lunes, 25 de noviembre de 2019

Mirentxu, Versión Concierto De Una Obra Poco Conocida De Jesús Guridi.

El Teatro de la Zarzuela, ha preparado un pequeño ciclo dedicado al compositor vasco Jasús Guridi, que empezó con "El Caserío", función que sirvió para abrir la presente temporada, y que finalizó con los dos conciertos ofrecidos la semana pasada de "Mirentxu", con Ainhoa Arteta como principal reclamo, de una obra interesante, y poco conocida, al menos para el público madrileño, que no la veía en el coliseo de la Calle Jovellanos, desde un lejano 1967, siendo en aquella ocasión escenificada y representada en castellano, frente al euskera con el que se ha subido  las tablas esta vez.
El interés por la obra era indudable, ya que Guridi fue sin duda un gran músico, que si bien es cierto no se prodigó en exceso en música escénica, con su "Caserío" dejó impronta imborrable en el repertorio, dada la popularidad de la zarzuela más emblemática de todas las que se han compuesto con el País Vasco como telón de fondo.
Ayer asistí con ganas al teatro, ya que conocía solo dos números de la obra en cuestión, la celebre romanza de la soprano, y el Preludio, siendo el resto de la partitura completamente desconocida para mi. Ver a Arteta cantando zarzuela siempre resulta atractivo, y pienso que es necesario que los grandes cantantes españoles apuesten por nuestro género, se internacionaliza, y se la pone en el lugar que debe estar. Esperemos que inciativas como esta se conviertan en habituales, los aficionados lo agradecemos mucho, esa es la verdad.
Ayer estaba el teatro hasta la bandera, y el respetable iba con ganas de lírica, y sobre todo con ganas de Arteta, que se prodiga poco en nuestro teatro, creo que desde la memorable Katiuska con Carlos Álvarez y Jorge de León no ha vuelto a la Zarzuela, al menos en una obra completa. Empezamos tarde, quince minutos, parece ser que debido a un despiste de nuestra diva en cuanto a la hora de inicio del espectáculo. Hay que remarcar que no se nos dio ninguna explicación al público de lo ocurrido por parte del teatro, algo que me parece indispensable en estos casos.



"Mirentxu" denominada como "Idilio lírico en dos actos" con música de Jesús Guridi y libreto de José María de Arozamena y Alfredo Echave, tuvo su estreno inicial, como zarzuela,  en Bilbao en 1910, aunque hubo posteriores versiones, ya convertida en ópera, siendo la versión que se ha llevado a cabo la correspondiente a 1934. Parece ser que hay al menos seis versiones distintas de la obra de Guridi, considerándose la definitiva la que se ha representado estos días.
La obra de Guridi, de gran belleza, no se puede encuadrar facilmente dentro de un género específico, ópera o zarzuela, yo me decanto más por lo segundo, pero parece ser que ni los especialistas se ponen de acuerdo en este extremo.
Si bien la obra tiene un fuerte componente folclórico, no me pareció tan obvio como en "El Caserío", siendo la partitura claramente regionalista, pero mucho más que eso. En "Mirentxu" nos encontramos con un par de números de corte verista, especialmente el Preludio y el dúo de Raimundo y Presen, así como mucha música descriptiva y cargada de un bucolismo pastoril muy acentuado, especialmente en el personaje de Mirentxu. Quizás las notas más folclóricas las da el coro en sus intervenciones, siempre desde un punto de vista sofisticado, y claramente estilizado, como mandan los cánones de nuestro género lírico.
"Mirentxu" es puro Guridi, música sensible y profunda, que define bien el carácter vasco, quizás introvertido a la primera impresión, pero de profundidad en los sentimientos, y muy de verdad cuando se consigue llegar al fondo.




El principal escollo de la obra se encuentra en su leve, como el abanico de Rubén Darío, libreto. En el que no hay practicamente nada que contar. Nuestra protagonista, enferma de tuberculosis, menuda novedad, vive una apasionada historia de amor con su novio, que está con ella por lástima ante su enfermedad, aunque de quien está realmente enamorado es de Presen, la mejor amiga de Mirentxu. Ambos le ocultan la historia a Mirentxu, que muere practicamente subiendo a los altares, ya que sabedora de todo, no solo perdona sino que desea lo mejor a la pareja de amantes que está por venir tras su muerte. Todo esto que cuento se encuentra aderezado con un aire dulzón, en el que nuestra heroína canta entre pajaritos, fallece bajo un árbol, suponemos que también entre pajaritos amorosos y color pastel, mientras entre medias no ocurre absolutamente nada. No hay salvación posible en el libreto, quizás por eso se decidió el ponerla en pie en versión concierto, algo que dado el material literario, me parece sin duda un acierto, ya que creo que la obra no se sostiene con los ojos del espectador actual. Nos encontramos sin duda ante uno de tantos casos en los que la partitura se encuentra muy por encima del material literario, que no es más que una mera disculpa para el lucimiento de los cantantes.
El concierto fue presentado con un narrador llevado a cabo por Carlos Hipólito, que fue el encargado de explicar las diferentes escenas cantadas de la ópera, en una adaptación de Borja Ruiz de Gondra, que se limita a la mera exposición de las situaciones escénicas de forma más o menos lírica, y en perfecta consonancia con el tono de la partitura.



Vayamos con el elenco:
José Manuel Díaz, barítono, como Manu.
La creación de Díaz resultó insuficiente a todas luces, donde una voz mal colocada, desguarnecida por momentos, y con sonido nasal muy pronunciado fueron la tónica, siendo la línea de canto irregular, y dándome la sensación que iba bastante apurado en algunos pasajes. Hay que decir con justicia que el papel no le va en absoluto a su tipo de voz, más cercana a un tenor corto que a un barítono supuestamente lírico.Me faltó una voz con más peso, y un cantante con más años, para cantar el papel, siento la dureza, pero es la realidad. 

Christopher Robertson, bajo-barítono, como Txanton.
Correcto, con un instrumento bien manejado, no excesivamente grande pero bien emitido. Robertson cantó con mucho gusto, siendo el fraseo interesante, así como varios agudos bien rematados, y de perfecto sonido. Encontré la lectura de nuestro bajo-barítono meticulosa y matizada, sabiendo darle al personaje el aire requerido en la partitura, menos grave en el carácter que los de sus compañeros. Resultó un buen contrapunto ante tanta melifluidad dramática.

Marifé Nogales, mezzosopranos, como Presen.
Nogales sobradamente conocida en la Zarzuela, sirvió una noche en su línea habitual, es decir solidez vocal, perfecta línea de canto, y las necesarias cotas de expresividad a las que no tiene habituados. Nogales se me antoja una cantante de las que nunca falla, sabiendo batirse el cobre con sus compañeros de escena, con los que tiene más protagonismo. La voz se ensambla a la perfección en el dúo con Mikeldi Atxalandabaso, en un dúo de no pocas dificultades, impecablemente servido por nuestra cantante.

