martes, 29 de septiembre de 2020

"Un Ballo In Maschera", Verdi De Cartón Piedra.

¡Por fin he podido ir a la ópera!, ardía en deseos de ver lírica en directo, y el pasado domingo pude acercarme al Real a la función de "Un ballo in maschera", que tantos ríos de tinta ha hecho correr, por motivos ajenos a lo musical. Lo primero que voy a decir es que la gestión del Real desde el inicio de la pandemia está siendo desastrosa, y que los abonados hemos sido dejados de la mano de Dios sin contemplaciones, en mi caso cancelándome mi entrada de Traviata sin motivo alguno, y sin solución al respecto, más que si quería ver la función me podía sacar una entrada. Ante mi pregunta sobre el motivo por el cual me habían cancelado mi localidad, habiendo sitio en el teatro, no me supieron dar respuesta, con la dificultad añadida de que el teléfono no se encuentra operativo viéndome obligado a acercarme al teatro recién operado, para ver si me daban alguna solución. A esto hay que añadir que se me cargó el abono dos meses después de lo habitual, y que no lo recibí en mi casa hasta poco más de una semana antes de la función que me tocaba ver. A todo esto hay que añadir todo el bochornos asunto del aforo el pasado día 20, con lo que creo que es necesario apuntar que es urgente un cambio rotundo en la gestión del propio teatro, que no solo cuenta con una política de precios abusiva, si no que encima no trata a sus clientes con la diligencia necesaria. 

Dicho esto, y pidiendo excusas por el desahogo, pero entended que estoy bastante indignado con el asunto, empezaré con la crónica del espectáculo. Fue emocionante el volver a escuchar ópera en directo, reconozco que el placer de la música en directo, cercenado hasta hace muy poco, era una de las cosas que más he echado de menos durante estos tiempos pandémicos, y grises que estamos viviendo, así que más allá de lo que comente he de decir que disfruté de la función, a pesar del despropósito escénico que se está perpetrando estos días en la Plaza de Oriente. Mascarilla en ristre y entre dos asientos confinados, por una vez pude estirar las piernas, el domingo pude asistir a una de mis óperas de Verdi favoritas, ligera y oscura a partes iguales, y de una belleza inconmensurable en no pocos pasajes.



"Un ballo in maschera" denominada como "Melodrama en tres actos" con música de Giuseppe Verdi y libreto de Antonio Somma, tuvo una gestación interesante, ya que en un principio en ella se hablaba del asesinato del rey Gustavo III de Suecia acontecido en la ópera de Estocolmo. Tras varios avatares con la censura de la época, el libreto fue cambiado, pasando a desarrollarse la acción en Boston, y siendo el protagonista un, más inofensivo, gobernador británico, que un rey europeo. He tenido la ocasión de ver diferentes versiones de la ópera, y prefiero la idea primigenia, ya que el asunto estadounidense siempre me ha parecido artificioso y un tanto pegote, pero insisto, esto es una cuestión de gustos personales.

Verdi demostró con esta ópera su continuo avance a todos los niveles, siendo muy interesante el equilibrio entre lo ligero, netamente influenciado por la ópera francesa, y la artillería pesada habitual del Genio de Busetto.Es muy interesante el uso de la melodía para remarcar el carácter de los personajes, así como la repetición de pasajes, para evocar aquello que el compositor encontró imprescindible en el desarrollo dramático de la obra. A ello hay que añadir el consabido conocimiento de los resortes del teatro, para potenciar el drama desde la música con gran acierto, y sobre todo una mesura magistral en una partitura en la que no sobra ni falta nada. De grandes exigencias vocales, especialmente para su terna protagonista, el "Ballo" es uno de los títulos puntales del repertorio verdiano, y operístico en general, siendo uno de los favoritos del gran público, que aunque no se encuentre dentro de la famosa "Trilogía Popular", si es cierto que es una de sus obras más conocidas. 

El libreto, eficaz, entre la intriga política y el dramón sentimental con toques sobrenaturales, tiene más coherencia que otras obras coetáneas suyas, y resulta muy entretenido para el espectador, que se siente absorbido por la pasión no consumada de Riccardo y Amelia, y la injusta venganza de Renato. Nos encontramos ante un dramón decimonónico al uso, tan cercano a la ópera, y que tan bien sirvió a la música para conseguir epatar a los espectadores del momento, y que en la actualidad se ve con placer, aunque si es cierto que con indulgencia, dado lo tremendo del asunto, y el desmelene de algunos momentos. 



