domingo, 3 de abril de 2022

"The Magic Opal", El Juego Del Calamar... enamorado.


El viernes se estrenó en La Zarzuela la desconocida opereta de Isaac Albéniz "The Magic Opal". Reconozco mi casi desconocimiento absoluto de la obra, a no ser por la versión de Borja Mariño que se hizo en versión concierto en 2010, y que sin duda se me hizo grata al oído cuando la escuché.

Poco más sabía de la obra del compositor gerundense, y reconozco que sentía bastante curiosidad por ver por donde iban los tiros, así que me animé a acercarme a su primera función, ya que el elenco a priori solvente y la dirección en lo musical de García Calvo me parecían suficientes mimbres en el cesto como para sentirme atraído por la propuesta, a la que sumando el siempre interesante Paco Azorín en la dirección, esperaba encontrarme un espectáculo interesante no solo por la recuperación, en lo escénico, de la obra.

La cosa resultó bastante irregular como iré desarrollando, y no precisamente por el genio compositor de Albéniz, o el suficiente elenco en lo musical. El problema y bien gordo, por cierto, se encuentra en la versión de la obra que se ha presentado, que me atrevo a aventurar sin conocer ni una coma del libreto original, que está muy por debajo de lo que escribió Arthur Law en 1893, ya que no puedo decir otra cosa más que me dejó estupefacto por la poca calidad del mismo, y lo mucho que entorpece la partitura de la obra, con la que se da de tortas desde que comienza el espectáculo. 




Primero hablaré de la versión, y luego de la obra en si, el asunto no es para menos, ya que es la principal responsable del fiasco del espectáculo, que a nivel literario no tiene salvación desde ningún ángulo. El nuevo libreto viene firmado por el propio Azorín y Carlos Martos de la Vega, que literalmente convierten la opereta en una gincana, infantiloide, absurda y ausente de gracia con la que cuesta mucho sentirse identificado en algún momento. Me parece realmente sorprendente que un hombre de teatro como es Paco Azorín, y conocedor de sus resortes hasta la médula, se embarre en un texto tan vacuo, deslavazado y con tan poco interés teatral que produce sonrojo por lo pueril del asunto, lo inconexo del texto, y la nula composición de los personajes que en ella nos encontramos. La cosa se puede resumir en pocas líneas; un puñado de desconocidos que están esperando un metro que nunca llegan, se ven inmersos en un juego, extraño y a ratos inquietante, en el que el premio es encontrar el amor. No hay más, El juego del Calamar, sin muertos ya que hay vidas de repuesto, sin sangre... y sin personajes. Todo ello aderezado con un insufrible maestro de ceremonias, que entre frase y frase nos alecciona sobre el amor y sus vicisitudes. Cada cuadro un enigma a cada cual más pueril, unos personajes que no se nos explica de donde vienen ni a donde van, pero que por arte de magia parecen conocerse anteriormente, y mucho, por lo que se quieren y se odian, y lo que es peor, confuso, deslavazado, y sin justificación aparente en la mayoría de las ocasiones. Una sensación de "totum revolutum" continuo nos invade una vez acabado el preludio, y a partir de ahí empieza la cuesta abajo de un texto que no interesa, aburre y que encima parece pasarse de rosca en su afán didáctico, algo que a mi personalmente siempre me suele molestar, una cosa es invitar a la reflexión y otra aleccionar.



 

"The Magic Opal" opereta con música de Isaac Albéniz y libreto de Arthur Law, se estrenó en Londres en 1893, con discreto éxito, y posteriormente en el Teatro de La Zarzuela, adaptada al castellano, igualmente sin gran repercusión. La obra recuerda mucho a las obras de Gilbert y Sullivan tan en boga en aquella época, aunque si es cierto que los ecos de la música española se encuentran muy presentes durante la función, es decir Albéniz daba al público anglosajón aquello que le gustaba, según los cánones de la época, sin dejar atrás su impronta. Nos encontramos ante una partitura netamente híbrida, de corte exótico en algunos números, en la que el recurso de la melodía fácil y pegadiza es una de las señas de identidad más remarcables. La influencia de la opereta francesa es indudable, y se puede afirmar que en este colorido pastiche que Albéniz llevó a cabo, los momentos de inspiración no son pocos, con páginas de gran belleza, aderezadas con otra de chispeante ligereza, así como diversos pasajes de gran lirismo. Como obra ligera, a nivel musical indudablemente funciona, siendo el resultado el de un entretenimiento delicioso al oído por momentos, comprometido en lo vocal para algunos papeles, y que en la obertura y preludio, es donde quizás el genio melódico de Albéniz se encuentra más patente, hermosos y más que disfrutables, sin renunciar a una música de calidad. 