Mikeldi Atxalandabaso, tenor, como Raimundo.
Para mi todo un descubrimiento en un personaje protagonista, ya que si bien es cierto, lo había visto en varios comprimarios operísticos de forma solvente, nunca en un primer papel. De bello timbre, y voz grande, sirvió una función matizada, en la que la zona aguda brilló mucho y con impacto, en algunos momentos de corte verista que fueron perfectamente servidos, así como en las partes líricas, que fueron cantadas con gran sensibilidad y exquisito fraseo, poniendo especial hincapié en un legato magnífico, que terminaron de rematar una composición musical de una pieza y sin fisuras. Posiblemente sea Atxalandabaso el mejor cantante de la noche, ya que su trabajo me pareció muy completo y de un acabado redondo. 

Ainhoa Arteta, soprano, como Mirentxu.
Arteta fue de menos a más, y para que engañarnos, jugó con trampas. La soprano tolosarra, consciente de que la artillería pesada solo la puede desplegar en el último cuarto de la función, ya que el personaje no canta mucho hasta ese momento, me pareció demasiado atada a la partitura durante buena parte del concierto, y más preocupada por dar las notas, que por otros recursos, viéndose sacrificados durante buena parte del concierto la expresividad y musicalidad. Pero... estimados lectores, a partir de su primera romanza, bien avanzada la función, se hizo la magia, y ya alejada de la partitura y con la música perfectamente afianzada dio todo aquello por lo que admiramos a Arteta. Su estilo preciosista, y para que negarlo caballetista, salió de forma brillante en unos agudos en punta perfectamente emitidos, unos pianos de infarto, y una nota larguísima, apianada, con la que tuvo a bien finalizar su segunda romanza, que hay que reconocer, me resultó estremecedora. La voz de Arteta, cuando suena plena, y sobre todo cuando se encuentra segura ante la partitura es sin duda más que disfrutable, cargada de sensibilidad, y con ecos de la gran diva que es.
Un poquito más de solidez en el resto de la ópera, y un poquito menos reservona que hubiese estado, convertiría una noche magnífica en una noche memorable, esa es la verdad. 



Coro Titular con Antonio Fauró a la cabeza, con los niveles de calidad habituales, bien empastados, y con números de gran lucimiento, y sobre todo sin acusar en ningún momento la dificultad añadida de cantar en euskera. En general nuestro coro sirvió una velada bien ejecutada, medida y matizada.

Mención especial para el Coro de Voces Blancas Sinan Kay, muy empastado en el conjunto, y cuyas componentes me resultaron deliciosas dentro de la reverencial admiración con la que miraron a Arteta durante todo el concierto, y que me resultó realmente enternecedor.



Oliver Díaz, una vez más al frente de la OCM, sacó lo mejor de la orquesta titular, en una lectura muy concisa, y algo que siempre me gusta en el maestro Díaz, tremendamente atmosférica, algo indispensable en una partitura del calado de esta "Mirentxu", de no pocas dificultades musicales. Díaz apuesta por una función intimista, y sensible en total consonancia con el material de Guridi, en la que la capacidad descriptiva, ente ese bucolismo tan marcado, aparece bien perfilada en mano de nuestro maestro, cuyo trabajo con los cantantes y conjunto es notable, así como el cuidado con el que los trató en todo momento adecuándose a cada voz de forma impecable. 



Nos encontramos en líneas generales ante una agradable velada lírica, con momentos para el recuerdo, y sobre todo con un descubrimiento impagable, al menos para mí en la obra de Guridi, exquisita en su concepción musical, y y delicada como una porcelana.





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viernes, 15 de noviembre de 2019

¿Y Si Nos Enamoramos de Scarpia? Sobre Lirismo, Machismo Y Feminismo.

Vivimos tiempos de cambios sociales, profundos y vertiginosos, y en algunos casos difíciles de asimilar por nuestra sociedad, o algunos sectores de la misma.
No viene mal reflexionar, enfrentar posiciones, siempre desde la dialéctica, y romper tópicos y clichés para de esta manera hacernos una composición más o menos imparcial de la situación.
¿Y si nos enamoramos de Scarpia? la nueva propuesta de Boadella en los Teatros del Canal, habla precisamente de eso. El avance del feminismo en nuestra sociedad, los interrogantes que suscita, y los esteréotipos que tantas veces nos encontramos en nuestra vida, y que en no pocas ocasiones superan lo imaginado.
Boadella, polémico y polemista, se atreve con tan espinoso asunto, desde su particular punto de vista, en un espectáculo que se me antoja oportuno en grado sumo, y que pone el dedo en una llaga dolorosa para muchos y que no es analizada con la suficiente profundidad por otros.
No es mi blog una tribuna política ni creo que sea el foro adecuado para ello, solo constato una realidad, y esa es que lo que va de año más de 50 mujeres han sido asesinadas por parte de sus parejas, y que ciertos comportamientos que deberían haber sido superados hace años, no solo han empeorado, sino que se han polarizado de forma muy triste. Nuestra sociedad debe reflexionar, y replantearse ciertas cosas, pero... sin caer en el discurso facilón o demagogo. Los problemas existen, las posiciones enfrentadas también, y con un trasfondo triste y algo torticero, como es un supuesto enfrentamiento entre hombres y mujeres, a mi entender injustificado y que no se acerca a la realidad.
La cuestión es que el jueves asistí al Canal, virgen del todo,algo que jugó a favor sin ninguna duda, ya que me encontré una agradabilísima sorpresa como iré narrando, y un espectáculo muy a tener en cuenta.


