sábado, 25 de enero de 2020

Cecilia Valdés, O Hay Que Saber Comprimirse, Que Diría Un Castizo

De todos los títulos de la presente temporada de el Teatro de La Zarzuela el que más me interesaba de todos es el que ayer se estrenó, la mítica "Cecilia Valdés" de Gonzalo Roig, emblema de la lírica cubana, y posiblemente la cumbre del repertorio zarzuelero de ultramar.
Mi relación con esta obra es especial, ya que hace unos 22 años, descubrí la zarzuela cubana viendo una maravillosa coproducción del Gran Teatro de La Habana y el Teatro Jovellanos de Gijón, que se llevó a cabo por ciertos lazos que unen la obra de Gonzalo Roig con Asturias, dado que uno de los personajes de la comedia lírica que esta crítica ocupa, es oriundo de la capital de la Costa Verde.
No conocía ninguna zarzuela compuesta fuera de España, aquella función supuso para mi una verdadera catarsis, y comencé un idilio con la zarzuela cubana, que sigue en vigor actualmente, y que espero que siga manteniéndose por mucho tiempo.
La composición de zarzuela en Cuba es la más fecunda después de España, y muy poco conocida en nuestro país, quizás con excepción de la romanza principal de "María La O" de Lecuona, tremendamente popular, por las múltiples versiones que se han hecho de la misma, y que el gran público no asocia a una zarzuela.
La zarzuela cubana, tiene muchos paralelismos con la española, especialmente en su tratamiento del folclore y el costumbrismo, pero en ella también nos podemos encontrar ciertas reminiscencias del musical americano, por aquello de la proximidad geográfica, no siendo extraño que la sombra de Gershwin asome en alguna partitura, entre los diferentes estilos de la música netamente cubana que nos podemos encontrar en la diferentes obras del repertorio.
Ayer asistí a La Zarzuela con muchísimas ganas de disfrutar, reencontrarme con esta función era para mi todo un acontecimiento, y sin duda el hecho de que hasta ayer no se hubiera representado nunca una zarzuela cubana en el coliseo de la Calle Jovellanos, dotaba a la noche de cierta pátina de evento histórico muy estimulante. Si algo me quedó claro ayer es que lo que no ha fallado es la música, del resto, como veréis más adelante hay bastante que comentar.



"Cecilia Valdés" denominada como "Comedia lírica en un prólogo, dos actos, un epílogo y una apoteosis" (ahí es nada) tuvo su estreno en el Teatro Martí de La Habana el 26 de marzo de 1932, casualmente el mismo día que nuestra Luisa Fernanda. La música corrió a cargo de Gonzalo Roig y el libreto escrito por Agustín Rodríguez y José Sánchez-Arcilla, que tomaron como material de base la novela de Cirilo Villaverde del mismo nombre.
la partitura de Roig, espléndida a todas luces, bebe claramente del folclore cubano, y desprende un lirismo insuperable en la mayoría de sus pasajes, aunque también mezcla elementos más ligeros con cierto aire de opereta en su planteamiento. Nos encontramos ante una partitura muy equilibrada en la que no sobra ni falta ni un número, y en el que las intervenciones musicales están perfectamente medidas en introducidas en la acción dramática. Es muy interesante ver la evolución de la partitura con respecto a la obra, pasando de la ligereza de los primeros números a un verismo muy acentuado a media que se va desarrollando el tremebundo drama que nos encontramos sobre las tablas. En "Cecilia Valdés" nos encontramos un expresivo prólogo instrumental que nos sirve para ponernos en antecedentes de la historia, para continuar con una sucesión de romanzas inolvidables, un "Gran dúo" apasionado en grado sumo, varios números de danza, y unos espectaculares coros que sirven de perfecto acompañamiento al drama principal. Todo ello aderezado con un aire afrocubano de exótica factura, y un planteamiento musical de enorme teatralidad. La orquestación de Roig resulta espectacular en su acabado, con gran empaque musical,  y más que respetable densidad.



