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sábado, 5 de diciembre de 2020

¿ Quien Mató A Sherlock Holmes ? No Solo De Cantar Se Trata.


Hace unos meses, un proyecto de musical saltó a la palestra con una premisa francamente atractiva, la figura de Sherlock Holmes, y el enigma de su asesinato, que los aficionados al inmortal personaje de Conan Doyle nos conocemos al dedillo, así que intuía que los tiros irían por otra parte. Siempre me apetecen las propuestas de nueva creación, y si bien es cierto en gustos musicaleros el repertorio clásico es mi favorito, el estreno de nuevas obras crea en mi expectación e interés, ya que es una señal clarísima de que el género se encuentra vivo y en constante evolución, algo sin duda satisfactorio y esperanzador que deja bien claro que en nuestro país el género está lo suficientemente asentado como para abordar proyectos de este tipo.

La premisa de un musical con Sherlock Holmes como eje central me resultaba más que apetecible. El intrépido e inteligentísimo detective fue compañero de lecturas en mi adolescencia en no pocas ocasiones, y cuando tuve ocasión de visitar su casa en Londres sentí una gran emoción. El halo de romanticismo que el personaje destila, su misteriosa vida privada, en el más amplio sentido de la palabra, su contradictoria personalidad, sus adicciones, y su mente brillantísima, hacen que el detective inglés por antonomasia, no olvidemos que Poirot era belga, sea uno de los caracteres más atractivos, y misteriosos que la literatura de suspense ha parido, y que en mi caso particular forma parte de mi mitología personal, si bien es cierto que no a la altura de los personajes de Agatha Christie, si en un grado de profundidad suficiente como para encontrarse dentro de mi memoria emocional de forma muy marcada. Por tanto cuando se comunicó el estreno de la obra en Aranjuez, y el extraordinario elenco que se presenta en la obra, estuve tentado a sacar entradas para los primeros previos, algo que la inestable situación pandémica consiguió truncar quedándome la espina clavada hasta que la más que previsible presentación del espectáculo en Madrid fue un hecho. El primer fin de semana del espectáculo en la Gran Vía fui a verlo, siendo esta crónica la de un pase previo de la función que tuvo su estreno oficial el pasado día dos en el Teatro EDP Gran Vía. 



¿ Quien mató a Sherlock Holmes? musical con partitura de Iván Macías y libreto y letras de Félix Amador, nos cuenta una reunión en una mansión victoriana en la que un grupo de personas allegadas a Sherlock Holmes, y el propio detective, se enfrentan a un enigma que deben resolver a cambio de una suculenta recompensa, en la que obviamente hay muerto al más puro estilo del teatro de suspense inglés. Hasta aquí puedo contar por aquello de no desvelar el secreto de la función, y no hacer spoilers, palabra tan de moda en la actualidad, y que a más de uno se le da muy bien fabricarlos.

Antes de hablar de la obra en si, me gustaría contar alguna cosa sobre los musicales que creo que pueden tener interés en un obra como esta, en la que me encontré con algunos problemas que creo que se deben plantear, ya que ensombrecen la propuesta de forma notoria. 

Los códigos del musical, son abiertos, pero hay algunos parámetros de vital importancia para que como género resulte satisfactorio, y que además resultan definitorios en cuanto a lo que el musical es, y el como se nos cuenta. El libreto es primordial, una buena historia es imprescindible para que la función enganche, y aunque una buena partitura puede salvar un mal libreto, los casos en los que esto ocurre no son la mayoría, ya que la conjunción historia y música debe ser perfecta. La música debe estar para que la acción avance, siempre al servicio de la trama, nunca un adorno gratuito para que los actores se luzcan sin nada más detrás, ya que el hecho de que unos personajes se pongan a cantar en medio de una escena hablada es un convencionalismo que no nos debe resultar chocante y que requiere cierto esfuerzo por parte del espectador para creérselo, cuando la cosa fluye, es mágico, cuando no, queda en la mejor de las ocasiones raro, y en la peor inverosímil y hasta cierto punto desesperante. Cuando de repente todo se para, y un personaje se pone a cantar sin una justificación escénica, y sin aportar nada a la historia principal, entonces es cuando desconectamos y nos deja de interesar lo que está ocurriendo. Ese es uno de los problemas principales que nos encontramos en el Sherlock, en el que una partitura con números interesantes, se ve lastrada por la falta de cohesión en la historia pareciéndonos que en algunos momentos se canta porque se debe cantar, siguiendo una estructura forzada en la que falta espontaneidad y organicidad con respecto a  la acción dramática.



La partitura de Iván Macías a todas luces se merece un material literario con más enjundia, para que brille como puede hacerlo en algunos números. La obra escrita a medida de sus intérpretes se adapta como un guante a la vocalidad de todos y cada uno de los artistas que los ponen en pie, no nos olvidemos que se trata de una función en la que el todo el elenco son primeros espadas en su trabajo, de importante rodaje artístico, y gran nombre dentro de la profesión. A este respecto nada que objetar, ya que cada solista tiene su momento de lucimiento, a medida y sin fisuras, pero si miramos la partitura en su conjunto, se nos antoja excesivamente ecléctica y sin un nexo de unión, funcionando más como una sucesión de números independientes, que como una obra de teatro hilada con coherencia musical de principio a fin. Son destacables el número de apertura de la obra "Es tan inglés", con ciertos ecos de Annie en su melodía, así como el dueto de Watson y la Sra. Roberts, pura opereta en su concepción y de resolución completamente clásica. También es destacable el tema principal de El anfitrión de indudable dificultad, el tema principal de la Sra. Roberts, así como "Alma de papel" de gran belleza y buen uso de la melodía. Quizás el número que más me interesó, más allá de su ejecución puramente lírica, fue el Tango que canta Moriarty, de gran riqueza musical y espectacular resultado. El resto de los números, especialmente los de conjunto, me parecieron menos inspirados, aunque he de decir, que los problemas técnicos en cuanto al sonido, el día de mi función no me permitieron escuchar la partitura con la suficiente profundidad como para hacer un análisis más exhaustivo. 

En cuanto al libreto, los problemas se agravan. Félix Amador no acaba de pillarle el punto a lo que podemos considerar una comedia de suspense con toques dramáticos, en la que el asunto se torna farragoso a los diez minutos de comenzar el espectáculo, para ir enredándose cada vez más, hasta casi caer en lo incomprensible. Hay problemas con los vínculos entre los personajes, no muy bien definidos especialmente entre Watson y Sherlock, y Irene Adler y Sherlock, así como una ausencia de conflicto muy notoria durante la primera parte de la función, lo que lastra el texto haciendo que el interés decaiga durante un buen rato de la trama. Es de justicia reconocer que en la segunda parte la cosa mejora bastante, y empieza a vislumbrarse lo que se pretendía con la historia, pero que no acaba de rematarse de forma satisfactoria. El giro final es estupendo, y la historia tiene muchísimas posibilidades, pero se me antoja necesaria una revisión profunda, en la que manteniendo el armazón de la obra, a todas luces interesante, se reestructure todo y se le de forma a lo que parece un puñado de buenas ideas expuestas, pero que no tienen continuidad a lo largo de la función en algunos casos, y que no se ven resueltas dentro de la trama. El final, sorpresivo y bien tramado, resulta demasiado abrupto, entendiendo un servidor que se nos deberían ir dando pistas a lo largo de la función para que todo tomase sentido al final, en vez de parecer que todo lo contado hasta ese momento no nos lleva al punto al que nos quiere llevar. El recurso de un libro que se cae de forma misteriosa podría ser recurrente y definitorio si dentro de la trama ocurriesen más situaciones de ese tipo, pero al quedarse en mera pincelada no acaba de funcionar como recurso siendo una vía más de las muchas que se abren en la obra, pero que no parecen cerrarse en ningún momento. Otro problema es la superficialidad con la que los personajes son tratados, excesivamente esquemáticos, y volvemos de nuevo a los vínculos, no del todo perfilados en la trama, especialmente en el caso de Irene Adler, Watson y Sherlock. Si lo que planteo se modifica, y se integran los números en la trama de forma fluida, el material puede tener mucho más interés a nivel teatral del que tiene, ya que la historia puede dar sin duda mucho más de si de lo que da.



