lunes, 11 de septiembre de 2017

Oleanna. Y Caperucita Se Comió Al Lobo Feroz

El poder, el tan anhelado poder, a veces detentado a veces merecido, y casi siempre deseado, aunque pueda parecernos ajeno, es uno de los motores de nuestro entorno. Nos movemos en una sociedad piramidal, en la que el que está arriba manda sobre el que está abajo, esto es aplicable a todos los estratos sociales y a todos los ámbitos de nuestra vida. Desde nuestro entorno cotidiano, hasta la alta política, alguien manda, y el que manda normalmente se lo ha ganado de alguna manera, lícita o ilícita, siendo cierto que el poder es algo con lo que no se nace, y que engancha al que lo tiene, y que normalmente cambia al que lo posee.
Este pequeño discurso cargado de obviedades sobre el ordeno y mando, viene muy al pelo al tenor de lo que plantea Oleanna, el controvertido texto de David Mamet con el que doy por inaugurada la temporada 17-18, y que se está llevando, con gran fortuna artística, en el Bellas Artes.
El poder se encuentra muy presente en Oleanna, pero no solo el poder, sino la forma de conseguirlo, y como transmuta a los individuos que lo poseen, llegando a convertirlos en seres despiadados y prepotentes, aunque no se den cuenta de ello, y piensen que estén impartiendo justicia, cuando lo que hacen es imponer la mas injusta de todas las justicias, aquella que carece de clemencia.




Oleanna, estrenada en 1992, y en cuyo estreno hubo literalmente mas que palabras ya que las bofetadas camparon a sus anchas al finalizar el espectáculo, plantea una verdad incómoda. El uso del acoso sexual como arma, y el abuso de poder en las situaciones en las que un individuo se encuentra por encima en la jerarquía establecida. Mamet, se sirve de dos personajes moralmente reprobables, para plantearnos un dilema que practicamente se ve expuesto de forma aséptica, para que sea el espectador el que saque sus propias conclusiones. Conclusiones, por cierto, tan numerosas como espectadores vean la función, ya que las opiniones que se pueden extraer del texto dependen de muchos factores, tanto ideológicos como de género.
No quiero destripar mucho el argumento, solo diré que hay comportamientos y realidades en nuestra sociedad, que se deben plantear, por mucho que escuezan, y lo que Oleanna cuenta, escuece y mucho, pero se da y muy a menudo, siendo la valentía de nuestro autor contándolo francamente notable.



David Mamet propone un inteligentísimo texto en el que el uso del lenguaje es prodigioso, con un léxico elevado y muy definitorio de ambos personajes que especialmente en el caso de John llega al paroxismo en su primera escena, escena que bien es cierto que es redundante, y que no tengo yo muy claro si a propósito para incomodar al espectador, o para alargar un texto que se queda en la hora y cuarto escasa. La acción tarda en desencadenarse, pero una vez que lo hace desborda el conflicto de forma impactante y muy dura, estallándole al espectador en sus propias narices. Cuando empezamos  a pensar que en esta obra no pasa nada, Mamet nos da un sonoro y sorpresivo bofetón para atraparnos de forma irremisible hasta que acaba la función.
La disección de la psicología humana que lleva a cabo Mamet es espeluznante, y para plasmar sus miserias mas íntimas, tira de ironía de forma admirable, siendo especialmente crítico con la supuesta "superioridad moral" de cierta intelectualidad, el feminismo mal entendido, y el uso literal y torticero de nuestras leyes. Mamet se apropia del ABC de cualquier texto que se precie (objetivo, conflicto y urgencia)  impecablemente, siendo el resultado de la obra afortunadísimo a nivel literario, y muy impactante a nivel dramático.
En Oleanna, Caperucita se come al Lobo Feroz, pero ni Caperucita es tan buena, ni el Lobo tan malo, ahí estriba el hecho de que se nos rompan los esquemas de forma tan dura y contundente.



