viernes, 4 de junio de 2021

El Rey Que Rabió, Zarzuela Rabiosamente Delicada.

Ayer se estrenó el último título de la presente temporada del Teatro de La Zarzuela, bastante afortunada en líneas generales, y en la que hubo de todo como en botica. Podemos decir que esta temporada ha sido una de las más homogéneas de las servidas en los últimos años, y con algunos títulos que sin duda serán recordados por bastante tiempo. Varias producciones han destacado por su calidad, La vida breve con el triunfo que supuso para Ainhoa Arteta como Salud. Un Manojo de campanillas con Carlos Álvarez al frente, la feliz recuperación de Las Calatravas, y el gran éxito que ha supuesto Benamor son posiblemente lo más recordado de esta temporada, así como el fiasco que supuso Luisa Fernanda, que también será recordado por un tiempo. Todavía nos quedaba una última sorpresa, y es que El rey que rabió, si bien es cierto era un título potente, ayer nos dejó un buenísimo sabor de boca que se me antoja perfecto para desear que se presente ante los medios la próxima temporada, muy comentada en los mentideros líricos, pero siempre de forma oficiosa, y nunca oficial. 

Me apetecía muchísimo ver El rey que rabió, me parecía uno de los platos fuertes de este año, dado lo muy querida que es entre los aficionados, y que aunque se haya representado abundantemente, siempre genera expectación, ya que su singularidad siempre resulta atractiva para el espectador. 

La cosa estuvo a la altura, y la noche resultó muy gratificante, brillando sobre todo la zarzuela como género, y Chapí como músico, dejándonos bien claro que el que se piensa que nuestro género lírico está trasnochado y es cosa de otros tiempos se encuentra equivocado de parte a parte. Pero claro, para que esto sea una realidad, hay que cuidarla como se está cuidando estos días en Jovellanos 4, pensando hacia adelante, manteniendo su esencia, y con una más que conveniente actualización escénica y sobre todo como luego desgranaré, actoral.


     

 
El rey que rabió" denominada como "Zarzuela en 3 actos dividida en 7 cuadros" con libreto de Miguel Ramos Carrión y Vital Aza y partitura de Ruperto Chapí, tuvo su estreno, exitosísimo por cierto, el 20 de abril de 1891 en el Teatro de La Zarzuela de Madrid.

