jueves, 15 de marzo de 2018

Aida, La Ópera Según Cecil B. DeMille.

Dice el tango que 20 años no es nada, y digo yo que, según para que cosas. Hacía exactamente 20 años que no se representaba Aida en el Real , demasiados sin ninguna duda, para uno de los títulos mas famosos del gran repertorio, que ya sé que no solo de operones vive el melómano, pero entre lo mucho y lo poco... hay un término medio.
Es necesario que los públicos nuevos tengan acceso a los clásicos, y aquellos a los que nos gustan los grandes títulos también nos merecemos alguna alegría para el cuerpo, ya que en Madrid, hasta hace bien poco se vendían caros, y no me refiero a los precios del Real, que también. La cuestión es que para celebrar los fastos del Bicentenario del Teatro Real, se ha optado por el equilibrio, y la apuesta por el gran repertorio es evidente, algo que garantiza taquillaje, y el aplauso de la mayoría del respetable, que ve con agrado estas iniciativas, siempre y cuando la cosa esté a la altura del título a nivel musical, y que se olviden los referentes, que en cuestión de Verdis y Puccinis varios, para según quien es muy difícil, algo que yo no comparto, ya que siempre que voy a ver un título emblemático, me abstraigo de mis filias y mis fobias históricas para centrarme en el cantante que tengo delante en ese momento específico, que a fin de cuentas, es el que me va a hacer disfrutar o sufrir, dependiendo de la ocasión.
La producción de Aida que se decidió llevar a cabo, es una de las mas emblemáticas del Real desde su reapertura, es decir la que puso en pie con gran éxito Hugo de Ana en 1998, y que es una de las mas recordadas. Así que con gran boato y estridencia el Real publicitó esta Aida con una frase de ecos tan añejos como los de la producción, afirmando que había mas de 300 personas en escena, y que esta Aida era mas o menos la pera limonera en cuanto a despliegue escénico se refiere, algo que sin duda es real, y que ha servido de reclamo, ya que las tropecientas funciones parece ser que tienen lleno asegurado, algo que me alegra y me llena de satisfacción que diría uno que yo me sé, y vosotros también.
Ayer 14 de marzo, me dirigí al Real a ver uno de los mas grandes operones de toda la historia de la música, ávido de música, y una tanto escéptico ante el bombo que se le ha dado al montaje, ya que en esto uno tiene sentimientos encontrados. Por una parte me apetece ver puestas en escena fastuosas, pero por otra el riesgo de superficialidad es tan grande, que prefiero mas "tripa" y menos pompa. Reconozco que ayer iba a pasármelo en grande, y lo hice, pero mas por lo musical que por lo escénico como mas adelante contaré. Función pasada por agua, lleno total en el Real y una velada a recordar por muchos motivos fue lo que me encontré, lo que no es poco.



Ante la visión de la célebre ópera de Verdi no pude evitar acordarme del subgénero operístico denominado como grand opèra, con el que Aida tiene ciertos paralelismos, pero que no podemos incluirla en esa corriente, dado que la mezcla de grandiosidad e intimismo que caracterizan a Aida, no eran precisamente las señas de identidad del subgénero francés, al menos en su totalidad. A ello hay que añadir que el apogeo de Meyerbeer, el exponente mas claro de la grand opèra, fue el estreno de su obra magna "Los hugonotes" en 1836 y Aida se estrenó en 1871 cuando la mastodóntica ópera francesa estaba ya en decadencia.
La grand òpera francesa tenía la máxima "cuanto mas mejor" es decir, enorme orquesta, pretenciosa temática, a poder ser un buen pastiche histórico, fastuoso (y carísimo) aparataje escénico, y en algunos casos un número de solistas ingente. "Los hugonotes" necesita siete cantantes principales, ahí es nada, y como si todo esto no fuera suficiente, por norma se debía incluir un ballet. El resultado en general era grandilocuente, acartonado en lo dramático, y complicado de representar dado lo carísimo que resultaba pagar nóminas, vestuario y escenografía en producciones de esa envergadura.
Verdi ya coqueteó con la grand òpera, en la que para mi (y que me perdonen los mas puristas) es una de sus óperas mas indigestas, "Don Carlo", donde el genio de Busetto tuvo que recortar un acto entero, ya que los parisinos que iban a ver su ópera se quedaban sin transporte público para irse a sus casas dada la enorme duración de la obra. En lo dramático Don Carlo falla, y peca de los vicios del género francés, no siendo así en lo musical, que si que resulta magnífica, aunque mejor recortadita, ja ja ja.
La cuestión es que cuando Verdi compuso Aida, hizo una inteligente mezcla de gran espectáculo e historia intimista que funciona a las mil maravillas, donde el entorno grandioso en el que se desarrollan los trágicos amores de la princesa etíope y el capitán egipcio suman mas que restan y no son la base principal de la historia, aunque si su parte mas vistosa y mas recordada.