¿Y si nos enamoramos de Scarpia? es una inteligentísima pieza de cámara escrita por Albert Boadella y Martina Cabanas, en la que con un planteamiento sumamente teatral se nos cuenta el ensayo de una gala benéfica contra la violencia de género, en el que se encuentran dos sopranos y el director de orquesta. Con esta excusa se nos presenta lo que pueden ser dos posturas extremas y tratadas con grandes dosis de retranca por parte de los autores del texto. El maestro, machista de manual, purista de la lírica, y de planteamiento fuertemente conservador, frente a Ana, mujer liberal, feminista radical, y que aboga por las re-lecturas de las obras clásicas. Y en medio de estos dos Mihuras nos encontramos con María, la que aporta más sentido común, de aparente simplismo intelectual, y con la que me da la sensación que Boadella y Cabanas quieren dar voz a la postura en la que la mayoría de nuestra sociedad parece encontrarse. Para plantear las diferentes interrogantes que se nos ofrece al espectador, se hace un repaso por las heroínas operísticas más famosas, sirviendo los diferentes arquetipos femeninos que la lírica ofrece, y el error que supone juzgar unos personajes escritos hace muchos años, y que obviamente deben ser contextualizados para entenderlos.
El texto plagado de alfilerazos verbales, y arrollador humor, destila acidez por los cuatro costados, y en el que los discursos cargados de soflamas, en las partes más radicales, y que de reflexivos tienen más bien poco, se ven expuestos de forma mordaz y ánimo critico, sin embages.
El texto contiene unos conflictos marcadísimos, y un lenguaje directo muy efectivo a la hora de plantear cada personaje, en un tono muy cómico y que es puro Boadella en su planteamiento. La obra puede incomodar, estoy seguro, pero en ningún momento llega a ofender, aunque la postura sobre el tema de nuestros autores resulta cristalina, y muy alejada de lo politicamente correcto.


El elenco compuesto por tres artistas de altísimo nivel en todas las disciplinas que la obra contempla, no se puede analizar de otra manera que en conjunto, ya que nos encontramos ante un trabajo netamente coral y muy bien equilibrado en la función.

Antoni Comas como El maestro, resulta rotundo en sus intervenciones, muy implicado, y perfecto en el tono bronco y antipático que se le pretende dar en la función. Dotado de gran presencia escénica, en algunos momentos reconozco que me sacó de mis casillas, tanto por lo que dice como por lo que hace, aunque consigue sin problemas que entendamos su recorrido, en el que el hartazgo por la situación escénica le lleva a extremar su discurso, sacando lo que parece ser su verdadero yo. Comas insufla a su papel de un marcado cinismo, y grandes dosis de sarcasmo, que enriquecen mucho un personaje un tanto monolítico y que en voz y palabra de nuestro artista nos parece muy reconocible, dentro del arquetipo que representa. Canta varias piezas muy conocidas del repertorio operístico, fragmento de la "Romanza" del Duca de "Rigoletto" incluido, con un respetable "pensier" bien timbrado y colocado, así como un solvente "No puede ser" de Sorozábal, con el que consigue aplacar un hueso tan duro de roer como es su antagonista en la función.

María Rey-Joly como Ana, absolutamente espléndida en todas sus intervenciones, y en un momento vocal dulce, ya que brilló y mucho, en un trabajo realmente difícil, en el que la peculiar lectura de las piezas que le han tocado en suerte, dificultan la interpretación vocal, no siendo esto ningún problema para nuestra cantante a la hora de afrontar el reto. La voz potente y de estupendo agudo, marcó una trabajo tremendamente matizado, y muy expresivo, y con algunos momentos de impactante resolución. Resultó espectacular en la "Cabaletta" de La Traviata, así como en un irónicamente planteado "O mio babbino caro". Actoralmente inspiradísima, algo que por otra parte no me sorprende ya que la he visto en muchos roles y Rey-Joly no solo canta, sino que es una magnífica actriz. Nuestra soprano bucea entre los vericuetos de un personaje contradictorio, y reflejado en el texto de forma bastante crítica, sin dejarse llevar por los prejuicios, en una interpretación valiente, inteligente, y que si bien es cierto resulta extremada en algunos momentos, va en total consonancia con el carácter del rol.

Carmen Solís, como María, magnífica, con una ligereza muy estimable, dentro de una comicidad muy bien entendida, y en un código más contenido que sus compañeros, que resulta imprescindible como dique de contención cuando la función resulta más desmadrada. Para la posteridad una orgásmica (literal) lectura de la Quinta Sinfonía de Beethoven, y sus selfies con sus compañeros cuando mas enredados se encuentran en su pelea verbal. Me impresionó el difícil trabajo de concentración y disociación que lleva a cabo, aguantando la explosiva situación escénica que acontece alrededor suyo sin salirse de las diferentes heroínas operísticas que le han tocado en suerte, y cambiando el registro interpretativo en décimas de segundo. Solís pasa sin pestañear de la sufrida Butterfly a la simple María, para asombro del respetable, y enriquecimiento del espectáculo.
Nuestra soprano lució poderío vocal en todas sus intervenciones, donde la carnosidad del timbre, y la sensibilidad cantando fueron la tónica. Siempre lo digo, porque considero que es una realidad, Carmen Solís es un ejemplo paradigmático de soprano de "rompe y rasga" con un robusto instrumento, muy bien manejado, y que transmite muchísimo en todas sus intervenciones. Insuperable en Tosca, conmovedora en Butterfly y de arrebatador lirismo en la "Canción de la Luna" de Rusalka, reconozco que me supo a poco, ya que dado el carácter del espectáculo los números se ven interrumpidos, por la acción dramática continuamente. A sus insuperables facultades canoras hay que añadir una vis cómica para mi desconocida, y que resulta altamente gratificante.


Albert Boadella dirige el espectáculo de forma impecable, dejando hacer a sus actores, pero dejando muy claro lo que quiere contar y como lo quiere contar. Sabe perfectamente donde cargar las tintas y como hacerlo, ya que aunque parezca que nos encontramos ante un ligero entretenimiento de cámara, la función va más allá de lo que pueda parecer, donde nada es gratuito y todo está perfectamente medido y pensado.
Boadella plantea una función que va tensando la cuerda hasta el límite justo, siempre rozando el extremo, pero sin llegar a ofender en ningún momento y de calculada intensidad, que sube y baja a placer, mientras va repartiendo zascas a diestro y siniestro sin cortarse un pelo.
Esteticamente nuestro director plantea una función elegantísima en lo visual, sencilla en su enfoque, siendo esa una de sus grandes virtudes, ya que la pieza no pide nada más que lo que Boadella plantea. La sobria propuesta escénica cuadra a la perfección con las explosivas interpretaciones, muy "Boadella" en su planteamiento, y que equilibran el espectáculo de una forma realmente notable.
Nos encontramos ante una función de ritmo trepidante, y que se nos pasa en un santiamén, de gran sabor teatral en su fondo, y gran conocimiento de la lírica, en el que unas cuantas verdades son expuestas al respetable a cara de perro, y de forma tremendamente cómica, y profundamente crítica. Los guiños a los profesionales de la lírica son continuos, y un servidor que fue cocinero antes que fraile, supo disfrutar en todo su esplendor no pudiendo contener la carcajada en no pocos momentos.
Boadella sabe lo que hace, y demuestra en ¿Y si nos enamoramos de Scarpia? que polémicas aparte, es una bestia del teatro, que sigue afilándose las garras en los patios de butaca patrios.




