sábado, 26 de diciembre de 2020

"Un Día Cualquiera", Un Trocito de Nueva York En Madrid.


Hay obras que consiguen transmitirnos de forma muy patente la esencia, o el espíritu de aquello que se nos quiso plasmar, cuando esto ocurre la magia surge, y en un efecto asombroso la obra en cuestión consigue transportarnos exactamente al lugar físico o emocional pretendido, convirtiéndose en una experiencia que trasciende lo teatral para pasar a ser algo más profundo, enriquecedor y placentero que en otros espectáculos menos inspirados. Esto que puede parecer una obviedad, es difícil de conseguir, y se deben dar una serie de felices coincidencias para que esto ocurra. Sin ninguna duda la música, catalizadora universal de las emociones humanas y reflejo de nuestra memoria sensitiva, es la herramienta perfecta para que esto ocurra, ya que su capacidad descriptiva es superior a la de otras artes, por un motivo claro, nos llega directamente al subconsciente, y nos permite sumergirnos de forma casi subliminal en aquello que se nos quiere contar. Sostengo que el teatro musical, entendiendo como teatro musical todo aquel en el que se canta independientemente de su estilo, es el más completo y el que mejor funciona como reflejo del alma humana, siempre y cuando el material esté a la altura de lo que se nos quiere contar, siendo esto que planteo más que evidente en "Un día cualquiera" musical de pequeño formato, que se está representando los lunes en la sala pequeña del Nuevo Alcalá, que tuve oportunidad de ver hace unos días, y que ha sido una sorpresa mayúscula, atreviéndome a afirmar que nos encontramos ante el musical más interesante de este extraño año, parco en teatro, y en el que dicho género se encuentra en un inpasse que por el momento parece difícil de solucionar. Hay que entender que por ahora no es el momento de producciones fastuosas de elencos grandes y enorme aparato escénico, por tanto lo correcto es apostar por obras de pequeño formato, de calidad y cuidado acabado. Ya vendrán momentos mejores en los que se podrá afrontar grandes producciones, que no siempre son sinónimo de calidad, ojo, pero que si que funcionan como ejemplos de la grandiosidad que se le presupone al género. Para consolidar el género, y que siga en la memoria del espectador se me antoja imprescindible, en estos momentos, apostar por la calidad más que por la cantidad, si se sigue esta línea, se va por el buen camino. Y lo que vi el lunes, sin duda apuesta de forma inteligente por el género, sin prescindir de sus señas de identidad, y contándonos cosas que nos llegan muy dentro. Vivimos tiempos de introspección, en los que las historias pequeñas son las que nos llegan de forma directa, y precisamente ese es el acierto de "Un día cualquiera". Historias sencillas, de gentes sencillas, como todos, y que tan importantes son cuando solo nos queda eso. 


"Ordinary Days" con música y letras de Adam Gwon estrenado en el "Off Broadway" en 2008, lleva varios años dando guerra por diferentes países, en distintos idiomas, siempre representado con gran éxito en el que varios factores son a tener en cuenta para entender el éxito de la obra. Nos encontramos claramente ante una pieza camerística, de inspiraciones intimistas, en la que la que la partitura ocupa la mayor parte de la función, ya que nos encontramos ante un musical practicamente cantado en su totalidad. La historia es sencilla, cuatro personajes con dos historias aparentemente separadas, una de amor y la otra de amistad, cuyas vidas se cruzan, aunque ellos nunca lo sepan, en un momento puntual e importantísimo en su desarrollo personal. Prefiero no profundizar en exceso en lo que se nos cuenta, ya que me parece muy importante el factor sorpresa para disfrutar la obra en toda su extensión. No nos engañemos, no hablamos de unos personajes cargados de épica, o con una historia personal ejemplar, o que vayan a pasar a la posteridad por algo que hayan hecho, no. Son personas normales, adorables, completamente humanas, y muy reconocibles para el espectador,  que asiste a su día a día, enternecido, divertido, y en no pocos momentos emocionado, ante un ejercicio de cotidiano costumbrismo cargado de humanidad y "buenrollismo" de marcado interés teatral y musical, en el que brilla la partitura y la historia a partes iguales, dándose uno de esos felices encuentros en los que todo fluye de maravilla.



La música, netamente urbana, como el musical en si mismo, tiene indudables influencias de Stephen Sondheim en su concepción melódica, de gran dificultad para todo el elenco, y que por un lado sirve a la perfección para definir la psicología de cada personaje, y sobre todo para exponer de forma muy clara cada situación escénica, y las emociones de cada rol. Nos encontramos ante una obra de carácter intimista en la que los solos tienen vital importancia, y que precisamente sirven para definir la burbuja en la que cada rol se encuentra, siempre con un trasfondo amable, y con el sempiterno Nueva York como escenario, que se ve reflejado en la partitura de forma magistral desde la primera nota hasta la última. La obra en lo musical se encuentra perfectamente hilada, con gran coherencia, siendo todos los números una especie de prolongación del anterior, en los que se va desgranando la historia de forma impecable, cargada de profundidad, comicidad en no pocos momentos, y sobre todo una extrema sensibilidad que no hace más que reafirmar el hecho de que la música es el recurso ideal para plasmar el alma humana.



 

Vayamos con el elenco:

La obra se sustenta en cuatro actores, adecuadísimos para cada rol, y de un elevado nivel tanto actoral como musical, siendo un acierto la elección del elenco a todas luces, que enriquece todavía más el estupendo material de base del que se parte. 

Lydia Fairén, como Claire.

