cada uno, me pareció el mejor vehículo para plantearlo. Si hay un arte que refleja el alma humana ese sin duda es la música, y en esta ópera se habla de la sexualidad de la protagonista, pero de lo que realmente se nos habla es de su alma. 
El pasado sábado me acerqué al Paseo de La Chopera completamente virgen ante lo que iba a ver, así lo preferí, especialmente cuando de una ópera desconocida se trata, es la mejor forma de que me llegue sin contaminar aquello que se me ha querido contar, y de esta forma sacar las conclusiones del espectáculo de forma directa y sin filtro alguno. La velada fue sin duda interesante y una sorpresa muy agradable como iré desgranando, y una estupenda velada musical. 



"As One" ópera de cámara con partitura de Laura Kaminski y libreto de Mark Campbell y Kimberly Reed, llega a nuestro país después de estrenarse en varios países, tanto americanos como europeos. Compuesta para dos voces, mezzo y barítono, y un cuarteto de cuerda, en ella se nos cuenta la historia de Hanna, desdoblada en dos identidades, pero que forman una. La Hanna "antes" interpretada por el barítono Enrique Sánchez-Ramos y la Hanna "después" interpretada por Inés Olabarría. Se pueden vislumbrar en estas dos personalidades el todo que simboliza Hanna que nos va desgranando su vida, casi siempre volcada en lo que los demás esperan de ella, hasta que un viaje a Noruega la hace encontrarse con ella misma, y su verdadera identidad. En el libreto se transita por pasajes dolorosos de la vida de nuestra heroína, así como por otros más ligeros, su descubrimiento del amor, sus relaciones familiares, adolescencia, y por fin la mujer plena que se nos presenta al final de la función. Planteada en 15 canciones y escenas, aparentemente separadas entre si, en realidad se nos está ofreciendo la disección de una vida y una psicología, que precisamente no ha tenido una existencia fácil, y que nos deja un poso tierno, y reflexivo cargado de sensibilidad e inspiración, en el que ante todo lo que más claro nos queda es la importancia de encontrarse con uno mismo, y sobre todo aceptarnos como somos, para que posteriormente nos acepten los demás.




La partitura, asequible teniendo en cuenta que se trata de una obra contemporánea, podemos definirla como ecléctica en su planteamiento, donde se funden diferentes estilos, transitando por el musical más melódico, el Britten más punzante,  unas sorprendentes coloraturas me atrevería a aventura que cuasi-barrocas, alguna pincelada minimalista, y una clara referencia a Grieg en la parte final de la obra, siendo el resultado interesante y de difícil ejecución, que describe a la perfección lo que ocurre en cada momento en escena, y lo que pasa por la cabeza de Hanna en cada conflicto que se nos plantea. Dentro de su espíritu claramente intimista no faltan los pasajes con las suficiente enjundia musical, y dramática, como para no plantearnos que la obra musicalmente no tenga un empaque considerable, y un acabado formal perfecto, de aires iconoclastas, y sin duda sorprendente.



 

Ines Olabarría y Enrique Sánchez-Ramos se complementan a la perfección en lo vocal, emsamblándose las dos voces de forma adecuadísima , y sobrados de facultades para una obra de estas características. La lectura de ambos cantantes pasa por un minucioso estudio de la partitura, cargado de matices, y mucha intencionalidad en lo que se dice, viéndose muy potenciado el mensaje de la obra, que nos llega muy directo, y que nos sirve de forma exacta para hacernos una composición mental de las dos Hannas y de las cosas comunes, que son las que forman la Hanna completa. Nos encontramos ante un trabajo mayúsculo, que se refleja de manera muy patente en el espectáculo, donde se percibe el esfuerzo realizado, y sobre todo el enorme trabajo entre los dos cantantes, que se apoyan el uno en el otro en lo escénico y lo musical de forma admirable. 

Sánchez-Ramos, bien timbrado, brillante con la voz grande y bien colocada, sirvió una velada de indudable impacto, en una obra tirante que solventa sin problemas, incluso en los pasajes más agudos, ofreciendo un canto noble, y de hermosos resultados, sin acusar fatiga en las agilidades y notable fiato. Resulta muy expresivo en todas sus intervenciones, y consigue conmovernos en algunos pasajes, especialmente aquellos en los que habla de su infancia y la presión a la que se veía sometido su personaje para estar siempre a la altura de lo que los demás esperaban que debía ser y hacer. 