Vayamos con el elenco:

Amplio, y acertado en general, aunque de todo hubo como en botica...

Fernando Albizu, como Eros XXI, papel hablado, irritante en grado sumo, parece no encontrarse muy cómodo en el personaje, poco sentado, y con no pocos titubeos con el texto. Excesivo, histriónico y carente de profundidad, resulta un tato atribulado en un trabajo sucio, y mal enfocado que se nos presenta deslavazado, saliéndose del personaje continuamente y sin darle el carisma que se le presupone al papel que sirve como hilo conductor de la historia. Resulta curioso, no se si por indicación de la dirección de el espectáculo, que su labor de "cortarollos" se ve marcadísima, entrando como un elefante en una cacharrería en mitad de los números musicales, sin respetar las pausas al final de los cantables, quizás buscando una ligereza en el espectáculo que no se consigue, ya que nos saca de situación continuamente. 

Correctos secundarios. Bien Helena Ressureiçao como Olympia y Gerardo López como Pekito, en su dúo, servido con delicadeza, tal y como el número pide. Las voces se ensamblan a la perfección y suenan de maravilla en su breve pero interesante intervención. Más desapercibido pasa Jerobám Tejera como Aristippus en un personaje casi testimonial en lo actoral y que en lo musical se remite a los números de conjunto y poco más. Peor parada sale la mezzosoprano Carmen Artaza en su número principal, con un instrumento escaso en volumen, aunque si es cierto que utilizado con indudable gusto y sensibilidad. 

Damián del Castillo, barítono, como Trabucos, sale airoso de la función en un personaje más comprometido en lo musical de lo que a priori pueda parecer. Sirvió una función de canto noble, buen fraseo, correcto en el volumen, y aderezado con momentos de gran intensidad, especialmente en su dúo con Lolika, que aunque no nos cuadre mucho dentro de la propuesta escénica por su dramatismo, es llevado a buen puerto por nuestro barítono con solvencia e indudable calidad musical. 

Luis Cansino, barítono, como Carambollas, estupendo en un papel de esos que tan bien le van en código de "basso buffo", y que controla a la perfección tanto a nivel vocal como actoral. Aquí nos encontramos ante otro caso de personaje extremado, pero en esta ocasión bien entendido, con perfecta coherencia dramática, y de indudable riesgo. Vocalmente cumple con creces, sin el menor problema, en una interpretación en la que primó la intención, algo crucial en este tipo de personaje, y que nos obsequió con algunos guiños sopraniles bien encajados y que hicieron las delicias del respetable. Bien timbrado, afinado y generoso en el instrumento, brilla mucho en su trabajo, que fue muy agradecido en los aplausos finales. 

Santiago Ballerini, tenor, como Alzaga, completamente inadecuado para el papel dada su vocalidad, excesivamente ligero para un personaje que se mueve continuamente en la zona central, y en el que Ballerini se las ve y se las desea para sacar un mínimo de brillo en sus intervenciones. La voz bonita, aunque no de gran caudal corre sin problema, y luce bien en los agudos, y poco más. Un tenor de aires netamente belcantistas como es Santiago Ballerini poco puede hacer ante un personaje que precisa de una voz con mayor entidad y potencia para ser llevado a buen puerto.