La obra, si bien se denominó zarzuela, se puede incluir dentro del género de la opereta por una serie de características que creo que es interesante comentar.
La primera y más importante está en el tono de la obra, alejada del folclorismo, y de la música española, más cercana al de la opereta francesa y vienesa con marchas, mazurcas, cierto aire pastoril en algunos números, y sobre todo un universo musical muy particular, único en su singularidad, y pocas veces igualado en su calidad en nuestro repertorio. Otra cosa que da más fuerza a mi teoría es el tema, en el que la nobleza tiene parte fundamental en el asunto, así como el hecho de que se desarrolle en un país inventado, algo por otra parte completamente inherente al género antes comentado.
Chapí, compositor caracterizado por sus partituras de altos vuelos líricos, puso todo su talento creativo en esta obra, en la que se junta una insuperable sabiduría teatral, así como un equilibradísimo sentido de la música, en la que las partes más ligeras, y las cómicas, comulgan a la perfección con otros momentos de un lirismo insuperable, de gran belleza y poder evocador.
La obra inicialmente escrita para una soprano en el rol de El Rey, con el paso del tiempo, y por aquello de la tradición, suele ser interpretado por un tenor. Varios números son destacables de la obra, abundantísima en música, y con varias páginas muy conocidas para el aficionada. Quizás el pasaje más afamado sea la Romanza de Rosa, que junto con el "Coro de doctores", sean las dos piezas que se encuentran más incrustadas en la memoria colectiva. Además de estos dos números, es destacable la Romanza de El Rey, "Soy un pastor sencillo", así como el número de la dimisión, de sorprendente vigencia, a 130 años de su estreno.
La partitura de "El rey que rabió" es de una gran elegancia y sensibilidad, en la que el acompañamiento orquestal resulta muy atmosférico y descriptivo de cada situación escénica, y que por su aire de cuento, se puede considerar perfecta para iniciar a los niños en el mundo de la zarzuela, siendo el resultado de todo lo que planteo uno de nuestros mejores exponentes de zarzuela grande, y que además aguanta sorprendentemente bien el tipo ante el paso del tiempo.
El texto, una inteligente sátira política, amable pero que da en la diana en sus planteamientos críticos, es de una calidad considerable, con un enredo bien tramado, divertido, y con grandes dosis de retranca, que posiblemente siga vigente por muchos años, tal y como ocurre en el Barberillo de Lavapiés. En "El rey" se nos cuenta la historia de un país inventado, en la que su aburrido rey decide darse un garbeo por sus tierras, sin saber que el pueblo está hundido en la miseria y muy descontento por todo lo que ocurre en el país. Su equipo de gobierno, decide que lo mejor es ir repartiendo dinero a todos los habitantes de los pueblos que el rey visita, antes de que el monarca llegue, para de esta manera engañar al soberano. Posteriormente el rey de incógnito se enamora de una aldeana, es confundido con un señor al que le ha mordido un perro, y después de varias aventuras, largas de relatar, vuelve a la corte con el consabido final feliz que se le presupone a una obra de estas características.
"El rey que rabió" es una obra que se ha representado mucho, y siempre con gran éxito, pienso que no solo por su maravillosa partitura, si no por la crítica hacia el poderoso que en ella se plantea, algo que siempre funciona, y que le gusta de igual manera al público del S.XXI que al del XIX.
Para mi es uno de los títulos más redondos de Chapí, que a veces me resulta excesivamente grave en sus composiciones, y que en esta obra se decantó por lo ligero, siendo el resultado de una belleza inconmensurable, y deliciosamente divertido.




Vayamos con el elenco:
Amplísimo y en líneas generales más que acertado. Entre los múltiples pequeños papeles que hay en la función destaca El Paje, interpretado por Ruth González en un curioso y atinadísimo código actoral, que se vio muy reforzado por una interpretación musical en total consonancia con el carácter del personaje y de gran sabor teatral. También destaca El Alcalde de Pep Molina, muy templado y cargado de gracejo, así como un desopilante Alberto Frías como El Capitán, frenético, de tremenda energía, espectacular corporalidad, y manejo de la voz realmente notable. Frías es dentro de las pequeñas partes uno de los que más destaca. María José Suárez, en su código de característica, brilló en su breve pero lucido papel de María, entre matronil y un tanto calenturienta, pero ante todo cateta hasta la médula. El desmayo que obsequia en cierto momento de la función es oro puro... y hasta aquí puedo leer.

El trío formado por los tenores Carlos Cosías e Igor Peral, y el barítono José Julián Frontal resultaron impagables en sus creaciones, con cierto aire de dibujo animado, una tónica en la función, que funciona a las mil maravillas. Las voces perfectamente ensambladas en el cuarteto, van sobradas para unos papeles escritos en clave de actor-cantante, y que se ven engrandecidos por nuestros artistas. Además de un impecable proyección, resultan afinadísimos y muy compenetrados en sus intervenciones musicales, apoyando muy bien las escenas que les ha tocado en suerte, muy bien medidas, y en líneas generales de feliz resultado, ligeras, cargadas de retranca, y con indudable empaque escénico.

José Manuel Zapata, tenor, como Jeremías.
Uno de los triunfadores de la noche, en un papel muy agradecido, y que Zapata exprime hasta la última gota desde que sale a escena. Vocalmente podemos decir que el personaje se mueve en los terrenos del tenor cómico, y Zapata se mueve como pez en el agua en dicho código jugando a placer con la partitura, ensamblando perfectamente la parte musical con la parte actoral, en un ejercicio de naturalidad y comicidad muy bien entendido, cargado de verdad, siendo el resultado un personaje lleno de humanidad, y con actitudes muy reconocibles para el espectador. La voz grande, controladísima y lo que es más importante siempre al servicio del personaje, se me antoja perfecta para un papel de estas características, dadas las aptitudes para la comedia de José Manuel Zapata y el magnífico uso del instrumento que se vislumbra en su trabajo.