Inés Olabarría, ofreció una velada cargada de sensibilidad, con una voz fresca, también de buen volumen, y con unos graves de impactante resolución, con un buen uso de la voz de pecho, bien definida la línea de canto, así como una espléndida pronunciación en inglés. Su personaje, más lírico, en el sentido de poético, se ajusta muy bien a su vocalidad, superando de forma notable las agilidades y diversos saltos de la partitura que se ven ejecutados con solvencia e indudable experiencia. 

Carlos Calvo Tapia dirige el espectáculo, muy pendiente de los cantantes y músicos, ofreciendo una lectura de notables dinámicas, y mucho acento teatral, sacando un sonido espléndido del Cuarteto Bauhaus, que casi funciona como un personaje más dentro de la ópera. Calvo Tapia cuida de forma exquisita a los componentes de la función, implicándose con ellos, y dejando que se recreen en la partitura, algo que en una ópera como esta es fundamental. Ante la ausencia de referencias, solo puedo plantear mis impresiones en la función del sábado, que pasó por una lectura sólida, minuciosa y cargada de sensibilidad. 



Vayamos con la propuesta escénica. 
Marta Eguilior firma el espectáculo, que se encuentra en total consonancia con la partitura, intimista y cercano. Para mostrarnos las diferentes escenas se parte de una interesante escenografía creación de ella misma y Alejandra Requeijo, que funciona como una caja de sorpresas en su estructura cúbica y que nos va dando información simbólica de cada canción, así como apoya las diferentes acciones escénicas. Eguilior plantea cierto estatismo en las interpretaciones que curiosamente en vez de alejarnos de los personajes, nos los acerca más y que consigue sorprendernos cuando ese estatismo se rompe en algunos momentos, logrando cierto dinamismo escénico que fluctúa en varias aguas que convergen con coherencia e interesante ritmo. Las acciones escénicas bien servidas y cargadas de simbologías nos plantean un montaje poético en lo visual, de sorprendente resultados, de limpio y minucioso acabado, así como un espíritu fuertemente alternativo, que resulta un soplo de aire fresco en el mundo de la ópera, ya que en los grandes templos de la lírica no se suele afrontar títulos de este tipo. Eguilior ofrece un espectáculo elegante, apoyado en unas luces y proyecciones de David Bernués acertadísimas, y de brillante acabado en líneas generales, que no deja de ser una agradabilísima sorpresa que no debería pasar desapercibido en los circuitos musicales de nuestro país. 



En resumen, una propuesta interesante, de sólido acabado, bien servida en lo musical, y de indudable calidad a todos los niveles, quizás minoritaria por su concepción camarística, pero de mensaje universal, y que en su fondo nos afecta a todos en cuanto a la búsqueda de la identidad de cada uno se refiere, y por supuesto como acercamiento a la transexualidad, desde un punto de vista respetuoso, poético y extremadamente sensible. 

sábado, 3 de octubre de 2020

"La Vida Breve", Noche Histórica En La Zarzuela.

Continuando con el programa doble que ayer comenzó con "La Tempranica", esta noche le tocó el turno a "La vida breve", siendo una noche histórica en el coliseo de Jovellanos. Lo presenciado hoy sin duda merece el calificativo de acontecimiento teatral, llegando a plantearse como la máxima expresión de las posibilidades de la lírica. La noche prometía, ya que tras la intensa experiencia de ayer, que me supo a poco, ardía en deseos por ver la segunda parte del espectáculo. Dentro de esta época extraña que estamos pasando, el hecho de poder asistir al teatro es practicamente un regalo, y esta temporada estoy apurando al máximo todo lo que la cartelera ofrece, ya que estos meses de barbecho teatral me han hecho apreciar, más si cabe, mi amor hacia las artes escénicas. Espero de todo corazón que este resurgir de la escena no sea un espejismo, y que la situación sanitaria permita la continuidad de todos los espectáculos. En estos momentos es necesario el alimento del alma, nutrirse de arte nos ayuda a afrontar lo que tenemos encima, y nos saca de la realidad, gris y crispante a partes iguales. Id al teatro, queridos lectores, es curativo, a mi no cabe ninguna duda, lo agradeceréis. 