Vayamos con el elenco:

Comprimarios correctos, con mención especial para el Samuel de Daniel Giulianini, espléndido en sus intervenciones, con una voz muy a tener en cuenta. 

Elena Sancho Pereg, soprano, como Oscar.

Deliciosa, en uno de los bombones de la ópera, ya que el personaje de Oscar es muy querido por el público, y tiene cierto lucimiento que no pasa desapercibido. Sancho, si bien es cierto que no posee una gran volumen si que proyecta perfectamente, y el agudo bonito y bien resuelto llega sin problemas, en mi caso, al paraíso, siendo perfecta para las exigencias del papel. Actoralmente correcta y sin estridencias, resulta muy creíble dentro del rol. 


Daniella Barcellona, mezzosoprano, como Ulrica. 

Decepcionante, ya que tuve la suerte de verla en en Nueva York hace unos años en una "Donna del lago", de Rossini, y me pareció una cantante superlativa. Ahora la encontré notablemente mermada de facultades, especialmente en lo que al volumen se refiere, alarmantemente escaso para una cantante de su nivel. La zona grave me pareció solvente, pero se queda escasa desde todo ángulo para las exigencias vocales de Ulrica, más acorde para una contralto. Me faltó oscuridad en el timbre, y el tremendismo verdiano que destila el personaje, quedándose muy descafeinada su actuación, y carente del empaque necesario para abordar el papel. Actoralmente igual de descafeinada, pasa bastante desapercibida, cuando debe ser quien corta el bacalao en todas sus escenas. 

Artur Rucinski, barítono, como Renato.

A mi entender el mejor cantante de la velada, y el que mejor supo plasmar la esencia de lo que Verdi escribió. Cantante de primer nivel, impresionante línea de canto, y poderosísimo en el agudo, que consiguió sacarme de lo rutinario de otros cantantes, siendo sus momentos aquellos de mayor interés vocal. Hay que hablar de una notable expresividad, fue el único al que me creí, un fiato considerable, así como una perfecta dicción siendo especialmente agradecido por el público un "Eri tu" de excelente factura. 

Anna Pirozzi, soprano, como Amelia. 

Más preocupada por dar agudos de altos decibelios, que por el resto de la partitura, va sobrada por las alturas y un tanto sobrepasada por la orquesta en el centro. Como he dicho, si bien es cierto, el agudo es poderoso, resulta un tanto desabrido a ratos, no resultando refinado, y aunque impactante, no grato al oído. Buen fraseo, y estudiada lectura de la partitura,  por otra parte resulta en fría en exceso y de escasa expresividad, a este nivel he de decir que su célebre aria "Morro ma prima in grazia" me dejó completamente helado, algo imperdonable dado lo que se nos está contando en ella. Actoralmente plana, y con dejes de soprano antigua, en la que la composición del personaje brilló por su ausencia. 


Michale Fabiano, tenor, como Riccardo.

Muy irregular en líneas generales, y batallando con el personaje, que se ve que le cuesta afrontar, ya que la sensación que transmite es la de ir un tanto apurado. Fabiano parece cantar "por narices" por no decir otra cosa, encontrándose más preocupado en dar las notas que en buscar los matices del personaje. Acusa un exceso de vibrato un tanto preocupante, que posiblemente con el devenir del tiempo se convierta en un problema serio, aunque por ahora no lo sea. Reservón en concertantes, soltó los arrestos en su última aria, donde se pudo vislumbrar un trabajo más mesurado, menos abrupto y con más musicalidad que en el resto de la ópera, en la que me hizo sufrir en no pocas veces. 



Coro Intermezzo, con Andrés Máspero a la cabeza, impecable, de gran volumen y empaste, dotando de gran empaque a la función, resultando sus intervenciones realmente espectaculares. Escenicamente muy desaprovechados, algo a lo que yo nos tienen acostumbrados los registas de ópera, y que ya parece no hacer mella en un servidor de ustedes, que lo toma con lírica resignación. 

Nicola Luisotti al frente de la OSM, sirvió una lectura más que eficiente de la partitura, de inspirado aire verdiano, gran expresividad, y prestancia teatral. Luisotti sabe dotar a la función del acento exacto que la partitura pide, siendo la tónica el cuidado de las voces, y unos tiempos acertadísimos en líneas generales, sabiendo plasmar a la perfección los diferentes planos musicales de la ópera. 