Espléndida, en el que quizás sea el personaje con mayor complicación a todos los niveles en la función, tanto musical como actoral. Fairén elegantísima y dotada de un magnífico desplante escénico, consigue que afloren todas las capas de un personaje de complicada vida interior, y que acusa una falta de comunicación muy notoria, en el que el pasado pesa mucho a la hora de afrontar su relación sentimental actual. Resulta deliciosa en sus momentos más cómicos, impagable la escena del taxi, y profundamente conmovedora en el giro final de la obra. El arco del personaje está perfectamente delimitado, y poco a poco vamos entendiendo lo que le ocurre, de forma clarísima y bien planteada, sin llegar al desmelene en ningún momento, en un ejercicio de contención encomiable y cargado de verdad. La voz resulta perfecta, muy matizada, y describe de forma adecuadísima el carácter sensible e introspectivo de Claire, bonito timbre, afinadísima, y supliendo los desafíos de la partitura, que no son pocos, de manera admirable. 

Nacho Brande, como Jason.

Brande plantea su personaje desde la bonhomía y la sensibilidad, en un personaje profundamente enamorado, tierno, y de gran nobleza, de aquellos que nos queremos llevar a casa desde que sale a escena. En un código muy marcado de galán contemporáneo, y con momentos de gran lucimiento durante la función. Brande brilla mucho en los gestos pequeños, definiendo muy bien su relación con Claire, cuando le huele el pelo mientras está hablando con ella es uno de esos gestos que nos dicen tantas cosas sin necesidad de hacer nada más, la verdad está ahí, así como las miradas que pone sobre su amada, que son oro molido. Sentimos mucha empatía hacia su personaje, que nos inspira ternura y algo de piedad, ya que nos parece que no se merece la frialdad de Claire, aunque luego entendemos todo, y por supuesto sabemos que él la va a entender, va en su carácter, tan bien definido por nuestro actor. En lo musical, más que correcto, con una bonita voz de tintes atenorados, y que en su tema principal resulta emotivo y cercano a partes iguales. Igual de matizado que el resto de sus compañeros, apuesta por la verdad, con sentido de la musicalidad, y huye de los fuegos artificiales gratuitos, primando siempre la intención al lucimiento, algo que consigue precisamente que se luzca más, ya que la interpretación se ve enriquecida de manera exponencial a lo largo del espectáculo. 



Laura Enrech, como Deb.

Un torbellino, en el personaje de más connotaciones cómicas del espectáculo, y cuyo desarrollo junto con Claire es el más interesante a nivel actoral en el texto. Enrech consigue que un personaje que en un principio puede caernos antipático, con valores como el individualismo muy marcado, la ambición, y el tener una vida perfectamente planeada, de repente cambian para aflorar en ella, una serie de sentimientos que no se veía capaz de sacar a relucir. Impagable en sus escenas ante el ordenador, consigue sacarnos más de una carcajada durante la función, en un personaje que dice las cosas como si tal cosa, pero que sin duda encuentran el efecto buscado. Corporalmente magnífica, con cierta tensión que define al personaje a la perfección, sirve una interpretación inteligente, medida, y muy bien planteada desde su primera escena. Vocalmente impoluta, espléndida en el fraseo, afinadísima y muy ajustada al acompañamiento musical, sirvió una velada de calidad a todos los niveles, en un personaje quizás un poco más extremado que los de sus compañeros, y que sirve de contrapunto perfecto al resto del elenco. 

Oriol Burés, como Warren.

Burés ya tuvo un notable triunfo como alternante de Zaza en la estupenda "La jaula de las locas", y en "Un día cualquiera" demuestra de nuevo su solidez y grandes aptitudes para el musical, en una obra que le permite un gran lucimiento a todos los niveles, y en el que su poderoso instrumento de corte baritonal, se ajusta a la perfección a la vocalidad de Warren. Nuestro actor lleva a cabo a una interpretación vitalista, de un personaje bonachón, puro optimismo en su concepción de la vida, y que sirve de catalizador para cambiarle la vida a sus compañeros de función. Dotado para la comedia, enternecedor, y transmitiendo bondad, ofrece una sólida interpretación actoral, alejada de estridencias y muy creíble en toda su amplitud. En lo musical destaca en todos sus números, aunque reconozco que ya me ganó en su primera intervención, que resulta muy definitoria sobre el tono de su trabajo y del musical en general.

Hay que hacer una mención especial a  Carlos Calvo en la labor de pianista del espectáculo, que no solo se remite a acompañar a los cantantes, si no a infundir a la partitura de unos matices interesantísimos en el apartado meramente musical, dotando de gran empaque a la lectura de la obra. 

La dirección musical corre a cargo de Gonzalo Fernández, resultando acertadísima, en la que priman los matices en los cantantes, y una cuidadosa lectura, en la que se resalta lo mejor de la partitura y cada momento tiene el aire requerido para que todo funcione a la perfección, siendo el resultado el de una lectura dinámica, sensible y llena de teatralidad. Hay que hacer mención a la estupenda traducción de Marc Gómez, cuidadísima y cargada de musicalidad, que no cae en los habituales extraños lingüísticos que a veces nos encontramos cuando se traducen los musicales a nuestro idioma.




Vayamos con la dirección escénica. 