Esta noche había algo en el ambiente de La Zarzuela, que hacía presagiar lo ocurrido, se notaba las ganas de disfrutar de la obra de Falla, con el atractivo añadido de ser Ainhoa Arteta la soprano encargada del rol principal en el primer elenco, y mucho más después de sus últimos éxitos cosechados en dicho teatro. Arteta está dando lustre al repertorio español, así como Carlos Álvarez y Jorge de León, también en La vida breve, tres figuras importantísimas dentro de la lírica internacional, que están apostando por la zarzuela, con la consabida proyección que implica tener cantantes de ese nivel haciendo repertorio español. Esperemos que las grandes voces españolas sigan apostando por nuestra música, es de agradecer y muy necesario, dado la crisis del género, y lo poco que se encuentra en nuestras carteleras, con la excepción del Teatro de La Zarzuela, que funciona casi como una burbuja, que a veces no nos deja ver la dura realidad de la zarzuela, cada vez más cerca de su extinción. 



"La vida breve" con partitura de Manuel de Falla, y libreto de Carlos Fernández Shaw, denominada como "Drama lírico en dos actos y cuatro cuadros" tuvo su estreno, con enorme éxito, en Niza en 1913, y en España tuvo su estreno en el Teatro de La Zarzuela un año después. Nos encontramos ante una auténtica obra maestra no ya del repertorio español, si no del repertorio universal, en la que Falla, demostró su genio único y personalísimo arte, en una partitura que si bien es cierto, se entiende como una obra de juventud, ya contiene la suficiente madurez como para entenderse como un título imprescindible y muy querido por el aficionado. La obra de gran densidad musical, atmosférica y muy moderna, se mueve por el Impresionismo y el Romanticismo, aunque el asunto y el desgarrador drama que ofrece conecta directamente con el Verismo, tan en boga en los tiempos de su composición, ubicada ocho años antes de su estreno. Fuertemente influenciada por la música andaluza, que se ve muy reflejada en la partitura, nos encontramos con una ópera brillantísima, de enorme intensidad y muy atmosférica en su concepción musical. De forma magistral Falla mezcló los altos vuelos líricos con la música popular, en un equilibrio perfecto y de altísima exigencia para su rol protagónico, que parece más un monólogo acompañado del resto de los cantantes que una ópera al uso. Escrita para mezzosoprano, en no pocas ocasiones es cantada por sopranos líricas o dramáticas, ya que las características musicales de la obra permite lucimiento en sopranos y mezzos. El libreto de Fernández Shaw, basado en un poema suyo, es inferior a la partitura, de asunto simple, y cierta falta de profundidad en los personajes, que ya Falla se encargó de reforzar con su música. Salud, hermosa gitana, enamorada de un señorito no es capaz de soportar el desamor ante la indiferencia de su amado, presentándose en la boda del mismo, que reniega de ella, muriendo nuestra heroína de pena. Así a grandes rasgos se puede resumir la historia, que precisa de una buena lectura desde la perspectiva del regista para tener la suficiente consistencia como para que nos llegue el drama sin quedarse en una historia de corte folclorista sin mucha sustancia actoral. 



Vayamos con el elenco.

La función tiene varios comprimarios de diferente extensión, siendo todos correctos en sus respectivos papeles, pero debo hacer una mención especial a Gustavo Peña, como La voz de la fragua, cantada con grandísimo gusto, en un interno, que resultó brillante y de hermosa resolución. 

Rubén Amoretti como Tío Sarvaó, y Gerardo Bullón como Manuel.

Amoretti mucho más cómodo que en "La Tempranica" si encontró su sitio en "La vida breve", con un papel corto, pero bien planteado en lo musical, donde pudimos escuchar su voz de bajo en plenitud, gran expresividad y atronador volumen. Bullón solídisimo, y en su línea habitual de cantante experimentado, bien timbrado y de bello color. 

Jorge de León, tenor, como Paco.

