Se lleva representando en La Puerta Estrecha desde hace casi seis meses una versión de Otelo que por poco se me escapa, la verdad es que entre la cantidad de espectáculos que veo, y que entre semana me resulta difícil ir al teatro me pierdo mas cosas de las que debiera. El hecho de que se programen funciones solo un día a la semana también complica la cosa, así que después de tres intentos ayer finalmente conseguí acercarme hasta la Calle Amparo para disfrutar de esta producción que prometía una versión arriesgada del clásico dramón shakesperiano ya que el material gráfico de la obra así lo dejaba ver. Soy espectador desprejuiciado, y no me cierro a ninguna propuesta y la verdad es que tenía curiosidad por ver este montaje que está siendo bastante exitoso dentro del circuito "off" y del que había oído hablar bastante. Atreverse con este repertorio desde un prisma alternativo, como en este caso se trata, es necesario, y salas como La Puerta estrecha, que por cierto tiene mucho encanto, son cruciales en esta labor de investigación y revisión de unos textos que se envuelvan como se envuelvan siguen con fuerza, vigencia y sobre todo con interés que es lo mas importante.
Otelo: El moro de Venecia, tragedia de William Shakespeare escrita en 1603, es una de las obras mas profundas de El Bardo, tanto por su magnífico uso de la palabra, como por su carga dramática. Varias cosas son a tener en cuenta en este título, la primera la visión de Otelo, que se aleja de cualquier estereotipo racista de la época, convirtiendo en héroe trágico del espectáculo a un moro, algo impensable en aquellos tiempos, la segunda el que a mi modo de ver es el auténtico protagonista de la función, el malvado Yago, uno de los mas grandes roles de toda la historia del teatro, cuyo cinismo descarnado y maldad intrínseca son una auténtica tesis doctoral sobre el lado oscuro de la psique humana. A todo esto hay que añadir, como es habitual en Shakespeare el marcado sentido de la teatralidad en un texto arrollador y subyugante que nos atrapa desde su primera escena y no nos suelta hasta su epatante final.
La versión de Otelo que esta crítica ocupa, viene firmada por Paco Montes, sensiblemente recortada y con algunos cambios de importancia (especialmente al final de la obra). La adaptación va a la esencia del texto original de forma bastante afortunada y ágil entendiéndose perfectamente toda la historia, y con un desarrollo dramático impecable, algo muy de agradecer dadas las escabechinas que he visto ultimamente con los grandes textos del repertorio universal. Se ha reducido el número de personajes a seis, y se han quitado las escenas superfluas de forma muy acertada, siendo el resultado final un espectáculo de 90 minutos exactos, perfectamente estructurado y entretenidísimo. El cambio en el final, está muy justificado dentro del enfoque de la producción, y va en consonancia con los tiempos de hoy en día, donde nos cuesta entender el concepto de mujer florero tan habitual en el teatro isabelino, y especialmente en esta obra donde la pasividad de Desdémona ante su destino queda muy bien justificada, y donde la vuelta de tuerca en la muerte de Otelo se me antoja de gran vigencia y una suerte de justicia poética que incluso alivia al espectador.
Vayamos con el elenco:
Los seis actores que dan vida a los personajes de este Otelo son cumplidores y muy esforzados, en un trabajo en el que una brutal implicación física es la tónica, y una visión poco acomodaticia del trabajo actoral que en algunos momentos impacta por la dureza de las composiciones corporales y la violencia que se destila en escena.
Oscar Valera da vida a Rodrigo desde una visión del personaje paródica y acertada, siendo el resultado una interesante mezcla de pueril bruto y bastante corto de luces, que funciona a la perfección como esbirro de Yago, irreflexivo y muy adecuado para hacerle el trabajo sucio al malvado de la función.
Iñaki Díez sirvió un Casio impoluto, tanto en la dicción como en la expresión corporal, resultando su escena mas lograda aquella en la que Yago le emborracha. Casio es un personaje que destila mucho patetismo, ya que le van cayendo las bofetadas sin saber ni como ni por donde, ese aire de pobre hombre Díez lo imprime a su personaje perfectamente. Todas sus frases tienen gran sentido y denota un trabajo sobre el texto mas que notable.
María Herrero como Emilia, está francamente magnífica, muy templada y de interesante voz, se luce mucho en el último cuarto de la función, donde resulta perfecta en la forma de llegar a la emoción, y con un logradísimo recorrido del personaje. Su última escena con Yago, en el que se ve a esa mujer al lado del sátrapa completamente destrozada, es de impresión, y su cara resume totalmente el calvario por el que ha pasado y el que le espera en el futuro.