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miércoles, 13 de noviembre de 2019

Tres Sombreros De Copa, Era Muy Poco El Muerto Para Tanto Luto.

Hay que apostar por las obras de nueva creación en nuestro género lírico, revitaliza la zarzuela, acerca a nuevos públicos, podría sentar las bases sobre un hipotético futuro, y posiblemente sirva para dar la imagen de que el género se encuentra vivo. Soy un firme defensor de la nueva creación, pero... hay que saber elegir muy bien las obras que se estrenan, así como los motivos por los que se estrenan.
Es decir no todo vale por se nuevo, y obviamente la calidad es lo que debe primar a la hora de ofrecer la oportunidad a un compositor para estrenar su trabajo, y por supuesto al público de disfrutarlo.
la forma de elegirla, entiendo que debe pasar por concurso, en los teatros públicos, con un tribunal competente que decida sobre el material que se va a poner en pie.
Uno de los cometidos del Teatro de la Zarzuela es precisamente ese, estrenar nuevas obras, algo que creo, en general al aficionado le interesa, y que además permite explorar nuevos lenguajes musicales y escénicos, en un mundo tan anquilosado en la tradición como es el de la zarzuela, y en el que ese discurso purista mal entendido tanto daño le ha hecho el género, debe asimilar el avance ante obras nuevas, de las que no tenemos referentes, y con las que no es posible la comparación.
Esta disertación viene al caso ya que ayer se estrenó en el coliseo de la Calle Jovellanos la zarzuela de Ricardo Llorca basada en la inmortal obra de Miguel Mihura "Tres sombreros de copa"y lamentablemente la obra no ha estado a la altura de las circunstancias como más abajo comentaré. No por el nivel artístico de la función, sino por una serie de problemas en la obra dificilmente solventables.
Noche tibia de estreno, y cierto aire de decepción pululó ayer en la Zarzuela, ya que muchos íbamos con muchas expectativas puestas, expectativas que a los diez minutos de empezar el espectáculo, en mi caso particular se fueron abajo de forma vertiginosa.



"Tres sombreros de copa" denominada como "Zarzuela basada en la obra homónima de Miguel Mihura"  con música y cantables de Ricardo Llorca y diálogos de Miguel Mihura, tuvo su estreno en Sao Paulo en 2017 y recala ahora en Madrid después del periplo brasileño.

La obra, que podíamos calificar como de ecléctica en lo musical, se encuentra dentro de lo que podríamos llamar un pastiche, de indigesta resolución, en el que la música, además de irregular me pareció francamente inconexa, y de factura anodina, salvo honrosas excepciones. Escuché demasiada influencia italianizante, cierto aire clasicista y mozartiano, con unas gotas de music hall, un poco de Usandizaga, especialmente en el personaje de Paula, y si esto no es bastante mezcla, con aires caribeños y circenses en ciertos pasajes.
Primer fallo... no creo  que se pueda considerar a la obra como una zarzuela, más bien una suerte de opereta contemporánea u ópera contemporánea, en la que se utiliza como material de base una obra clásica  del repertorio del teatro de texto español. Las características intrínsecas de la zarzuela como género no se encuentran , popular, estilización del folclore, cierto mensaje crítico, ligera en su planteamiento, etc, no están por ningún lado.
Para continuar, el uso de la orquestación no pasa más allá de mera música incidental, y una especie de recitativos hablados acompañados al piano, que lastran el ritmo de la obra y dificultan su digestión a medida que avanza el espectáculo.
Otro problema añadido son los cantables que no aportan nada a la acción dramática, y de exasperante aire reiterativo, que si bien es cierto la obra original ya lo es, en los añadidos musicales, entorpecen, lastran y sobre todo aburren hasta la extenuación.
De todo esto que planteo, lo más grave es que no vi en ningún lugar la psicología de los personajes originales en la partitura, y que la música en ningún momento me sirvió como catalizador de la obra, si no más bien lo contrario, aportando poco y entorpeciendo el material original, siendo esto  verdaderamente catastrófico, ya que en mi opinión, la propuesta musical resulta completamente fallida.



En cuanto a la adaptación también nos encontramos problemas, ya que la poda con respecto al material de Mihura es muy significativa, y sobre todo dañina. Faltan escenas cruciales, como es la del Odioso Señor, así como parlamentos muy importantes en el papel de Paula, que cercenan seriamente el carácter del personaje, así como su gran tragedia personal.
Para adaptar la obra pareciera que se han cogido unas cuantas escenas y eliminado otras, sin mucho acierto la verdad, y con aire de corta y pega con poco sentido,  al  que se han añadido unos cantables a cada personaje principal para de esta forma justificar la musicalización del texto de Mihura, aunque para ello se deba sacrificar el espíritu de la obra, o simplificarlo en grado sumo.
El conflicto parece resumirse en que Dionisio no se quiere casar y poco más. Incluso si me apuro el humor absurdo que la obra destila parece desaparecer, siendo su planteamiento mucho mas convencional que el del texto de Mihura. Al finalizar el espectáculo una duda me asaltó, y fue que si el espectador neófito después de ver la zarzuela sale conociendo la obra de Mihura, y la conclusión a la que llegué es que no. Nos encontramos ante una simplificación de la obra original, superficial, e igual de endeble que la partitura, sin la profundidad, acidez y absurda comicidad que Mihura con mano maestra supo imprimir a su obra.



Vayamos con el elenco.
Dentro de los múltiples personajes que tiene la obra y que en su mayoría o bien han sido cortados o limitados a la mínima expresión, se debe mencionar a Boré Buika como Buby, papel hablado, que supo imprimir el carácter necesario al personaje, aunque pasa muy desapercibido dentro de la adaptación. También dado que cantan un número se debe mencionar a Irene Palazón como Catalina y Anna Gomà como Valentina, correctas aunque igual de desapercibidas que Buika, ya que amén de ser presentadas por Paulina y cantar una nana, no tienen nada más. Las voces suenan bien ensambladas en un número que me sonó a Mozart por los cuatro costados.

Emilio Sánchez, tenor, como Don Rosario y Enrique Viana, tenor, como Madame Olga.
Ambos correctos, en lo actoral y en lo musical, si bien es cierto que la partitura no les deja espacio para mucho lucimiento. Ambos sobrados de recursos para los papeles en lo vocal cumplen con creces en su cometido. Hay que decir que Viana, glamuroso y cargado de empaque, como siempre, hace lo suyo, pero esta vez encorsetado por un una música sin gracia, y con poco lugar a lo que es su fuerte, el contacto con el público y la improvisación. Vocalmente el papel no le va, ya que le pilla grave, aunque salva los trastos, sacrificando volumen y aumentando su ya de por si carismática presencia.