El libreto, de carácter netamente melodramático, cuenta los amores incestuosos de Cecilia y su medio hermano Leonardo, de trágico final, teniendo esta historia como telón de fondo los temas de la esclavitud, el machismo y la diferencia de clases. El libro bien tramado, es realmente difícil de poner en pie, ya que el aire excesivo, operístico podemos decir, de la historia, precisa de un tratamiento muy minucioso y comedido para que no se pase de rosca, problema principal de esta versión, y lo que es más importante se debe tomar en serio para que funcione. Nos encontramos con una historia de enormes posibilidades dramáticas, pero eso si, de gran complejidad escénica y que debe ser muy mimado para que nos llegue como fue concebido, excesos y desmelenes varios incluidos.
La versión musical se encuentra practicamente completa, a excepción del cuarteto que ha sido cortado,el terceto cómico, y la parte final del coro y canción de los esclavos que también ha sido suprimido.
La versión del libreto no viene firmada, y aunque si bien es cierto el drama principal se respeta, algunas escenas han sido cortadas, y alguna subtrama también se ha reducido. El personaje de Isabel Ilincheta tiene como añadido un monólogo anti esclavista sacado directamente de la novela para darle algo más de extensión. Me ha parecido que la versión es excesivamente superficial quedándose coja en no pocas ocasiones, con unos personaje planos esquematizados en su mínima expresión, y que para rematar banaliza el material original sin piedad.



Vayamos con el elenco.
Dentro de los pequeños papeles de la función, quiero destacar el Tirso de Girlado Moisés de Cárdenas, muy creíble y cargado de gracejo. El sólido Melitón de Eduardo Carranza, así como la Nemesia de Ileana Wilson, de buena presencia y tono. Muy deficiente la Charito de Lilián Pallarés, que no consigue salvar los trastos en la comprometida escena del final de la obra como madre enajenada de Cecilia Valdés.

Isabel Cámara como Doña Rosa y Alberto Vázquez como Don Cándido Gamboa.
Ambos con serios problemas de enfoque de los personajes, y muy mal dirigidos (algo por otra parte una tónica en el espectáculo). Tanto Cámara como Vázquez parecen ser dos meras caricaturas de dos personas de la alta sociedad, pareciendónos que Doña Rosa solo ha nacido para lucir suntuosos modelos, mientras Don Cándido vive en un cabreo permanente. No hay nada más detrás de estos dos roles, algo que obviamente no es así en la obra. Todo es plano, todo es impostado, y lo que es peor, todo está equivocado. Si Carlos Wagner, como regista, ha querido esto, o no ha sabido verlo es un problema grave, ya que especialmente el papel de Isabel Cámara puede ser muy aprovechado como malvada de libro, pero ni tan siquiera en ese plano funciona. 

Yusniel Estrada, tenor, como Pedro.
Estrada tiene un único número musical, el comprometido canto del esclavo, que si bien es cierto fue cantado con gusto, en las partes más agudas sonó ciertamente apurado, y con un sonido peligrosamente situado en la garganta, con lo que sufrí escuchándolo ante el temor de que se hiciera daño. La voz es bonita, pero todavía debe madurar para poder abarcar papeles de envergadura.

Cristina Faus, mezzosoprano, como Isabel Ilincheta.
Estupenda en un papel que se nos hace corto para una intérprete de su nivel, si ya de por si el papel no tiene mucha extensión, a nuestra artista le cortan un número, como ocurre con el cuerteto, pues apaga y vámonos. Faus cumple sin problemas en el Duetino con Leonardo, perfecta en el volumen, impoluto gusto cantando, y el habitual carnoso timbre al que nos tiene acostumbrados. Actoralmente correcta, dota de gran elegancia a su personaje, aunque me supo a poco, lo he de reconocer.

Linda Mirabal, soprano, como Dolores Santa Cruz.
Mirabal sirvió uno de los momentos de la noche en su imponente entrada, el celebre "Tango congo" buque insignia del personaje de la esclava liberada. Nuestra soprano cargada de sabiduría y oficio se mete en el bolsillo al respetable, llevando a cabo una interpretación musical de altura, con un volumen atronador en no pocos momentos, y matizadísima. A todo esto debemos añadir una interpretación actoral realmente insuperable, de extraño magnetismo, así como un mutis en su segunda intervención que creo que recordaré por mucho tiempo. 

Homero Pérez-Miranda, bajo-barítono, como José Dolores Pimienta.
Bien templado en lo musical y algo envarado en lo actoral, en un personaje que no está muy bien desarrollado en la obra original, aquí parece que está para cantar su romanza, y obviamente desencadenar el drama que nos lleva al final de la obra. Su célebre romanza fue cantada con gran expresividad, aunque eché en falta un poco más de volumen. En general ofrece un buen trabajo vocal, muy bien ajustado con la orquesta y de bello acabado.

