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viernes, 24 de marzo de 2017

Otelo, La Cruda Violencia Shakesperiana

Se lleva representando en La Puerta Estrecha desde hace casi seis meses una versión de Otelo que por poco se me escapa, la verdad es que entre la cantidad de espectáculos que veo, y que entre semana me resulta difícil ir al teatro me pierdo mas cosas de las que debiera. El hecho de que se programen funciones solo un día a la semana también complica la cosa, así que después de tres intentos ayer finalmente conseguí acercarme hasta la Calle Amparo para disfrutar de esta producción que prometía una versión arriesgada del clásico dramón shakesperiano ya que el material gráfico de la obra así lo dejaba ver. Soy espectador desprejuiciado, y no me cierro a ninguna propuesta y la verdad es que tenía curiosidad por ver este montaje que está siendo bastante exitoso dentro del circuito "off" y del que había oído hablar bastante. Atreverse con este repertorio desde un prisma alternativo, como en este caso se trata, es necesario, y salas como La Puerta estrecha, que por cierto tiene mucho encanto, son cruciales en esta labor de investigación y revisión de unos textos que se envuelvan como se envuelvan siguen con fuerza, vigencia y sobre todo con interés que es lo mas importante.



Otelo: El moro de Venecia, tragedia de William Shakespeare escrita en 1603, es una de las obras mas profundas de El Bardo, tanto por su magnífico uso de la palabra, como por su carga dramática. Varias cosas son a tener en cuenta en este título, la primera la visión de Otelo, que se aleja de cualquier estereotipo racista de la época, convirtiendo en héroe trágico del espectáculo a un moro, algo impensable en aquellos tiempos, la segunda el que a mi modo de ver es el auténtico protagonista de la función, el malvado Yago, uno de los mas grandes roles de toda la historia del teatro, cuyo cinismo descarnado y maldad intrínseca son una auténtica tesis doctoral sobre el lado oscuro de la psique humana. A todo esto hay que añadir, como es habitual en Shakespeare el marcado sentido de la teatralidad en un texto arrollador y subyugante que nos atrapa desde su primera escena y no nos suelta hasta su epatante final.



La versión de Otelo que esta crítica ocupa, viene firmada por Paco Montes, sensiblemente recortada y con algunos cambios de importancia (especialmente al final de la obra). La adaptación va a la esencia del texto original de forma bastante afortunada y ágil entendiéndose perfectamente toda la historia, y con un desarrollo dramático impecable, algo muy de agradecer dadas las escabechinas que he visto ultimamente con los grandes textos del repertorio universal. Se ha reducido el número de personajes a seis, y se han quitado las escenas superfluas de forma muy acertada, siendo el resultado final un espectáculo de 90 minutos exactos, perfectamente estructurado y entretenidísimo. El cambio en el final, está muy justificado dentro del enfoque de la producción, y va en consonancia con los tiempos de hoy en día, donde nos cuesta entender el concepto de mujer florero tan habitual en el teatro isabelino, y especialmente en esta obra donde la pasividad de Desdémona ante su destino queda muy bien justificada, y donde la vuelta de tuerca en la muerte de Otelo se me antoja de gran vigencia y una suerte de justicia poética que incluso alivia al espectador.


Vayamos con el elenco:
Los seis actores que dan vida a los personajes de este Otelo son cumplidores y muy esforzados, en un trabajo en el que una brutal implicación física es la tónica, y una visión poco acomodaticia del trabajo actoral que en algunos momentos impacta por la dureza de las composiciones corporales y la violencia que se destila en escena.

Oscar Valera da vida a Rodrigo desde una visión del personaje paródica y acertada, siendo el resultado una interesante mezcla de pueril bruto y bastante corto de luces, que funciona a la perfección como esbirro de Yago, irreflexivo y muy adecuado para hacerle el trabajo sucio al malvado de la función.

Iñaki Díez sirvió un Casio impoluto, tanto en la dicción como en la expresión corporal, resultando su escena mas lograda aquella en la que Yago le emborracha. Casio es un personaje que destila mucho patetismo, ya que le van cayendo las bofetadas sin saber ni como ni por donde, ese aire de pobre hombre Díez lo imprime a su personaje perfectamente. Todas sus frases tienen gran sentido y denota un trabajo sobre el texto mas que notable.

María Herrero como Emilia, está francamente magnífica, muy templada y de interesante voz, se luce mucho en el último cuarto de la función, donde resulta perfecta en la forma de llegar a la emoción, y con un logradísimo recorrido del personaje. Su última escena con Yago, en el que se ve a esa mujer al lado del sátrapa completamente destrozada, es de impresión, y su cara resume totalmente el calvario por el que ha pasado y el que le espera en el futuro.

Yaldá Peñas ofrece una Desdémona de manual, dulce sumisa y enamorada de Otelo hasta las trancas. La química con su amado es muy notoria. Desdémona es un papel muy ingrato y que hoy en día nos cuesta entender y al que Peñas imprime la dosis justa de naturalidad para que nada nos chirríe y que en el momento en el que se pone la hiyab como declaración de principios y aceptación de su destino nos resulte ciertamente conmovedor.  

Antonio Alcalde como Yago es sin duda la estrella de la función. De gran calado, muy sólido y con unos recursos mas que interesantes. Su Yago no transita por el histrión sino que se reduce a una aparentemente sencilla frialdad, solo aparentemente ya que una cosa es lo que dice, y otra cosa lo que le pasa por dentro. La escena en la que empieza a envenenar a Otelo con el fantasma de los celos rebosa tensión y subtexto, sus objetivos están definidísimos y no solo por lo que escribió Shakespeare sino por todo lo que Alcalde nos cuenta sin decirnos nada. Su crueldad es algo inherente a un personaje capaz de ordenar un asesinato sin pestañear. La cobardía del que manda asesinar pero nunca se mancha las manos de sangre está perfectamente plasmada en la interpretación de nuestro actor que demuestra que sin estridencias ni desmelenes se puede transmitir la dureza de un personaje hasta sus últimas consecuencias. Antonio Alcalde dice sus frases mas duras a media voz, y eso amiguitos hiela la sangre al mas pintado, creo que con esto resumo una interpretación redonda y acertadísima. 

Iván Calderón ofrece un rotundo Otelo apoyado en su imponente físico que va a la perfección con la ferocidad del personaje. Calderón enfoca a su Otelo desde la bravura y con un excelente uso de su cuerpo y voz. Otelo nos resulta temible y amenazador, dándonos la sensación de ser una olla a punto de estallar en cualquier momento, cuyo carácter solo lo amansa su adorada Desdémona. Calderón aporta un profundo estudio psicológico del personaje y va mostrando todos los difíciles estados emocionales por los que pasa de forma perfecta. Su Otelo es primario y brutal,  resultando conmovedor en su anagnórisis, llevando a cabo un composición llena de matices y muy acertada. Llega sin problema al complicado clímax final y vemos como la tragedia se va fraguando de forma inclemente a medida que el personaje se va cargando para explosionar de forma impactante en las dos últimas escenas.