Gerardo Bullón, barítono, como Don Sacramento.
Bullón tiene a su favor que le ha tocado en suerte posiblemente la escena mejor resuelta en lo musical con respecto al original, y en su contra que cuando le toca salir, por desgracia el sopor es ya tal, que no nos importa mucho lo que está ocurriendo. Perfecto de tono, timbre y volumen, con un instrumento bien madurado, en su punto justo de sazón, y muy matizado, supo dotar a Don Sacramento de todo aquello que le caracteriza, sin dejar de lado una comicidad bien entendida y dosificada. Implicado en lo actoral, y más que convincente en lo musical, supo ensamblar ambas disciplinas a la perfección, siendo el resultado notable en líneas generales.

Rocío Pérez, soprano, como Paula.
Vencedora rotunda de la noche, y una voz a tener muy en cuenta. No la había escuchado en directo que yo recuerde, y creo que de haberlo hecho lo hubiese recordado dadas las insuperables facultades de nuestra cantante.
Pérez, dotada con un bello instrumento de lírico-ligera, domina la voz con gran seguridad y solvencia, donde los filados y agudos fueron resueltos de forma magnífica, y servidos con elegancia y control. Paula es el papel con más chicha en lo musical de todo el elenco, y es aprovechada al máximo por nuestra soprano, perfectamente capacitada para llevar a cabo papeles de más enjundia que el que le ha tocado en suerte. Si bien es cierto que su voz no se ajusta a la vocalidad del personaje al milímetro, no me resultó insuficiente en la zona central, caballo de batalla en este caso para una ligera como ella, y que tiene bastante importancia en el papel. Pérez ofreció una velada musical de calidad, exquisita diría yo, y se me antoja uno de los valores en alza más prometedores del panorama actual de cantantes españoles. Nuestra soprano sabe lo que hace, y sobre todo sabe cantar, algo que escasea desgraciadamente en los cantantes actuales de la hornada de Pérez, ya que su juventud se me antoja asombrosa, ante su madurez vocal. Actoralmente hace lo que el papel le deja, que es más bien poco, ya que la lectura en la versión de Llorca es tan superficial, que poco queda de la Paula original, uno de los grandes papeles de nuestro repertorio, limitado aquí a poco más que la frívola que aparentemente es.

Jorge Rodríguez Norton, tenor, como Donisio.
Muy desaprovechado en un papel netamente de actor-cantante, que canta poco y habla mucho.
El papel es profundamente desagradecido, y Norton se aferra a lo que tiene con uñas y dientes para rascar y conseguir sacar algo de brillo al endeble material musical que le ha tocado en suerte. Bien timbrado, buen fraseo y correcto en el volumen, va sobrado para el papel, y me da la sensación que se muere por hacer más de lo que el papel le ofrece, y que no le deja lucirse lo suficiente. En lo actoral sobrio y contenido, se encuentra correcto y bastante cercano al carácter de Dionisio.

Mención especial al Coro Titular del Teatro de La Zarzuela, en una obra en la que la masa coral no tiene muchas importancia, ofreciendo todo aquello que la partitura pide. El conjunto no se ve especialmente favorecido en la partitura, siendo en general sus números deslucidos, aunque eso si, perfectamente ejecutados por la masa coral con Antonio Fauró a la cabeza.



Diego Martín-Etxebarría al frente de la OCM, acierta en su lectura de la obra, aunque no puede remontar ante el tono plúmbeo, de la partitura, con la que lucha para sacar cierto brillo, de forma realmente admirable. Martín-Etxebarría cuida a los cantantes, y atina en los tiempos. Se vislumbra un intenso trabajo de concertación, muy acertado, y primordial en esta obra, de enormes dificultades para el foso y el escenario.



Vayamos con la propuesta escénica.
José Luis Arellano, al frente del espectáculo juega con cartas trucadas, y con un envoltorio modernito, como lo es la funcional escenografía de Sánchez Cuerda, que se da de bruces con la convencional propuesta de Arellano, ofreciendo una función que no deja de ser un "sota, caballo y rey" de toda la vida, sin asomo de riesgo, y poca inspiración en lo visual.
Problemas. Ante el lastre que supone la versión y la partitura, le ha salido a Arellano un espectáculo bajo de tono, soso, y superficial en el que no puede, bucear en los vericuetos de "Tres sombreros de copa", que se ve palidamente reflejada, en su epidermis sin llegar al fondo. No me sirve una visión melancólica y sentimentaloide sin nada más detrás. "Tres sombreros de copa" es una sátira atroz, una comedia cruel, y una tragedia envuelta en burbujas de champán de gran carga psicológica, eso se ha volatilizado, pasando a ser un espectáculo anodino, deslavazado, de irregular ritmo, y lastrado desde que los personajes empiezan a cantar. Se normaliza el absurdo, casi desaparece, y toda la carga casi subversiva y simbólica de la función se va al garete en pos de cierta corrección política y tibieza, mucha tibieza. 
Es de justicia hablar de las estupendas luces de Juan Gómez Cornejo, así como de las buenas coreografías de Andoni Larrabeiti, de lo mejorcito del espectáculo, pero sobre todo, lo que es de justicia es hablar de un elenco que se parte el lomo para sacar adelante un espectáculo que no da más de sí. 
Quizás, si el planteamiento hubiese sido otro, en otro recinto, como obra de cámara, la cosa funcionase mejor. La Zarzuela le viene grande a estos "Tres sombreros de copa" y de la que parafraseando al "Manojo" de Sorozábal, que se estrenó un día como hoy de 1934, solo puedo decir que "Era muy poco el muerto para tanto luto"





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jueves, 10 de octubre de 2019

Adiós Arturo, Cubanismo En Estado Puro.


Sigue avanzando el comienzo de temporada, jugosa y ecléctica como pocas, y ayer le tocó a "Adiós Arturo" en el Teatro Calderón. Estrenazo por todo lo alto, y calidísima acogida por parte del respetable, que disfrutamos de lo lindo, en una noche muy especial y realmente divertida.
Soy muy fan de La Cubana, lo soy desde hace muchísimos años, creo que cuando vi por televisión la mítica retransmisión de "Cómeme el coco negro" comenzó mi idilio con ellos. Después llegó "Cegada de amor" ya en directo y definitivamente supe que lo que hacían se ajustaba perfectamente a todo lo que amo en el teatro. Casi podemos hablar del "cubanismo" como un estilo teatral, definidísimo, muy particular y muy imitado, que es lo que hace que los aficionados vayamos a ver a La Cubana siempre. Sabemos lo que ofrecen, y como lo ofrecen, y eso es exactamente lo que pedimos en sus espectáculos. Ver a La Cubana sabemos que conlleva sorpresas, música, muchas risas y una peculiar forma de entender la composición de los personajes, compleja y extremada a partes iguales."Adiós Arturo" lleva una buena gira por España, con bastante repercusión, y por fin llegó a Madrid, plaza en la que se los quiere mucho, y que parece ser que ellos también quieren mucho, visto lo visto en el espectáculo de ayer.
Asistí optimista al Calderón, me apetecía pasármelo bien, ya solo con ver lo que habían montado en la puerta del teatro, banda incluida tocando los pasodobles más cañí del repertorio, me di cuenta de que iba a ser una gran noche.