 

Vayamos con el elenco.

Obviamente con un plantel de artistas como el que el espectáculo tiene, la apuesta a nivel artístico no podía fallar, y salvo alguna excepción, todos se encuentran a un elevado nivel musical e interpretativo.

Julia Möller y Enrique del Portal como la Señora Roberts y Doctor Watson respectivamente: 

Ambos actores se encuentran en el punto justo de sazón en sus respectivos personajes cumpliendo sin problemas en todas las disciplinas. Möller brilla mucho en la parte vocal, con un intenso número impecablemente servido en el que la expresividad y la entrega fueron la tónica, muy emotiva y solídisma, como es habitual en ella, se encuentra en un momento de madurez artística realmente interesante que ya empezamos a vislumbrar en "La Familia Addams" y que sin duda cada vez se encuentra más presente. Deliciosa en lo actoral, con una vis cómica muy pronunciada, consigue sacar lo mejor de un personaje que no acaba de encajar en la historia, pero que Möller aprovecha con sentido del humor fino y muy inglés. Del Portal en su línea de avezado actor de musicales, ofreció una lección de veteranía sobre las tablas, demostrando una vez más su faceta de todoterreno, en la que lo mismo baila tap, que canta sin el menor problema lo que la partitura exige, como nos ofrece las dosis justas de naturalidad y retranca imprescindibles para llevar a su personaje a buen puerto. De hechuras clásicas en su composición, con un gran sentido de la escucha, y de enorme química con Möller, solo me faltó un número suyo solo como tiene el resto del elenco. El dueto fue uno de los momentazos de la noche, y una de las partes más disfrutables de la función, algo en lo que sin duda nuestros dos artistas tienen mucho que ver, que supieron aportar lo mejor de si mismos en sus respectivas creaciones. 

Josean Moreno, como El Anfitrión:

Moreno es una de las voces más importantes dentro del mundo de los musicales patrios, creo que eso es indudable, y su interpretación se debe considerar de calidad, en la que un instrumento grande, matizado, de personal timbre y gran facilidad en la zona aguda, brilló mucho en su tema principal, difícil de cantar, sin apenas esfuerzo por parte del artista, y de impactante resultado. Correcto en lo actoral, quizás debería dejar un poco atrás su Barber de "El Médico", que parece pulular en exceso por su personaje, aunque no molesta en absoluto, pero quizás le resta un poco de profundidad al papel, papel a medias entre maestro de ceremonias y catalizador de la historia. De gran presencia escénica y muy seguro, se mostró como el gran activo que es dentro de la función, mandando en sus escenas tal y como el texto pide. 


Enrique Ferrer, como Moriarty.

Ferrer, de sobra conocido en los ámbitos líricos, retorna al musical después de unos cuantos años, tras su rotundo Piangi en la producción de "El fantasma de la ópera" estrenada en 2002. Ferrer, de tesitura lírico-spinto, acostumbrado a los grandes roles operísticos y de zarzuela, logra sin problema adaptarse a las exigencias de la partitura, en un conseguido código mixto, más lírico para ser sinceros, que se ajusta perfectamente a lo que el papel pide. Atronador, de exquisito fraseo y gran expresividad, se lució mucho en su número principal, uno de los más ovacionados de la noche, así como en el dúo con Sherlock Holmes igual de impactante en su resolución. Se vislumbra un gran trabajo detrás de lo que ofrece, en el que el cambio de código interpretativo no se acusa en ningún momento, sonando la voz perfecta y sin la menor fisura. Actoralmente, elegantísimo y con hechuras de galán clásico, se me antoja muy adecuado como la figura que tenemos en mente de Moriarty, templado y sin estridencias, dentro de un papel que podría dar lugar a excesos varios o lecturas maníqueas, algo que aquí no es el caso. 

Talía del Val, como Irene Adler.

Estupenda en lo vocal, en un código menos lírico al habitual, y que le sienta estupendamente bien a nuestra artista, en un personaje de tesitura más central de lo que me esperaba, y que defiende de maravilla en su tema principal. El timbre metálico que se podía apreciar en anteriores trabajos ha desaparecido, tornándose su voz más aterciopelada, y de mejor resolución en el agudo, siendo su evolución vocal en todos estos años muy interesante, y que creo que en este Sherlock es donde va encontrando su sitio ideal para afrontar el repertorio que mejor se adecúa a sus características como cantante. Actoralmente correctísima, y lastrada por el libreto, que no detalla en absoluto la enigmática personalidad de la única mujer que le robó el corazón a Sherlock Holmes. Del Val intenta apurar al máximo las pocas posibilidades dramáticas del papel, y dentro del material que le ha tocado en suerte saca lo mejor del personaje, lástima que se vea desaprovechada dentro de la historia, siendo casi una leve pintura del personaje original. 

Daniel Diges, como Sherlock Holmes.

Diges no acaba de encontrar el sitio en un papel que en lo actoral le viene sorprendentemente grande, y que no remata en ningún momento de forma satisfactoria. La propuesta inicial no se mantiene, en la que una corporalidad muy específica se va diluyendo poco a poco para que el personaje vaya desapareciendo para aflorar Daniel Diges haciendo de si mismo. Tengo la sensación de que se ha visto un poco apabullado por tener que enfrentarse a un personaje tan icónico, quedándose a medio gas, y con cierto aire de desamparo en escena, en el que la falta de recursos interpretativos, en algunos momentos es muy notoria. Hay problemas con los brazos, que nuestro artista no sabe que hacer con ellos, y hay problemas de concepción psicológica del personaje, que se vislumbra planísimo, carencias del libreto aparte, y en el que eché de menos una interpretación más carismática y sobre todo alejada del Daniel Diges que todos hemos visto ya. No se nos debe olvidar que nos encontramos ante una obra de teatro en la que se debe realizar un papel, más allá de lo que conocemos del intérprete, y eso tristemente aquí no se ha podido corregir. En lo musical no acaba de aparecer la entidad necesaria hasta el final del espectáculo, ya que el instrumento de nuestro actor cambia en exceso de color y estilo a lo largo del espectáculo. En su último tema, "Alma de papel" si que vi el genio de Daniel Diges, y si que vislumbré todo lo que puede ofrecer, si consiguiera desprenderse de ciertos vicios la cosa fluiría de otra manera a todo lo largo del espectáculo, quedándose en su caso en una interpretación en exceso deslavazada, con un personaje difuso y que necesita de una buena revisión a nivel actoral y de dirección. 