Vayamos ahora con la propuesta escénica:
Paco Montes y Lucas Smint firman la producción, y lo hacen en un acertado código extremado, con momentos visuales de gran potencia, y atinadísimos juegos escénicos. El uso de un espacio ciertamente complicado como es La Puerta Estrecha, es prodigioso, siendo el resultado muy dinámico e impactante. Montes y Smint sirven una función frenética de cierta estética Pandur, en la que no da un respiro ni a los actores ni a los espectadores y que se hace muy corta.
La dirección de actores se encuentra muy equilibrada, haciendo un uso estupendo del gesto pequeño, algo que dada la sala en la que se representa es un acierto total. En este Otelo las miradas son importantísimas y la conexión con el público es continua, que se ve muy integrado en la acción ya que los actores buscan la complicidad del respetable en no pocos momentos resultando perfecto para el tono de la función que pretende incomodar y dejar poso para la reflexión.
Nuestros directores envuelven este Otelo en una salvaje atmósfera, que refleja muy bien lo que Shakespeare planteaba en sus tragedias, en un desasosegante entorno militarizado de brutal sexualidad y con figuras ciertamente inquietantes de estética sadomasoquista y en total consonancia con la brutalidad de los personajes que pululan por la escena. Hay un guiño final con el triunfo de la vulgaridad y el arribismo (tan habitual en la España de nuestros días)  que me llevó a Macbeth, no se si de forma intencionada o no. Ver a Yago y a Emilia con trazas de dictadores bananeros me recordó al encantador matrimonio Macbeth que tanta afición a la sangre tenía y que llegaron al poder de forma parecida en la remota Escocia que Shakespeare plasmó en su inmortal obra.
Paco Montes y Lucas Smint ofrecen un espectáculo muy bien pensado y muy interesante que sin lugar a dudas no deja indiferente, por su valiente y arriesgada factura, así como por su sorprendente puesta en escena.



lunes, 13 de febrero de 2017

Hamlet, Anoche Soñé Que Había Vuelto a Elsinor

Me resultó imposible ver el Hamlet de Miguel Del Arco cuando se hizo en la CNTC, ya que las entradas volaron, y como por suerte Kamikaze se ha hecho con el Pavón y se ha repuesto, obviamente se me antojaba imprescindible ver ésta producción que me llamaba muchísimo la atención. Hamlet es uno de mis títulos shakesperianos favoritos, por motivos literarios y sentimentales, ya que fue el primer título de el Bardo que vi en directo, cuando era casi un adolescente, y que me parece que entraña una filosofía tan profunda, que no tiene desperdicio en cuanto a inteligencia en su planteamiento y conocimiento de la esencia del ser humano. Escuchar los versos de Shakespeare son un placer inigualable, y si se dicen bien, la sensación sin duda alguna puede llegar a ser profundamente catártica. La fuerza de los textos de nuestro autor, llega al espectador contemporáneo sin el mas mínimo problema, ya que si algo supo hacer Shakespeare fue aunar mensaje profundo con un gran sentido de la teatralidad, donde unas tramas realmente absorventes, y tremendamente interesantes, sirven de catalizador para que el escritor inglés contase lo que que quería contar de forma agradable, y en algunos casos de forma arrebatadoramente divertida, tal y como en Ricardo III ocurre. http://yovoyalteatro.blogspot.com.es/2016/12/ricardo-iii-toma-el-caballo-y-corre.html Después de una semana literalmente agotadora, el pasado sábado me acerqué al Pavón, con ganas de emociones intensas, traiciones palaciegas, y ver si el olor a podrido de Dinamarca se trasladaba al patio de butacas. El olor no lo encontré por ninguna parte ya que la famosa frase que precede al rosario de muertes por el cual Hamlet es famoso, de forma incompresible se ha cortado, pero si es cierto que cortes aparte, la función la disfruté muchísimo de principio a fin, siendo el resultado muy satisfactorio.



La Tragedia de Hamlet, Príncipe de Dinamarca, se escribió entre 1599 y 1601, hay dudas sobre la fecha exacta, y es sin duda la obra mas famosa de Shakespeare, y el monólogo "Ser o no ser" trasciende mas allá de lo meramente teatral y literario, formando parte de la cultura popular, y siendo posiblemente el fragmento teatral mas conocido de todos. Varias son las fuentes de las que bebió Shakespeare para contar los avatares que acontecen en la Corte de Elsinor con tan graves consecuencias para sus protagonistas. Desde Arabia hasta España pasando por Bizancio, lo que se nos cuenta en Hamlet ya fue narrado de forma mas o menos parecida en múltiples leyendas. La retórica utilizada de una forma tan brillante, la complejidad de la psicología de su personaje principal, así como las dudas (nunca mejor dicho) que plantea en el respetable, ya han sido analizadas desde tantos prismas, que no me voy a poner ahora a descubrir la pólvora. Hamlet con sus dudas existenciales, que en algún momento tan caras paga, la grandeza del mensaje que destila, y la tremenda humanidad, para bien y para mal, de sus personajes, conmueven y epatan de la misma forma que lo hicieron hace 400 años, porque la psique de nuestra especie, se mantiene exactamente igual ahora que entonces, y los conflictos por los que nuestro héroe transita están en total vigencia hoy en día sin que se pierda un ápice de frescura. El lenguaje elevado pero asequible de la obra, la carga filosófica que entraña, y la mas que bien hilada trama son las principales virtudes que destacan a este Hamlet, que ya fue muy alabado en los tiempos de su autor.
La versión que esta crítica ocupa, viene firmada por el propio Miguel del Arco, encargado a su vez de la propuesta escénica. Si bien es cierto que el texto está sensiblemente recortado, y que la famosa frase "algo huele a podrido en Dinamarca" ha sido eliminada, en líneas generales funciona, y no se ha esquematizado tanto como ultimamente parece ser que está de moda, resultando la versión coherente, comprensible, y muy dinámica. Hay ciertas actualizaciones en el lenguaje que no acabaron de convencerme, y que curiosamente en vez de acercar a sus personajes los alejan, ya que no resulta fácil entrar en el juego, aunque la visión de los personajes sea contemporánea nos cuesta que el lirismo shakesperiano se rompa con modismos actuales o coloquiales anglicismos que empañan un poco el tratamiento del texto.



Vayamos con el elenco:
José Luis Martínez, correctísimo como Polonio. Martínez brega a la perfección con un personaje difícil, y al que su insoportable verborrea  le convierte en ciertamente antipático para el respetable. Martínez trufa a su personaje de las suficientes dotes de cinismo y servil pedantería, como para que nos creamos a su Polonio, y que no se quede en un mero pesado que habla y habla sin parar. Entendemos perfectamente su forma de actuar y sus motivaciones, algo muy de agradecer en un personaje que muchas veces no se cuida lo suficiente.