"Adiós Arturo" sigue la estela de la estupenda "Campanadas de boda" que vimos hace unos años aunque dándole una vuelta, es decir, si "Campanadas" empezaba como un vodevil y a mitad del espectáculo empezaba el show cubanero, en "Adios Arturo" empezamos con show y derivamos en vodevil. La premisa es sencilla, La Cubana oficia el funeral de Arturo Cirera Mompou, figura de las letras y del arte, de renombre internacional. Durante el funeral, las personas más allegadas al finado le ofrecen su peculiar homenaje, para posteriormente plantearse en la función todo aquello que rodea a la muerte y un funeral (especialmente cuando hay dinero por medio).
Como siempre La Cubana ofrece su costumbrismo con garras de astracán elevado al cubo, con su pizca de crítica social, y el desenfreno habitual en sus espectáculos, en una función plagada de personajes esperpénticos y desopilantes a partes iguales. Nos encontramos ante un texto ligero, y en el que paradójicamente aunque estemos hablando de la muerte, es tremendamente vital, y el que se dicen  cosas realmente hermosas sobre el sentido de la vida, y el vivir el momento como un privilegio. Musical, revista, vodevil desenfrenado, y muchos (muchísimos) personajes nos cuentan lo que es la vida y nos animan a vivirla de la mejor forma posible, se funden en "Adios Arturo" en un texto astuto y que se resuelve de forma admirable dentro de su endiablada trama.




Vayamos con el elenco:
Diez actores dan vida a 63 personajes (ahí es nada), y que por motivos obvios resulta imposible analizar al completo toda la caterva de arquetipos que aparecen en escena durante las dos horas que dura el espectáculo.
Todos los integrantes del espectáculo se dejan literalmente la piel en el escenario, en una función durísima, en la que todos cantan, bailan, actúan y se cambian de arriba a abajo en todas y cada una de sus composiciones. Hablamos en líneas generales de un elenco de elevadísimo nivel, que siguen al milímetro el estilo interpretativo de La Cubana, es decir extremado, caricaturesco, y cercano a la farsa. Por plantear algunos de los personajes, se puede destacar la rotunda y espléndida de voz Renata Pampanini de Jaume Baucis con ecos de Bianca Castafiore, que nos obsequió una "Habanera" de Carmen esplendidamente servida. El Ignacio Búho de Toni Torres, quizás sea uno de los tipos más logrados de la función, que choca frontal y afortunadísimamente en su estilo interpretativo con el resto del elenco, dado su laconismo y contención actoral. Su speech es uno de los momentazos de la función, de humor surrealista y tremendamente efectivo. Nuria Benet nos ofreció una soberbia creación en su Olivia Peterson y un magnífico striptease como Lili Lirio. Son destacables también la entrañable Herminia de Montse Amat, y muy especialmente la Caridad Montaner de Àlex Gonzàlez, que me dio uno de los mejores momentos de la noche, gracias a la corta vista de nuestra diva cubana entrada en años, muchos años. Es destacable también Toni Sans dentro de su completa formación como bailarín de tap y cantante. Así como la Lupita Olivares de Virginia Melgar, diva carcamal de la opereta que cada vez que da un agudo tiene una curiosa forma de apoyar la voz. Maravillosa al teléfono y en su composición como Elisabeth Babeth Ripoll, y el cargado de sensibilidad Marcel Crussoe de Edu Farrés, en un número de mimo, precioso y emotivo.
Me dejo muchos personajes, es imposible abarcar la enormidad de la fauna que puebla el escenario del Calderón, pero hay que remarcar que absolutamente todos y cada uno de los tipos que se proponen son resueltos con gran solvencia, y extrema comicidad, siendo el resultado de esto que planteo un elenco en completo estado de gracia, que no dejan lugar a la improvisación, pero que transmiten una frescura tal, que todo parece ser improvisado.


 

Vayamos con la dirección escénica. 
Jordi Milán además de firmar el texto, firma el espectáculo, y lo hace al más puro estilo de La Cubana, es decir no dar un respiro al espectador, carcajadas continuas y milimétrica dirección. Partiendo de la base de diferentes tipos y acciones escénicas, todo el espectáculo se ve enriquecido a base de gags físicos y verbales de resultados más que satisfactorios y perfectamente ejecutados. 
Me encantó la función, lo he de reconocer, me fascinó el trabajo de documentación sobre Madrid y el Teatro Calderón, ya que durante el espectáculo las alusiones a la ciudad son constantes, y la historia del teatro que se cuenta al principio me pareció deliciosa. Pero, si hay algo por lo que me pareció una magnífica función, es por el amor hacia el teatro que destila cada escena y cada número musical. La revista muy patente en toda la función es arte y parte fundamental del espectáculo, en el que sin que haya pasarela se hace pasarela, y en el que tanto los cantables como coreografías tienen un aroma a nuestra revista musical, de aire nostálgico y amoroso. Varios números muy reconocibles se encuentran en la función, especialmente dedicados al público madrileño. En "Adios Arturo" disfrutamos de "Los Nardos", "La violetera" y el célebre "Si te casas en Madrid" de Enrique Ramírez de Gamboa "El Cipri" inmortalizado por Olga Ramos, a la que también se menciona en el espectáculo, entre otros números igual de reconocibles y de revisteros o arrevistados. 
Nos encontramos ante un espectáculo de unas complicaciones técnicas enormes, que se ven solventadas con maestría, basándose en unas transiciones absolutamente modélicas y sorpresivas, como es habitual en la compañía, en el que el espectador se deja llevar por la energía desbordante de lo que acontece en escena, entrando en el espectáculo y su código sin el más mínimo problema. Toda la función destila magia por los cuatro costados, una gran ilusión escénica, en la que todo fluye dentro de un aparente caos perfectamente orquestado y de precisión milimétrica, siendo el resultado dinámico y divertido, aunque si se debe decir, que durante todo el cuadro del vodevil, la función baja un poco el ritmo, teniendo en cuenta que nos han tenido durante casi una hora en un puro delirio entre revistero y musicalero que nos clava en la butaca. A partir de la salida de las señoras de la limpieza, uno de los momentazos de la función, la cosa va retomando su cauce, y volvemos al cubanismo en estado puro, que a fin de cuentas es lo que vamos a ver, porque no nos engañemos de La Cubana lo que nos va es la marcha. 
"Adiós Arturo" es una función mayúscula, creo que no hay duda, en la que se funden momentos descacharrantes, con otros de gran poder evocador, y de la que el espectador sale feliz, después de pasárselo en grande, y olvidando sus problemas del día a día, sin dejar de lado la calidad de sus intérpretes y del acabado formal del espectáculo. Si algo es remarcable es el enorme sabor teatral que desprende, la purpurina, los maquillajes exagerados, las plumas y el petardeo, son también historia, y gloriosa por cierto, de nuestro teatro, y sin duda en "Adios Arturo" esto que planteo se encuentra a raudales, de forma divertida, entrañable y sobre todo con unos personajes tremendamente familiares para el respetable, ya que dentro de lo extremado de su planteamiento son pura verdad en su fondo. Como más arriba digo, costumbrismo con garrás de astracán, y cubanismo en estado puro que no defrauda y que ofrece exactamente todo aquello que se espera.
Mención especial al vestuario de Cristina López, un auténtico delirio de imaginación y visual. 



