La Cocina texto de Arnold Wesker, que se está representando en el Valle Inclán, con enorme éxito por cierto, es una de las grandes apuestas del CDN de esta temporada, por no decir la mas grande. Los motivos son muchos, el primero el ingente número de actores que se necesita para abordar este texto, nada menos que 27, con las complicaciones que esto conlleva. Hay que añadir el atractivo visual de la propuesta, y obviamente lo ambicioso del montaje en todos sus aspectos. Cualquiera que se precie de aficionado al teatro no puede perderse esta propuesta que es sin duda muy difícil de ver, e imposible de abarcar desde el ámbito privado dadas las dificultades de presupuesto que esta obra plantea. Con un mes de anticipación saqué mis entradas, ya con ciertas dificultades para encontrar asientos decentes, y a medida que se iba acercando el día de mi representación, mis ganas iban en aumento, ya que los comentarios suscitados sobre el espectáculo eran tan buenos, que todo me hacía indicar que la cosa estaría a la altura.
Nunca había leído el texto de la obra, y a su autor no lo conozco en profundidad, así que iba bastante virgen a la función, ya que solo había visto el vídeo promocional, y me informé muy someramente del argumento. Tampoco quería saber mas, a veces mejor no ir "contaminado" y así de esta forma tener una opinión menos condicionada a la hora de visionar un espectáculo que sin duda está dando mucho que hablar, y que será recordado durante mucho tiempo en nuestro mundillo teatral.
Algún día diremos que vimos La Cocina del CDN, no tengo la mas mínima duda, máxime cuando ya están agotadas todas las entradas hasta el final de las representaciones, así que muchos han sido los llamados y pocos lo elegidos que hemos tenido la suerte de conseguir localidades. Estimado Ernesto Caballero, es casi obligado decirle que debe reponer este titulo, del mismo modo que no se debe pasar por alto la inversión realizada para tan pocas funciones. Es una verdadera pena que esta propuesta se quede aquí y no solo por motivos crematísticos ya que el nivel artístico de la misma, y el tremendo trabajo a todos los niveles que este montaje posee, merecen un largo recorrido tanto en Madrid como en el resto de nuestra geografía.
La Cocina escrita por Arnold Wesker en 1957, es un monumental fresco de la sociedad europea durante los años mas inmediatos a la Segunda Guerra Mundial. Para ello Wesker se sirve de la gigantesca cocina de un restaurante inglés, aunque mas bien parece la de un hotel, en la que a modo de Torre de Babel (como se dice en el texto) se juntan diferentes empleados con diferentes cargos, de las mas variopintas nacionalidades y etnias, todos ellos involucrados de una forma u otra en el conflicto bélico. La acción transcurre exactamente el día de 1953 en el que se firmó el Acuerdo de Londres por el cual se condonaba parte de la deuda de Alemania contraída después del Tratado de Versalles. Wesker escribió una obra netamente coral, de espíritu fuertemente naturalista, donde de forma descarnada se cuenta el día a día de unas existencias aparentemente anodinas, pero que como ocurre en la vida real, tienen sus recovecos y sus sueños ocultos por las convenciones sociales, o por el propio aislamiento del ser humano en esta jungla en la que vivimos.
Encontré el texto bastante irregular con altibajos de interés, y momentos que se han quedado muy desfasados, ya que la temática que plantea está muy manida y ya ha sido analizada desde muy variopintos puntos de vista, el tema de los prejuicios hacia los alemanes, los rencores entre naciones posteriores a la IIGM y las actitudes antisemitas son algunos de los problemas que se nos cuentan en La Cocina. A ello hay que añadir que se trata de un momento histórico muy específico, convirtiendo la obra en excesivamente coyuntural para nuestros ojos, y que el conflicto se alarga en exceso llegando a lo premioso. No quiero que parezca que no me ha gustado, porque no es cierto. La Cocina posee recursos mas que sobrados para justificar su visionado, un empaque apabullante, una estructura dramática impoluta, unos vínculos interesantísimos y unos personajes, que por motivos obvios, en algunos casos no son mas que meras pinceladas que realmente se nos antojan muy carismáticos en la mayoría de los casos. A todo esto hay que añadir el crescendo final tan bien tramado, y la continua sensación de tensión entre los personajes que realmente nos da a entender que la cocina del Tívoli es una autentica olla a presión a punto de estallar.
A veces las adaptaciones son muy necesarias, y esta obra convenientemente recortada y pulida tendría mas interés a nivel texto del que ahora posee, que se ve sobrepasado con creces ante el envoltorio, las interpretaciones y la dirección escénica, siendo una pena que tanto esfuerzo tenga un fin que se me antoja un tanto vacuo.