José Luis Sixto firma el espectáculo y se encuentra con algunos problemas, en los que obviamente el libreto tiene mucho que ver, resultando muy complicado hilvanar el espectáculo que parece algo inconexo, y sin una línea definitoria.  No acaban de funcionar del todo las atmósferas pretendidas, algo que los problemas técnicos (luz y sonido) sin duda no favorecen que sea así. Se deben mejorar las transiciones, algo premiosas, y algunos momentos en los que las coreografías de Federico Barrios no se encuentran bien integradas, especialmente aquellas que se encuentran en segundo plano. A nivel actoral se parte de un código natural, alejado de la afectación, que funciona, salvo en el caso de Diges, y quizás unas acciones escénicas más marcadas facilitaría el trabajo a los actores que en algunos momentos parecen estar un poco perdidos en escena, sin saber muy bien que hacer. También entiendo que el factor rodaje será determinante a la hora de valorar el espectáculo en su totalidad, ya que la función del pasado sábado se me antojó todavía muy verde de cara al estreno. Intentaré volver a ver el espectáculo más adelante para ver su evolución, pudiendo ser muy interesante el camino que se tome. 

Debo hacer una mención especial al pianista del espectáculo, el propio Iván Macías, que acompaña a la perfección a los artistas en escena, y que está muy bien integrado en la función, de forma ingeniosa y divertida.  El resto de la música se encuentra pregrabada, como es la tónica en los últimos musicales que he visto, y la verdad es que se acusa cierta falta de frescura  debido a ello.


 

En resumen, una propuesta en la que un elenco entregadísimo, y de elevado nivel, apuesta por un espectáculo que aun teniendo muchas posibilidades no acaba de encontrar una línea definitoria, que creo que sería crucial para que todo se ajustara de la forma adecuada, y que de esta manera se pudiera considerar la propuesta como redonda, y en la que se demuestra que en el musical no solo de cantar se trata, si no de muchas cosas más. 

Me gustaría finalizar la crítica diciendo que el empeño por llevar a cabo un musical en estos tiempos es sin duda de agradecer, y así se debe entender el riesgo que conlleva, a este nivel el esfuerzo debe ser valorado, y sin ninguna duda es meritorio, esperemos que tras este Sherlock vengan muchas obras más. El teatro en estos momentos es una de las vías de escape más necesarias que tenemos para salir de la tristeza general en la que nos encontramos, si encima de musicales hablamos, la labor de evasión que el género ofrece  todavía resulta mucho más necesaria, así que sigamos con los musicales, que los espectadores lo agradeceremos profundamente. 

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miércoles, 2 de octubre de 2019

Ghost, El Musical, Alguna Cosas Mejor No Tocarlas.

Ayer asistí al estreno de Ghost, el musical en el Teatro Gran Vía, y más allá del oropel de lo que un estreno significa, salí preocupado del teatro, porque ante la función que presencié recordé la deriva que tomó el genero musical hace un tiempo, y tuve la sensación de estar presenciando algo que un servidor ya vivió no hace tanto tiempo.
Hace unos años, hubo en nuestro país un segundo boom de los musicales, a principios de los 2000. En pocos años la cartelera madrileña se llenó de obras que llevaban la apostilla "el musical" en su título, y que resultaban francamente deficientes en infraestructura, y en algunos casos nivel artístico. Apuntarse al carro de los musicales es muy goloso, si la cosa sale bien los beneficios son grandes, pero si la cosa sale mal, las pérdidas son enormes. El problema estriba cuando se quiere gastar poco y ganar mucho, ofreciendo productos que no se encuentran al nivel de lo que cuesta una entrada. En el segundo boom musicalero que comento mas arriba, en dos o tres años este tipo de producto copó los teatros, y el público se cansó, porque la primera vez cuela, una segunda quizás, pero a la tercera definitivamente ya no, teniendo como resultado unos cuantos descalabros de taquilla en algunos casos merecidos, y en otros completamente injustos, ya que al final pagaron justos por pecadores. Este tipo de producciones son especialmente dañinas para la industria, afectan a los productos de primer nivel, consiguen perjudicar la imagen del género, y en consecuencia, si ya el espectador medio se lo piensa antes de pagar lo que cuesta un musical, después de una experiencia negativa, se lo pensará mucho más a la hora de volver a otro. 
Nos encontramos en un momento peligroso. Madrid rebosa musicales, la competencia es enorme, y las calidades diferentes. Se debe luchar para afianzar la industria, en vez de pensar en el pan para hoy y el hambre para mañana se debe pensar a largo plazo, y sobre todo, se le debe dar al espectador CALIDAD, para formarlo en el género, y que realmente se aficione. Solo hay una forma de hacer esto, honestidad y amor por el teatro. Si queremos jugar en primera división hay que arriesgar, si no se puede hacer, mejor dedicarse a cosas más pequeñas y realizadas con esmero, porque estimados lectores el respetable no es tonto, y al final lo que parece ser la gallina de los huevos de oro cierra el grifo a velocidad vertiginosa, y es cuando empiezan los problemas para todos.



Ghost, el musical, con música y letra de Dave Stewart y Glenn Ballard y libreto de Bruce Joel Rubin, se estrenó en Londres en  2011 y Nueva York en 2012, siendo su trayectoria irregular en ambas ciudades, no resultando lo que planteo un problema para que la función lleve ya un largo recorrido alrededor del mundo , siendo presentada en múltiples países e idiomas.
La idea es añadir canciones a la icónica película de 1990, siendo lo más fiel posible, sobre todo en la estética, al material original. Reconozco que empiezo a estar un poco cansado de las adaptaciones musicales de películas, y que en algunos casos me parecen innecesarias, siendo especialmente palmario lo que planteo en Ghost.
El libreto, muy desequilibrado, y forzado en las partes humorísticas, no consigue captar la esencia de la película, simplificando y esquematizando los personajes hasta dejarlos tan planos, que no parece haber nada que los haga parecer humanos, más allá de una serie de clichés repetidos hasta la saciedad en otros textos y con mayor fortuna, por cierto. Falta cohesión en cuanto a las escenas, y el libretista parece más preocupado por hilar las escenas de la película, que ojo tampoco se siguen del todo, que de plantear el carácter de cada personaje, simples y primarios en su comportamiento, y en su forma de hablar, algo que no sé muy bien si es culpa de la traducción, que en el programa de mano no viene acreditada. La sensación es la de un libreto poco trabajado, y de pobre factura que lastra poderosamente el espectáculo en toda su extensión.


La partitura se mueve en los mismo parámetros que el libreto, y no aporta mucho más a la obra, que el mero hecho de que se canta, en una obra en la que realmente no hace falta cantar. Hubiese encontrado de más interés que se hiciera una obra de teatro sin música basada en la película, que no un musical en el que se cuenta muy poco en los cantables, y que lastra igualmente el espectáculo que el texto. A excepción de las dos canciones de Molly, el resto de la partitura es una sucesión de números de factura ramplona, y poco inspirada, que busca el sentimentalismo fácil, sin llegar conseguirlo, con poca fuerza y muy poca intensidad dramática, a ello hay que añadir que los personajes cantan pasajes triviales de escaso interés, y cuando parece que no toca cantar. La partitura no es capaz de plantear aquello que define al musical como género, es decir que avance la acción dramática, que se defina la psicología de los personajes y que se potencie el conflicto o la emotividad. Me faltaron números de conjunto potentes y con enjundia, en una partitura, plagada de agudos gratuitos para buscar una intensidad de forma artificial, y con cierto aire a prefabricado que no cuaja por ninguna parte. 