Martín Nusspaumer, Tenor, como Leonardo Gamboa.
Entiendo un error la elección de Nusspaumer en el papel, ya que su voz no es la más adecuada para un Leonardo que muerde, y que en el "Gran dúo" con Cecilia se ve muy apurado en las partes más comprometidas. Me faltó cuerpo en la voz, excesivamente ligera, y unos agudos mejor resueltos, con más entidad, y sin que me hiciera sufrir ante un gallo que nunca apareció, pero que enseñó la cresta varias veces. Estuvo francamente desafortunado en su primera intervención, apenas dos frases que me preocuparon seriamente, aunque luego hay que decir que se fue entonando. Quizás la parte que mejor resuelve es el "Canto a La Habana" menos pesado en líneas generales que el resto del papel y que encontré cantado con elegancia, y con aires de opereta, tal y como el número pide.
Actoralmente correcto, en un código de galán de culebrón, e igual de esquematizado que la mayoría de los personajes del espectáculo. 

Elizabeth Caballero, soprano, como Cecilia Valdés.
Toda una sorpresa para un servidor, ya que no la conocía, y adecuadísima al rol. Caballero ofreció una sólida interpretación vocal, de gran expresividad, y de espectacular acabado. La voz es grande, redonda y bien manejada. Los agudos, en punta, de buena factura, siendo el resultado el de un trabajo muy estimable y de gran altura musical. Caballero desarrolla el papel en el plano musical de forma impoluta según el recorrido del personaje, estando a años luz la Cecilia de la salida, cargada de gracejo e intención, con la desgarrada aria con la que finaliza el segundo acto. Caballero se me antoja perfecta para el papel, ya que la ductilidad de su instrumento es lo más adecuado para un personaje difícil en su recorrido actoral y musical. Muy implicada emocionalmente, lucha con uñas y dientes por salvar algunas de las absurdas situaciones escénicas propuestas por Carlos Wagner que parece que quieren arruinar su papel más que enriquecerlo.



Coro Titular, con Antonio Fauró a la cabeza, magnífico en una obra en la que tienen gran presencia y además se lucen mucho. Una vez más muy desaprovechados escenicamente, quedando reducidos a entrar y salir en escena, o a un interno en el cuadro de los esclavos. Atronadores, y con gran empaque, estuvieron a la altura de la partitura, sin tener problemas ante los ritmos tan alejados a los de nuestra zarzuelas que Cecilia Valdés ofrece.

Oliver Díaz al frente de la Orquesta de la Comunidad de Madrid, lleva a la función a un nivel altísimo, dotando a todo el espectáculo de un sonido grandioso, y de enorme sabor teatral. Díaz una vez más consigue un sonido de enorme profundidad y matices, así como un control de tiempos y volúmenes realmente notables, en una función de grandes complicaciones en su partitura. Disfruté muchísimo de la lectura de Oliver Díaz, y volveré a ver el espectáculo principalmente por su labor, y por el interés que me suscita Enrique Ferrer, tenor del segundo reparto, que me parece que puede dar muchísimo a todos los niveles al personaje de Leonardo. La lectura de Díaz es brillante, ajustadísima a los cantantes, y sobre todo remarca el profundo estudio de la obra que ha hecho el hasta ahora director musical del Teatro de la Zarzuela y que echaremos de menos los aficionados. 