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viernes, 4 de octubre de 2019

El Caserío, Bucolismo Regionalista Casi Viscontiniano

Ayer dio comienzo la temporada 2019-2020 en el Teatro de la Zarzuela, y la verdad es que ya me iba apeteciendo algo de lírica, ya que ultimamente he visto bastante musical, pero zarzuela poquita.
Para empezar la temporada se ha optado por una de las obras más importantes del repertorio, "El Caserío" de Jesús Guridi, un título que hacía 42 años, nada menos, que no se representaba en la Zarzuela, y que sin duda goza del fervor del público, ya que se trata de una de las obras más queridas, y de la que varios números se encuentran muy incrustados en la cultura popular. Dos romanza, barítono y tenor, y un intermedio, son el estandarte de la obra, y páginas tremendamente reconocibles para el espectador medio. Ya había visto la producción que esta crítica ocupa, ya que se trata del mismo montaje que estuvo en los Teatros del Canal hace unos años, y que viene coproducida por el Arriaga de Bilbao y el Campoamor de Oviedo, por tanto no esperaba sorpresas en lo escénico, aunque el elenco era distinto, y lo más importante, la sala, ya que El Canal no posee una acústica adecuada para lírica, y la función se vio bastante empañada por ello.
Toco estrenazo, de nuevo, y ya van tres esta semana, siendo la función de ayer una de las más importantes de La Zarzuela, en la que cierto aire de solemnidad se respiraba en el teatro, amén de los reencuentros con los habituales que nos veíamos de nuevo después del descanso veraniego. Fue una velada muy agradable, y en líneas generales satisfactoria como iré narrando.



Con música de Jesús Guridi y libreto de Federico Romero y Guillermo Fernández-Shaw, y denominada como "Comedia lírica en tres actos", "El Caserío" tuvo su estreno, glorioso, negarlo es tontería, el 11 de noviembre de 1926 en el Teatro de La Zarzuela de Madrid.

"El Caserío" obra de altisimos vuelos líricos, y marcado aire operístico, es una de nuestras cumbres en cuanto a música escénica, gracias al arte de Guridi, que compuso una partitura de enorme sensibilidad, capacidad descriptiva, y arrebatador lirismo en muchísimos pasajes. Guridi completamente influenciado por la música vasca, escribió una obra en la que la estilización del folclore es parte primordial de la partitura, que sirve como catalizador exquisito de la acción escénica, y que define a la perfección la psicología de sus personajes, con un poso de melancolía muy marcado y de gran eficiencia teatral.

No nos debemos equivocar al pensar que tratándose de zarzuela regionalista la obra de Guridi se limita a una sucesión de cuadros folclóricos vistosos y superficiales. Si algo caracteriza a esta zarzuela es la profundidad de su música, refinada hasta la extenuación, delicada en todos sus pasajes, y siempre al servicio del drama.

De grandes exigencias vocales para su cuarteto protagonista, precisa de soprano, barítono, y dos tenores, de gran solvencia para poder ser interpretada como Guridi planteó su obra.

Nada sobra o falta en su partitura, resultando equilibradísima en su totalidad y en la que todos los personajes tienen su momento de lucimiento con unas insuperables romanzas en el caso de la terna principal, y unos momentos realmente comprometidos para el rol de Txomin , que no se encuentra dibujado en la línea habitual de tenor cómico de zarzuela, estando la dificultad muy por encima de la usual en este tipo de personaje. Los coros tienen una importancia enorme dentro de la obra y sirven para acompañar los momentos más importantes de la función, y entrañan considerable dificultad en no pocos pasajes.

Varios números son destacables, el coro cantado "a capela" que sirve de preludio a la obra parece ser una declaración de principios de lo que Guridi quiso contar en su obra, de marcado carácter intimista, aunque no deje de lado la espectacularidad en los números de conjunto y concertantes. La Romanza de Santi, es una de las piezas más bellas y conocidas del repertorio, así como el Dúo soprano-tenor también debe ser mencionado dentro del primer acto. En el segundo acto el Preludio de fama internacional y pieza clásica de concierto, la célebre Romanza del tenor, todo el cuadro de la procesión de gran espectacularidad, así como el "Duelo de versolaris" de gran dificultad y muy reconocible también para el aficionado. Y ya en el tercer acto, nos encontramos con el "Relato de Ana Mari" y el interesante Dueto cómico, uno de los mas bonitos compuestos nunca para una zarzuela.



El libreto no se encuentra a la altura de la música, siendo el asunto una historia costumbrista, en la que se nos cuenta una historia de amor agridulce, entre Ana Mari enamorada de su primo, que tras varios avatares culmina en un final feliz, como mandan los cánones zarzueleros. El drama leve y de corte bucólico, no tiene el mismo pulso que la música, ya que resulta casi anecdótico y de tintes melodramáticos. No quiero que parezca que el texto no se sostiene en la actualidad, porque no es cierto, se ve con agrado, aunque nos resulte un tanto naif y estereotipado. La versión que se está representando en estos momentos en La Zarzuela, sensiblemente recortada en el texto, no viene acreditada. Recuerdo que cuando la vi en su momento me molestaron mucho los cortes, pero mi percepción al respecto ha cambiado bastante, quizás debido a los destrozos a los que hemos asistido en no pocas ocasiones, pareciéndome que la obra se encuentra bien condensada, esquematizando la trama de forma eficiente, aunque si es cierto que a partir de la escena del frontón parecemos asistir más a una ópera que a una zarzuela, ya que los números se suceden de forma practicamente continua, aunque eso si, con algunas pequeñas escenas habladas para clarificar la acción dramática. En estos tiempos de recortes de libretos, si se entiende la trama original, creo que ya nos podemos dar por satisfechos, y en este caso, al menos todo tiene lógica, y captamos la esencia de la obra.