Vayamos con el elenco.
Dentro de los secundarios cabe destacar a Esteban Oliver como el fantasma del hospital, que aporta mucho oficio a un número discutible dentro del espectáculo, y de comicidad muy mal entendida. Oliver sale airoso luchando de forma admirable ante lo que le ha tocado en suerte y defendiéndolo con uñas y dientes. No tan afortunado se encuentra Óscar Albert como el fantasma del metro, que no es capaz de hincarle el diente al rap que le ha tocado en suerte, y que además de quedar como un parche dentro de la obra, no está resuelto de forma satisfactoria, traducción incluida. Entiendo que un artista de otras características y que conozca el rap sería más adecuado, algo de lo que sin duda Albert no tiene culpa.

Ela Ruiz, como Oda Mae.
De lo mejorcito del espectáculo, y la que mejor salva los trastos dentro del elenco. Ada Mae es un bombón, que Ruiz aprovecha al máximo, tanto en la disciplina actoral como en la musical, siendo en conjunto la más matizada de los actores, y la única que juega con el texto, aportando frescura y grandes dosis de intuición. Sus escenas funcionan gracias a un buen desplante escénico, y cierto ritmo en los parlamentos, algo muy de agradecer en una función tan atropellada como esta. Musicalmente deliciosa, con un instrumento potente con el que juega a placer, y que saca todo el jugo al material musical que le ha tocado en suerte. La voz brillante y bien colocada, resuelve perfectamente todos los pasajes, algo que no es ninguna broma ya que el papel no es nada fácil a nivel musical. 

Christian Sánchez, como Carl.
Planísimo, y con muy poco carisma para dar vida al malo de la función. Sánchez no acaba de pillarle el punto a su personaje, que pasa muy desapercibido, y que en vez de destilar maldad, casi nos produce pena en su desesperación en un código excesivamente blando, y algo impostado que no le hace mucho favor al personaje. Me sorprende ver a Sánchez tan perdido en su papel, e intuyo que es un problema de dirección que no le ha dado la clave a seguir para que el villano de la historia no resulte satisfactorio, ya que visto su trabajo en otras producciones resulta solvente y adecuado. Vocalmente se encuentra verde para afrontar papeles cantados, siendo el sonido peligrosamente de garganta, y con matices opacos en la zona aguda. En la zona media se defiende mejor con un bonito color atenorado, que tristemente, se da de bruces con el carácter del personaje. 

Roger Berruezo como Sam.
Berruezo en la misma línea actoral de Sánchez, adolece de cierto aire de trabajo rutinario, y poca implicación emocional en sus parlamentos, me costó creerme su papel, poco matizado, y en el que muchas frases son dichas de paso, sin el menor atisbo de intención. Seguimos con la falta de carisma que más arriba planteo, y que en este caso es primordial, ya que una de las cosas que llevó la película al estatus de mítica fue el carisma de sus protagonistas, y la química existente entre ellos, química que no vi por ninguna parte en la función, especialmente entre Molly y Sam. Vocalmente afronta el papel con problemas difíciles de solventar, deficiente afinación, mala colocación del falsete, y una agudo atacado en un puro grito, que consiguió que me echara las manos a la cabeza en algunos momentos bastante comprometidos, y que empobrecen muchísimo un trabajo que necesita de una buena revisión en lo musical. 

Cristina Llorente, como Molly.
Llorente también salva los trastos, gracias a su entrega en lo actoral, deliciosa y delicada a partes iguales, y cargada de sensibilidad, controlando también los tiempos escénicos mejor que sus compañeros. El papel es ingrato, ya que no tiene mucha chicha actoral, pero Llorente nada afectada aporta frescura y naturalidad ofreciendo todo lo que el personaje pide, ni más ni menos. Musicalmente delicada, y con muy buen gusto, supo dotar a sus dos números principales de la suficiente calidad como para que se pueda decir que fue de lo mejorcito de la noche. Estupenda en el fraseo, fue de las pocas a las que me creí cuando estaba cantando, siendo su trabajo en general acertado y redondo. 

Conjunto correcto, aunque escaso en número,  con buenas voces en el coro, y muy desaprovechado en unas coreografías bastante gratuitas, llenas de saltos y acrobacias que no van mucho con el espíritu de la función, y que me parecieron excesivamente simples para los parámetros a los que estamos acostumbrados en el mundo del musical.  Algo de lo que obviamente ellos tampoco tienen culpa, ya que es una cuestión conceptual, y no de ejecución. 


Vayamos con la dirección escénica.
Federico Bellone firma la producción, y lo hace con bastantes problemas. El primero de todos es un concepto equivocado en no pocas escenas, que parecen estar dirigidas en sentido completamente opuesto al indicado. A ello hay que añadir que todos los textos están dichos de forma frenética, sin intención y sin matices, una cosa es el ritmo, y otra es correr los textos. La función parece atropellada, incluso confusa en el inicio y no del todo lograda en sus transiciones, sirva como ejemplo la anticlimática muerte de Willy, que produce más desconcierto que impacto. A todo ello hay que añadir un sentido del humor que no acaba de cuajar en muchos momentos, solo funcionando a este nivel las escenas de Oda Mae, resultando en otros momentos inoportuno y que rompe totalmente el tono de la función, que no parece tomarse muy en serio el material original, mucho más equilibrado a todos los niveles, que el musical. 
Esteticamente el espectáculo se ve modesto, en algunos casos excesivamente modesto, y la factura no me parece del nivel esperado, ya que con excepción de la escena del metro, el resto de los cambios están resueltos de forma excesivamente sencilla, para los parámetros que se le supone a un musical de primer nivel. La función se sustenta en una serie de trucos escénicos resueltos con diferente suerte, en algunos casos ciertamente sorprendentes, pero en otros de forma muy deficiente. Un oscuro para que aparezca un personaje en escena no sé si tan siquiera se puede llamar truco escénico, o una desaparición en la que se ve como se están llevando al actor del escenario, me parece desafortunadísimo y que resta magia teatral al espectáculo. 
En general me parece que falta hilar más fino a todos los niveles, ya que el resultado parece el de un espectáculo realizado de forma apresurada, y poco cuidadoso, en el que a mi entender se le ha dado importancia a cosas menores, y descuidado asuntos de vital importancia para que el resultado sea el ideal.
Tristemente nos encontramos ante una función fría, y que desde que empieza hasta que acaba parece prefabricada, sin alma dentro, y en la que la falta de organicidad y capacidad para conmover al respetable son la tónica.
Creo honestamente que Ghost no es el camino que debemos seguir en cuanto a musicales, hay que apostar por buenas propuestas a todos los niveles, se debe cuidar el nivel musical de las funciones, y sobre todo mimar el acabado final de los espectáculos, algo que va más allá del grado de modestia de la función, a veces no es una cuestión de dinero, es de calidad y sobre todo enjundia en el trabajo.


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jueves, 27 de junio de 2019

Bollywood, Colours Of India, Pasaje A La India En Technicolor.