Yaldá Peñas ofrece una Desdémona de manual, dulce sumisa y enamorada de Otelo hasta las trancas. La química con su amado es muy notoria. Desdémona es un papel muy ingrato y que hoy en día nos cuesta entender y al que Peñas imprime la dosis justa de naturalidad para que nada nos chirríe y que en el momento en el que se pone la hiyab como declaración de principios y aceptación de su destino nos resulte ciertamente conmovedor.
Antonio Alcalde como Yago es sin duda la estrella de la función. De gran calado, muy sólido y con unos recursos mas que interesantes. Su Yago no transita por el histrión sino que se reduce a una aparentemente sencilla frialdad, solo aparentemente ya que una cosa es lo que dice, y otra cosa lo que le pasa por dentro. La escena en la que empieza a envenenar a Otelo con el fantasma de los celos rebosa tensión y subtexto, sus objetivos están definidísimos y no solo por lo que escribió Shakespeare sino por todo lo que Alcalde nos cuenta sin decirnos nada. Su crueldad es algo inherente a un personaje capaz de ordenar un asesinato sin pestañear. La cobardía del que manda asesinar pero nunca se mancha las manos de sangre está perfectamente plasmada en la interpretación de nuestro actor que demuestra que sin estridencias ni desmelenes se puede transmitir la dureza de un personaje hasta sus últimas consecuencias. Antonio Alcalde dice sus frases mas duras a media voz, y eso amiguitos hiela la sangre al mas pintado, creo que con esto resumo una interpretación redonda y acertadísima.
Iván Calderón ofrece un rotundo Otelo apoyado en su imponente físico que va a la perfección con la ferocidad del personaje. Calderón enfoca a su Otelo desde la bravura y con un excelente uso de su cuerpo y voz. Otelo nos resulta temible y amenazador, dándonos la sensación de ser una olla a punto de estallar en cualquier momento, cuyo carácter solo lo amansa su adorada Desdémona. Calderón aporta un profundo estudio psicológico del personaje y va mostrando todos los difíciles estados emocionales por los que pasa de forma perfecta. Su Otelo es primario y brutal, resultando conmovedor en su anagnórisis, llevando a cabo un composición llena de matices y muy acertada. Llega sin problema al complicado clímax final y vemos como la tragedia se va fraguando de forma inclemente a medida que el personaje se va cargando para explosionar de forma impactante en las dos últimas escenas.
Vayamos ahora con la propuesta escénica:
Paco Montes y Lucas Smint firman la producción, y lo hacen en un acertado código extremado, con momentos visuales de gran potencia, y atinadísimos juegos escénicos. El uso de un espacio ciertamente complicado como es La Puerta Estrecha, es prodigioso, siendo el resultado muy dinámico e impactante. Montes y Smint sirven una función frenética de cierta estética Pandur, en la que no da un respiro ni a los actores ni a los espectadores y que se hace muy corta.
La dirección de actores se encuentra muy equilibrada, haciendo un uso estupendo del gesto pequeño, algo que dada la sala en la que se representa es un acierto total. En este Otelo las miradas son importantísimas y la conexión con el público es continua, que se ve muy integrado en la acción ya que los actores buscan la complicidad del respetable en no pocos momentos resultando perfecto para el tono de la función que pretende incomodar y dejar poso para la reflexión.
Nuestros directores envuelven este Otelo en una salvaje atmósfera, que refleja muy bien lo que Shakespeare planteaba en sus tragedias, en un desasosegante entorno militarizado de brutal sexualidad y con figuras ciertamente inquietantes de estética sadomasoquista y en total consonancia con la brutalidad de los personajes que pululan por la escena. Hay un guiño final con el triunfo de la vulgaridad y el arribismo (tan habitual en la España de nuestros días) que me llevó a Macbeth, no se si de forma intencionada o no. Ver a Yago y a Emilia con trazas de dictadores bananeros me recordó al encantador matrimonio Macbeth que tanta afición a la sangre tenía y que llegaron al poder de forma parecida en la remota Escocia que Shakespeare plasmó en su inmortal obra.
Paco Montes y Lucas Smint ofrecen un espectáculo muy bien pensado y muy interesante que sin lugar a dudas no deja indiferente, por su valiente y arriesgada factura, así como por su sorprendente puesta en escena.
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