El breve preludio de Aida, casi tímido, es una clara declaración de intenciones sobre lo que Verdi quiere contar, y como lo va a contar, y el acto tercero después de toda la artillería pesada de la "escena triunfal" del segundo, se me antoja de una belleza incomensurable, y de una tensión dramática mas que considerable. Aquí los personajes si que dejan de ser monolíticos definitivamente, y la partitura verdiana fluye de forma atmosférica y con gran entidad psicológica.
Realmente Aida en su concepción del drama y los conflictos que plantea se aleja de la grand opèra, de la que solo se sirve de algunos elementos, para que Verdi nos cuente lo que realmente le interesa que son los conflictos internos de los personajes principales, así como el mensaje político del abuso de poder, tan presente en toda la obra verdiana. Siendo el resultado una de las grandes obras del repertorio universal, y una de mis óperas favorita de don Guiseppe.

El éxito de Aida fue, y sigue siendo clamoroso, y aunque a veces los fuegos artificiales enmascaren lo que realmente Aida representa como ópera, cuando el espectador la disfruta por primera vez, no solo se queda apabullado por las pirámides, los caballos, los carros de combate y la sensualidad de los esclavos y esclavas danzando ligeros de ropa. Mas bien sale sobrecogido por una historia de amor que se perpetúa en la eternidad, y por unos personajes atrapados en sus propias pasiones de forma trágica e irremediable.





Vayamos con el elenco:
Correctos comprimarios, destacando Sandra Pastrana como Gran Sacerdotisa, de bello timbre y mágica intervención, así como el entregado mensajero de Fabián Lara, hermoso partiquino que siempre me resulta grato de escuchar, y que fue servido de forma admirable por nuestro tenor. El Ramfis de Roberto Tagliviani me resultó insuficiente especialmente en la zona grave, donde la voz resulta escuálida, y destemplada en los finales de frase. El Rey de Egipto fue interpretado por Soloman Howard de forma mas que adecuada, adaptándose su instrumento a la perfección al papel, pleno de volumen y espléndida presencia escénica.

Gabriele Viviani, barítono, como Amonasro.
Amonasro es uno de esos papeles que sale poco, pero que cuando lo hace corta el bacalao en escena, especialmente en el tremebundo dúo con Aida, una de mis partes favoritas de la ópera. Viviani me pareció un vozarrón de los que despeina, literalmente, de canto robusto e impoluto en su ejecución, aunque si es cierto que en la zona aguda se aprecia cierto agotamiento vocal, que no molesta pero si se acusa. Estuvo muy templado en todas sus intervenciones logrando momentos de gran interés en el tercer acto de la ópera, siendo en general su interpretación efectiva y efectista a partes iguales.

Alfred Kim, tenor, como Radamés.
El tenor coreano fue de menos a mas, y estuvo un tanto rutinario en su escalofriante aria de salida, sin llegar a conmoverme, y con una ejecución un tanto ramplona. Pero a medida que el papel se va haciendo mas humano, empezó a brillar de forma sorprendente, y mas que gratificante. La voz es grande, de ecos baritonales, buen agudo, proyectado a la perfección, y brillante en los pasajes heroicos, pero donde realmente se luce es en los momentos mas líricos, dotando de mucha sensibilidad al dúo final de la partitura con unos agudos apianados de espectacular factura. Algunos momentos resultaron de gran espectacularidad y destacó mucho por su bravura en el enfoque vocal del personaje. Kim cumple como Radamés, dado que la voz posee la suficiente anchura y el necesario toque lírico que el capitán egipcio necesita para ser llevado a buen puerto.