El fenómeno Bollywood reconozco que se me escapa. En España, la comunidad india no se encuentra tan asentada como en otros países del mundo, y nos parece algo muy remoto y ciertamente pintoresco. El hecho de que los argumentos de las películas realizadas en Bombay sean siempre el mismo, con ligeras variaciones, ya de por si nos resulta complicado de entender, algo que supongo que tendrá que ver con entender los códigos del género, y la cultura de masas en La India. La cuestión está en que la industria cinematográfica india mueve unas cifras astronómicas de dinero, y millones de personas caen rendidas a los pies de una coreografías realmente espectaculares, y en las que el trabajo que se encuentra detrás es indudable. Por tanto, digo yo, que algo tendrá el agua cuando la bendicen, y si realmente  Bollywood apasiona tanto y de una forma tan arrolladora, no es cuestión de desdeñar un fenómeno que cada vez tiene más adeptos alrededor del Globo, sino más bien de acercarse a él, con ánimo desprejuiciado y afán de aprender. Nunca había visto un espectáculo Bollywood en directo, obviamente si escenas sueltas de algunas películas, creo que como todo hijo de vecino, y siempre me asombro ante lo que veo, por su precisión casi acrobática, y su cromatismo un tanto apabullante y ciertamente exótico para el espectador occidental.
Me surgió la oportunidad de asistir a "Bollywood, colours of India" en el Gran Vía, y la verdad es que no me lo pensé dos veces, la curiosidad me podía, y ciertamente la experiencia no defrauda, como iré narrando a lo largo de esta crónica.


"Bollywood, Colours of India" viene a Madrid por segunda vez, pasando por el Gran Vía el verano pasado con gran afluencia de público, algo que intuyo que se repetirá en este pequeña temporada que tuvo su noche de estreno el pasado martes, y que estará en cartel hasta el próximo domingo.
El show, creado, coreografiado, y dirigido por el artista indio Sunny Singh, tiene un único y efectivo propósito, divertir al respetable, con una sencilla historia de amor como hilo argumental, que sirve de pretexto para una sucesión de números musicales y coreográficos al más puro estilo del cine de Bombay.
En la función se nos cuenta el clásico "chica conoce a chico" con la variedad que la chica en cuestión forma parte de una de las familias más  pudientes y poderosas del lugar, mientras que el chico es un humilde campesino, algo que obviamente a la familia de la chica no le hace ni la más mínima gracia. Después de muchas aventuras, ataque de cuernos y elefante incluido, las aguas se van amansando, con el consabido final feliz que se le presupone al género.
El show practicamente no tiene diálogos, más allá de lo imprescindible para la comprensión de la trama al principio, mientras se nos cuenta la historia con una ligera dramaturgia, en la que lo visual es el pilar en el que se sustenta todo el espectáculo.



Hablemos del elenco:

El espectáculo consta de diez bailarines más las pareja protagonista, y sirve una función de altura en la disciplina de danza, siendo cada número un auténtico desafío que va subiendo de intensidad a medida que avanza el espectáculo. Se puede hablar de perfecta compenetración en el conjunto, que no solo domina la danza tradicional india, sino en algunos casos las acrobacias, y el baile netamente urbano con reminiscencias del célebre "breakdance" en algunos momentos, siendo el resultado a este respecto altamente satisfactorio y de gran vistosidad. 


La pareja protagonista, Suresh Singh como Surya y Kritika Thakur como Radha, se encuentran a la altura de las circunstancias, siendo un auténtico duelo la función entre los dos, en la que cada uno de muestra sus facultades, estupendas es la verdad, en los complicados números que se suceden en escena. Thakur todo delicadeza y candor, resulta hipnótica con un movimiento de brazos de personalísma resolución y eficacia escénica. Su compañero y estrella absoluta del show resulta energético y entregado en grado sumo, siendo su gran baza una espléndida presencia escénica, carismática y muy bien aprovechada por nuestro bailarín, al que se le ve disfrutón, cómodo, y que se mueve como pez en el agua en las diferentes escenas y coreografías. Siendo en líneas generales el trabajo de los dos protagonistas de la función altamente satisfactorio, y dentro de los cánones a los que estamos acostumbrados en el género Bollywood. 


Vayamos con la propuesta escénica:

Suresh Singh, no se anda por las ramas, creando una show marcadamente visual, y de espíritu cosmopolita, para captar a todo tipo de público independientemente de su nacionalidad. Nos encontramos ante una producción modesta, pero bien presentada, con varios puntos a tener en cuenta, visualmente tiene momentos realmente logrados, con un buen diseño de luces que acompaña perfectamente cada escena. Nos encontramos ante un espectáculo de gran vistosidad, con un vestuario colorista y de raíz folclórica que resulta de indudable atractivo para el espectador neófito, como es mi caso. La función destila cierto encanto naif que resulta delicioso en su inocencia, y un exotismo ligeramente kitsch, obviamente a nuestros ojos occidentales, que no deja de tener su interés tanto como para el aficionado al género como para aquellos que quieran tener un primer acercamiento al universo Bollywood. 
Suresh Singh, lleva a cabo un espectáculo bien tramado, con unas escenas bien hiladas, al que quizás por rizar el rizo, le sobran un par de números que alargan un poco la leve trama argumental. El show se ve con agrado, y se mueve dentro de unos niveles de calidad más que dignos, aprovechando muy bien los recursos que se tienen, y que resulta satisfactorio en su acabado formal, dándole al respetable exactamente aquello que pretende, un sencillo divertimento, muy dinámico, con el que pasar una agradable tarde de teatro, diferente y de exótica impronta. 


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martes, 15 de enero de 2019

El Jovencito Frankenstein, El Monstruo Canta.

Esta temporada cargada de musicales, sin duda es una de las más apetitosas para los aficionados al género, siendo la oferta variada y amplia. Hay títulos para todos los gustos, y de todos los colores, y la verdad es que me he propuesto ver la mayoría de lo que se está representando, ya que me interesan la mayoría de las obras en cartel. El pasado sábado le tocó a "El Jovencito Frankenstein", una partitura que me gusta muchísimo, y un musical de grandes posibilidades que vi en Londres el año pasado y que me encantó, no solo por su música, sino por el concepto del espectáculo en si.
"El jovencito Frankenstein" se estrenó hace unos meses, pero quería esperar un tiempo antes de verla, ya que conociendo el material original, me pareció que el rodaje era crucial para el buen funcionamiento del espectáculo. Así que decidí ver la función a la vuelta de las vacaciones navideñas para hacer un poco más llevadera la vuelta a la normalidad, encontrando este título perfecto para ello por su carácter cómico y netamente ligero. El sábado pasado me acerqué al Gran Vía con buen ánimo, y dispuesto a pasármelo bien, algo que sin duda ocurrió como iré narrando en la siguiente crónica. 




"El jovencito Frankenstein" con música y letras de Mel Brooks y libreto del propio Brooks y Thomas Meehan, se estrenó en Broadway el ocho de noviembre de 2007, representándose en Londres por primera vez en 2017, conociendo a su vez diferentes producciones a lo largo del mundo.
Brooks sirve una comedia musical a la antigua usanza en cuanto a la partitura, con un regusto al Broadway más clásico que recuerda en no pocos momentos a Jerry Herman en su concepción musical, y donde una música vibrante, pegadiza y con elegantes melodías son las señas de identidad de la composición. La obra de gran dificultad para la mayoría de los intérpretes, precisa de cantantes de técnica mixta, en las dos protagonistas femeninas, ya que los trinos, y sobreagudos campan por doquier, especialmente en el personaje de Inga, moviéndose el resto de los personajes entre los actores-cantantes, con sólida técnica, y considerable control del instrumento vocal. 
Le salió al bueno de Brooks una obra redonda y francamente disfrutable, y con mucho brillo orquestal y vocal. Hay que destacar un magnífico arreglo para el célebre "Puttin´ On the Ritz" de Irving Berlin, que se cantaba, en su versión original, en la película en la que se basa el musical, y que sirve como declaración de intenciones sobre el aire clásico de la obra en su concepción musical, que apuesta por el sabor de otros tiempos, convenientemente remozado para los gustos de hoy en día. 
El libreto es conocido, nos cuenta lo mismo que en la famosa película de Mel Brooks, en mi humilde opinión su mejor film, y en la que homenajea los títulos de terror clásico de la Universal, tanto en su estética como en su código interpretativo. Brooks nunca se ha caracterizado por lo sutil de su humor, mas bien es un genio de la sal gorda, y este Jovencito Frankenstein pasado por el tamiz del musical, no podía ser menos, siendo la obra igual de irreverente que la película en algunos gags, y donde los dobles sentidos, y a veces no tan dobles, trufan un texto divertido y trepidante de principio a fin, que es pura comedia cómica, sin concesiones a lo politicamente correcto, y que aúna a la perfección los chistes del texto con los gags visuales.