Meritxell Duró y Ferrán Guiu firman el espectáculo, siendo un acierto la visión de ambos directores, que ofrecen una función elegante en lo visual, bien estructurada, limpia y muy bien explicada. Es importante entender que pequeño formato no debe ser sinónimo de pobretón, en este caso sin duda los elementos con los que se cuenta son suficientes para armar la función con el necesario empaque visual como para considerar que nos encontramos ante un espectáculo de cuidado acabado, inteligente factura y muy bien resuelto. En la parte actoral prima la naturalidad, en unas interpretaciones muy conseguidas, siempre a favor de la historia, y siempre en su punto justo, para no pasarse de rosca. No nos encontramos ante una función de recursos facilones en lo cómico, o falsa impostación en lo dramático, pero... nos reímos durante gran parte del espectáculo, sonreímos de principio a fin, y se nos escapa la lagrimilla en un par de momentos perfectamente medidos e integrados en la historia. Todo se presenta con la sencillez que el texto plantea, siendo esa una de las principales virtudes de "Un día cualquiera", su ausencia absoluta de pretensiones, apostando por la verdad como arma principal, y unas acciones escénicas muy bien planteadas, que justifican absolutamente todo lo que ocurre en escena. Los vínculos entre los personajes, en este espectáculo se me antojan cruciales para el buen funcionamiento del mismo, se plantean de manera impecable y francamente inspirada. La función está tratada con enorme sensibilidad, dando la sensación de estar viendo una pequeña joyita, cuidada hasta el más mínimo detalle, en la que brilla todo aquello que debe brillar, es decir, unos personajes deliciosos, una música excelente, y una historia lo suficientemente potente como para mantenernos pegados a la butaca desde que comienza el espectáculo. Pero, sobre todo lo que hay que destacar más allá de cualquier disquisición técnica es que la función desprende un amor, una frescura, y sobre todo una forma conmovedora de entender y engrandecer "aquellas pequeñas cosas", que diría Serrat, que son las que nos engrandecen como personas. "Un día cualquiera" es ese tipo de función tan especial, que a la salida consigue que nos sintamos mejores personas, en estos tiempos de mezquindad y de un gris marengo que todo lo impregna, me parece una labor absolutamente maravillosa, y cargada de mérito. 

"Un día cualquiera", es un musical excelente, tanto a nivel artístico como en lo que en él se nos cuenta, y en el que una comedia con tintes dramáticos sirve como espejo de todos nosotros, siempre con una gran protagonista de fondo, la colosal, inigualable, y amadísima por un servidor... Nueva York. 



jueves, 10 de diciembre de 2020

El Mejor De Los Sentidos, La Comedia Con Sentido.

La comedia cuanto más fina, mejor funciona, siempre y cuando hablamos de aquellas que basan la comicidad en el texto. Sin duda esta es mi favorita, y la más difícil de hacer, si dejamos de lado la comedia física, en la que no en pocas ocasiones, la integridad de los actores se ve seriamente en peligro. Para que una buena comedia de texto funcione, además de obviamente el texto, es necesario que los actores hilen muy fino, encajando los chistes sin aspavientos y desde la verdad. Los fuegos de artificio no suelen ser efectivos exceptuando aquellos figurones que tienen sus gags aprendidos y repetidos, que dan a su público lo que quieren ver. Por tanto, para poner en pie una buena comedia, el nivel actoral suele ser muy exigente, dándose la paradoja que como género sea denostado, ya que su función de entretenimiento ligero suele ir acompañado de cierto prejuicio "cultureta" que piensa que ese tipo de teatro no merece estar en el Olimpo teatral. Hacer feliz al respetable, es una de las labores más importantes de nuestros actores, y en estos tiempos, más que nunca, el humor y el escapismo son esenciales para afrontar el duro día a día que tenemos que soportar, así que valoremos a nuestros cómicos en su justa medida, como sanadores del alma, y propiciadores de alegría, que ya otros se encargan de amargarnos la existencia por otros lados, que no vienen a cuento pero que todos conocemos. El pasado sábado me surgió la oportunidad de ver "El mejor de los sentidos" en los Teatros Luchana, y la verdad es que no me lo pensé dos veces, me apetecía mucho pasármelo bien, sin complicaciones, pero a la vez tener una velada de teatro de calidad. No me equivoqué, ya que sin duda me encontré ante una buena comedia, de las que ya no se ven en nuestras carteleras, y que me dejó un delicioso sabor de boca, al finalizar. 

  

"El mejor de los sentidos" de Luis Flor, se rige dentro de los parámetros clásicos del teatro cómico que tira de ironía e inteligencia en los chistes, y que mediante el recurso de tres personajes de psicologías completamente opuestas, intenta resolver el conflicto de los dos personajes principales, cuando un tercero en discordia aparece cual Mary Poppins moderna a ponerlo todo patas arriba. La historia es simple, dos amigos del alma, uno pijo, superficial y vago vaguísimo, y otro actor sordo, de dudoso talento, que se ve obligado a convertirse en monologuista dado que es incapaz de escuchar las réplicas de sus compañero, ven como su forma de ver la vida cambia radicalmente cuando la "coach" de la madre de nuestro querido pijo, les empieza a plantear una serie de cuestiones, que dan lugar a una serie de disparatadas situaciones escénicas, que a su vez sirven de ayuda para reconducir su vida por nuevos derroteros. 

Flor plantea un texto sólido, bien expuesto desde el principio, en el que se marcan perfectamente las líneas de los personajes, muy ricos en su concepción, y muy reconocibles para el espectador. Floren, el actor, cargado de bonhomía e inseguridades. Marc, superficial y egoísta. Y por último Úrsula, un torbellino arrollador, y superviviente nata. Estos tres personajes se complementan a la perfección, encontrándose la figura del payaso tonto en Floren, el listo en Marc, y la que rompe con los roles en Úrsula. 

De humor mordaz e inteligente en su texto, "El mejor de los sentidos" se sirve de un lenguaje coloquial, nunca vulgar, y en la que los alfilerazos verbales se suceden de forma vertiginosa, necesitando el espectador una décimas de segundo para procesar lo que se ha dicho. La historia se encuentra muy bien tramada, en la que una estructura clásica de presentación de personajes, centro desmadrado, y final resolutivo, son las características más representativas, y que funcionan de maravilla en su concepto de comedia ácida a ratos, tierna en la mayor de las veces, y con su mensaje al final, que nos llevamos a casa para rumiarlo tranquilamente. No desvelaré cual es "El mejor de los sentidos", pero si es cierto que esta semana le planteé a varias personas, que ese sin duda era el mejor de todos, y que al final de la función se nos explica en que consiste. 



A nivel actoral, sin duda, nos encontramos con un buen plantel de artistas, que saben muy bien el  material que tienen entre manos, y que aprovechan al máximo las características de cada personaje.