Vayamos con la propuesta escénica:

Gianmaria Aliverta firma la función, que parece ser viene de La Fenice. Podemos hablar de serios problemas en varios puntos, el primero y más grave, la dirección actoral, que brilla por su ausencia, siendo el resultado añejo por los cuatro costados y de nulo interés a este nivel. Todo se remite a los gestos de siempre, brazos en alto, rodilla al suelo, falsos gestos compungidos y cero verdad en las interpretaciones. Escenicamente nos encontramos ante una función feota, pobretona, desangelada y rancia hasta la extenuación, en la que la nefasta escenografía de Massimo Checchetto es máxima responsable de lo ocurrido. Para la posteridad la fallera piedra pómez del segundo acto, y la horrorosa Estatua de La Libertad del tercero, encima mal aforada, gracias a lo cual tuve el privilegio de ver al tenor después de herido de muerte, bajando a toda velocidad mientras se manchaba de sangre por aquello de impactar al respetable. Aliverta no da una, ni en la composición de los personajes, ni en las diferentes acciones escénicas, llegando en algún momento a resultar bochornoso el resultado, como ejemplo lo que más arriba planteo, en la que Riccardo una vez herido se ve obligado a bajar de la corona de la Estatua de la Libertad para morirse en primer término como mandan los cánones inamovibles desde los tiempos del propio Verdi. La escena de Amelia y Renato con la que comienza el tercer acto parece sacada de una película de Lillian Gish, no dando un servidor crédito ante semejante despliegue de tics antiguos y altamente irritantes. Podría seguir hasta mañana pero no es cuestión de aburrir a mis queridos lectores, así que como nota final hacer una mención especial a las nefastas luces, que tienen al elenco a oscuras durante medio espectáculo, y gracias a las cuales la corbata se ve inutilizada durante dos tercios de la función. Por cierto... que en cada cambio de escenografía se nos fuesen cinco minutos mínimo, me parece inaceptable en un teatro con las características técnicas del Real, resulta francamente imposible entrar en el drama con tanto parón entre cuadro y cuadro. 

En resumen, una propuesta profundamente decepcionante en lo escénico, y que con sus más y sus menos en lo musical, me hizo disfrutar, aunque toda la función resulte poco emotiva y gélida en rasgos generales. Por suerte la lectura de Luisotti logró tener presente a Verdi, algo que sin duda es de agradecer. 



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martes, 22 de septiembre de 2020

"Jekyll & Hyde, El Musical", La Noche De Los Muertos Vivientes.


El musical de gran formato,  tiene enormes complicaciones escénicas, no es ningún secreto, y en nuestro país hemos llegado ya a unos niveles lo suficientemente interesantes como para abordar este tipo de espectáculos desde la seriedad y sobre todo el respeto que se merecen. El "todo vale" ya pasó a la historia hace años, y el público  sabe de musicales lo suficiente como para discernir cuando le dan gato por liebre. Ya sé que son tiempos duros y que afrontar según que repertorio en este momento es muy difícil, lo asumo, pero a veces mejor no meterse en empresas inabarcables y dejar hacer a los que tienen la infraestructura suficiente como para poner en pie funciones de gran envergadura, y limitarse a productos de formato más reducido, y con resultados más dignos, ya que este tipo de compañías que no son capaces de ofrecer unos mínimos, y cuando digo mínimos me refiero a cosas básicas a la hora de poner en pie un espectáculo, hacen mucho daño a la industria. El espectador que ve un producto de este tipo, después se lo piensa muy mucho a la hora de pagar la entrada para ver otro, ya que siente que le han tomado el pelo, y teme que se vuelva a repetir la situación.

Esta disertación viene a colación de el musical "Jekyll y Hyde" que se está representando estos días en los Teatros del Canal. Reconozco que no iba muy convencido, pero me apetecía mucho ver un musical, ya que este año de sequía teatral ese tipo de espectáculo es el que menos se verá. La experiencia fue muy frustrante, ya que la función no se puede defender a nivel escénico por muy buena intención que uno ponga, y que os prometo que en estos tiempos la buena intención es mucha. Lo sentí mucho por el elenco, que lucha lo indecible por levantar el espectáculo, y que una vez más son los que dan la cara ante las carencias de otro tipo, cuando además en líneas generales creo que a nivel musical la función se puede salvar. El que un espectáculo triunfe no es solo una cuestión de dinero, es una cuestión de ESMERO, INTERÉS, MIMO y TALENTO, cuando estas cuatro cosas se juntan no hace falta más. Pero amigos cuando no hay  ni dinero ni lo anteriormente citado el desastre es irremediable, como más adelante contaré. 