Cristóbal Suárez, como Laertes, no termina de redondear su actuación, ya que algunos recursos resultan insuficientes, en los momentos mas comprometidos del personaje. Laertes es un hueso duro de roer especialmente cuando regresa a la corte y se encuentra todo el pastel con su padre muerto y su hermana demente, el recorrido que tiene que hacer el personaje es muy complicado, y  debe ser resuelto de forma rápida y creíble. Suárez no convence y no acaba de llegar a la emoción desde la verdad, algo que resiente su interpretación, muy bien resuelta en lo físico, y que tiene su momento álgido en el duelo final con Hamlet de brillante planteamiento a todos los niveles.

Ana Wagener, como Gertrudis, se encuentra magnífica en una medida creación que va de menos a mas, tal y como el personaje requiere, y que llega al paroxismo en un crudo momento de anagnórisis en la famosa escena con su hijo. Pretendidamente vulgar, y alejada de las visión habitual que de la reina de Dinamarca se suele dar en Hamlet, Wagener demuestra una vez mas su altura como actriz, sacando lo mejor de si misma incluso cuando no dice nada. Tener una Gertrudis de su nivel es todo un lujo que parece no estar del todo aprovechado en el montaje, pero que Wagener por encima del bien y del mal, consigue convertir a su reina en una filigrana en la que se aúna ligereza, profundidad y cierta retranca, con solidez y una enjundia actoral cargada de empaque físico y escénico. Soy muy de Wagener lo reconzco, me parece una soberbia actriz que nunca defrauda, y en este caso no podía ser menos.

Daniel Freire como Claudio, irregular. Varios problemas nos encontramos a la hora de enfocar su interpretación, el primero la excesivamente estereotipada visión del villano, que en algunos momentos peca de histriónica, resintiéndose el resultado final que encontré algo superficial, así como un extraño juego con su acento en el que no llegamos a saber si es que pierde el papel o que ha sido marcado así. Si el actor es argentino como en este caso se trata, se debe afrontar sin complejos, y si la propuesta es que dependiendo del personaje que el actor representa se mantiene o no el acento, debe ser así durante toda la función, por tanto si la apuesta es que Claudio no tiene acento, no lo debe perder en sus intervenciones. Freire no me llegó y me pareció que no dota de suficiente peso a su personaje, desdibujándose en exceso a medida que avanza la función.

Ángela Cremonte, como Ofelia. Mayúscula a todos los niveles. Desde el acierto total de la visión de su personaje que se da en la función, y que sin duda es mérito de Miguel del Arco, hasta la solidez con la que Cremonte aborda su personaje, dotándolo de carácter e inteligencia, algo que otras veces en Ofelia brilla por su ausencia. De gran capacidad dramática, sirvió un soberbia escena de la locura, muy difícil de defender, y que en una actriz de menos solvencia podría caer en lo ridículo, con Cremonte se convierte en un ejercicio de sabiduría escénica y emocional que llega sin el menor problema al respetable entrando automaticamente en el código de la escena. La Ofelia que Ángela Cremonte plantea es sensual y sensible y sobre todo rezuma el amor de nuestra actriz por su personaje, así se aprecia, y así se debe agradecer en una creación mas que estimable, y de gran porte a todos los niveles.

Israel Elejalde como Hamlet. ¡IM-PRE-SIO-NAN-TE señores! alejado de cualquier afectación y con una etérea composición física del personaje que cuadra perfectamente con la visión del mismo, siendo el conjunto de su trabajo fascinante a todos los niveles. Elejalde mide cada palabra y cada intención de forma prodigiosa, en una fastuoso trabajo del texto en el que nada está de mas ni de menos. No hay un exabrupto gratuito ni un solo recurso que busque los fuegos de artificio de forma efectista. Todo está justificado y todo tiene un perfecto recorrido, especialmente en los monólogos de tan complicada ejecución y que en manos de nuestro actor adquieren una profundidad y una claridad en la exposición realmente encomiables. Entendemos a Hamlet, incluso en la discutida escena en la que no mata a Claudio aunque lo tenga a la altura de la mano. El profundo estudio psicológico de Hamlet que Israel Elejalde lleva a cabo apabulla, y lo hace por la inteligencia con la que está llevado a cabo, la honestidad que se desprende de su trabajo, y la aparente sencillez de lo que hace, que se convierte en enormidad cuando se va viendo el calado tan profundo e interiorizado de lo que nos cuenta y como nos lo cuenta.




Vayamos ahora con la propuesta escénica:
Miguel del Arco firma el espectáculo, y lo hace con su personal estilo, siendo en líneas generales un cúmulo de aciertos. Visualmente nos encontramos con una función muy elegante, sobria, y con una propuesta estética mas que interesante, donde las proyecciones dotan de gran dinamismo a las acciones escénicas, y de una gran carga lírica en algunos momentos. Pretendidamente atemporal, y con una premisa un tanto diferente pero válida. Hamlet o su espectro, ya que las primeras palabras que dice nuestro protagonista son "estoy muerto" recuerda o sueña los acontecimientos acontecidos en Elsinor. Esta justificación se encuentra bien integrada en el texto y si bien es cierto no está del todo desarrollada no  molesta y se entiende, como apuesta me parece válida, y consecuente hasta el final de la función, donde la premisa inicial se cierra con absoluta lógica teatral.
Del Arco presenta un Hamlet oscurantista y de enrarecidas atmósferas que acentúan a la perfección los tejemanejes de la corte, y como se va fraguando la tragedia a medida que se van precipitando los acontecimientos, sin prisa pero sin pausa.
La dirección actoral en líneas generales es bastante efectiva, y se apuesta por la naturalidad y el primoroso estudio del texto en todas sus facetas, siendo esto último primordial a la hora de darle a la producción esa fluidez que la caracteriza, y que equilibra a la perfección los momentos mas dramáticos con los mas ligeros. Este Hamlet está trufado de instantes con mucha magia teatral, desde el poético momento en el que Ofelia cuando se rememora la carta de su amado lo ve entre cortinas iluminado magistralmente por Juanjo Llorens, hasta el interesante juego en el que los reyes de Dinamarca se "esfuman" de su trono para representar la obra que están viendo. Nos encontramos ante una propuesta muy bien pensada, con unas transiciones impolutas, y en algunos casos de gran belleza y una apuesta clara por romper ciertos clichés asociados a Hamlet de forma acertada y respetuosa. Solo pondría dos peros, la escena de los enterradores de poca y mal enfocada comicidad, y que la función no acaba de conmover hasta el punto que Hamlet debiera hacerlo, ya que el tono en general es frío, algo que se me antoja pretendido, dado el enfoque del mismo, oscurantista y un tanto distanciado.



En resumen, una propuesta altamente recomendable, de una calidad indudable, y que merece ser vista, máxime cuando se nos brinda una segunda oportunidad de hacerlo a los que nos la perdimos en su estreno. Hablamos de teatro a un nivel de excelencia superlativo, y que resulta muy interesante desde todo prisma.