Luis Flor como Marc, cargado de naturalidad, afronta el personaje desde cierto pasotismo muy en consonancia que este cínico vividor, que acusa un ombliguismo marcadísimo, y cierto poso egoísta que definen perfectamente lo que se nos quiso contar con el papel. Curiosamente no nos cae mal, lo entendemos, y no diré que empaticemos con él, pero si que comprendemos todo lo que pasa por su cabeza. Mérito sin duda de nuestro actor, que desde un impoluto trabajo con el texto, y una actitud escénica muy marcada consigue delimitar a Marc con ojo clínico, y sin ninguna duda con un afán crítico, que resulta muy gratificante para el espectador. Impagable en la entrevista de trabajo tan particular que ofrece, uno de los momentos más divertidos de la función.

Felipe Andrés, como Floren, resulta enternecedor, con cierto aire desvalido que hace que nos apetezca llevárnoslo a casa, y que dentro de su ligeramente neurótica personalidad, resulta muy rico en matices, en una interpretación introspectiva y tremendamente sólida. Andrés aborda el papel desde la sensibilidad, alejado de la estridencia y con una comicidad muy efectiva, que nos llega muy directa en su totalidad, resultando brillantísimo en su difícil monólogo inicial, con el que ya ha definido el personaje a la perfección, y una estupenda escena, en la que el haber bebido algo que no debía da como resultado un "problemilla" de aparentemente difícil solución.

Susana Hernáiz, como Úrsula, de rotundísima presencia escénica, en el típico código de "rompe y rasga" tan cercano a las características de comedia. Nuestra actriz lleva a cabo una interpretación cargada de empaque, y muy bien estructurada, sabiendo perfectamente cual es su sitio en cada escena. Úrsula manda en la función, y sin duda Susana Hernáiz lo sabe, haciendo un uso modélico de la voz, y el gesto grande, siempre en su punto justo y sin caer en el exceso, que dado las características del personaje, sería el camino más fácil por el que tirar. Sabe aportar sensibilidad a su papel, que tiene más capas que una cebolla, y que tiene mucho de fachada, y todavía más de mundo interior. Templada y sentadísima, nos encontramos ante una actriz carismática y muy dotada para la comedia, a la que vi disfrutar mucho en su papel, siendo el resultado que los espectadores también disfrutemos con ella. 



El espectáculo viene firmado por Juan Carlos Talavera, y la verdad es que se luce mucho en sus labores de dirección. Partiendo de una propuesta escénica sencilla, sin cambios de escenografía, el jardín del chalé de Marc en el que se desarrolla la acción resulta suficiente para lo que se nos quiere contar, donde lo más importante es la interpretación de los actores, sin más aditivos, ni falta que les hace. Talavera ofrece un espectáculo ágil, en total consonancia con el texto, nunca atropellado, y que se nos pasa en un suspiro. Para lograr mantener el interés el uso del ritmo es primordial, siendo en este caso un completo acierto, subiendo en intensidad a la vez que la comicidad, para volver al sosegado ritmo del principio al final de la función. Nos encontramos ante un espectáculo de estudiado humor, siempre de sonrisa, y con alguna carcajada, que nos hace muy felices en su desarrollo, y a la que Juan Carlos Talavera le tiene el punto muy pillado sabiendo perfectamente donde debe tirar de artillería pesada, y donde rebajar la tensión para reforzar las interpretaciones. Partiendo de unos objetivos marcadísimos, y unos vínculos delimitados a la perfección, la sensación que se tiene al ver el espectáculo es la de un trabajo pulcro, elaborado, y de mimado acabado, siendo el resultado el de una obra de gran solidez en su totalidad, bien presentada y estupendamente interpretada.

"El mejor de los sentidos" es un ejemplo claro de comedia ligera, amable en su fondo, bien ejecutada, y que resulta ideal para pasar una tarde de fin de semana en estos tiempos pandémicos. Por un ratito me olvidé de lo que había en la calle, y me llevé la sonrisa puesta, algo que ya es mucho decir. Nos encontramos ante buen teatro, de humor blanco, con su "pellizco" que diría un andaluz, con unos personajes deliciosos, y que se me antoja un bálsamo para el alma, en el que un mensaje de optimismo, y de superación personal se encuentran muy latentes.



 

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sábado, 5 de diciembre de 2020

¿ Quien Mató A Sherlock Holmes ? No Solo De Cantar Se Trata.


Hace unos meses, un proyecto de musical saltó a la palestra con una premisa francamente atractiva, la figura de Sherlock Holmes, y el enigma de su asesinato, que los aficionados al inmortal personaje de Conan Doyle nos conocemos al dedillo, así que intuía que los tiros irían por otra parte. Siempre me apetecen las propuestas de nueva creación, y si bien es cierto en gustos musicaleros el repertorio clásico es mi favorito, el estreno de nuevas obras crea en mi expectación e interés, ya que es una señal clarísima de que el género se encuentra vivo y en constante evolución, algo sin duda satisfactorio y esperanzador que deja bien claro que en nuestro país el género está lo suficientemente asentado como para abordar proyectos de este tipo.

La premisa de un musical con Sherlock Holmes como eje central me resultaba más que apetecible. El intrépido e inteligentísimo detective fue compañero de lecturas en mi adolescencia en no pocas ocasiones, y cuando tuve ocasión de visitar su casa en Londres sentí una gran emoción. El halo de romanticismo que el personaje destila, su misteriosa vida privada, en el más amplio sentido de la palabra, su contradictoria personalidad, sus adicciones, y su mente brillantísima, hacen que el detective inglés por antonomasia, no olvidemos que Poirot era belga, sea uno de los caracteres más atractivos, y misteriosos que la literatura de suspense ha parido, y que en mi caso particular forma parte de mi mitología personal, si bien es cierto que no a la altura de los personajes de Agatha Christie, si en un grado de profundidad suficiente como para encontrarse dentro de mi memoria emocional de forma muy marcada. Por tanto cuando se comunicó el estreno de la obra en Aranjuez, y el extraordinario elenco que se presenta en la obra, estuve tentado a sacar entradas para los primeros previos, algo que la inestable situación pandémica consiguió truncar quedándome la espina clavada hasta que la más que previsible presentación del espectáculo en Madrid fue un hecho. El primer fin de semana del espectáculo en la Gran Vía fui a verlo, siendo esta crónica la de un pase previo de la función que tuvo su estreno oficial el pasado día dos en el Teatro EDP Gran Vía. 