"Jekyl & Hyde", con música de Frank Wildhorn y libreto de Leslie Bricusse, se estrenó en Houston en 1990, teniendo un historial muy largo de giras por todo Estados Unidos hasta su estreno en Broadway en 1997, en donde tuvo un gran éxito estando cuatro años en cartel, finalizando el espectáculo su estancia en Nueva York con David Hasselhoff a la cabeza, siendo muy alabada su interpretación. En España lo pudimos ver hace la friolera de 20 años protagonizada por Raphael, en una producción que se puede considerar un hito, y que tuve la suerte de poder ver en el Apolo, causándome gran impacto. 

El musical se basa ligeramente en la novela de Robert Louis Stevenson, dejando de lado la mayoría de la carga filosófica del libro, y centrándose más en lo sentimental y los tintes terroríficos de la trama, siendo el resultado una función entretenida, y eficaz en su trama, pero mucho más ligera que el material original. Se nos cuenta la novela, pero por encima, potenciando sus partes más teatrales y de corte operístico, para de esta manera ofrecer una trama de intriga y melodramática bien tramada, aunque un poco irregular en su desarrollo, especialmente durante el primer acto, algo que se ve corregido a partir del descanso.

La partitura bella y equilibrada, es muy abundante en números musicales, ya que nos encontramos con una obra en la que no hay mucho diálogo, solventándose estos con recitativos cantados. Toda la obra desprende gran lirismo en las partes de solista, dúos y tercetos, y todos los personajes principales tienen su momento de lucimiento, aunque es cierto que el plato fuerte es el protagonista, de grandes complicaciones actorales y fiera exigencia vocal, ya que no se nos debe olvidar que aborda dos personajes de características opuestas. Es destacable también lo conseguido de las atmósferas en aquellos momentos más truculentos, así como lo bien definidos, en su psicología, que se encuentra los personajes a nivel musical. 

"Jekyll & Hyde" es un buen exponente de teatro musical, de calidad en su composición musical y literaria y que cumple con las expectativas del aficionado, encontrándose este título dentro de uno de los favoritos y que podemos considerar como dentro del repertorio clásico, dado lo amado que es y lo mucho que se representa.

 


Vayamos con el elenco:

Hay que decir que en líneas generales los componentes del espectáculo están a un buen nivel, y capacitados para afrontar sus papeles... pero también hay que decir que son doce, con lo que nos encontramos con una serie de problemas de los que ellos no tienen culpa, pero que si que lastran estrepitosamente el espectáculo. 


Carlos J. Benito y Miguel Ángel Gamero como Simon Stride y Danvers respectivamente.

Correctos en lo vocal y muy desapercibidos en lo actoral, una tónica en la función dadas sus carencias en cuanto a la dirección de actores. Benito sirvió un bello dúo con Emma, donde brillo dado el bonito timbre que posee, así como las dosis de galanura que le corresponden al personaje. Gamero, siempre solvente, afronta todas las disciplinas de forma correcta y desde la sobriedad, algo muy de agradecer. 


Marta Valverde como Nelly y Lady Beaconsfield. 

Rotunda como es habitual en ella y de gran porte , se merienda a sus compañeros en sus escenas, ya que no podemos dejar de mirarla, algo que aunque parezca una incongruencia va en su contra, ya que el cambio de registro es tan brusco y notorio que nos chirría por los cuatro costados. Si tenemos a una artista como Marta Valverde, no podemos exponerla durante toda la función de la forma en la que aquí la exponen, participando en todos los números de conjunto y abordando varios papeles. Resta credibilidad al espectáculo, y empobrece su trabajo. Correcta en lo vocal, aunque el papel de Beaconsfield le vaya grave en algunos momentos, donde más brilla es como la prostituta Nelly, plena y sensible, aunque vaya demasiado a su aire en algunos momentos, algo que dadas las carencias del espectáculo casi es de agradecer, al menos destaca y se ve que hay composición de personajes.

 

Luis Amando, como Utterson. 