El papel no da mucho de sí, la verdad, y no deja mucho lugar para lucirse, aunque sus intervenciones fueron de calidad, y con su habitual atronador timbre. De León tiene un hermosos pasaje, y el color cada vez más lírico, se ajusta muy bien al personaje de Paco. Con la voz bien colocada, y sin asomo de la nasalidad acusada en otras ocasiones, cumple perfectamente en el papel, que en voz de un tenor así, resulta engrandecido. Bien implicado en lo actoral, responde a las hechuras del rol sin problema, apoyándose en una presencia escénica rotunda y una gran seguridad.

María Luisa Corbacho, mezzosoprano, como La Abuela. 

Corbacho ya me resultó interesante en Amneris, en una Aida, que pude de ver en su ensayo general en el Cervantes de Málaga, y aquí ofrece las mismas dosis de calidad que en aquella ocasión. De enorme volumen, perfecta dicción, y gran expresividad, posee un robusto instrumento de mezzo pura, que no pesa en el agudo, y con gran sonoridad en la zona grave. Resulta muy eficaz en el fraseo, usado de forma inteligente para apoyar los resortes dramáticos del personaje, y sorprende en su primera aparición, realmente atronadora y que ya nos adelanta por donde van los tiros en su trabajo vocal. Muy comprometida en lo actoral (es una tónica de la producción en todos los cantantes), dotó a su personaje de grandes dosis de dramatismo, sin caer en ningún momento en la estridencia, siendo sus mejores momentos los del final de la obra, en un excelente juego escénico que aprovecha de forma muy efectiva, con el que consigue que centremos la vista en su actuación, que aunque secundaria, es muy importante como catalizador del drama. 

Ainhoa Arteta, soprano, como Salú. 

Inconmensurable, en un papel que le va como un guante, y que le permite lucirse en todas las facetas, especialmente, dado el dulce momento vocal en el que parece encontrarse. La voz, madura, robusta y de impecable técnica, se maneja a la perfección dentro de los vericuetos del difícil material de Falla, sabiendo perfectamente donde se encuentran los momentos puntales de la función, y sin reservarse en ningún momento, pero dosificando de forma admirable el instrumento. La voz plena, bella, redonda en todas las zonas, de color único, resuena plagada de armónicos en la sala, conmoviendo profundamente, cargada de expresividad, y enorme desgarro dramático. Agudos dados a placer, grandes y redondos, fraseo perfecto, dicción impecable, innegable buen gusto cantando, y una magnífico uso del grave de pecho, en el que no pierde volumen, fue lo que marcó su interpretación. La lectura de Arteta es de una pieza, con enorme coherencia y musicalidad de principio a fin, y sobre todo absolutamente conmovedora. Escuchar a Arteta es retrotraerse  a tiempos pasados, donde el preciosismo, la musicalidad, la calidad del instrumento, y la solidez, eran características imprescindibles para llegar a ser un solista lírico de renombre. En la parte actoral igual de esplendorosa que la vocal, entregada y arrolladora, a partes iguales, ofrece una Salú de aires enajenados y sensual, que perfila a la perfección la visión del personaje de Giancarlo del Monaco. Mayuscula su primera aparición, con aires de primera actriz, llega al paroxismo en el dúo con Jorge de León, valiente y desprejuiciada a partes iguales. Su trabajo en general destaca por el arrojo y lo esforzado de la composición, que llega al espectador con profundidad y enorme capacidad catártica.



 

Coro Titular, con Antonio Fauró a la cabeza, mayúsculo. Hoy si vi una función ajustada a todos los niveles, bien entendida, y con más brillo en la masa coral que ayer. El coro titular sirvió de complemento perfecto a la velada, y aunque "La vida breve" no sea una obra en la que el coro tenga muchas intervenciones, si son muy importantes, tanto en el desarrollo de la trama como en la atmósfera pretendida por Falla. A este nivel el trabajo es realmente notable, y se debe reconocer. 