¿ Quien mató a Sherlock Holmes? musical con partitura de Iván Macías y libreto y letras de Félix Amador, nos cuenta una reunión en una mansión victoriana en la que un grupo de personas allegadas a Sherlock Holmes, y el propio detective, se enfrentan a un enigma que deben resolver a cambio de una suculenta recompensa, en la que obviamente hay muerto al más puro estilo del teatro de suspense inglés. Hasta aquí puedo contar por aquello de no desvelar el secreto de la función, y no hacer spoilers, palabra tan de moda en la actualidad, y que a más de uno se le da muy bien fabricarlos.

Antes de hablar de la obra en si, me gustaría contar alguna cosa sobre los musicales que creo que pueden tener interés en un obra como esta, en la que me encontré con algunos problemas que creo que se deben plantear, ya que ensombrecen la propuesta de forma notoria. 

Los códigos del musical, son abiertos, pero hay algunos parámetros de vital importancia para que como género resulte satisfactorio, y que además resultan definitorios en cuanto a lo que el musical es, y el como se nos cuenta. El libreto es primordial, una buena historia es imprescindible para que la función enganche, y aunque una buena partitura puede salvar un mal libreto, los casos en los que esto ocurre no son la mayoría, ya que la conjunción historia y música debe ser perfecta. La música debe estar para que la acción avance, siempre al servicio de la trama, nunca un adorno gratuito para que los actores se luzcan sin nada más detrás, ya que el hecho de que unos personajes se pongan a cantar en medio de una escena hablada es un convencionalismo que no nos debe resultar chocante y que requiere cierto esfuerzo por parte del espectador para creérselo, cuando la cosa fluye, es mágico, cuando no, queda en la mejor de las ocasiones raro, y en la peor inverosímil y hasta cierto punto desesperante. Cuando de repente todo se para, y un personaje se pone a cantar sin una justificación escénica, y sin aportar nada a la historia principal, entonces es cuando desconectamos y nos deja de interesar lo que está ocurriendo. Ese es uno de los problemas principales que nos encontramos en el Sherlock, en el que una partitura con números interesantes, se ve lastrada por la falta de cohesión en la historia pareciéndonos que en algunos momentos se canta porque se debe cantar, siguiendo una estructura forzada en la que falta espontaneidad y organicidad con respecto a  la acción dramática.



La partitura de Iván Macías a todas luces se merece un material literario con más enjundia, para que brille como puede hacerlo en algunos números. La obra escrita a medida de sus intérpretes se adapta como un guante a la vocalidad de todos y cada uno de los artistas que los ponen en pie, no nos olvidemos que se trata de una función en la que el todo el elenco son primeros espadas en su trabajo, de importante rodaje artístico, y gran nombre dentro de la profesión. A este respecto nada que objetar, ya que cada solista tiene su momento de lucimiento, a medida y sin fisuras, pero si miramos la partitura en su conjunto, se nos antoja excesivamente ecléctica y sin un nexo de unión, funcionando más como una sucesión de números independientes, que como una obra de teatro hilada con coherencia musical de principio a fin. Son destacables el número de apertura de la obra "Es tan inglés", con ciertos ecos de Annie en su melodía, así como el dueto de Watson y la Sra. Roberts, pura opereta en su concepción y de resolución completamente clásica. También es destacable el tema principal de El anfitrión de indudable dificultad, el tema principal de la Sra. Roberts, así como "Alma de papel" de gran belleza y buen uso de la melodía. Quizás el número que más me interesó, más allá de su ejecución puramente lírica, fue el Tango que canta Moriarty, de gran riqueza musical y espectacular resultado. El resto de los números, especialmente los de conjunto, me parecieron menos inspirados, aunque he de decir, que los problemas técnicos en cuanto al sonido, el día de mi función no me permitieron escuchar la partitura con la suficiente profundidad como para hacer un análisis más exhaustivo. 

En cuanto al libreto, los problemas se agravan. Félix Amador no acaba de pillarle el punto a lo que podemos considerar una comedia de suspense con toques dramáticos, en la que el asunto se torna farragoso a los diez minutos de comenzar el espectáculo, para ir enredándose cada vez más, hasta casi caer en lo incomprensible. Hay problemas con los vínculos entre los personajes, no muy bien definidos especialmente entre Watson y Sherlock, y Irene Adler y Sherlock, así como una ausencia de conflicto muy notoria durante la primera parte de la función, lo que lastra el texto haciendo que el interés decaiga durante un buen rato de la trama. Es de justicia reconocer que en la segunda parte la cosa mejora bastante, y empieza a vislumbrarse lo que se pretendía con la historia, pero que no acaba de rematarse de forma satisfactoria. El giro final es estupendo, y la historia tiene muchísimas posibilidades, pero se me antoja necesaria una revisión profunda, en la que manteniendo el armazón de la obra, a todas luces interesante, se reestructure todo y se le de forma a lo que parece un puñado de buenas ideas expuestas, pero que no tienen continuidad a lo largo de la función en algunos casos, y que no se ven resueltas dentro de la trama. El final, sorpresivo y bien tramado, resulta demasiado abrupto, entendiendo un servidor que se nos deberían ir dando pistas a lo largo de la función para que todo tomase sentido al final, en vez de parecer que todo lo contado hasta ese momento no nos lleva al punto al que nos quiere llevar. El recurso de un libro que se cae de forma misteriosa podría ser recurrente y definitorio si dentro de la trama ocurriesen más situaciones de ese tipo, pero al quedarse en mera pincelada no acaba de funcionar como recurso siendo una vía más de las muchas que se abren en la obra, pero que no parecen cerrarse en ningún momento. Otro problema es la superficialidad con la que los personajes son tratados, excesivamente esquemáticos, y volvemos de nuevo a los vínculos, no del todo perfilados en la trama, especialmente en el caso de Irene Adler, Watson y Sherlock. Si lo que planteo se modifica, y se integran los números en la trama de forma fluida, el material puede tener mucho más interés a nivel teatral del que tiene, ya que la historia puede dar sin duda mucho más de si de lo que da.