Acertado en la parte vocal, con buenos mimbres en la voz, y donde todavía brillan los ecos del Fantasma de La Ópera cuando canta, al menos a mi me lo recordó. Bien timbrado y muy afinado, aborda un papel ingrato desde la corrección y desde la frialdad. No pasa absolutamente nada por dentro de su composición y la química con Jekyll, que no se nos olvide que es su mejor amigo, es nula. La sensación es la de Luis Amando cantando muy bien, pero sin salirse de él mismo en ningún momento, y sin mostrar ninguna emoción o expresividad en la voz. Necesita que alguien le indique unas directrices claras sobre su personaje, lo que le está pasando en cada momento, y sobre todo que sienta lo que está ocurriendo en la función. 


Thaïs Marín, como Emma. 

Estupenda en lo musical, con voz netamente lírica, sirvió una función espléndida, cargada de sensibilidad, y bien interpretada, de forma sólida e inteligente, en un personaje que no está carente de complicaciones vocales que se ven solventadas con facilidad. Marín posee una bella voz de lírico-ligera, bien colocada de limpio agudo y que suena muy sana. Dotada de gran expresividad, nuestra Emma supo imprimir en su interpretación musical el dulce carácter del personaje. En lo actoral también se encuentra acertada aunque un tanto plana en algunos momentos, no molestando en exceso dado el carácter del papel.


Silvia Villaú, como Lucy. 

Lucy es uno de los bombones de la función, y un papel realmente bien escrito, que se gana las simpatías del público tanto por su recorrido como por lo vocal. Villaú en la parte actoral cumple muy bien con el carácter del personaje, dotándolo de matices y mucha ternura, pero en la parte musical no acaba de encontrar el sitio, ya que en no pocos pasajes se encuentra fuera de estilo, acercándose peligrosamente al quiebro aflamencado en sus intervenciones, algo que nos saca de la función y que sería facilmente solventable con un buen trabajo de asesoramiento vocal, ya que lo voz es potente y bonita, y además bien manejada en los momentos más comprometidos. Lástima que ciertos vicios no se hayan corregido lo suficiente para que la interpretación hubiera resultado redonda. 


Abel Fernando, como Jekyll.

El triunfador rotundo de la velada, y el que más se acerca a todos los niveles a las posibilidades reales del musical. Con un potente instrumento de ecos baritonales, sirvió una función desde la bravura, en la que todo encaja en lo musical, esforzadísimo y muy entregado, llegando al paroxismo su trabajo en la difícil "confrontación" final de la obra en la que Jekyll y Hyde se ven las caras. De gran volumen, e impactantes resultados, se nota que nos encontramos ante un profesional sólido y avezado en cuanto a musicales se refiere. Actoralmente está a años luz del resto del elenco. Cuando salí de la función tuve la sensación de que ya había hecho el papel en su México natal, dado que se ve perfectamente que tiene el personaje bien montado, y casualmente no me equivoqué, ya que recabando información sobre la obra  descubrí que efectivamente ya lo había hecho con anterioridad. Este detalle creo que define a la perfección las carencias del espectáculo, en el que solo se vislumbra lo que la función pide en el personaje que ya ha sido montado con anterioridad. Fernando me sorprendió muy gratamente, y aun siendo desconocido para mi, intuyo que puede tener mucho que contarnos en nuestro panorama teatral.



 

No se puede hablar de conjunto, ya que todos los artistas que intervienen en la obra hacen papel, con desigual fortuna, y ciertamente abandonados a su suerte en lo escénico, viéndose muy desdibujado su trabajo que desde fuera se intuye como descuidado, no por su parte ojo, y mal integrado en la función. 

No fui capaz de saber si había orquesta en directo, algo que creo que no es así, figurando en el programa tan solo César Belda como director musical, trabajo que al ir la música enlatada (imperdonable a todas luces) intuyo que se limita a los cantantes, labor sin duda bien realizada, dados los resultados musicales del espectáculo. 




Vayamos con la dirección escénica. 

La dirección artística viene firmada por Tomás Padilla y la dirección actoral por Silvia Villaú, encontrándonos en ambos casos con serios problemas a todos los niveles. No hay profundidad en los personajes, no hay directrices claras en cuanto a las interpretaciones, y una gran descompensación a nivel actoral en el espectáculo, donde algunos personajes aparecen pasadísimos de vuelta como es el caso del Obispo, y otros planísimos como más arriba cuento. La función no tiene pulso dramático ninguno, ni llega a emocionar en ningún momento, dándose situaciones que rozan lo bochornoso, como la complicada escena final, acartonada, ausente de acciones dramáticas creíbles y de nula capacidad catártica, algo imperdonable en un final de musical, que debe ser el cúlmen del espectáculo, y que aquí se queda profundamente desangelado, y falto de fuelle. 