Ekaterina Semenchuck, mezzosoprano, como Amneris.
Amneris es mi personaje favorito de Aida, sin ella no hay drama, y como malvada no tiene precio, pero antes que todo esto se encuentra la dificultad del papel a nivel vocal, que si se ejecuta de forma satisfactoria resulta de gran impacto. Semenchuck resultó una de las mejores intérpretes de la noche a todos los niveles. Enorme voz, colocadísima en todo momento, de agudos estratosféricos y nada pesante. De gran expresividad en todas sus intervenciones, y con una admirable linea de canto, logrando con su trabajo vocal definir a la perfección el carácter de la pérfida Amneris. Su soliloquio fue creo que lo mejor de la noche, logrando deslumbrar al espectador por la calidad de su trabajo, y la robustez de su instrumento. Muy entregada desde el inicio de la función, fue a mi entender la que mas se acercó al personaje, perfectamente apoyado en una poderosa presencia escénica que colma de empaque su interpretación. Semenchuck me ha parecido una de las mejores cantantes que he visto ultimamente en directo, ya que realmente su trabajo me llegó de forma muy directa musical y emocionalmente. 

Anna Pirozzi, soprano, como Aida.
Excelente en el difícil rol protagonista que fluctúa entre lo lírico y lo heroico de forma inclemente. Se agradece escuchar a una spinto auténtica, sin voz prefabricada, y que resulta adecuadísima para el papel. Matizadísima en todo momento, sus dos arias fueron realmente magníficas, especialmente la del tercer acto cantada con extremada sensibilidad, y en la que nos obsequió con unas "notas flotantes" de poner los pelos de punta. Su uso del regulador fue de gran efecto y muy acertado, primando el buen gusto en todo momento, y ofreciendo unos agudos apianados de gran expresividad y realmente conmovedores por momentos. Encontré a Pirozzi una magnífica cantante, de exquisito fraseo, e impecable factura vocal.



Coro Intermezzo, reforzado para la ocasión, con Andrés Máspero a la cabeza, en las cotas de excelencia habitual, de gran empaste en todas las cuerdas, quizás un poco tímidos en algunos pasajes de la "Escena triunfal" pero muy matizados y solventes en sus intervenciones, dando la nota de espectacularidad necesaria en los momentos mas abigarrados de la partitura de Verdi.

Nicola Luisotti llevó la batuta de la Sinfónica de Madrid de forma efectiva, sin hacer hincapié en los momentos mas efectistas y cuidando mucho a los cantantes, que parecen sentirse cómodos con la lectura que Luisotti hace de la obra. Quizás algunos tiempos fueron excesivamente morosos, pero no cayendo en lo aburrido. Nuestro director hace una lectura limpia y con énfasis teatral sin caer en lo superficial, siendo el resultado grato y francamente disfrutable.



Vayamos con la propuesta escénica:
Hugo de Ana firma el espectáculo, y tristemente cae en todo aquello que no debe caer Aida. De Ana parece mas interesado en una Aida contemplativa y esteta, que en una versión mas enfocada a la parte actoral, en la que los personajes aparecen completamente desdibujados, viéndose eclipsados por los clichés asociados al mundo de la ópera, donde el gesto grande, poco creíble y nula implicación emocional fueron la tónica. Mucha soprano arrodillada levantando los brazos, muchos abrazos castos y mas falsos que Judas, y un sempiterno olor a naftalina que arruina cualquier atisbo de dramatismo, fueron la tónica de un espectáculo en el que Hugo de Ana parece mas preocupado por mover la figuración, trabajo el de los figurantes excelente por cierto, que por conducir a los protagonistas por los vericuetos del libreto y darle alas al drama. La función se ha actualizado con unas proyecciones, de las que se abusa hasta la exasperación, no dejando ver la escenografía y que en muchas de las veces no aportan absolutamente nada, y que se ven reflejadas en una gasa que molesta mucho entorpeciendo la visión de lo que ocurre en escena. Nuestro director lo plantea todo muy grande, muy a lo bestia, muy monumental y corpóreo, pero de resultado vacío y superficial, y profundamente antiguo en su planteamiento. Siendo el resultado un espectáculo grandilocuente y acartonado, en el que sus virtudes estéticas, que algunas hay, se ven arruinadas por la proyecciones. Los cuadros plásticos en el final de acto, y la concepción de la ópera como si de una película de Cecil B. DeMille se tratara hace años que pasó a la historia, y en esta producción de Aida, uno no sabe muy bien si está viendo "Los Diez Mandamientos" o la gran obra de Verdi. Tampoco ayudan mucho los figurines del propio regista, muy poco afortunados en alguno de los componentes del coro, y excesivamente "arrevistados" en el caso de Amneris, ni las avejentadas, repetitivas y de pedestre simbología, léase momento momias, coreografías de Leda Lojodice.




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2 comentarios:

  1. Estupenda crítica, como es costumbre. No defraudas.

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  2. Sensacional.
    Aparte de compartir tu visión, aprendo muchísimo leyéndote.
    Muchas gracias.

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