Vayamos con la propuesta escénica.
Carlos Wagner firma la función, y lo hace con serios problemas. Tengo la sensación de que no se ha profundizado lo suficiente en el material original, y que los personajes están francamente mal enfocados y dirigidos. No hay entidad actoral, ni matices en la interpretaciones, y si a esto añadimos que los momentos más melodramáticos de una obra desmelenada en su origen parecen no ser tomados en serio, el descalabro en el último cuarto de la función resulta muy notorio además de irremediable. La línea entre la genialidad y el ridículo es muy fina, y Wagner se acerca peligrosamente al ridículo no sabiendo transmitir el desgarrador drama que la obra destila. El público ayer se reía en los momentos más dramáticos, algo que me enfadó profundamente, aunque me llevó a la reflexión, y que me dejó bien claro que a Carlos Wagner se le ha ido de las manos Cecilia Valdés, por sus excesos a todos los niveles. No es de recibo una camisa de fuerza en la escena final, no es de recibo que el personaje de Cristina Faus se quede congelada cuando acaban de asesinar a su prometido, no es de recibo esa aparición de la Virgen de la Caridad del Cobre, que produce hilaridad en vez de impacto, y no es de recibo que toda la primera parte del espectáculo sea algo cercano a una revista de tercera más que a una comedia lírica. Wagner banaliza la función, la lleva a un extremo equivocado, y roza el mal gusto por momentos, por su visión superficial y arquetípica de lo que para sus ojos parece ser un culebrón de lujo, y no un desgarrador drama casi naturalista. Quizás el problema de este espectáculo estriba en que Doña Rosa esté más preocupada en llevar bien una estola, que en que su hijo esté enamorado de su hermana por parte de padre. Ese detalle es muy definitorio y esclarecedor, Wagner se pierde en el envoltorio y ni huele el fondo de la obra. Cecilia Valdés merece una lectura más seria, realista y sobre todo respetuosa con la obra original. Este falso oropel que parece cubrir toda la obra es extensible al poco afortunado vestuario de Christophe Ouvrard, al que no le encontré mucho sentido, y que en algunos personajes se me antoja pasadísimo de vueltas, además de incoherente con las características de los roles. Tampoco ayuda mucho la incómoda y limitadora escenografía de Rifail Ajdarpasic que no facilita la comprensión de las diferentes localizaciones que se desarrollan en la obra. Esta Cecilia desprende un aire apolillado en su acabado final que da al traste con la idea de dignificar la zarzuela, que insisto, debe ser tomada en serio, y no banalizada hasta ridiculizar los argumentos. 
Mención especial a Nuria Castejón en sus coreografías, de gran vistosidad, especialmente en la parte de los esclavos, dotadas de gran empaque y capacidad catártica. 













lunes, 20 de enero de 2020

A Chorus Line, Todo Un Clásico En Todo Su Esplendor.

Hace un año más o menos, un bombazo teatral saltó a los medios de información.El musical "A chorus line" se representaría en Málaga con Antonio Banderas a la cabeza, en el Teatro Soho de dicha ciudad, Banderas produciría y protagonizaría el espectáculo en las navidades de 2019.

Automaticamente en el mundillo teatral se empezó a hablar de la curiosidad que suscitaría ver a una de nuestras estrellas más internacionales en directo, especialmente en una obra musical, género que Banderas ya había tocado en Broadway, y por supuesto en la celebrada versión cinematográfica de "Evita" dirigida por Alan Parker, así como en la primera ocasión que pudimos disfrutar de las dotes canoras del malagueño, en la versión de José Luis García Sánchez de la opereta de Lleó "La corte de faraón".

Con esto, creo que nos queda más o menos claro, que el género no le es ajeno al astro malagueño, pero... si es cierto que disfrutar de una interpretación suya en un teatro en nuestro país era algo que creo que no se nos pasó por la cabeza a nadie, hasta que el proyecto empezó a sonar cada vez con más fuerza.

No podía dejar pasar la oportunidad de ver a Banderas, especialmente sabiendo que la gira del espectáculo no la va a hacer él, así que con dos meses de antelación, en un arrebato musicalero saqué entradas y billetes de AVE para escaparme un fin de semana a mi querida Málaga. Reconozco que me podía la curiosidad, y además reconozco también cierta debilidad por "A chorus line" dado mi pasado como corista, durante tanto tiempo.

Las entradas se han vendido como pan caliente, de hecho en noviembre ya no quedaba absolutamente nada por vender, añadiendo funciones, siendo la tónica el lleno absoluto, y la máxima expectación ante el inminente estreno del espectáculo.

El pasado sábado por fin llegó el gran día, y con un cosquilleo en el estómago me acerqué al teatro, para disfrutar de una velada, que saliera como saliera, sin duda pasaría a mi historia como espectador... por suerte todo estuvo a la altura como iré desgranando en esta crónica, siendo el resultado una experiencia teatral y musical de alto voltaje e indudable calidad.






"A chorus line" fue Estrenada en el Off Broadway en 1975, pasando al circuito principal casi de forma instantánea, estando en cartel doce años, siendo todo un récord para su época. El musical escrito por James Kirkwood Jr. y Nicholas Dante, la letra por Edward Kleban y la música compuesta por Marvin Hamlisch tiene una gestación interesante. Durante una especie de terapia de grupo realizada a coristas de Broadway, salieron varios testimonios sobre la vida privada de los artistas, siendo ese el germen del musical, la experiencia personal de varios de los artistas anónimos de las grandes musicales, y en los que no se ve al conjunto como nada más que una disciplinada línea del coro que se sabe todo al dedillo, y resulta muy espectacular cuando le dan el necesario empaque al espectáculo.