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sábado, 10 de diciembre de 2016

Ricardo III, Toma El Caballo Y Corre

Hay dos obras de teatro de Shakespeare que tengo gafadas, una es Macbeth, y la otra es Ricardo III. He visto varios montajes de estos dos títulos y no ha habido ninguno que estuviera a la altura, así que cuando vi que se programaba en el Teatro Español decidí acercarme para ver si rompía la maldición, al menos del bueno (es un decir) de Ricardo III, y por fin veía una producción que me resarciera de las anteriormente vistas. Parece ser que la maldición continúa, no hay nada que hacer, y como iré desgranando veréis porqué.
Antes de empezar la crítica, me gustaría hablar de algo tan básico como es la esencia de un texto. Para abordar una obra de teatro es muy importante que se respete lo que el autor quiso decir. Para ello me da igual que se transporte en el tiempo, que se cambie el vestuario o que transcurra en otro país. Lo único que pido es coherencia, criterio y que prevalezca el espíritu del autor. Incluso cuando de una versión estamos hablando en la que nos valemos del título original de la obra versionada, la esencia del texto original debe estar. Todo lo que se salga de ahí, debe ser presentado con título diferente y aclarando que es un espectáculo basado en lo que sea. Este Ricardo III, es Ricardo III, pero no lo es. Se ha resumido, esquematizado, recortado, y simplificado. Para posteriormente pasarlo por un tamiz de comedieta con tintes dramáticos y a otra cosa mariposa. Y eso, no es lo que nos quiso contar Shakespeare, o al menos no nos lo quiso contar así, y cuando El Bardo le dio a su obra el tratamiento que le dio, sabía mejor que nadie lo que estaba haciendo. Esto que planteo no tiene nada que ver con el hecho de retocar o recortar textos, algo que encuentro necesario. El problema estriba en la visión del espectáculo que desvirtúa  la obra de Shakespeare, como luego desgranaré.




Cuando Shakespeare escribió Ricardo III, parece que estaba empeñado en escribir un tratado sobre la maldad humana y la ambición, sin preocuparse del rigor histórico, y buscando basicamente que el público se entretuviera, consiguiendo que su obra haya pasado a la historia como una de las mas reconocidas del repertorio isabelino, y una de las mas exitosas de su autor. La conjunción de cinismo del personaje principal, la astuta intriga palaciega que en esta obra se cuenta y los valores universales que se pueden apreciar en este texto es son algunas de las múltiples virtudes de esta especie de ópera de la maldad, entretenida y de gran enjundia psicológica que no ha perdido ni un ápice de vigencia aunque se haya estrenado en 1633. El ser humano en su esencia no ha cambiado nada, y Shakespeare era único para plasmar esa esencia, no siempre amable, pero real y tangible en nuestro día a día.



Vayamos con el elenco, extensísimo por lo que intentaré abreviar, y por tanto iré a los principales personajes de la función, algunos de los actores de los que aquí hablo representan varios papeles, por tanto me remito a los de mayor importancia dentro de la obra.

Cristina Adúa, como Ana.
Con una magnífica presencia escénica, Adúa no acabó de redondear su interpretación en la complicadísima escena de la tumba, difícil de justificar y que en esta producción no se justifica, no se entiende porqué su personaje actúa como actúa ante Ricardo y queda un tanto desdibujado el vínculo con su partenaire a medida que la escena va avanzando y su personaje va cambiando el recorrido emocional. Si bien es cierto que su interpretación en algunos momentos tiene cierto brillo, en líneas generales falta fuelle y arranque hacia la emoción. Un tanto desmadejada en lo corporal no se si de forma intencionada o no, no acabó de convencerme, y encontré excesivamente superficial la lectura de niña pueril que se le da a Ana, algo por otra parte que no es culpa suya.

Rafael Ortiz, como Clarence.
Impostadísimo y escuchándose demasiado, no resuelve de forma satisfactoria ninguna de sus intervenciones, falta emoción en todos los parlamentos, y encontré un tono declamatorio alejado de las técnicas de interpretación de hoy en día que nos aleja completamente de su personaje, y que resulta excesivamente artificioso. Tampoco ayuda el tono de comedia que se le ha dado a su asesinato para que nos tomemos en serio a su personaje, que tal y como viene se va, pasando muy desapercibido aún con lo importante que es para el desarrollo del drama.

Isabel Rodes, como Isabel.
De menos a mas, con un inicio de función un tanto destemplado que a medida que su personaje va sufriendo las intrigas de Ricardo con sus trágicas consecuencias, se entona hasta llegar a cotas realmente interesantes en su última escena, donde da lo mejor de si misma en un ejercicio de contención muy conseguido y de gran intensidad en lo dramático. Aquí si que vi el objetivo del personaje, y todo se desarrolla de forma perfectamente comprensible, y la emoción surge de forma espontánea y orgánica llegando a conmovernos en su monólogo que se disfruta en toda su emotividad, para rematar en un giro hacia la ambición que me dejó helado y que está estupendamente resuelto por parte de Rodes, actriz de gran empaque y que en este espectáculo luce enigmatica y glamourosa, pero también con profundidad actoral. 

Fernando Sendino, como Buckingham.
Estupendo, en un complicado rol que Sendino aborda desde la naturalidad y huyendo de estereotipos. El intrigante Buckingham de nuestro actor no es un malo de manual, Sendino le da cierta socarronería muy acertada, un tono coloquial muy de agradecer, y que consigue que nos quedemos con el, aportando la dosis justa de cinismo y de veracidad que el personaje requiere. A tener en cuenta también son los estupendos giros con la voz y la elegancia que imprime a un papel que en manos de otro actor podría llegar a lo caricaturesco, y consiguiendo que a pesar de las motivaciones tan execrables que le mueven, entendamos lo que hace.

Charo Amador, como Margarita.
Insuficiente, y eso que su lorquiana entrada ataviada de novia como si de la María Josefa de La Casa De Bernarda Alba se tratase, es uno de los aciertos de la función, pero que desgraciadamente Amador no aprovecha. No queda claro si está loca o si no lo está, ya que si lo está se queda corta, y si no lo está no se justifica su actitud, y no hay mucha intencionalidad en los parlamentos, una vez mas volvemos a la declamación en vez de a la organicidad, y su escena a priori epatante, me dejó completamente frío debido en gran medida a la falta de implicación emocional.

Arturo Querejeta, como Ricardo.
Magistral. Querejeta borda su difícil papel desde la honestidad y la ausencia de estridencias. Con una acertadísima composición corporal que sin necesidad de maquillaje alguno consigue que veamos las taras físicas de esta bestia que era el Ricardo III de Shakespeare. El recorrido de su personaje impoluto desde todo prisma, y aunque la versión del texto precipite la caída de Ricardo, con la consabida dificultad actoral para justificarlo, nuestro actor sale airoso hasta culminar en un espeluznante "Mi reino por un caballo" con el que finaliza la función. A destacar el famoso monólogo con el que comienza la función que Querejeta literalmente borda, con un sentido del ritmo y una claridad en su exposición realmente encomiables, y el difícil cinismo que su personaje destila y que Arturo Querejeta hace suyo sin ningún problema, jugando con el texto a su antojo y consiguiendo que el respetable no le quite el ojo de encima. Estamos ante una interpretación de altura, inteligentísima y de una limpieza desde todo ángulo muy a tener en cuenta.