Vayamos con el elenco.
La obra se sustenta en dos actores, en este caso Fernando Guillén Cuervo y Natalia Sánchez, como John y Carol respectivamente, siendo el resultado un duelo interpretativo de altura. Ambos intérpretes se encuentran en un código naturalista y con grandes dosis de verdad en sus respectivas interpretaciones. Del trabajo de Guillén Cuervo varias cosas son a tener en cuenta, la primera y mas notable el prodigioso recorrido de su personaje, cuya evolución resulta brillantísima y mas que justificada desde todos los recursos que nuestro actor ofrece y utiliza con gran acierto. La segunda el magnífico tono corporal de su trabajo, muy medido y cargado de pequeños detalles que apoyan a la perfección las por otra parte mas que atinadas acciones que sirven de ayuda a nuestros actores en sus respectivas creaciones. Nada sobra y nada falta en el trabajo de Guillén Cuervo, templado y mesurado sin caer en la estridencia, siendo su dibujo de John real como la vida misma, creíble y lo que es mas importante en esta obra, reconocible. Su compañera en escena Natalia Sánchez, lleva a cabo un trabajo enfocado desde la introspección, pulcro y muy bien rematado. El uso de la voz, pretendidamente bajo de tono, para aumentar la sensación de puerilidad de Carol es absolutamente magnífico, así como la convicción en sus momentos mas duros que realmente cumplen su cometido a la perfección. Sánchez muestra una sorprendente solidez interpretativa y se la ve muy disciplinada, algo que yo valoro mucho en un artista, y que sin duda, tiene mucho que ver en el brillante resultado de la composición de Sánchez. El grado de trabajo de un artista se mide en los detalles que engrandecen a un personaje, y el cuaderno lleno de apuntes, escritos a mano apostaría que por la propia Sánchez, dictaminan la línea de trabajo de la producción.
Nos encontramos ante dos actores que se entienden a la perfección en escena, y que aportan lo mejor de cada uno en beneficio de su compañero, en un acto de generosidad escénica muy de agradecer, y que acaba revertiendo de forma muy gratificante en el espectáculo. 
Tanto Guillén Cuervo como Natalia Sánchez se entregan a fondo en la composición de sus personajes y en que entendamos su complicada psicología desde un ejercicio de interpretación valiente, arriesgado y desnudo de artificios, lo que viene a ser resumiendo en pocas palabras, teatro en estado puro.



Vayamos ahora con la dirección escénica:
Luis Luque firma la producción, y la verdad es que acierta, planteando el texto como un combate de artes marciales en su principio y su final que como alegoría de la pelea dialéctica que se desarrolla en el escenario funciona y no desentona en absoluto con el tono de la función.
Luque dirige a sus actores con libertad, pero sin dar lugar a los excesos, que en el caso de textos de estas características es una tentación en la que se puede caer facilmente. Se llega a los clímax de forma natural, sosegada y justificada, con excepción del duro final de la obra, en el que hay un punto de anticipación por parte de los actores que no acaba de estar resuelto de forma satisfactoria. La función desprende una pulcritud y un regusto a trabajo bien realizado que remata un montaje acertado y brillante a partes iguales, poniendo especial énfasis en el sentido de lo que se dice, y en la perfecta definición de los dos personajes tan opuestos y tan iguales a la vez. El ritmo se encuentra perfectamente medido, jugando con el espectador de forma muy sutil, ya que al principio el respetable siente cierta desazón ante una situación tensa y de difícil solución, pero que a medida que transcurren las tres largas escenas que componen la obra va tomando pulso de forma irremediable hasta su explosión final. Creo que Luque intenta (y lo consigue) que el espectador se sienta identificado con la impotencia de John ante como se van desarrollando los acontecimientos, y convierte a nuestro antihéroe en pieza clave de reflexión, sin justificar en ningún momento lo que ocurre, algo que sin duda está en la esencia del texto de Mamet, que se ha hartado de decir por activa y por pasiva que el no juzga, sino que simplemente expone, ya que el que juzga es el espectador. Luque juega con esa propuesta, y gana de pleno siendo el resultado una Oleanna de altura y sólida de principio a fin, dando una lección de teatro bien hecho, bien pensado, y lo que es mas importante, trabajado hasta la extenuación.



En resumen, un magnífico inicio de temporada, con una propuesta de impecable factura, que se puede resumir como un ejemplo de teatro en estado puro, impactante, valiente y para rumiarlo después de ver la función. Oleanna no es un título para todo tipo de estómago, y sin duda puede herir alguna sensibilidad, pero también es necesario que se nos cuenten las verdades a cara de perro de vez en cuando, para a posteriori recordar lo que ocurre en Oleanna, y aplicar en nuestra filosofía de vida, tres o cuatro lecciones que Mamet nos da sin ningún miramiento. Oleanna es un clásico contemporáneo, de total vigencia, y que mientras nuestra sociedad mantenga su estructura seguirá contándonos algo interesante. Ojalá llegue el día en el que lo que se plantea en Oleanna no se entienda, sin duda habremos avanzado mucho a todos los niveles.





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