Basándose en esas vivencias personales, algunas muy duras, se escribió la obra, en la que el proceso de selección de una comedia musical y los posteriores ensayos, sirven para contarnos todo lo que hay detrás de una gran producción, en la que el factor humano, como todo en esta vida, tiene vital importancia.
El musical es considerado un pionero, y muy revolucionario, siendo practicamente un clásico instantáneo, y que todavía sigue siendo referencia e inspiración, para futuros artistas que se ven reflejados de forma casi caligráfica en lo que se desarrolla en escena.
La obra es de una complicación altísima, ya que todas las disciplinas deben ser dominadas a gran nivel, canto, danza e interpretación. Sinceramente, no me imagino un musical más multidisciplinar que "A chorus line".
La obra agridulce, en su final plantea una paradoja inteligente, y muy comentada, después de dos horas buceando en los entresijos de nuestro elenco, se nos presentan como lo que son, comparsa de la obra que están montando, en un número imitado hasta la saciedad, icónico, y reconocible por todo el mundo, incluso al que no le gustan los musicales. En dicho número, nuestros protagonistas se difuminan en la línea del coro para volver al anonimato que les ha tocado en suerte, siendo uno más de una inmensa " A chorus line" sin cara reconocible y de movimiento uniforme.


Vayamos con el elenco, amplio, y acertadísimo en líneas generales, y de un gran nivel en todas las disciplinas tal y como el musical requiere.

Todos los componentes de la función tienen su momento de lucimiento, aunque no todos los personajes tienen la misma extensión, por tanto intentaré abreviar dado lo extenso del reparto.

Fran del Pino como Don, destaca más en las facetas de bailarín y actor que en la de cantante, aunque cumple sin problemas en un papel no muy desarrollado en la trama. Así como Angie Alcázar como Bebe, de buena presencia escénica y muy bien empastada en su número musical, de voz bonita y bien timbrada. Entre las pequeñas partes también nos encontramos a un estupendo Daniel Délyon como Richie, estupendo de voz, y muy energético en las coreografías, resultando un torbellino en sus intervenciones. Muy a destacar el magnífico Mark de Roberto Facchin, que desprende ternura a raudales, y que posee una maravillosa técnica de bailarín de hechuras clásicas que he de reconocer que me cautivó. Ivo Pareja Obregón como Greg, quizás un poco extremado, pero también correcto en un papel que nos chirría un poco, y que como más tarde comentaré, quizás se ha quedado algo desfasado dentro de la historia, ya que creo que "A chorus line" merece una revisión más acorde con los tiempos actuales. Mención especial para la Connie de Cassandra Hlong, divertidísima en los bocadillos, y de impagable presencia escénica.

Pablo Puyol y Diana Girbau, muy compenetrados, en el único matrimonio que nos encontramos en nuestro peculiar casting, llevan a cabo un difícil número con un interesante juego escénico que no desvelaré, y que resulta delicioso. Encontré a Puyol en un momento vocal dulce, donde su voz, mas atenorada que nunca suena potente, y con una notable mejoría en cuanto a la colocación con respecto a otras ocasiones. Puyol las da todas en lo musical, en un papel difícil y de aguda tesitura, sonando como un cañón, y de forma muy efectiva. Girbau no canta, ya que su papel tiene el hándicap de no "saber cantar", algo que no resta ni un ápice de calidad a su trabajo, cargado de gracejo y naturalidad.

Kristina Alonso como Sheyla, me pareció muy templada y cargada de empaque, tal y como el personaje requiere, sacando el máximo jugo a toda las frases lapidarias que aporta el papel, y cargada de matices cuando se deja ver en su intimidad. Dotada de un buen desplante escénico, y muy en consonancia con el aire de "rompe y rasga" que se le presupone a Sheyla.

Graciela Monterde como Val, impagable en todas sus intervenciones, cargada de frescachonería, en una interpretación que se me antojó arriesgada, y muy de verdad. Su papel no es nada fácil, y lo pelea hasta las últimas consecuencias, con gran sentido de la comicidad, y con un control de los tiempos escénicos muy a tener en cuenta, me pareció solidísima en sus intervenciones, y muy adecuada para el papel. 