Vayamos ahora con la propuesta escénica.
Eduardo Vasco firma la producción, y no consigue que la función repunte hacia lo deseado por varios problemas. Hay un estrepitoso fallo de enfoque del texto con momentos de burda comedia que directamente se cargan los momentos de mayor carga dramática de la obra. Esto es pretendido y desde la visión de "malvados apandadores" cortos de luces de los esbirros de Ricardo, hasta la bochornosa salida de los hijos de Isabel hacia  la Torre de Londres cuando todos sabemos que van a ser asesinados, todos los crímenes de Ricardo se vean envueltos en cierto aire de choteo, que lastran estrepitosamente la función y que no permiten que nos tomemos en serio la maldad de Ricardo, como si el propio Vasco no se tomase en serio el texto de Shakespeare. Shakespeare cuando creó este texto, escribió una TRAGEDIA, cínica y descarnada que duda cabe, pero también con momentos de gran dramatismo y truculencia. Por tanto lo que Shakespeare quería decir y como lo quería decir, su texto lo deja cristalino, eso Eduardo Vasco directamente lo anula y desdibuja los personajes de forma inclemente. A todo esto hay que añadir la excesiva superficialidad con la que se han abordado las escenas, y el tono excesivamente trivial que tiene el espectáculo, con una falta de enjundia en su acabado que me resultó sorprendente para tratarse de un Ricardo III. Visualmente la obra se mueve en los parámetros de elegancia que caracteriza a Vasco, pero que cae en su propia trampa esteticista donde lo que prima es el glamour, especialmente en las mujeres, antes que la profundidad actoral, siendo el resultado en vacuo y olvidable. Aciertos hay que duda cabe especialmente en el ámbito visual y en las incursiones musicales con piano en el propio escenario que realmente enriquecen mucho la función. Mención aparte una vez mas a los figurines de Lorenzo Caprile, bellísimos, elegantísimos y que están en completa consonancia con la apuesta estética de Vasco.



En resumen, una propuesta decepcionante, que nos da una versión muy masticada de Ricardo III, mas cuidada en lo estético que en lo actoral, y que se salva por el trabajo de algunos de sus actores dentro de un elenco bastante irregular en líneas generales. Si no conocéis la obra original, puede servir como acercamiento, pero desde un punto de vista  muy somero y con poca garra.


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lunes, 1 de junio de 2015

La Comedia De Los Errores, Shakespeare Ríe!!

Los Gemelos de Plauto, quizá sea la comedia clásica mas copiada, imitada y versionada de todas cuantas se han escrito. Shakespeare hizo lo propio en La Comedia De Los Errores, uno de sus textos mas divertidos, y una de sus primeras composiciones. Reconozco que me encanta el enredo de esta historia, que no por conocido, deja de tener su gracia.
La historia de estos dos hermanos separados de pequeños, que coinciden sin verse, ya de mayores, en este caso en Éfeso, con el consabido caos de equívocos continuos, es una genialidad, que funciona a día de hoy produciéndonos un regocijo difícil de igualar en algún texto clásico.
Me llamaba mucho la atención la versión de la obra de El Bardo que se estaba representando en el Teatro Lagrada, y en cuanto me surgió la oportunidad de asistir no me lo pensé dos veces. Disfrutar de una de mis comedias favoritas Shakesperianas nunca viene mal, y con los calores que hace se me antojaba la función perfecta para pasar una plomiza tarde de viernes, así que en Lagrada que me presenté dispuesto a pasármelo bien, y evadirme del tedio diario, que para eso está el teatro. La cosa prometía y no me equivoqué, me lo pasé bomba, y disfruté de grandes interpretaciones, de la tan difícil y denostada comedia, género harto complicado, y que habitualmente se desprecia un poquito, porque parece que reírse viste menos que hacer sesudas elucubraciones sobre los tremendos dramas que acontecen encima de un escenario.
Con un teatro lleno hasta la bandera, plagadito de gente joven (algo que me encanta) me dispuse a disfrutar, ni mas ni menos, que de uno de los mas endiablados enredos que se haya planteado jamás.



La Comedia De Los Errores, escrita por William Shakespeare en 1591, también es conocida como La Comedia De Las Equivocaciones, y es practicamente un calco de Los Dos Menecmos de Plauto, que a su vez ya se basó en textos muy arcaicos, practicamente sin datación, y que ya contaban la misma historia. Un joven Shakespeare de 27 años, creó una comedia muy fresca, un tanto desquiciada, y aunque el bueno de Kafka todavía no era ni un brillo en el ojo de sus padres, casi la podríamos denominar como Kafkiana, ante las aparentemente absurdas situaciones que plantea, y el poco entendimiento de estos dos sufridos gemelos a los que les caen los palos, a uno mas que a otro, para que engañarnos, sin saber muy bien por que, ni por donde.
Shakespeare, con un ingenio mas que indudable, un ritmo desenfrenado, y un mas que bien dosificado sentido de la intriga, creó una farsa, con un pizca de sátira social, un mucho de retranca, y un soberbio fresco costumbrista de las gentes de su época, que a día de hoy nos sigue pareciendo un auténtico comedión y que nos sigue llegando exactamente igual que cuando se escribió.
La versión que esta crítica ocupa es de Lidio Sánchez Caro, muy respetuosa con la original, muy atinada y muy bien adaptada a los tiempos que corren, sin salirse de la mas pura ortodoxia en cuanto al texto se trata. Nada chirría en cuanto al verso y suena deliciosamente bien en nuestro idioma, algo que a veces con Shakespeare resulta muy notorio, por culpa de traducciones, excesivamente campanudas, o de lenguaje desfasado. Esta versión se hace fácil al oído y resulta muy entretenida de ver.






Vayamos con el elenco:

Joaquín Oliván como Vincenzo.
Oliván tiene un papel muy cortito, aunque bastante presencia durante la función, está muy correcto, imponente de tono y presencia física. Si bien es cierto que el papel no da para mucho, cumple en todas sus intervenciones.

Mely Herrero como Abadesa, y Criada Andaluza.
Estupenda, un prodigio de naturalidad, que sabe cuando le toca escuchar, y cuando toca que la escuchen, en el mas claro código de actriz característica, sirvió dos interpretaciones, reposadas, sobrias y cargadas de oficio, especialmente cuando de la Abadesa, con sorpresa incluida, se trata.