Ruben Amoretti, bajo, como El General.
Solidísimo como es habitual en él, Amoretti, sirvió una sentada creación musical, de atronador volumen, noble canto, timbradísimo y carnosidad en la voz. Es cierto que el papel no le permite lucirse tanto como en otras funciones, pero parece sentirse muy cómodo en el código de bajo bufo, y enriquece la función en cada una de sus intervenciones. En lo actoral muy desenvuelto, Amoretti arriesga y gana consiguiendo un personaje de aires farsescos muy logrados, de impecable acabado y resultados más que satisfactorios.

Rocío Ignacio, soprano, como Rosa.
Ignacio no tuvo ayer su mejor noche, en un papel en el que no parece sentirse cómoda a todos los niveles, y en la que algunos problemas ya vislumbrados con anterioridad se vieron más acusados que en otras ocasiones. La soprano sevillana no parece adecuarse correctamente a la vocalidad del personaje, y se empeña en dotar de cierta gravedad musical a un papel en el que debe primar la ligereza, oscureciendo la voz de forma artificial en la zona central y con una zona aguda vacilante y con exceso de vibrato, que a menudo perjudica la afinación. Su romanza principal, protestada por parte del respetable, resulto francamente soporífera, envuelta en un canto excesivamente narcisista que da la sensación de estar cantando para ella misma olvidándose de los espectadores, y con problemas de colocación, bastante extraña en los graves, fiando todo el número a un filado y sobreagudo final, a punto de quebrar en varios momentos y no resuelto de forma satisfactoria. En la parte actoral tampoco pareció encontrar su sitio, en una función en la que todo el elenco arriesga y juega, pareciendo nuestra soprano encontrarse más en una ópera verdiana, con todos los tics operísticos que tan bien conocemos, que en un comedia romántica de Chapí. Me faltó frescura a todos los niveles, algo que en un espectáculo de las características de este Rey que rabió roza lo catastrófico por momentos, ya que parecía estar haciendo otra función en vez del título que se está representando.

Enrique Ferrer, tenor, como El Rey.
Ferrer, lleva a su terreno en lo vocal, a este rey que no rabió, pero que podía haberlo hecho, en una creación cargada de musicalidad, refinamiento y sensibilidad en lo musical. La voz grande, delicada en el fraseo, controladísima en cada número, resulta muy expresiva y de gran lirismo en los pasajes que así lo requieren, y de extraordinaria ligereza, dadas las características de nuestro tenor, durante los primeros números de la obra. Resulta igualmente de eficaz la dicción, se entiende absolutamente todo cuando canta, así como el inteligente uso del instrumento, bien dosificado y sabiendo cargar las tintas cuando es necesario, léase la difícil romanza del acto tercero, que se ajusta como un guante a su voz. En la parte actoral delicioso y disfrutón a partes iguales, con momentos realmente insuperables, llevando a cabo una creación realmente humana, alejado de cualquier acartonamiento, y que transita por el caricato y el galán romántico con naturalidad y solidez. Nos encontramos ante un ejemplo de artista multidisciplinar que brilla en todas las facetas de manera rotunda, alejado de las estridencias y del efectismo, Ferrer juega, se divierte y nos divierte con ello. Creo que es muy notorio lo que planteo desde que empieza la función desperezándose burlón en su imponente cama real, y en la que ya nuestro tenor nos está contando por donde van los tiros de forma clarísima.



Coro Titular con Antonio Fauró a la cabeza, en su línea habitual de calidad, bien empastado, y con momentos en los que la belleza de la partitura de Chapí brilló mucho, y con la delicadeza como nota característica en su trabajo. Buen manejo de las dinámicas, así como el suficiente empaque sonoro en aquellos momentos en los que la obra lo requiere. Excesivamente estáticos en la mayoría de sus intervenciones, algo de lo que logicamente ellos no son responsables, y que he achacado a la situación de pandemia, más que a la falta de inspiración de Bárbara Lluch.