Anna Coll, como Diana, quizás la más floja del elenco, un tanto impostada en lo actoral, y con una interpretación musical que no acabó de convencerme con algunos problemas de afinación. Es cierto que Diana Morales es uno de esos papeles en los que es inevitable la comparación dado lo icónico de "Nothing", tema en el que me faltó fuerza e intención, y sobre todo, el saber plegar velas en la última estrofa, después de todo lo que dice a mitad del tema, no redondeando la canción de forma satisfactoria. "Nothing" muerde, varios estados de ánimo deben pasar por la artista cuando lo interpreta y Coll se queda ciertamente plana. El tema de la impostación, en un elenco como el de la función, en el que la verdad está tan patente en la mayoría de las interpretaciones, se ve más acusado en el caso de Coll, que parece encontrarse en un código diferente al de sus compañeros.


Fran Moreno, como Paul, uno de los triunfadores de la noche. Paul es quizás el papel más comprometido dramaticamente del espectáculo, con un célebre monólogo de difícil ejecución, que se ve perfectamente interpretado por nuestro actor, en un tono sobrio, introspectivo, y profundamente emotivo. Moreno controla a la perfección el crescendo dramático de su escena llegando a conmoverme profundamente. Todo lo que dice, y lo que siente es de verdad, saliendo desde dentro, sin aspavientos ni estridencias, simplemente los sentimientos van aflorando de forma natural hasta desbordarse de manera sencilla, dura, y tremendamente emotiva. Me gusta mucho Fran Moreno, nunca falla en sus trabajos, y ya son unos cuantos musicales en los que lo he visto, estando siempre a la altura en todas las disciplinas. 

Sarah Schielke, como Cassie, muy sólida en la disciplina de danza, con un estupendo solo que me supo a gloria, y contenida y muy implicada en lo actoral, sobria y convincente dando perfectamente el perfil del personaje. Vocalmente cumple sin problemas, con una voz grande y potente, brillando mucho en su compreometidísimo número. Las escenas con Banderas funcionan a la perfección, siendo la química con su compañero muy notable. Tiene un momento especialmente bueno durante el ensayo de "One" en el que no puede evitar destacar dentro de la línea del coro, dado su pasado de primera actriz de Broadway, en esa tensa escena en la que Zach (Banderas) la va corrigiendo, se ecuentra magnífica y cargada, una vez más como es la tónica de la función, de verdad. 

Antonio Banderas, como Zach, resulta por motivos obvios uno de los atractivos del espectáculo, pero hay que decir que visto su trabajo, si algo nos queda claro, es que su estatus de estrella, lo es por derecho propio, y lo que es más difícil sin ejercer de ello sobre el escenario. Banderas perfectamente integrado en el elenco, funciona como uno más, nunca por encima del resto y sin atisbo de divismo por ningún lado. Simplemente ofrece todo lo que tiene, se entrega de una forma brutal, y surge la magia, en una interpretación muy carismática, de rotundísima presencia escénica, y con muchas aristas en su psicología. Nos ofrece un trabajo muy interesante, de dualidad, en el que la dureza de Zach,no empaña una sensibilidad muy acuciada, que se puede vislumbrar en múltiples momentos. Reconozco que me cuesta diferenciar si el hecho de que se nos vayan los ojos a Banderas durante toda la representación forma parte de su halo de estrella, o de su marcada personalidad en el escenario. De físico poderoso, impoluto en el tono, y muy bien integrado en el lenguaje teatral, que no es fácil en los actores de cine, si algo puede remarcarse de su interpretación es la intensidad. Durante toda la función está haciendo guiños a sus compañeros, dentro del personaje obviamente, apoyándose en ellos para realizar su trabajo, y siempre dejándonos ver que no está por encima, sino que es uno más, reconozco que me impresionó mucho es humildad, he visto a unos cuantos divos y divas, y hacían lo suyo para su público, en este caso Banderas, no solo hace lo suyo, sino que enriquece muchísimo el espectáculo, en un papel de poca presencia escénica, pero que sin que nos demos cuenta lleva el pulso del espectáculo de principio a fin. Es destacable lo bien que se defiende en las difíciles coreografías sudando la camiseta a base de bien, y con un desplante escénico realmente espectacular. Ver a Banderas en directo es un lujo, para que engañarse, y en esto, el que suscribe si que debe decir que se sintió un tanto apabullado por lo que estaba viendo, no es posible ser del todo imparcial, y la noche para un servidor fue emocionante en grado sumo, siendo Antonio Banderas uno de los principales culpables de ello.