Vayamos con el elenco.

En la parte actoral nos encontramos a Itxaro Mensaka como Eustasia, Eduardo Carranza como Manu y José Luis Martínez como Don Leoncio.
Nuestros tres actores se encuentran acertados en sus respectivos papeles, Mensaka en el más puro código de característica de zarzuela, estupenda de tono y cargada de frescachonería. Eduardo Carranza, magnífico en sus mutis y de rotunda presencia escénica, y Martínez muy creíble como cura de pueblo un tanto metomentodo, en un trabajo de corte naturalista muy bien planteado. 

Pablo García-López como Txomin y Marifé Nogales como Inosensia. 
Marifé Nogales cumple en su papel, aunque ha sido tan podado que practicamente solo le queda el dueto y poco más. Correcta en lo vocal, no se pudo lucir lo suficiente, ya que tristemente su número fue dirigido a velocidad de vértigo, no permitiéndole hacer mucho más que seguir a la orquesta.
García-López muy verde en todas las disciplinas, me resultó insuficiente en lo actoral, por una falta de carácter muy notoria, y excesiva blandura en la visión del personaje, siendo esto que planteo un problema muy marcado en el "Duelo de versolaris" en el que faltó tensión, y me pareció equivocado en su enfoque de parte a parte. La voz, si bien es cierto es bonita, todavía no se encuentra lo suficientemente trabajada, y falta entidad en el instrumento para afrontar el papel. Txomin no es un mero tenor cómico, tiene momentos bastante comprometidos, y nuestro tenor aunque se muestra afinado y con musicalidad, necesita más peso a todos los niveles para abordar el papel. 

Andeka Gorrotxategi, tenor, como Joshe Miguel. 
Gorrotxategui no acabó de redondear su trabajo vocal de forma adecuada, por ciertos problemas en la zona aguda, en la que el sonido no parece ser liberado de forma correcta, quedando atrás y con extraña colocación, lo que le afea la voz sonando forzado y abrupto. Esto que planteo resulta más acusado en las partes más líricas de la partitura, ya que en aquellas más heroicas el instrumento suena pleno y bien timbrado, lástima que lo que más arriba planteo empañara su trabajo, ya que hubiese ganado muchos enteros con un trabajo mejor rematado. En lo actoral se encuentra correcto, y muy natural, algo que en nuestra zarzuela es muy de agradecer. 

Ángel Ódena, barítono, como el Tío Santi.
De menos a más, empezó vacilante en su romanza inicial, con problemas en el texto, y algunas inseguridades, que se fueron solventando a medida que fue avanzando la función, achaqué esto a que se trataba del estreno, y ya sabemos que son funciones a veces complicadas. Posteriormente se fue afianzando, y mejorando de forma muy notoria y ofreciendo su atronador volumen habitual, y una interpretación cargada de prestancia, y muy bien perfilada. En los concertantes resulta espectacular, ya que la voz sobresale del conjunto de forma notable, el fraseo fue impecable y de gran belleza, y sobre todo la expresividad, muy conseguida y con momentos de lograda emotividad, aportando mucha nobleza a su personaje, tan bien descrito en la partitura. Actoralmente se encuentra sobrio, y un poquito envarado, supongo que a medida que pasen las funciones irá sintiéndose más cómodo, ya que en otras ocasiones se le ha visto más suelto en escena.

Raquel Lojendio, soprano, como Ana Mari.
Lojendio posee un instrumento bien dominado, en la que filados y pianos fueron su fuerte, y que se ajusta muy bien a la vocalidad de Ana Mari. Nuestra soprano sirvió una sensible creación musical, que se adecúa a la perfección al carácter del personaje, sonando la voz sana, de cristalino timbre, y poderosa en el agudo. Actoralmente la encontré adecuada, dentro de la ingenuidad que destila el personaje, resultando correcta en todos los aspectos.


El Coro Titular del Teatro de la Zarzuela dirigido por Antonio Fauró, estuvo realmente notable en todas sus intervenciones, y bien aprovechado en lo escénico. Afinadísimos y atronadores, fueron uno de los activos más importantes de la función. Fauró saca muchos matices expresivos en la masa coral, y se refleja de manera admirable en el conjunto del espectáculo, que en este caso funciona como un personaje más dentro de la función con gran protagonismo, musical y escénico. 

Hay que hacer una mención especial a la Aukeran Dantza Konpainia dirigida por Eduardo Muruamendiaraz, acertadísimos en todas sus intervenciones, y que aportaron grandes dosis de espectacularidad a la función en aquellos momentos en los que la danza tomo protagonismo. 

Juanjo Mena, a la batuta de la OCM, acertadísimo en su dirección, de gran espectacularidad y dramatismo, así como un buen uso de las dinámicas y volúmenes, bien adecuados a los cantantes en líneas generales y al servicio del espectáculo. El único pero, como más arriba cuento fue los tiempos en el dueto cómico, excesivamente atropellado para mi gusto, en un número que realmente está por encima de la media de lo compuesto en su estilo. La lectura del maestro Mena resulta concisa y detallista apoyando muy bien las acciones escénicas y con buen sentido de la teatralidad.



Vayamos con la dirección de escena.
Pablo Viar al frente del espectáculo, apuesta por una visión ortodoxa de "El Caserío", aunque si diré una cosa, si buscamos una puesta clásica algunas cosas se deben mantener siguiendo las directrices del libreto, no es una cuestión de purismo sino de coherencia. Me refiero en particular a la escena de la procesión un tanto "sui géneris" en una función en la que la religión es muy importante, así lo dicta la partitura, y así está presente en el texto. La propuesta tiene grandes hallazgos escénicos que me resultaron muy gratificantes, como puede ser la visión del coro con ecos de tragedia griega, o los momentos en los que las acciones secundarias transcurren a cámara lenta, creando dos planos escénicos de gran belleza. Las luces de Juan Gómez-Cornejo cálidas y crepusculares dotan de mucha vida al espectáculo, y la escenografía de Daniel Bianco detallista, casi viscontiniana, y preciosista, también resulta adecuada dentro del tono de la función.
Nos encontramos ante una función que se ve con agrado, y francamente disfrutable, que sin duda hará las delicias del aficionado más tradicional, ya que su enfoque respetuoso, cortes aparte, y buena factura final, no molesta al respetable, y plantea a la inmortal obra de Guridi con gran dignidad musical y escénica.


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