Miguel Ángel Gómez-Martínez al frente de la Orquesta de La Comunidad, hoy si que estuvo a la altura de las circunstancias, haciendo un verdadero milagro con la inevitable reducción de orquesta que ya comenté ayer por los protocolos sanitarios. Reducir a menos de 30 músicos una obra como "La vida breve", y conseguir un sonido como el que Gómez-Martínez consigue es una labor titánica, realizada en este caso con esmero, y espectaculares resultados. De gran profundidad en el sonido, y dramática lectura, el trabajo de nuestro director musical, pasa por la teatralidad, el acento perfecto en cada pasaje, y un sonido grande y de espectacular factura. Hoy si vi a la orquesta a pleno rendimiento, y dando todo aquello que puede dar. Es destacable también el estupendo trabajo de concertación que Gómez-Martínez lleva a cabo. La lectura del maestro pasa por una cuidadísima revisión, un trabajo meticuloso, y un amor muy notorio hacia la obra de Falla. Gómez-Martínez mima la obra, y los cantantes con mano eficaz y pulso de hierro.



 

Vayamos con la propuesta escénica. 

Al igual que "La Tempranica" de ayer, la función la firma Giancarlo del Monaco, y antes de comenzar a hablar de su trabajo, hablaré de algo que me parece interesante. Esta "Vida breve" se estrenó hace diez años en Valencia, "La Tempranica" es nueva producción, y viendo las diferencias entre ambas funciones, se aprecia de forma muy vívida la evolución del regista, más mesurada y ordenada en "La vida breve" que en la zarzuela de Giménez, después de la función de hoy, entiendo que su estilo se ha extremado exponencialmente. En cuanto a la función, decir que es todo un acierto de principio a fin, desde la labor actoral con los cantantes, hasta una justificación del libreto, tan difícil de salvar, en la que todo tiene un sentido claro y enriquecedor. Esto que planteo se ve perfectamente reflejado en el dúo, donde se nos explica que la pérdida de la virginidad, es uno de los detonantes de la enajenación de Salú, así como la brillante resolución de la muerte, pocas veces explicada, y que aquí llega de forma lógica al espectador y perfectamente entendible. Seguimos con la apuesta por una estética refinada, en la que el uso del cuadro plástico resulta impecable y de bellos resultados, y el concepto ya planteado en "La Tempranica" de la realidad desde el punto de vista trastornado de la protagonista de la obra con resultados muy superiores a los de la noche de ayer. Del Monaco plantea un poderosos tratamiento del drama, potenciado por unas imágenes impactantes, y unas interpretaciones trágicas en total consonancia con el marcado verismo de la ópera. Las transiciones impolutas, cargan de magia al espectáculo, y toda la función se ve perfectamente acompañada por las insuperables luces de Vinicio Cheli, atmosféricas y potenciadora de las situaciones escénicas. Nuria Castejón se luce en su labor de coreógrafa una vez más, logrando integrar al ballet perfectamente dentro de la historia, con unas coreografías de gran belleza, y en perfecta consonancia con el tono del espectáculo. Mención especial para el espléndido trabajo con los figurines de Jesús Ruiz, muy elegantes, y que reflejan a la perfección la psicología de cada personaje.



En resumen, nos encontramos ante una propuesta de completo relumbrón, sólida musical, escénica y actoralmente, bien servida en su totalidad, y una de las mejores propuestas del Teatro de La Zarzuela de los últimos años, en la que no se puede decir otra cosas más que nos encontramos ante un acontecimiento musical y escénico. Repetiré el 17 en la última función de Arteta, espero que la experiencia resulte tan inolvidable como la de la noche de hoy. IM-PRES-CIN-DI-BLE. 


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viernes, 2 de octubre de 2020

"La Tempranica" La Mente De María, Produce Monstruos.


Hoy se inauguró la temporada 2020-2021 del Teatro de La Zarzuela, temporada que se plantea complicada, y que deseo de todo corazón que pueda ser llevada a cabo en toda su extensión, ya que sobre el papel resulta francamente atractiva. Di por inaugurada mi temporada lírica con el "Ballo" del Real la semana pasada, pero la nostalgia por la zarzuela, mi género madre y más amado, estaba ahí. Hacía muchos meses que no veía zarzuela y hoy he sentido que me he reencontrado con una vieja amiga. Siempre vibro con su música, siempre me llega por una cuestión quizás más sentimental que objetiva, y sin duda hoy si que estuve con los cinco sentidos en el escenario de Jovellanos, no como el otro día en el Real dónde el interés iba y venía según caían las pesas, que dirían en "La verbena". Volver a La Zarzuela ha sido emocionante, y realmente me sentí afortunado por volver a disfrutar de nuestro género lírico. 