Nacho Diezma como El Duque.
Diezma está estupendo, en un sentado Duque que corta el bacalao, como buen regente. Ofrece interesantísimos giros de voz y una espléndida expresividad corporal casi etérea que dota a su personaje de mucha entidad. Su hablar pausado y metidabundo me gustó mucho, pura sobriedad y un trabajo bastante introspectivo, con momentos superlativos, especialmente en su primera escena. Hacer personajes que transmitan autoridad como Nacho Diezma lo hace, es muy complicado, cumple con su cometido a la perfección.

Quico García, como Egeonte.
García ofrece bonhomía y ternura a un desagradecido personaje, que aprovecha al máximo. Es un señor un tanto sobrepasado por el duro destino que le ha tocado en suerte y que derrocha humanidad cuando recupera finalmente a la familia que daba por desaparecida. Está mas que correcto en un personaje que le va muy bien fisicamente y que dota de gran dignidad.

Manuela Morales, como Cortesana.
Muy graciosa, con momentos de genialidad, y una escena con Luis Seguí absolutamente impagable. Armada con tacones de vértigo y minishort de escándalo, no solo luce palmito, en una frescachona creación, de esta mujer de vida alegre, que se mueve por el vil metal, tiene habilidades ocultas que le vienen muy bien para su oficio, además de tocar el violín. Y da grandes dosis de retranca en una desprejuciadísima interpretación, que me resultó muy interesante.

Irene Soler como Luciana.
Correctísima, en otro papel un tanto desagradecido, las damas jóvenes, siempre tienen poca chicha, pero que Soler consigue llevar a buen puerto, gracias a su espontaneidad, lo bien que dice el texto, y su mas que interesante cambio en el personaje, cuando el amor le pasa por delante, y se deja llevar, aunque la primera damnificada con ello sea su propia hermana.

Manuel Aguilar, como El Pinch y El Platero.
Soberbio en dos interpretaciones opuestas, pero ambas superlativas. Crea un Platero, sibilino, interesado y un poco ratonil, que en algunos momentos deja entrever solapada malignidad con pasmosa facilidad y unos apartes gloriosos. Pero amiguitos, donde realmente se bate el cobre es como el Pinch, exorcista de Éfeso, realizando una creación mayúscula, excesivo y genial a partes iguales, que realmente hizo las delicias del público, con este señor vestido de Greta Garbo, que ve al Maligno por todos lados , y que va acompañado de dos acólitos igual de "peculiares" que el. Aguilar es un torbellino de energía, que con su tremenda voz, y estupenda presencia escénica, sabe muy bien lo que se tiene entre manos, a la hora de lucirse. Saca punta a todo, labor como no, también de dirección, que es muy de agradecer. Aguilar cuece y enriquece, para solaz del respetable. ¡Bravo!

Carlos López como Dromio de Éfeso.
Graciosísimo, como criado de uno de los gemelos , gemelo a su vez del criado del otro gemelo, que lío ¿verdad? ja, ja, ja, ja. López hace una genial creación de este un tanto obtuso chavalete, que no entiende nada de lo que ocurre y que solo sabe que pase lo que pase, alguna le va a caer. Tiene momentos de gran comicidad, especialmente cuando le lleva a su amo una cuerda que no le había pedido, ya que en uno de los múltiples equívocos se la había pedido al otro criado. Su mirada inocentona, y su aniñado físico, hacen delicioso uno de los personajes que mas brilla en la función.

Luis Flor, como Dromio de Siracusa.
E-NOR-ME. Flor está de lujo en un personaje que parece escrito para el, de gran comicidad, increíble plasticidad de movimientos y un dominio del texto absolutamente encomiable, me dejó pasmado por su versatilidad. Nunca le había visto trabajar y reconozco que me ha sorprendido mucho y para bien. Es una de las estrellas de la función, con momentos de gran comicidad muy bien entendida, y una interpretación muy pensada que no pasa en absoluto desapercibida. Gran química en escena con Luis Seguí algo que el respetable percibe, y que agradece con grandes carcajadas. Flor es pura polvorilla, sube, baja, entra, sale, corre, en un frenético ir y venir que pasma al mas valiente.

Helena Lanza, como Adriana.
Estupenda, en un papel, que le va muy bien por sus características físicas, y que muy inteligentemente lleva a su terreno, dotando a esta mujer, un toque "marujil" un tanto histérico que resulta la mar de gracioso. Su uso de la voz es prodigioso, y dota de mucha entidad a esta señora de armas tomar que saca el carácter a pasear a la primera de cambio. Está perfecta en todas sus intervenciones, y su agilidad con el texto resulta perfecta para una comedia, tan desenfrenada, como es esta producción.

Borja Floü, como Antífolo de Éfeso.
Magnífico. De prodigiosa voz, sirvió un personaje un tanto chulángano, un poco cani, desquiciadísimo y esforzadísimo, dejándose la piel en el escenario. Disfruta mucho de un duro papel, muy físico, que puede llegar a resultar temible en sus momentos de crisis. Floü en completo estado de gracia, con su enérgica creación dota de gran peso al complicado rol que le ha tocado en suerte y que lleva a cabo con gran solvencia, y madurez actoral.

Luis Seguí, como Antífolo de Siracusa.
Siento debilidad por Seguí, lo reconozco, desde que lo vi en El Vuelo De Edipo, mantengo que se trata de un actor con gran proyección, que dará mucho que hablar en nuestro panorama teatral. Seguí una vez mas se entrega hasta el tuétano, en una refinadísima composición actoral, cercana a la alta comedia. Seguí hila fino, y da exactamente todos los estados de ánimo que el personaje requiere. Los dos gemelos, necesitan ser llevados a cabo por dos actores con el suficiente peso, para que la función llegue a buen puerto, en este caso ha sido atinadísima la elección de los dos actores que lo llevan a cabo, siendo el contrapunto perfecto el uno del otro. Rudo Floü y delicado Seguí. Gemelos pero tan distintos, en su carácter como habitualmente ocurre en la vida real.



Vayamos ahora con la dirección escénica.
Lidio Sánchez Caro, lleva la función al mas puro vodevil de puertas, con un prodigioso sentido del ritmo, y un inteligente uso del espacio escénico, que literalmente envuelve al espectador continuamente en la función.
Sánchez Caro, ofrece una producción al mas puro estilo de Grotowski, donde priman las interpretaciones. Para que el teatro exista no hace falta nada mas que dos cosas, actores y público, máxima que el regista aplica al milímetro, y que solo es posible cuando se tiene el elenco que en esta producción se puede vislumbrar.
Uno de los aciertos es el crescendo cómico, tan bien controlado y tan bien dosificado, en el que lo que empieza siendo una comedia de costumbres, acaba como un esquizofrénico embrollo, en el que el espectador se deja llevar ante las surrealistas situaciones que presencia y que chocan por lo inesperadas de las mismas. Y solo en apariencia incompresibles, hasta que se destapa todo el pastel.
Dirige a sus actores en un código variado y muy atinado, dependiendo del carácter de cada personaje, en un interesante ejercicio de equilibrio, entre lo extremado y lo contenido de gran eficacia. Se ve que ha dejado disfrutar y jugar a los actores, y se refleja en un trabajo casi de laboratorio, con resultados mas que brillantes que dejan un sabroso regusto a teatro bien realizado, y amorosamente tratado.