Vayamos con el elenco, equilibrado en grado sumo, y muy bien elegido en líneas generales:

En la obra nos encontramos con varios papeles de pequeña extensión, pero que requieren de una buena ejecución para el buen funcionamiento del espectáculo, a este nivel, el conjunto sirve las pequeñas partes a la perfección, destacando Pitu Manubens como el Inspector Hans Kemp y el ermitaño, que posee un comprometido momento musical, resuelto sin problemas por Manubens. En ambos personajes se encuentra en el código perfecto que requieren, poniendo especial énfasis en el aspecto corporal de los mismos.

Albert Gracia como El Monstruo.
Gracia ofrece una estupenda creación, de esforzada ejecución, que resulta altamente satisfactoria en la parte interpretativa, dotando al personaje de gran entidad, y funcionando sus gags a la perfección, el número con su sombra durante "Puttin´On the Ritz" traducido como "Vístete de frac" resulta uno de los momentos de la función, y aprovecha al máximo su parte cantada al final de la obra, junto a Elizabeth, que resultó de gran belleza y ecos líricos, con bella voz de barítono y gran sensibilidad en su interpretación. 

Teresa Vallicrosa, como Frau Blücher.
Vallicrosa, dentro de la calidad a la que nos tiene acostumbrados, sirve una Blücher de manual, donde los gestos son clavados a los de Cloris Leachman en la película, y que resulta tremendamente sólida en su faceta actoral. Musicalmente cumple sin problemas en un papel que vocalmente se ajusta muy bien a sus características vocales, y que resuelve con aparente facilidad. Vallicrosa no defrauda en uno de los papeles mas recordados de la película, dejando bien claro que la necesidad de unos buenos secundarios para el buen desarrollo de un espectáculo es crucial. 

Cristina Llorente, como Inga.
Una de las mejores intérpretes del espectáculo sin ninguna duda es Llorente, que resulta adecuadísima para el difícil rol que le ha tocado en suerte. Inga tiene varios momentos de considerable dificultad en lo musical, y precisa una actriz con buenas dotes para la comedia. Llorente las da todas, resulta magnífica en el difícil "Un paseo en un carro de heno" su número estrella, cantado de forma perfecta incluso en sus notas mas extremas, y dentro de la forma física que Inga requiere, que no es ninguna tontería. Actoralmente me pareció deliciosa, con la consabida sensualidad que se le presupone, derrochando naturalidad y comicidad a partes iguales, y cargada de intención en sus chistes. La Inga que nuestra actriz plantea nos apetece llevárnosla a casa, siendo el resultado altamente satisfactorio en su conjunto.

Jordi Vidal, como Igor.
Le ha tocado a Vidal otro de los grandes personajes del show, cumpliendo también de forma adecuada en todas sus facetas. Nuestro actor posee un bonita voz de tenor que controla sin problemas, y que resulta muy grata al oído, afinadísimo en todo momento y ajustadísimo en la orquesta en el dúo con Frederick, uno de mis momentos favoritos de la función. Actoralmente en un código también muy físico, resulta gracioso en grado sumo, en un trabajo que destaca por su entrega, y el regusto al más puro Broadway que destila, aportando frescura y comicidad a un papel complicado, y cuyo referente se encuentra por motivos obvios en Marty Feldman, algo que en este caso no va a la contra de Jordi Vidal, ya que hace el papel suyo por derecho propio, de forma inteligente y más que correcta.

Marta Ribera, como Elizabeth Benning.
Soy muy de Ribera, reconozco que me encanta su forma de hacer, siempre personalísima, y en un código muy reconocible. Elizabeth no es el papel que quizás mejor se ajuste su vocalidad, por tanto lo que nuestra actriz hace es llevarla a su terreno en lo musical, desprendiéndose del poso lírico del papel, para adecuarlo a su voz y técnica, nada que objetar al respecto, cuando se hace bien, como en este caso ocurre. Ribera y su habitual arrollador desplante escénico me fascinaron, donde un trabajo con hechuras de primera actriz, cargado de comicidad y mas que sobrados recursos fueron la tónica. Si hay algo que valoro en un artista es la singularidad, algo que en este caso es una gran baza dada la carismática creación de nuestra actriz, que después de su primer número, desopilante por cierto, ya estamos deseando que vuelva a aparecer en escena. 

Natxo Nuñez, como Frederick Frankenstein.
Nuñez, sólido y entregado, me resultó una agradabilísima sorpresa, ya que no le conocía. Frederick resulta agotador como personaje, ya que practicamente se encuentra en escena toda la función, teniendo muchos números musicales por delante, y no pocas escenas habladas. Nuestro actor supo dosificarse de forma muy inteligente, llevando a cabo un trabajo vocal impoluto, y un contenido trabajo actoral que le va estupendamente al personaje. La voz es bella y bien timbrada, cargada de musicalidad, y cumple sin problema con las exigencias musicales del personaje. En la parte actoral, lacónico y muy seguro, dota de gran entidad a un papel nada fácil, llevado a cabo con gran desenvoltura y pasmosa facilidad. 



Conjunto perfecto en una obra difícil, en la que se debe cantar y bailar a un nivel considerable, así como dominar el claqué. Todos los componentes del coro se mueven como pez en el agua, y los diferentes papeles cantados se ven perfectamente servidos. Es destacable el "Wellcome to Transylvania" cantado a capela de forma absolutamente espectacular, así como "Puttin´On The Ritz" con su correspondiente bajada de escalera, y de brillante resolución. Resultan muy cómicos como transilvanos de pocas luces, resultando el complemento perfecto a la trama. 

Julio Awad al frente de la orquesta ofrece una lectura más cercana a la de Broadway que a la de Londres en los arreglos, de gran elegancia y con gran sabor teatral. Awad controla los tiempos a la perfección, llevando a cabo una lectura trepidante, y de gran efectismo escénico en algunos momentos, especialmente la escena en la que El Monstruo vuelve a la vida. Awad con gran experiencia en musicales, saca toda la chicha posible a un partitura en la que hay que saber exprimir  la espectacularidad que ofrece, y mantener el indudable sabor clásico que destila, algo que sin duda nuestro maestro consigue, aligerando muchísimo el espectáculo, siendo consecuencia de ello que se nos pase en un suspiro la función y que en ningún momento decaiga a nivel musical. 