Para empezar temporada se ha optado por un interesante programa doble, que por cuestiones pandémicas, se  verá representado en días alternos. "La Tempranica" de Giménez, se estrenó hoy, y mañana se estrenará "La vida breve" de Falla, tomando como nexo de unión entre las dos obras su ambiente granadino, y la admiración de Falla por Giménez. La unión de estas dos obras se hace bajo el título de "Granada". La obra de Giménez se lleva a cabo en versión libre de Alberto Conejero. Hay que decir que el programa doble se está interpretando con orquesta reducida, ya que las características del foso del teatro no permiten que la Orquesta de la Comunidad de Madrid pueda encontrarse en su totalidad. La reducción de la partitura ha sido realizada por Miquel Ortega, con gran acierto, justo es decirlo, no es en absoluto fácil adaptar una partitura de la densidad de "La Tempranica" a una orquesta de tan reducidas dimensiones.  



"La Tempranica" con partitura de Gerónimo Giménez y libreto de Julián Romea, denominada como "Zarzuela en un acto, dividida en tres cuadros, en prosa", tuvo una gestación y estreno con abundantes anécdotas, siendo la más conocida la expectación que causó su estreno ya que se retrasó mucho. A esto hay que añadir que parece ser que no fue fácil encontrar soprano para el rol protagonista, lo que fue aumentando el morbo hacia la obra, que finalmente vio la luz en el Teatro de La Zarzuela el 19 de septiembre de 1900.

La partitura de Giménez, podemos calificarla de obra maestra y puntal artístico del compositor sevillano, que tanto se prodigó en el género chico, siendo la obra que esta crítica ocupa, junto con "La boda" y "El baile" de Luis Alonso sus obras más reconocidas y populares. "La Tempranica" es una obra sorprendentemente moderna para su época en lo musical, y se combinan, a la forma tan habitual de nuestra zarzuela, los componentes dramáticos con los cómicos, en este caso con una base profundamente folcloristas, basada logicamente en la música andaluza. Es interesante el uso del "leit-motiv" algo poco habitual en nuestra zarzuela y mucho menos en 1900, que nos acerca a la figura de María "La Tempranica" siendo uno de los pasajes más reconocibles de la partitura junto con la célebre "Tarántula", pieza clásica de concierto. También es de gran belleza la romanza principal de la soprano "Sierras de Granada" de difícil ejecución y gran lucimiento dramático. Cabe decir el equilibrio de Giménez a la hora de plantear momentos íntimos de gran lirismo junto con pasajes más ligeros, siendo el contrapunto al drama de nuestra protagonista, los gitanos que ofrecen tipismo a la partitura y un gracejo andaluz, un tanto pasado de rosca, justo es reconocerlo. Orquestalmente la obra es ampulosa, espectacular, y con bastante enjundia, sirviendo muy bien a los personajes para explicar sus diferentes estados de ánimo. Nos encontramos ante un caso claro de partitura muy superior al libro de Romea, de asunto casi anecdótico y que ya fue bastante criticado en su estreno. La historia es simple, una gitana se enamora de un conde, amor no correspondido, viéndose abocada nuestra protagonista a casarse con Miguel un gitano cabal, al enterarse que su amado conde se ha casado con otra mujer. No hay más, una sencilla historia de amor, y una ligera denuncia de diferencia de clases, en la que las clases altas no salen muy bien paradas, siendo los gitanos los que realmente aparecen como personas nobles y de buen corazón. 

La versión de Alberto Conejero nos plantea una serie de hipotéticos encuentros entre Giménez y Falla, en los que se van desgranando detalles de "La Tempranica" su historia y anécdotas, mientras Julián Romea nos va contando de forma somera la trama para seguir el hilo en los cantables. Encontré afortunada la versión especialmente en cuanto a las escenas Giménez-Falla, sólidas y muy bien estructuradas, con momentos realmente bellos, y un tanto sobado el recurso del narrador, que tantas veces hemos visto en adaptaciones y versión concierto. Me gustó lo que cuenta Conejero, que está muy lejos de la obra original, pero si es cierto que ofrece calidad literaria y respeto por el género, y presentándose el espectáculo como versión libre, no encuentro nada que objetar al respecto. 