Vayamos con el elenco:
27 personajes de mayor o menor extensión pueblan esta cocina desarrollados de forma irregular por razones obvias, pero todos moviéndose en unos parámetros de excelencia interpretativa asombrosa. Desde la apabullante Bertha de Paloma Porcel, rotunda y real como la vida misma, hasta un esforzadísimo Ricardo Gómez como chico para todo que no pasa en absoluto desapercibido por su frescura y entrega, el número de talentos que en esta producción se vislumbra es descomunal. Muy a destacar el Peter de Xabier Murua, que defiende un difícil papel desde una contención y una introspección perfectamente calculada. Impoluta la Monique de Silvia Abascal bella y enigmática, y que me alegra profundamente verla trabajando. Luis Zahera en un código mas extremado da un toque diferente como un personaje que no entiende a sus trabajadores y que somete a su tiranía con un victimismo realmente repulsivo. Aitor Beltrán como Dimitris sirve un personaje tierno y muy carismático. Javivi con una solidez actoral en un complicado monólgo con el que toca el cielo aporta veteranía. Roberto Álvarez mas templado dadas las características de su papel dota de entidad del primer actor que es al chef de esta cocina del infierno, donde tantas cosas pasan y a la vez tan pocas, ya que al final todo se resume a una cosa tan simple como son las relaciones humanas completamente enquistadas en un entorno duro y hostil. El resto del elenco cumple a la perfección, me resulta imposible enumerar a todos, pero nadie desentona, y la tónica es un profundo conocimiento de lo que se desarrolla en escena y como se desarrolla, con un trabajo de equipo que posiblemente sea de los mas complicados, y mejor resueltos que he visto nunca.
Pero si hay una estrella indiscutible en La Cocina, ese es Sergio Peris-Mencheta que firma la producción, y que después de esto lo considero completamente consagrado como director de escena. Peris-Mencheta consigue realizar un trabajo de orfebrería teatral perfecto, donde absolutamente todo encaja al milímetro en un complicado puzzle que ha llevado nada menos que cinco meses poner en pie. Nuestro director apuesta por una exposición clarísima de los personajes en un brillante primer acto donde poco a poco se van conociendo los personajes y que está llevada a cabo con un control de los tiempos absolutamente magistral. A nivel estético estamos ante una de las propuestas mas interesantes de los últimos tiempos, donde la hiperrealista e impactante escenografía de Curt Allen Wilmer funciona como un personaje mas de la función. Peris-Mencheta trufa el espectáculo de pinceladas de genialidad como son la ralentización de los movimientos en los momentos que el quiere resaltar y que deslumbran dentro del maremágnum completamente medido que transcurre en el espacio escénico. Todos estos recursos consiguen un espectáculo cargado de magia teatral y unos valores visuales pocas veces vistos en nuestra escena. Si me quedo con un momento de la función es con la impresionante coreografía de casi 15 frenéticos minutos en las que se nos cuenta lo que es el momento del servicio en una cocina de esa envergadura. El espectador asiste entre angustiado y divertido a un recital de compenetración y sabiduría teatral que asombra al mas pintado, dejando al respetable clavado en su butaca. La acción durante todo el espectáculo va en aumento con algunos momentos de respiro para finalizar de forma explosiva en un conseguido clímax final, hacia el que Peris-Mencheta nos lleva sin problemas, para finalizar una historia que realmente no tiene final, ya que como en la vida ocurre, los problemas no se solucionan en dos horas y media... simplemente la vida sigue. Lo que Sergio Peris-Mencheta hace en esta producción es literalmente de premio, en un trabajo donde prima la claridad en la exposición y la limpieza, en una función de unas complicaciones mayúsculas, y perfectamente solventadas. Mención especialísima para el encargado del movimiento Chevy Muraday que lleva al paroxismo el concepto de pulcritud en un caos perfectamente organizado, para que precisamente nos parezca un caos, cuando realmente se trata de un calco milimétrico y estudiadísimo de una realidad muy conocida para los que alguna vez hemos trabajado en la hostelería. La función se sustenta en unas magníficas luces de Valentín Álvarez y un inspiradísimo vestuario de Elda Noriega que define a la perfección a cada personaje y su personalidad.
En resumen, una propuesta imprescindible, que es uno de los acontecimientos teatrales de esta temporada, y que no deja indiferente a nadie. Sus múltiples virtudes están muy por encima del texto que aun con los problemas que mas arriba comento, no arruina una función impecable, de gran impacto, y con resultados realmente espectaculares.
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De acuerdo en todo contigo excepto en que no está de actualidad. Aunque esté centrada en 1953, a mi me ha recordado a los polacos asesinados por británicos después del Brexit
ResponderEliminarYo encontré excesivamente manido el asunto. A eso me refiero. Obviamente la problemática racista, en estos días está mas en vigor que nunca. Pero el conflicto como tal, con las heridas de la Segunda Guerra Mundial abiertas, si que en mi humilde opinión se ha quedado ya muy atrás. Un saludo, y muchas gracias por leerme!!!
EliminarUna gran crítica Jonathan, no tuve la oportunidad de asistir porque me quedé sin entradas, por lo que te agradezco enormemente la impoluta descripción y tu opinicion ciertamente objetiva de una obra que ya es un clásico. Espero escuchen entre bambalinas que el resto ¡también queremos ir a la cocina!
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