 

Vayamos con el elenco.

Obviamente con un plantel de artistas como el que el espectáculo tiene, la apuesta a nivel artístico no podía fallar, y salvo alguna excepción, todos se encuentran a un elevado nivel musical e interpretativo.

Julia Möller y Enrique del Portal como la Señora Roberts y Doctor Watson respectivamente: 

Ambos actores se encuentran en el punto justo de sazón en sus respectivos personajes cumpliendo sin problemas en todas las disciplinas. Möller brilla mucho en la parte vocal, con un intenso número impecablemente servido en el que la expresividad y la entrega fueron la tónica, muy emotiva y solídisma, como es habitual en ella, se encuentra en un momento de madurez artística realmente interesante que ya empezamos a vislumbrar en "La Familia Addams" y que sin duda cada vez se encuentra más presente. Deliciosa en lo actoral, con una vis cómica muy pronunciada, consigue sacar lo mejor de un personaje que no acaba de encajar en la historia, pero que Möller aprovecha con sentido del humor fino y muy inglés. Del Portal en su línea de avezado actor de musicales, ofreció una lección de veteranía sobre las tablas, demostrando una vez más su faceta de todoterreno, en la que lo mismo baila tap, que canta sin el menor problema lo que la partitura exige, como nos ofrece las dosis justas de naturalidad y retranca imprescindibles para llevar a su personaje a buen puerto. De hechuras clásicas en su composición, con un gran sentido de la escucha, y de enorme química con Möller, solo me faltó un número suyo solo como tiene el resto del elenco. El dueto fue uno de los momentazos de la noche, y una de las partes más disfrutables de la función, algo en lo que sin duda nuestros dos artistas tienen mucho que ver, que supieron aportar lo mejor de si mismos en sus respectivas creaciones. 

Josean Moreno, como El Anfitrión:

Moreno es una de las voces más importantes dentro del mundo de los musicales patrios, creo que eso es indudable, y su interpretación se debe considerar de calidad, en la que un instrumento grande, matizado, de personal timbre y gran facilidad en la zona aguda, brilló mucho en su tema principal, difícil de cantar, sin apenas esfuerzo por parte del artista, y de impactante resultado. Correcto en lo actoral, quizás debería dejar un poco atrás su Barber de "El Médico", que parece pulular en exceso por su personaje, aunque no molesta en absoluto, pero quizás le resta un poco de profundidad al papel, papel a medias entre maestro de ceremonias y catalizador de la historia. De gran presencia escénica y muy seguro, se mostró como el gran activo que es dentro de la función, mandando en sus escenas tal y como el texto pide. 


Enrique Ferrer, como Moriarty.

Ferrer, de sobra conocido en los ámbitos líricos, retorna al musical después de unos cuantos años, tras su rotundo Piangi en la producción de "El fantasma de la ópera" estrenada en 2002. Ferrer, de tesitura lírico-spinto, acostumbrado a los grandes roles operísticos y de zarzuela, logra sin problema adaptarse a las exigencias de la partitura, en un conseguido código mixto, más lírico para ser sinceros, que se ajusta perfectamente a lo que el papel pide. Atronador, de exquisito fraseo y gran expresividad, se lució mucho en su número principal, uno de los más ovacionados de la noche, así como en el dúo con Sherlock Holmes igual de impactante en su resolución. Se vislumbra un gran trabajo detrás de lo que ofrece, en el que el cambio de código interpretativo no se acusa en ningún momento, sonando la voz perfecta y sin la menor fisura. Actoralmente, elegantísimo y con hechuras de galán clásico, se me antoja muy adecuado como la figura que tenemos en mente de Moriarty, templado y sin estridencias, dentro de un papel que podría dar lugar a excesos varios o lecturas maníqueas, algo que aquí no es el caso. 

Talía del Val, como Irene Adler.

Estupenda en lo vocal, en un código menos lírico al habitual, y que le sienta estupendamente bien a nuestra artista, en un personaje de tesitura más central de lo que me esperaba, y que defiende de maravilla en su tema principal. El timbre metálico que se podía apreciar en anteriores trabajos ha desaparecido, tornándose su voz más aterciopelada, y de mejor resolución en el agudo, siendo su evolución vocal en todos estos años muy interesante, y que creo que en este Sherlock es donde va encontrando su sitio ideal para afrontar el repertorio que mejor se adecúa a sus características como cantante. Actoralmente correctísima, y lastrada por el libreto, que no detalla en absoluto la enigmática personalidad de la única mujer que le robó el corazón a Sherlock Holmes. Del Val intenta apurar al máximo las pocas posibilidades dramáticas del papel, y dentro del material que le ha tocado en suerte saca lo mejor del personaje, lástima que se vea desaprovechada dentro de la historia, siendo casi una leve pintura del personaje original. 

Daniel Diges, como Sherlock Holmes.