Vayamos con el elenco.

La obra abundante en partiquinos, se encontraron muy bien servidos en líneas generales. Destacando Gerardo Bullón, Gustavo Peña, y una colaboración de lujo, Ricardo Muñiz como Zalea. Ruth González como un pizpireto Grabié, muy recortado en la versión, pero que en "La tarántula" menos lírica y más centrada en lo actoral, estupenda en lo corporal, hizo las delicias del respetable. Debo hacer una mención especial al cantaor Jesús Méndez, impecable, en uno de mis partiquinos favoritos de la zarzuela, esa nana cantada con gran sensibilidad me supo a gloría. 

Jesús Castejón y Carlos Hipólito, como Gerónimo Giménez y Manuel de Falla (papeles hablados).

Mayúsculos ambos, Castejón cargado de retranca e Hipólito más ingenuo, pero igual de carismático. Las escenas entre los dos, cargadas de dificultad, son auténtico oro molido, prodigio de ritmo, y sobre todo de veteranía sobre las tablas. La química existente entre los dos resulta superlativa, y el vínculo entre los dos personajes y su desarrollo, es impecable. La relación primeramente distante de Giménez hacia un joven Falla, va derivando en un respeto y simpatía mutuo, que se encuentra perfectamente medido y cargado de verdad. Reconozco que a nivel actoral, las escenas de Hipólito y Castejón son de lo mejorcito que hemos visto en La Zarzuela ultimamente, sobrios, perfectos de tono, y lo más importante, consiguiendo atraparnos en lo que dicen desde el primer momento. Ambos saben muy bien lo que tienen entre manos y cual es su sitio en cada momento, y cargados de verdad. Se ven acompañados en escena de Juan Matute dando vida a Julián Romea, en un código acertado de actor antiguo, de gesto grande, bien medido, y que nos transmite a la perfección el aire pretendido del personaje. 


Ruben Amoretti, bajo, como Don Luis. 

Acostumbrados a verlo en La Zarzuela, y acostumbrados a sus dosis de calidad, me pareció que no se encuentra cómodo en un papel que no se adapta de forma idónea a su vocalidad. Brilló en el dúo con Nancy Fabiola Herrera, pero no acabó de rematar del todo la creación del personaje en lo musical, que pasa bastante desapercibido, y que tampoco le da lugar a mucho lucimiento. Actoralmente muy templado, y logrando caer antipático, como el personaje pide, sirvió un papel de corte vulgar, dentro de que nos encontramos con un noble, bien matizado y muy bien perfilado. 

Nancy Fabiola Herrera, mezzosoprano, como María "La Tempranica".

Sin duda la triunfadora de la noche, largamente ovacionada en su romanza, que hubiese dado para un bis, nos ofreció una auténtica lección de canto. Refinadísima en lo musical, su "Tempranica" pasa por la partitura de forma preciosista, matizada, y con una carnosidad en la voz tremendamente atractiva. Juega a placer con el material escrito por Giménez, haciendo un uso modélico de todos los recursos estilísticos. Bellísimo el fraseo y cargado de sentido, legato impecable, y único color en todo el registro. Los agudos perfectos tanto en volumen como en su resolución, además de bien dosificados y servidos con gran gusto. No se quedó a la zaga en expresividad, resultando desgarradora en sus momentos más dramáticos, logrando conmovernos con un canto limpio, cargado de musicalidad y de inteligente factura. Entregadísima en lo actoral, afrontó el papel con bravura, empaque, y cierto tremendismo, muy acorde con la propuesta de Giancarlo del Monaco. Herrera hace todo lo que le ha propuesto su regista sin miedo, y hay que decir que las exigencias son muchas, y realmente difíciles.



 

Coro titular, con Antonio Fauró a la cabeza, más tímidos de lo habitual, aunque hay que decir que son menos de lo que suelen ser. Me gustaron especialmente en el primer coro "La caza ya se esconde" de gran dificultad, bien servido y empastado. Donde quizás se acusa más la falta de voces es en los números de los gitanos, si bien los matices siguieron, y ofrecieron un buena velada. Quizás un par de funciones más y se encuentre todo más ajustado, de lo que lo encontré, algo entendible, dadas las dificultades para ensayar el espectáculo por los protocolos sanitarios.