Mención especial para el espléndido Larry de Alberto Escobar, asistente de Zach, y repetidor. Tremendamente creíble en el papel, y con un elevadísimo nivel como bailarín.



La orquesta de 22 músicos, si señores 22, fue dirigida por Arturo Díez Boscovich, avezado en esto de los musicales, llevando el sonido a la estratosfera. Díez Boscovich realiza un trabajo impecable, donde los matices fueron la tónica, así como la espectacularidad en el sonido. Es muy destacable el enorme trabajo de concertación llevado a cabo en un musical de grandes dificultades musicales, y que no se nos olvide, está interpretado en su mayoría por bailarines, más que cantantes. Todo encaja a la perfección entre el foso y la escena, en una obra en la que dicha comunión es absolutamente imprescindible para el buen funcionamiento de la misma. Boscovich muy pendiente de los artistas acompaña a la perfección las coreografías, y sigue a los intérpretes de forma modélica y muy fluida, siendo el resultado musical de gran altura y enormemente teatral.



Vayamos con la propuesta escénica.
La función es un calco del original de 1975, y en esto si que debo decir que la obra necesita un lavado de cara. Si bien es cierto, nos encontramos ante un musical de gran nivel tanto en su partitura como en el texto, quizás una revisión más estética que de fondo no le vendría mal. Algunos arreglos en la partitura para contextualizarla un poco más dentro de los tiempos actuales, y un pulido en algunos personajes, harían que la función fuera más cercana al público de 2020, que en muchas cosas se encuentra lejos de los que disfrutaron de la obra hace ya 45 años.
Dicho esto, quiero comentar, que la ortodoxia más pura, bien entendida, y dentro del elevado nivel del espectáculo es una propuesta válida y perfectamente legítima, tan solo que quizás actualizando un poco algunas cosas, el musical ganaría unos cuantos enteros, tal y como se ha hecho con la mayoría de los clásicos en sus reposiciones. 
La función viene firmada por Baayork Lee, siendo codirigida por ella misma y Antonio Banderas. Lee que formaba parte del elenco original, obviamente se conoce la función al dedillo, siendo el resultado el de un espectáculo redondo, milimetrado, y perfectamente encajado. Nos encontramos ante una función de engranaje más que engrasado, donde las transiciones se me antojan perfectas y todo funciona como el mecanismo de un reloj. 
Practicamente durante toda la función el elenco se encuentra en escena, y sabe en todo momento aquello que debe hacer, la actitud necesaria, y lo que es más importante, sin salirse de sus respectivos personajes. Esa disciplina se ve que es fruto de una mano de hierro que está detrás de todos ellos, y que sabe perfectamente lo que quiere de cada uno. Hay un gran tratamiento del texto, así como de los personajes, y cada escena se encuentra muy trabajada, también es cierto que hace dos meses que estrenaron y la obra está ya muy rodada, algo que sin ninguna duda se agradece.
Nos encontramos ante un espectáculo sobrio, casi podríamos hablar de Grotowsky en su concepción, ya que a excepción del explosivo y emblemático final, la ausencia de elementos escénicos es la tónica, tan solo un espejo y los artistas, no hay nada más, sirven como sustento de "A chorus line". Con eso se llena de largo el escenario, con unas marcadas acciones y dinámica propuesta, en la que precisamente esa parquedad de medios es el catalizador para que las interpretaciones brillen con toda su intensidad. Las luces indispensables en un espectáculo de estas características cumplen a la perfección en su cometido de dotar de las diferentes atmósferas a cada escena, y a los múltiples planos escénicos, que son otra de las bazas del espectáculo. Las coreografías originales de Michael Bennett resultan espectaculares, y siguen manteniendo la misma fuerza del original, algo que sin duda con otro elenco de menor nivel no sería así, ya que la complejidad de las mismas es elevadísima. Todo el espectáculo desprende vida, y nos encontramos ante una función en la que se respira el amor por Broadway y las artes escénicas en general, de forma entusiasta, y para que negarlo muy emotiva. Me emocioné varias veces durante la función, algo que creo que es muy significativo, ya que uno va teniendo callo como espectador y cada vez encuentra más difícil tropezarse con aquello que hace que el teatro sea esa experiencia tan intensa y tan mágica que lo hace tan especial. 




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