Diges no acaba de encontrar el sitio en un papel que en lo actoral le viene sorprendentemente grande, y que no remata en ningún momento de forma satisfactoria. La propuesta inicial no se mantiene, en la que una corporalidad muy específica se va diluyendo poco a poco para que el personaje vaya desapareciendo para aflorar Daniel Diges haciendo de si mismo. Tengo la sensación de que se ha visto un poco apabullado por tener que enfrentarse a un personaje tan icónico, quedándose a medio gas, y con cierto aire de desamparo en escena, en el que la falta de recursos interpretativos, en algunos momentos es muy notoria. Hay problemas con los brazos, que nuestro artista no sabe que hacer con ellos, y hay problemas de concepción psicológica del personaje, que se vislumbra planísimo, carencias del libreto aparte, y en el que eché de menos una interpretación más carismática y sobre todo alejada del Daniel Diges que todos hemos visto ya. No se nos debe olvidar que nos encontramos ante una obra de teatro en la que se debe realizar un papel, más allá de lo que conocemos del intérprete, y eso tristemente aquí no se ha podido corregir. En lo musical no acaba de aparecer la entidad necesaria hasta el final del espectáculo, ya que el instrumento de nuestro actor cambia en exceso de color y estilo a lo largo del espectáculo. En su último tema, "Alma de papel" si que vi el genio de Daniel Diges, y si que vislumbré todo lo que puede ofrecer, si consiguiera desprenderse de ciertos vicios la cosa fluiría de otra manera a todo lo largo del espectáculo, quedándose en su caso en una interpretación en exceso deslavazada, con un personaje difuso y que necesita de una buena revisión a nivel actoral y de dirección. 




José Luis Sixto firma el espectáculo y se encuentra con algunos problemas, en los que obviamente el libreto tiene mucho que ver, resultando muy complicado hilvanar el espectáculo que parece algo inconexo, y sin una línea definitoria.  No acaban de funcionar del todo las atmósferas pretendidas, algo que los problemas técnicos (luz y sonido) sin duda no favorecen que sea así. Se deben mejorar las transiciones, algo premiosas, y algunos momentos en los que las coreografías de Federico Barrios no se encuentran bien integradas, especialmente aquellas que se encuentran en segundo plano. A nivel actoral se parte de un código natural, alejado de la afectación, que funciona, salvo en el caso de Diges, y quizás unas acciones escénicas más marcadas facilitaría el trabajo a los actores que en algunos momentos parecen estar un poco perdidos en escena, sin saber muy bien que hacer. También entiendo que el factor rodaje será determinante a la hora de valorar el espectáculo en su totalidad, ya que la función del pasado sábado se me antojó todavía muy verde de cara al estreno. Intentaré volver a ver el espectáculo más adelante para ver su evolución, pudiendo ser muy interesante el camino que se tome. 

Debo hacer una mención especial al pianista del espectáculo, el propio Iván Macías, que acompaña a la perfección a los artistas en escena, y que está muy bien integrado en la función, de forma ingeniosa y divertida.  El resto de la música se encuentra pregrabada, como es la tónica en los últimos musicales que he visto, y la verdad es que se acusa cierta falta de frescura  debido a ello.


 

En resumen, una propuesta en la que un elenco entregadísimo, y de elevado nivel, apuesta por un espectáculo que aun teniendo muchas posibilidades no acaba de encontrar una línea definitoria, que creo que sería crucial para que todo se ajustara de la forma adecuada, y que de esta manera se pudiera considerar la propuesta como redonda, y en la que se demuestra que en el musical no solo de cantar se trata, si no de muchas cosas más. 

Me gustaría finalizar la crítica diciendo que el empeño por llevar a cabo un musical en estos tiempos es sin duda de agradecer, y así se debe entender el riesgo que conlleva, a este nivel el esfuerzo debe ser valorado, y sin ninguna duda es meritorio, esperemos que tras este Sherlock vengan muchas obras más. El teatro en estos momentos es una de las vías de escape más necesarias que tenemos para salir de la tristeza general en la que nos encontramos, si encima de musicales hablamos, la labor de evasión que el género ofrece  todavía resulta mucho más necesaria, así que sigamos con los musicales, que los espectadores lo agradeceremos profundamente. 

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jueves, 3 de diciembre de 2020

Barbián, Rodrigo Cuevas Si Quiere A La Zarzuela.


Para desestructurar algo hay que conocerlo, en el arte odio la impostura, y cuando alguien pretende "reinventar" algo, si lo hace desde el desconocimiento, afloran una serie de carencias que se ven reflejadas de forma inclemente en el trabajo del artista. Cuando al contrario se hace desde el conocimiento, el respeto, y sobre todo el criterio entonces las cosas fluyen. Siempre apuesto por la renovación, pero cuando detrás de ella se justifica el por qué se ha hecho, y no se desprecia el material original. Todo esto que planteo viene a colación de la, no exenta de polémica, presentación del iconoclasta artista Rodrigo Cuevas en el Teatro de La Zarzuela con el espectáculo "Barbián".

Vayamos por partes, lo primero que quiero decir, es que Rodrigo Cuevas es músico, y sabe lo que hace, algo que muchos no pueden decir, y si, las relecturas son lícitas en toda vertiente artística, se hace con el teatro de texto, la ópera, la música clásica, la danza, y hasta con la pintura. El secreto está en hacerlo bien. Hay que entender que nuestro género lírico está pasando una crisis existencial gravísima, y que los nuevos caminos, son una vía, repito lo de lícita, necesaria para revitalizarlo lo primero, mantenerlo vivo lo segundo, y hacerlo llegar a las nuevas generaciones tal y como se ha hecho a lo largo de la historia con todos los clásicos. Las nuevas lecturas pueden ser buenas o malas, esto que parece una obviedad algunos no lo entienden, y el mero hecho de plantear algo con un prisma diferente ya genera un rechazo completamente injustificado y que no permite ni la más mínima concesión a la apertura de mente ante lo que se ofrece. Para juzgar hay que conocer, despreciar algo de forma gratuita no tiene sentido, y sobre todo hay que buscar lo que se encuentra detrás de una nueva propuesta. 