Miguel Ángel Gómez Martínez a la batuta de la OCM, sirvió una función un tanto irregular, en la que se acusó la falta músicos en el foso, algo de lo que obviamente no tiene culpa, pero, eso no está reñido con cierta morosidad en los tiempos que si es responsabilidad suya, y la falta de aire andaluz en algunos pasajes, especialmente los que al conjunto se refiere, en los que me faltó brío, algo imperdonable en un compositor al que Vives denominó como "músico del garbo". La lectura de Gómez Martínez pasa por lo discreto, aunque va en cierta progresión llegando al "Intermedio" con soltura y más acento dramático que en el resto de la función. Encontré el sonido poco compacto en algunos pasajes habiendo algunos tropezones en la orquesta, que supongo se irán solventando a medida que avancen las funciones.



 

Giancarlo del Monaco firma la función, dividiéndola claramente en dos planos diferentes, medidos por la psicología de María, una primera parte más bien ortodoxa, que cambia completamente después del dúo entre María y Don Luis, pasando a ser la segunda parte una visión alegórica y enajenada de la realidad, tal y como la protagonista de la zarzuela la percibe al verse rechazada por su amor. Precisamente a partir de ese momento es cuando me empezó a interesar la función en lo visual, sirviendo del Monaco unas imágenes de gran fuerza y poder evocador. La boda resulta escalofriante, entendida por "La Tempranica" como una suerte de viacrucis, agotador e inquietante a partes iguales. He de decir que a la salida del espectáculo, había diversidad de opiniones en cuanto a la propuesta de del Monaco, siendo una de ellas la que plantea el no entender lo que estaba ocurriendo en escena. Yo capté sin problemas el discurso del regista, pero conozco el libreto de Romea, y por tanto puedo entender que algunas simbologías no queden claras, o directamente confusas si no se tiene la referencia original. Del Mónaco carga las tintas en la estética, en los cantables, para dejar un tanto de lado la obra original, buscando de forma acertada el impacto para llegar al subconsciente del espectador a través del delirio de María. Encontré de gran interés la propuesta, que a lo mejor puede pasar por una lectura única del personaje principal y por tanto un poco superficial, pero que funciona con gran capacidad catártica en algunos momentos. Más confuso resulta el final, en el que una simbólica muerte de la protagonista, no incluida en el libreto original, no queda del todo clarificada, aunque una vez más es servida con exquisitez estética y fuerza visual. Giancarlo del Monaco sin duda apuesta por una visión que no va a ser del gusto de todos los paladares, y que pasa por un personalísimo enfoque, que encontré válido, y cercano a las propuestas operísticas actuales y al konzept, algo tan alejado del mundo de la zarzuela, y que entiendo como una de las vías para sacar al género del anquilosamiento en el que se encuentra inmerso. Mención especial a los figurines de Jesús Ruiz y a las coreografías de Nuria Castejón, inquietantes, y en el lado opuesto del folclorismo al que se asocia esta obra. Precisamente el huir de esa visión arquetípica y la visión tan oscura e inquietante que Giancarlo del Monaco plantea, me parece uno de los más grandes aciertos del espectáculo, que empieza pareciendo una cosa, y que se convierte en otra a la mitad, en una especie de guiño completamente premeditado, que a mi personalmente me sorprendió y resultó gratificante. Esta "Tempranica" huye del tópico, y puede ser que genere debate, pero sin duda resulta interesante, y explora un lenguaje poco habitual en nuestra lírica, que insisto, debe abrirse a diferentes lecturas para garantizar su permanencia en el tiempo. Lo ideal sería ver el programa doble según se pensó originalmente ya que el hecho de ver los dos títulos en días diferentes, siento que resta continuidad el espectáculo, algo que mañana podré comprobar en el estreno de "La Vida Breve". Es menester hacer otra mención especial a las magníficas luces de Vinicio Cheli, hermosas, espectaculares y dotando de una enrarecida atmósfera a todo lo que rodea los momentos más impactantes de la función.




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