En resumen, una de las sorpresas de la temporada, que solo han estado tres fines de semana, abarrotando el teatro, eso si, y que merece mucho mas vuelo en su andadura por los escenarios. Espero que vuelvan a ponerla en pie, y espero que todos vayáis a verla. Sin duda merece la pena, disfrutar de teatro tan bien llevado a cabo, y con tanto criterio.





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domingo, 15 de junio de 2014

Vivid El Amor Como Gustéis

Como Gustéis está considerada una obra menor dentro de la extensísima obra de Shakespeare, a mi me parece un texto delicioso, que no tuvo en su época el favor de la crítica intuyo yo que por dos premisas, la primera su clara inclinación hacia lo comercial, ya que El Bardo le dió al público lo que le gustaba, como su propio nombre indica, y la segunda su desenfadada e intencionada ambigüedad  sexual  que invita al espectador a que viva el amor como le guste. La diversidad en gustos sexuales de Shakespeare es sabida, sus famosos Sonetos siempre se ha dicho que estaban dedicados a un hombre, y este Como Gustéis es una auténtica declaración de principios sobre ese tema, algo que a la pacata moral de su época no debió de gustarles mucho, pero como siempre ocurre en estos casos, el pueblo llano mas avanzado que los gerifaltes aceptó sin problemas y constituyó un sonado éxito. A mi Como Gustéis me gusta, valga la redundancia y si bien es cierto, el texto no posee el calado de otras composiciones  Shakesperianas, divierte y tiene la misma vigencia que hace cuatro siglos.

La propuesta que se está representando en el Valle Inclán me resultaba muy atractiva, tanto por el elenco, como por lo que había visto sobre la producción en diferentes medios. No me equivoqué, ha sido un acierto asistir a esta bello espectáculo.

                

Lo primero y antes de empezar la crítica, es mostrar mi solidaridad hacía todos los artistas que están trabajando en las Compañías Nacionales, que entre otros problemas están teniendo retrasos en el cobro, y lo de trabajar por amor al arte, es algo digno de siglos pasados. Todo mi apoyo a los artistas de este país que tan difícil momento están pasando y que están siendo dejados a la mano de Dios, por parte de las administraciones.

Empiezo con la obra,tiene un extenso reparto así que iré a los mas destacados. Todos están estupendos y la homogeneidad prima en este cuidadísimo elenco

Alberto Frías da vida a Le Beau y a un cortesano, está fantástico en sus intervenciones, muy bueno corporalmente y un estupendo sopranista que me agradó muchísimo en sus interpretaciones vocales, no se nos olvide que estamos ante una versión musical de Como Gustéis. Frías cumple perfectamente y a pesar de sus pequeños papeles no pasa en absoluto desapercibido.

Victoria Di Pace da vida a Febe, la encontré un poco pasada de vueltas, si bien es cierto que el papel es bastante extremado, está en un código diferente al de sus compañeros y se nota, intuyo que ha seguido las directrices de dirección que pretende dar un contrapunto con el resto del equipo, estoy de acuerdo en que su personaje es un torbellino, pero la visión del mismo rompe con la linea del espectáculo. Vocalmente está impoluta tiene una bonita voz y gran presencia escénica.

Pedro G. de las Heras da vida a Adán, el criado del héroe de esta comedia, está fabuloso, dota a su personaje de gran ternura, y dignidad. Este anciano que lo da todo por su señor entra de lleno en el corazón del espectador. Todo es mesura y sentimiento. Me encantó su sensible trabajo que desborda oficio por todos lados.

               

Pedro Miguel Martínez da vida al Duque Fernando y al Duque Federico, cara y cruz de la misma moneda. Federico representa lo malvado y Fernando a la candidez y el bucolismo pastoril de la vida en el bosque. Está perfecto en las dos intervenciones. Se trata de un gran acierto que sea el mismo actor el que da vida a estos dos hermanos tan diferentes, temible uno y adorable el otro. Martínez posee mucha elegancia sobre el escenario y muestra su ductilidad como actor. Simplemente soberbio.

Carmen Barrantes absolutamente deliciosa como Audrey, tiene un bomboncito de personaje que ella aprovecha al máximo, dando las dosis justas de descaro y comicidad que el personaje requiere, vocalmente perfecta con una bonita voz que luce mucho en sus números. La química existente con su ¿ enamorado ? es maravillosa, y sus escenas son de las mas divertidas de la función.

Alberto Castrillo - Ferrer da vida a Parragón, bufón de la corte, muy superior en nivel intelectual a la mayoría de los personajes de la historia, un tanto petulante y un poquito pedante, pero de gran corazón, y que demuestra que está movido por ciertos instintos primarios que alguno de los supuestamente " brutos " pastores ya tienen mas que superados. Castrillo ofrece un creación maravillosa, alejada de cualquier amaneramiento, y dotando de un humor muy fino a su personaje, en vez de tirar por lo fácil arriesga y gana.

Verónica Ronda da vida a Himene, diosa del matrimonio, Sus apariciones son imponentes, pulula alrededor de estos personajes y desface entuertos amorosos sin que ellos se den cuenta. Su papel es practicamente cantado en toda su totalidad, Ronda sirvió una intervenciones musicales de altura, estupenda voz de soprano que enriquece muchísimo la función. Su personaje es fastuoso y domina la escena en sus momento con mucha presencia.

Carlos Jiménez - Alfaro da vida a Silvio. Estupendo tanto en lo actoral como en lo vocal. Alfaro dota a su personaje de gran comicidad, mucho esfuerzo y resulta muy agradecido para el espectador, este sufrido enamorado bastante victimista, causa gracia y ternura en igual medida. Posee una estupenda voz de barítono netamente lírico que prescinde de los micrófonos en los momentos mas comprometidos musicalmente. Fue uno de los actores que mas me gustó de todo el elenco.

                 

Victor Ullate Roche, da vida a Amiens, asistente de Fernando. Ullate está un poco en el código de fauno del bosque, si bien su papel es breve, se luce mucho en su número, demostrando que es un artista netamente del mundo del musical. La belleza de su voz, su presencia física de efébica belleza y la plasticidad de sus movimientos cuando baila, hacen que se nos vayan los ojos hacia el cuando está en escena. Sabe escuchar y sabe lucirse cuando le toca. Ullate es un todoterreno al que he visto en innumerables ocasiones desde un lejano West Side Story, y siempre cumple, es un artista de los pies a la cabeza.