Ruth Iniesta, soprano, como Lolika, la mejor de la función a todos los niveles, en un momento de madurez vocal realmente destacable. Control absoluto del instrumento, hermoso canto, y que afronta los desafíos de la partitura, que no son pocos, desde la inteligencia y la mesura. Si algo caracteriza el trabajo de Iniesta es el equilibrio, con una voz homogénea en todos los lugares, sana, cristalina y de gran volumen. Perfecta en la coloratura, y con algún que otro sobreagudo de impresión. Su romanza principal de gran dificultad fue servida de manera impecable, generosa y de gran expresividad. Es muy notable la entrega con la que afronta el papel, así como la implicación con el resto de los artistas del elenco con los que se funde perfectamente en todos los números musicales. 



Coro Titular, con Antonio Fauró a la cabeza, correctísimo, estupendo en volumen y dinámicas, y muy entregado en lo escénico, sirvieron una función realmente notable, en la que sus numerosas intervenciones, se agradecen infinito. 


Guillermo García Calvo a la batuta de la Orquesta de la Comunidad de Madrid, un tanto irregular, con más brillo en las partes netamente instrumentales, y un poco menos preciso en los concertantes y números de conjunto. García Calvo sirve una lectura dinámica, ligera y entretenida, nada que objetar a este respecto, ya que los códigos de la opereta como género musical se ven perfectamente reflejados desde el foso, dando el aire adecuado a la mayoría de los números, algo que no es fácil dado el carácter ecléctico de la partitura. 




Paco Azorín al frente del espectáculo, patina en la dirección de actores de manera estrepitosa, pero brilla mucho en la parte visual del espectáculo. Los personajes parecen desdibujados, muy dejados de la mano de Dios, y sin tener un servidor muy claro, si salvo algunas excepciones, realmente ha habido una composición actoral en cada papel, más allá de las características personales de cada artista. El resultado a nivel actoral es deslavazado, como el libreto, de resultados discretos, y con unas interpretaciones que en líneas generales pasan completamente desapercibidas. La obra se ve no muy pulcra en su resultado final, igual de deslavazada que la parte actoral, en la que los diferentes cuadros funcionan relativamente de manera independiente, pero que no acaban de hilarse de la manera correcta, quizás por las deficiencias del libreto que tampoco ayudan en la coherencia del espectáculo, siendo el resultado final sucio, sin cohesión y excesivamente emborronado.

A nivel visual si es verdad que los aciertos son muchos, aunque hay que decir, que la aparentemente novedosa propuesta no lo es tanto. No vi nada en este Magic Opal que no haya visto antes en otras funciones, con recursos más efectistas que efectivos, y en algunos casos ya excesivamente sobados. Las proyecciones cansan y a los diez minutos de comenzar el espectáculo Azorín ya nos ha contado todo aquello que nos tenía que contar a nivel estético. A partir de ahí todo es una repetición de efectos, en algunos casos de impactante resultado, imposible negarlo, pero que llegan a aburrir y su capacidad sorpresiva se va diluyendo a medida que avanza la función. 

Otra cosa a tener en cuenta es que la mayor perjudicada en la propuesta es la partitura de Albéniz, asombrosamente diluida ante tanto ruido escénico, tanto sube y baja, y tanto frenetismo impostado, que busca ritmo y comicidad sin conseguirlo, sacrificando la belleza de la música en el camino. Todo parece precipitado, en no pocos casos desangelado, y con poca o nula conexión entre la partitura y las diferentes situaciones escénicas. 

Correctas luces de Pedro Yagüe, en total consonancia con la propuesta de Azorín, insulso en grado sumo vestuario de Paula Castellano, de nula vistosidad y coherencia, algo que parece ser la tónica de la función a todos los niveles.

Mención especial para el espléndido trabajo del ballet-figuración y acróbatas, uno de los grandes activos del espectáculo, que llevan a cabo un trabajo difícil y perfectamente ejecutado. 

En resumen, una propuesta muy decepcionante, que tiene dos hándicaps muy marcados, que en esta reposición el espectador sale sin conocer la obra de Albéniz y Law, y que por desgracia pasará con más pena que gloria, algo a lo que esta opereta parece estar condenada, de manera injusta, desde el momento de su estreno.