Iván López Reynoso al frente de la Orquesta de la Comunidad de Madrid, ofreció una sensible lectura de la partitura, quizás un tanto apagada en algunos momentos, especialmente al inicio del espectáculo, donde me faltó un poco de brío en los cantables, así como en la romanza principal de la soprano, de tiempos excesivamente morosos en su ejecución. A medida que fue avanzando la función se fue entonando llegando al bellísimo Nocturno del segundo acto a unas cotas de empaste de la orquesta y delicadeza en el sonido realmente considerable. Reynoso cuida mucho a sus cantantes, mimándolos y adecuando la orquesta a cada voz con gran respeto y eficacia. Volveré a ver la función en su último fin de semana, y creo que va a resultar interesante ver la evolución de su trabajo durante estos días. Es muy destacable el espléndido trabajo de concertación llevado a cabo, en una función muy medida en lo musical. Quizás un poco más de espontaneidad daría el punto justo de sazón a la función para hablar de lectura completamente redonda.



Vayamos con la dirección escénica.
Bárbara Lluch al frente del espectáculo acierta de pleno en una función en la que varias cosas son destacables, y para bien. La primera es el tratamiento actoral, alejado de lo zarzuelero, y que consigue que los cantantes brillen de la misma manera en la parte actoral que en la musical. Cada personaje de marcadísima psicología se encuentra muy bien perfilado, y todas las interpretaciones se ven reforzadas en un estupendo trabajo corporal muy definitorio del tono que se le ha querido dar al espectáculo, con cierto aire de cómic o dibujo animado, muy conseguido y de difícil ejecución para los artistas. Entiendo que ha dado mucha libertad creativa a sus actores, algo que va a favor del espectáculo ya que el juego en el que parecen inmersos los intérpretes y del que parecen disfrutar enormemente nos llega de forma muy directa.
Esteticamente nos encontramos ante una función de refinadísima belleza, en la que un imaginario muy particular nos transporta de manera inmediata a ese país inventado, que todos sabemos que es España, de manera sorprendente y cargada de sentido de la estética, el aire de cuento se encuentra muy marcado resultando muy adecuado dadas las características de la obra tal y como la concibieron sus autores. Transiciones impecables, elegancia por doquier, juegos de espejos y magníficas proyecciones componen una función muy moderna en lo plástico, y a la vez de ecos clásicos, sin que moleste a nadie.
Esto que planteo en parte es debido a la inteligente, funcional y bellísimas escenografía de Juan Guillermo Nova, insuflando de sana socarronería al espectáculo, ese trono enorme en el que el monarca parece un niño, o esa cama-corona que resulta tan definitoria del que y el cómo se nos quiere contar la función son dos ejemplos clarísimos de una escenografía bien pensada y acertada en su comentido.
En este Rey que rabió varios momentos pasarán a la posteridad, dos especialmente, el bucolismo tan marcado y de arrebatadora belleza del Nocturno, con esa lluvia de estrellas que a mi personalmente me maravilló, así como el espléndidamente servido Coro de doctores, en el que la marioneta que da vida al perro que desencadena el embrollo de la función, hizo las delicias del respetable.
Mención especial para el vestuario de Clara Peluffo Valentini, imaginativo en grado sumo, espectacular en su acabado, y también cargado de socarronería, como todo en la función.



El rey que rabió se me antoja una espléndida despedida de temporada, un espectáculo sólido, inteligente, muy bien pensado, de gran elegancia, y a la que sus innumerables virtudes estéticas hay que añadir un cuidado tratamiento musical, siendo el resultado redondo a todas luces, y que si tenéis niños, es una oportunidad estupenda para acercarlos al universo de la zarzuela desde un prisma amable y bello a partes iguales. IMPRESCINDIBLE.