Edu Soto da vida a Jacques, otro asistente de Fernando. Soto roza el misticismo en su interpretación que tiene uno de los momentos mas comprometidos de la función el famoso Soliloquio sobre las siete edades del hombre, que luego pondré. Encontré acertadísima la visión de este personaje casi por encima del bien y del mal, y que filosofa ante todo lo que ocurre a su alrededor. Soto ofrece una creación muy sensible e interiorizada, algo apartado a lo que habitualmente ofrece en sus intervenciones televisivas, y que demuestra su gran versatilidad como actor y lo buen profesional que es. Su trabajo es arriesgado y se agradece por lo acertado del mismo.

Roberto Enríquez da vida a Oliver, uno de los malvados de la función. Maravilloso, no hay discusión, su personaje tiene bastante recorrido y está muy bien reflejado. Reconozco que Enríquez me fascina como actor, ya en Doña Perfecta me gustó muchísimo y aquí no anda a la zaga. Enríquez posee una voz prodigiosa, recita estupendamente bien, y dota de gran dureza a su personaje cuando este lo requiere, para que finalmente recapacite sobre sus errores, en un cambio de registro maravilloso. Dota de muchos matices a su introspectiva creación. Encuentro a Enríquez un actor tremendamente honesto con su trabajo. Figura y voz imponentes, y sentidas interpretaciones, esas son las marcas de su trabajo.

Karina Garantivá da vida a Celia prima de Rosalinda la heroína de la función, he de decir que me he reconciliado con Garnativá a la que di un pequeño palo en la crítica de Doña Perfecta, y que aquí está francamente deliciosa, en un papel que le va como anillo al dedo con cierta ambigüedad sexual y mucha ternura. Ama sobre todas las cosas a su prima y está dispuesta a hacer por ella lo que sea, está muy graciosa en su papel, defiende bastante bien las partes cantadas y dota de mucha emotividad algunas de sus partes. Aprobado esta vez para Karina, ya que cumple con creces.

                  

Iván Hermes da vida a Orlando. Absolutamente delicioso, en su papel de último hijo y por tanto despreciado y que solo vive para el amor. Hermes dota de muchísima ternura y nobleza a su personaje, es pura dulzura. Es un gustazo escucharlo recitar, y llega dentro del corazón gracias a la sensibilidad que transmite y el buen fondo que posee. Hermes sería el Romeo perfecto para una producción de Romeo y Julieta, su tarbajo encandila. Su presencia es estupenda y se le entienden perfectamente todos los parlamentos. Cuando siente que las cosas van a mayores con un hombre, aunque realmente sea su enamorada disfrazada, esta estupendo mostrando su contradicción perfectamente. Es una de las estrellas de la función y está francamente bien. Fue una gratísima sorpresa, ya que nunca lo había visto trabajar sobre las tablas. Estamos ante el caso de un actor al que la fama le viene por la televisión pero que sabe batirse el cobre mas que bien sobre el escenario. 

Y para finalizar Beatriz Argüello como Rosalinda. Argüello sirve un festival de interpretación pasmoso, versátil, elegante, fluida en el verso, estupenda cantando, con mucho sentido cuando habla, tiene un control de los tiempos en escena impresionante, fina en el humor, sobria y nada sobreactuada. Se trata sin lugar a dudas de una animal escénico, todo naturalidad y frescura, huyendo de cualquier estereotipo en el papel de dama joven del teatro clásico. Su creación está matizadísima, su personaje tiene muchos recovecos y ella los deja entrever sin el mas mínimo problema. Estamos ante toda una Actriz así con mayúscula. Bravo!

El resto del elenco cumple a a perfección, ni uno solo de los actores desentona con el aire del espectáculo, y enriquecen esta soberbia representación



                        



Vayamos ahora con la propuesta escénica. El CDN ha tirado la casa por la ventana ( ya podría hacer lo mismo con el pago de las nóminas ) Estamos ante una espectacular producción esplendidamente servida tanto en lo técnico como en lo visual. Se trata de un derroche de imaginación y buen gusto que sorprende al espectador por las bellas e impactantes imágenes que ofrece. Tras una primera parte envuelta en una jaula, que representa la prisión que es la corte y un vestuario oscuro, asistimos a un prodigioso cambio hacia el Bosque de Arden que es pura magia, aquí priman los tonos claros y la belleza. Las luces de Felipe Ramos son prodigiosas y los figurines de Cornejo, una belleza que ayudan a la composición y compresión de los presonajes.

La dramaturgia y dirección corren a cargo de Arturo Annecchino. El texto está sensiblemente recortado, pero no molesta, ya que la obra original es larguísima, aquí se queda en unas tres horas, que se pasan volando a pesar de la incomodidad de los asientos del Valle Inclán que dejan el trasero bastante dolorido.
Annecchino, ofrece una sensible visión del texto y una acertadísima composición de los personajes, perfectamente definidos y tratados en distintos códigos de trabajo pero que en su conjunto se complementan perfectamente, salvo con la excepción arriba relatada. El espectáculo comienza con aires de tragedia, para ir poco a poco pero inexorablemente decantándose hacia la comedia y el bucolismo mas puro. Gran acierto es la división estética entre los dos mundos que rigen la obra y que diferencia muy bien la belleza de lo bueno y la fealdad de lo malo. La dirección de actores es mayúscula, algo que con un elenco de estas características seguro que ha sido muy fácil de llevar a cabo. Un diez para Arturo Annecchino por su propuesta que deja al espectador con un sabroso regusto hacia el que bello es vivir y que bella es la vida, algo que en estos tiempos que corren es muy necesario. El hecho de que la obra sea en clave musical no hace mas que acrecentar la sensación de optimismo que el espectáculo rezuma.

                      

En resumen una propuesta mas que recomendable, por su impecable acabado formal, su optimismo y el inigualable nivel artístico que ofrece. Para finalizar incluyo el monólogo sobre la siete edades del hombre y que me parece una de las cimas del arte de Shakespeare.





"El mundo es un gran teatro,
y los hombres y mujeres son actores.
Todos hacen sus entradas y sus mutis
y diversos papeles en su vida.
Los actos, siete edades. Primero, la criatura,
hipando y vomitando en brazos de su ama.
Después, el chiquillo quejumbroso que, a desgano,
con cartera y radiante cara matinal,
cual caracol se arrastra hacia la escuela.
Después, el amante, suspirando como un horno
y componiendo baladas dolientes
a la ceja de su amada. Y el soldado,
con bigotes de felino y pasmosos juramentos,
celoso de su honra, vehemente y peleón,
buscando la burbuja de la fama
hasta en la boca del cañón. Y el juez,
que, con su oronda panza llena de capones,
ojos graves y barba recortada,
sabios aforismos y citas consabidas,
hace su papel. La sexta edad nos trae
al viejo enflaquecido en zapatillas,
lentes en las napias y bolsa al costado;
con calzas juveniles bien guardadas, anchísimas
para tan huesudas zancas; y su gran voz
varonil, que vuelve a sonar aniñada,
le pita y silba al hablar. La escena final
de tan singular y variada historia
es la segunda niñez y el olvido total,
sin dientes, sin ojos, sin gusto, sin nada


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