Esteve Ferrer dirige el espectáculo saliendo airoso y metiendo en cintura una función de gran complejidad, donde las transiciones, y el ritmo son cruciales para que el resultado sea el óptimo. Ferrer opta por una propuesta frenética en el texto, que resulta adecuadísima, en la que los chistes se encajan de forma correcta, algunos de ellos pasado por el tamiz cañí, para hacerlos mas asequible al público patrio, y respetando los momentos mas míticos de la película original, no nos olvidemos que muchos, entre los que me incluyo, nos sabemos los diálogos de memoria. Cada actor se mueve en un código muy específico y muy bien definido, que se complemente perfectamente dentro del conjunto, y muestra un trabajo muy detallado en las pequeñas pinceladas con las que sazona el texto. Se nota que ha dejado hacer a sus actores, que disfrutan mucho en sus respectivos papeles, aportando cada uno detalles suyos que enriquecen mucho las interpretaciones. Ferrer conoce bien el material que tiene entre manos y sirve una función en la que la comedia basada en el gag físico tiene mucha importancia, y donde ni un solo texto se dice de pasada, siendo el resultado divertido, ágil y muy fresco. 
Las coreografías corren a cargo de Montse Colomé, siendo muy adecuadas y en algunos casos notables, como en el anteriormente citado "Puttin´On The Ritz".
Felype de Lima encargado de la escenografía y de los figurines, ofrece un espacio escénico funcional, y quizás menos inspirado que el de "La Familia Addams", a este nivel, reconozco que me gustó más la propuesta londinense, basada en unos efectivos telones pintados, que daban un sabor muy especial al espectáculo, resultando la propuesta de Madrid un poco mas impersonal en ese aspecto. Juanjo Llorens cumple con las luces dentro de la calidad a la que nos tiene acostumbrado, moviéndose el espectáculo siempre en nivel alto a pesar de los "peros" que planteo, y que no son relevantes.




En resumen, "El jovencito Frankenstein" no engaña, nos da exactamente todo lo que tiene, es decir, humor, buena música, un espectáculo vistoso, y una agradabilísima velada de teatro musical, que se deja ver sin complicaciones, y de forma más que placentera, y con un correcto acabado que no hace más que confirmar que los musicales han venido para quedarse de forma definitiva en nuestras carteleras.


 

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** Como nota aclaratoria decir que las fotos que acompañan esta crítica no se corresponden en su totalidad al elenco al que se hace mención.

Me gustaría dedicar esta crítica a la memoria de Carol Channing, la gran diva de Broadway que hoy 15 de enero de 2019 nos ha dejado. Bye Bye Dolly!! 




viernes, 4 de mayo de 2018

Jesus Christ Superstar, El Ocaso de Los Dioses.

Hace un par de meses saltó la bomba, Ted Neeley, el mítico Ted Neeley, venía a Madrid a cantar Jesucristo Superstar a los 74 años nada menos. El espectáculo se está llevando a cabo en el Teatro de la Luz Philips, aunque para mi es el Teatro Gran Vía de toda la vida. Un servidor es mucho de leyendas y mitos, reconozco que me gusta ver a los grandes aunque ya se encuentren en sus horas mas bajas, y siempre miro con admiración y respeto a las viejas glorias. No podía dejar pasar la ocasión y el mismo día que salieron a la venta las entradas me apresuré a sacarlas antes de que las mejores volaran, logrando una suculenta fila dos que me iba permitir ver a uno de mis mitos personales sin perder ripio.
Neeley forma parte de mi vida desde que descubrí JCS en mi temprana adolescencia, y fue mi primer Jesucristo, ya que mi referente no pasaba en ese momento por Camilo Sesto. Sin duda la película en la que Ted vio inmortalizado su papel fetiche forma parte de la cultura popular, y es reconocible por varias generaciones que seguimos con la versión de Norman Jewison en la retina como si acabásemos de verla ayer mismo.
Esto de los mitos es algo que va mas allá de los valores intrínsecamente artísticos de lo que vamos a ver, ya que es muy difícil ser objetivo cuando se junta los componentes admiración, nostalgia, e historia personal, por tanto ayer asistí al Gran Vía dispuesto a ver una leyenda, disfrutar con ella, emocionarme, y tener una experiencia de esas que se contarán a los sobrinos cuando uno sea un anciano. Por ese lado todo estuvo dentro de lo esperado, y ya puedo decir que he visto a Ted Neeley cantando Getsemaní en directo, con eso me doy por mas que satisfecho. Prometo ser lo mas imparcial posible, palabra de honor, ya que aquello de "palabrita del Niño Jesús" teniendo en cuenta la edad de nuestro divo creo que no viene muy al pelo.
 

      

Jesus Christ Supestar, ópera rock con música de Andrew Lloyd Webber y texto de Tim Rice, es una de las composiciones mas populares de todo el repertorio musical, y un auténtico fenómeno sociológico en el momento de su estreno. Compuesta a finales de los años 60, vio la luz primero como álbum conceptual en 1970, para posteriormente estrenarse, ya en versión escénica, en Broadway en 1971, siguiendo este estreno el de Londres, para finalmente llegar a representarse en practicamente en todo el mundo. En nuestro país vino de manos de Camilo Sesto, en 1975, en un montaje icónico, mito de la Transición, y al que el propio Webber calificó como el mejor Jesucristo de todos los vistos hasta ese momento.
La obra no estuvo exenta de polémica dada la visión de los últimos días de la vida de Jesús, según los Evangelios, que se nos da en el libreto. Con una fuerte carga política, y un Judas de crítica actitud hacia su maestro, humaniza a los personajes del drama, y da un punto de vista enriquecedor de la historia, en la que Judas se no presenta como mero instrumento de Dios para llevar a cabo sus planes, siendo mas víctima que verdugo. Jesús duda sobre la validez de su sacrificio, y por momentos se muestra sorprendentemente humano. Todo esto se encuentra en la actualidad completamente superado, y asumido dentro del contexto de la historia, y la propia Iglesia da por válida la función, algo que en su época no era así, ya que había dos posiciones dentro del estamento claramente diferenciadas.
Polémicas aparte, nos encontramos con una historia que funciona a todas luces, cuyo crescendo dramático está perfectamente calculado, y en el que el concepto "operístico" se encuentra mas que justificado dado el tono de la función, efectista y efectivo a partes iguales.


     

Webber compuso una obra equilibradísima, de extraña belleza, con una música agria a ratos, dura al oído por momentos, y abrumadoramente lírica en otros pasajes, donde priman la brillante orquestación de la partitura, y las voces de los intérpretes principales, que se ven sometidos a un auténtico tour de force vocal de altas exigencias canoras y dramáticas. Jesus Christ Superstar posee una ferrea estructura musical, y una riqueza melódica abrumadora, y la música siempre al servicio del drama, logra reflejar a la perfección lo que ocurre en el escenario desde una perspectiva inquietante por momentos, atmosférica, y de gran altura dramática y teatral.
Nos encontramos ante una obra indispensable del género musical, monumental en su concepción, y practicamente una pionera en su género, ya que si bien es cierto no fue la primera ópera rock de la historia, si es la mas carismática, la mas querida y la mas recordada. Jesus Christ Superstar es historia del teatro, de mensaje universal, está mas allá de los pantalones de campana y de las patillas con los que fue puesto en pie en sus inicios, y seguirá funcionando con la misma intensidad durante muchos años, no me cabe ni la mas mínima duda. 