El lunes fui a La Zarzuela sin saber muy bien lo que iba a ver, conocía a Rodrigo Cuevas en su vertiente de reinventor del folclore asturiano, pero  nunca había visto un espectáculo suyo completo, y reconozco que salí entusiasmado y realmente impresionado por la calidad de nuestro artista, al que obviamente no se le puede catalogar de ortodoxo, pero sin duda que llega al respetable con su peculiar forma de hacer. La noche del lunes fue una sorpresa mayúscula, de emotivo poso, y sobre todo me encontré una propuesta lícita y respetuosa mal que les pese algunos.




"Barbián" es el título del espectáculo con el que se presentó Cuevas, y que viene firmado por Fernando Carmena. Varias cosas son destacables de la selección de temas, que se ajustan como un guante al universo de nuestro artista, en el que se mezcló la zarzuela regionalista, tan cercana al folclore, la picardía de la sicalípsis, inherente a la figura de Cuevas, el madrileñismo, y un acercamiento a la bohemia, muy acertado en su planteamiento, en un personaje como el que nuestro cantante personaliza en escena. Cada número fue introducido con varios textos en los que se nos contaba la historia de nuestra zarzuela, y lo más importante el contexto de cada obra, o intervención musical, así como apuntes biográficos de los compositores, y anécdotas bien apócrifas o completamente verídicas sobre nuestro género lírico. El trabajo de documentación es sin duda impecable, asequible y bien planteado, desde una óptica desenfadada, pero con un interesante poso, no sé si decir didáctico, pero si ilustrativo. 


Rodrigo Cuevas brilla desde que sale a escena, tanto por su presencia, como por su desplante escénico, así como con el desparpajo con el que se dirige al público en un espectáculo difícil, al que se metió en el bolsillo sin el menor problema. Pura naturalidad, retranca, lenguaraz y muy valiente. En el ámbito musical, hay que remarcar el respeto por el material original, que si bien está versionado con arreglos de corte electrónico, firmados por Frank Menfort y Richard Veenstraw, mantiene la esencia de lo escrito por los diferentes compositores, que se vieron reflejados en el espectáculo, si bien es cierto que con un diferente acabado formal, pero con un fondo más ortodoxo de lo que pudiera parecer. Rodrigo Cuevas es musicólogo, profesor superior de piano y tuba, titulado en sonología, toca el acordeón, los palillos y el guitarrico, y encima canta, de natura es cierto, pero la voz sin tener técnica lírica, corre por la sala sin problemas tal y como lo demostró en los diferentes temas que cantó sin micrófono, en los que la voz se vio proyectada de forma impecable en todo el recinto. 



Lo más destacable de su trabajo vocal es la musicalidad de todos los números presentados, en los que el fraseo y la coherencia con la letra en cuanto a la interpretación fueron la tónica. Para la posteridad unas "Espigadoras" de "La rosa del azafrán", que fueron oro molido y que llenaron de magia el teatro por la sensibilidad con la que fueron interpretadas y la belleza del sonido en algunos momentos, siendo el resultado una lectura intimista y tierna a partes iguales, de gran poder evocador y cargada de emotividad. En el ámbito de lo frívolo, brilló mucho en los "Cuplés" de "La Gatita Blanca" de Giménez y Vives, en los que primó la intención, aunque me faltó el tercer cuplé, mi favorito, el del sereno y los problemas maritales por culpa del "chuzo y el farol". También fue destacable el "Tango de Las Percheleras" de "Las musas latinas" de Penella, en la que el doble sentido fue aprovechado al máximo, a propósito de la navaja que entra y sale en diferentes partes del cuerpo. Dentro de terrenos más serios, cargado de empaque estuvo el Coro de prostitutas de "Adios a la bohemia", una de mis piezas favoritas de Sorozábal, cantada de forma exquisita, y una vez más cargada de sensibilidad, y con cierto aire lorquiano en su representación, así como la Serenata de "El guitarrico" de Pérez Soriano, en la que Cuevas una vez más buceó por los vericuetos del intimismo más sentido, consiguiendo al igual que con "Las espigadoras" que no se escuchara ni una mosca en la sala. 

Rodrigo Cuevas se abrió en canal la noche del lunes, en un escenario que sin ninguna duda supo hacer suyo, desde la humildad, sin ánimo de nada más que hacer disfrutar al respetable, y disfrutar él mismo, logrando que se hiciera la magia gracias a la honestidad con la que aborda su trabajo, y la ausencia total de ningún tipo de ínfulas renovadoras o provocadoras a conciencia, simplemente muestra su trabajo interesante a todas luces, y muestra mucho de su forma de ser, sus pasiones, su respeto por el mundo rural y nuestros antepasados, así como el amor tan profundo que se vislumbra hacia la música, desde un punto de vista desprejuiciado y rompedor. Hubo un hecho muy definitorio sobre el trabajo que hay detrás de "Barbián", y fue el momento en el que Rodrigo Cuevas, dobló la orquesta con su silbido durante el número de "Las espigadoras", en ese preciso instante se vio que lo que estaba haciendo de gratuito no tenía nada, y sin proponérselo nos estaba contando al público hasta que punto conocía la partitura, y lo que es más importante, lo mucho que sentía la música que estaba interpretando.


Más allá de todo esto que planteo, se encuentra lo carismático del personaje, capaz de transmitirnos ternura a raudales, y un torrente de emociones sobre el escenario que no puedo por menos que pensar, que lo que vimos el lunes es zarzuela en estado puro, quizás no en la forma, pero si en el fondo, en el que la música, los chistes, y todo aquello que hace que la zarzuela sea lo que es y lo que ha sido, estuvo presente de principio a fin. No nos engañemos, la zarzuela es popular, cercana, y sobre todo se inventó para hacernos felices. Me atrevería a afirmar que la mayoría de los presentes en el concierto del pasado día 30, por dos horas fuimos muy felices, embelesados y divertidos ante un artista rendido a los pies de nuestro género lírico. 

Es necesario hacer una mención especial al estilismo de nuestro artista, que no viene firmado en el programa, y que es un delirio en su fantasiosa propuesta, crinolina incluida, tantas veces lucida en nuestra zarzuela.



 

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