 

Vayamos con el elenco, en gran medida italiano, dado que ese es el país de procedencia del espectáculo:

Dentro de los comprimarios destaca de forma muy relevante el Simón de Giorgio Adamo, uno de los mejores intérpretes de la noche, brilló mucho en su pequeño pero impactante número, con gran caudal vocal, magnífica presencia escénica, y mucho gusto cantando. Por otra parte el Pedro de Mattia Braghero resulto discreto, pasando bastante desapercibido incluso en el bello dúo con María Magdalena, ya que no transmite mucho con la voz, y no se destacó por los agudos, que debería ser así en el caso del apóstol.Salvador Axel Torrisi, muy excesivo en lo actoral como Herodes, me pareció mas acertado como bailarín que cómo cantante, funcionando mejor en los pasajes mas melódicos pero no acabando de rematar las frases de forma satisfactoria en aquellos momentos en los que toca romper la voz. No me llegó su trabajo por encontrarse un tanto descontrolado, excesivamente exteriorizado, y moverse dentro de un estereotipo poco inspirado y un tanto rutinario.

Francesco Mastroianni y Mattia Braghero como Caifás y Anás, respectivamente. Correctos especialmente Braghero, muy afinado y con el papel muy medido en lo musical y en lo actoral. La voz da la justa estridencia requerida por Webber en la partitura, siendo el resultado de gran altura. Mastroianni empezó bastante destemplado teniendo algunos problemas de afinación especialmente en los principios de frase, y algún desajuste en la línea de canto que a medida que fue avanzando la función se fue corrigiendo, se mueve como pez en el agua en la zona grave, sirviendo algunas notas de gran impacto y efecto dramático.

Andrea Di Persio insuficiente como Pilatos. En la famosa escena del sueño, una de las mas bonitas de la ópera, no llega al respetable por culpa con una interpretación anodina y carente de fuerza, poco matizada en lo musical y de discreta factura , algo que en buena medida fue enmendado en la escena del juicio donde se mostró mas implicado, y con ciertos visos actorales, pero sin acabar de despegar en ningún momento. Di Persio desaprovecha su personaje de forma inclemente, restándole importancia a un secundario que resulta indispensable en el desarrollo de a función y no carente de interés musical.

Simona Di Stefano como María Magdalena. Di Stefano es muy correcta, pero también muy fría. La voz carece de la calidez que la de Magdala necesita, y en general cuesta creérsela en el papel, ya que no se encuentra muy implicada y no hay ninguna química escénica con Jesús. La voz es bonita, se encuentra bien colocada y resuelve sin problemas, pero... no transmite, resultando su trabajo poco carismático en líneas generales y no muy destacable.

Nick Maia, como Judas, si que dio todo sobre el escenario, en una interpretación muy dinámica, entregada y de altura en la parte vocal. De largo y bien colocado agudo, resultó correctísimo en todas sus intervenciones aunque es cierto que si estuvo un poco reservón al principio de la función . Maia enfoca Judas desde el único lugar posible, la bravura y la valentía, resultando satisfactorio en todas sus intervenciones y con momentos de gran espectacularidad, especialmente en el tema central de la ópera, quizás aquel en el que se encuentra mas inspirado. Nuestro cantante estuvo a la altura de las exigencias del papel con aparente facilidad y la inteligencia y una muy medida interpretación fuera la tónica de su trabajo.

Ted Neeley, como Jesús de Nazareth. Negar el desgaste del instrumento de Neeley es una necedad y realmente en algunos momentos le cuesta afrontar el papel, especialmente en la zona de paso, que se resiente enormemente. Realmente recurre al "parlato" en no pocos momentos para de esta manera paliar los problemas con los que se encuentra a la hora de afrontar la partitura, y lleva la obra a su terreno con gran inteligencia sabiendo lo que se hace, y reservándose para el segundo acto, aquel de mas exigencias a todos los niveles. algo que para ser honesto es habitual en los intérpretes del papel. Neeley sabe perfectamente donde están los momentos de mas importancia de la función, y consigue que el deseado Getsemaní sea absolutamente mágico. Ayer se abrieron los cielos en un entregado Teatro Gran Vía en ese momento, y todos los presentes vislumbramos por qué Ted Neeley es Ted Neeley, y entendimos que nadie le ha regalado nada. Las carencias de la voz pasan a segundo plano, el evidente deterioro físico no nos importa, y nos rendimos a la maestría de un "has been" que sabe que ese su momento, que está completamente arropado por los suyos y sabiendo que el falsete sigue impoluto, afilado e igual de largo que hace casi 50 años. A partir de ahí la obra creció de forma espectacular, y el teatro entero se rindió a los pies del mito. Hay una cosa muy destacable y es la magnética presencia escénica de nuestro artista, en el que una actitud casi levitante y completamente mística, en la que se vislumbra un mundo interior rico, y en la que un continuo diálogo con Dios ante los hechos que ocurren nos produce una extraña fascinación que no nos permite apartar los ojos de él. Neeley fluctúa entre el iluminado con carisma y el Jesús mas asceta sin el mas mínimo problema, resultando hipnótico por momentos, y dotando al personaje de su personalísima visión de un Jesús con olor a santidad desde su primera intervención.



Conjunto acertado y nutrido, quizás mas adecuados para la disciplina de danza que para la de canto, pero muy cumplidores de todos modos. Empastados y energéticos dotando de gran dinamismo a algunos números del espectáculo y dejando muy patente que son parte muy importante del espectáculo. Otro asunto es lo adecuado de las evoluciones, algo de lo que ellos no son culpables, como posteriormente comentaré.

El espectáculo está acompañado por una banda con 14 músicos estando al mando Emanuele Frielo, bastante desajustada en algunos momentos, de sonido poco homogéneo, y con un viento-metal  que no se caracterizó precisamente por la sutileza de sus intervenciones. Dado el poco cuidado diseño de sonido del espectáculo, no se encuentra muy compensada la orquesta con respecto a las voces resultando estridente en no pocos momentos, y no por culpa de la partitura de Webber precisamente. Eché en falta un trabajo orquestal mas cuidado, y sobre todo mas concertado ya que el sonido no suena compacto ni especialmente matizado.


   

Vayamos con la propuesta escénica:
Massimo Romeo Piparo firma el espectáculo, y lo hace con poca chispa, sirviendo una función excesivamente  convencional que bebe directamente de la película, llevando esta premisa al extremo, ya que hasta algunos cantantes se parecen muchísimo a los intérpretes del film. Nos encontramos con un producto de factura modesta (excesivamente modesta) y algunos números se resienten de ello, las imposibles pelucas de la escena de Herodes, las sobadísimas, como recurso, máscaras de baratillo, y una ropa de guardarropía que canta por soleares acrecentan la sensación de estar viendo un espectáculo pensado para hacer caja mas que para otra cosa, y que teniendo en cuenta el precio de las entradas, un poco mas de esmero no estaría nada mal.
Piparo no dota de emoción ninguna a las escenas, y se preocupa mas por un supuesto dinamismo basado en un giratorio torpe y bastante ruidoso, y unas luces cegadoras que si que es cierto que son de lo mas afortunado del espectáculo a nivel visual. A ello hay que añadir unas pantallas de bajísima resolución completamente prescindibles, que se han quedado absolutamente obsoletas y que no aportan nada en el desarrollo de la trama. Nuestro director plantea algunas escenas independientes unas de otras sin transición aparente o torpes en su resolución, sirva como ejemplo la arrevistada (para mal) escena de Herodes, vulgar y excesiva desde todo ángulo. "Menos es mas" es una máxima que siempre me gusta aplicar al teatro, y esta producción es un claro ejemplo de eso, ya que podemos decir en este caso que "mas es menos" porque todo tiene un exceso de brillo barato y cierto aire de tienda de chino que chirría mucho y que deja muy claro que se ha apostado por un show ramplón, poco trabajado y con una falta de inventiva por parte de su director muy patente.


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