No es de recibo que los efectos de luz se metan a destiempo, no es de recibo que a nivel técnico la obra falle continuamente, no es de recibo que las coreografías no se encuentren los suficientemente trabajadas, coreografías por otra parte que no se ajustan en absoluto a lo que se le supone a un musical, donde la disciplina de la danza tiene una importancia crucial. No es de recibo que los actores estén tropezando por el escenario continuamente, y del mismo modo no es de recibo que todo tenga un aire de improvisación y de poco trabajo que en una compañía profesional, como el valor en los militares, se presupone. A este respecto hay que hacer una mención especial a dos técnicos que aparecen moviendo uno de los trastos, y que una vez más nos sacan del espectáculo, algo de lo que obviamente no tienen la culpa. 

Toda la función tiene cierto aire de dejadez que no pasa desapercibido, y en el que los pequeños detalles que son los que engrandecen a un espectáculo, directamente se han obviado. Cosas tan simples como el hecho de que Emma salga vestida con un camisón por los tobillos, y unos taconazos que se ven a la legua definen la dejadez que todo lo inunda, y en donde se nota que hace falta alguien que le diga a cada uno de los componentes de la función lo que deben hacer en cada momento. 

Otro problema inasumible es el escuálido número de componentes del espectáculo, hacer Jekyll con doce personas es una tarea titánica, y claro, aquí resulta catastrófico ya que se le ven las costuras a la función por los cuatros costados. Se dan situaciones francamente indefendibles, como más arriba planteo, en la que una actriz hace de lady inglesa y tras una mutación aparece como prostituta en primer término y con un número musical. Emma que  canta al menos dos dúos un terceto y un tema ella sola, no puede formar parte del conjunto bajo ningún concepto, y si a esto añadimos que hay al menos seis muertes en la función, si nos vamos a un elenco de doce, nos encontramos con actores que mueren varias veces, o que después de asesinados, resucitan siendo el número "Crimen", netamente coral, un remedo involuntario y bochornosos de "La noche de los muertos vivientes". 

En resumen una propuesta que decepciona profundamente en lo escénico, y que deja bien claro que ciertas cosas mejor afrontarlas a lo grande o no afrontarlas. La única forma de salvar esta función sería con un planteamiento escénico diferente si solo se puede hacer con doce componentes. Cualquier otro intento no es más que un mero y triste "quiero y no puedo" de proporciones bíblicas.



 

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miércoles, 16 de septiembre de 2020

"Con Lo Bien Que Estábamos (Ferretería Esteban)", Costumbrismo Mágico.


El costumbrismo, tan denostado, tan disfrazado, y a la vez inasequible al desaliento, sigue siendo recurrente en nuestro teatro, y no deja de ser más que una representación a veces amable, otras jocosa, e incluso amarga o crítica de la realidad de un momento circunstancial, o de un lugar o clase social. Hay cierto repelús entre algunos sectores teatrales hacia el costumbrismo, asociado de forma injusta a comedietas garbanceras, o sainetes regionalistas que ya no tienen mucho sentido en la actualidad. Pues yo niego la mayor. El costumbrismo no deja de ser una disección de conductas reconocibles por el espectador que llega a la catársis mediante el hecho de sentirse identificado con lo que está viendo, o con lo que el autor quiere hacer ver, ya que su punto de vista ante ciertas situaciones coincide con el dramaturgo, siendo en general un sano ejercicio de crítica o mera exposición de una realidad que no por cotidiana es menos importante o interesante. Esta disertación sobre el costumbrismo viene a colación de "Ferreteria Esteban (con lo bien que estábamos) función que se está representando estos días en el Teatro Español, que podemos englobarla dentro del género costumbrista, aunque con matices como más adelante explicaré. Dentro del costumbrismo podemos encontrar grandes joyas que supieron plasmar a la perfección lo que era la sociedad de su época, desde "Los Caciques" de Arniches, hasta la más reciente "Eroski paraíso", pasando por innumerables zarzuelas, y textos hoy considerado grandes clásicos de nuestra escena, el número de obras costumbristas es ingente, y como ocurre cuando hay mucho de algo, no todo es bueno. Eso no justifica que se denoste un género por el mero de hecho de tener en su haber obras malas, o de espíritu meramente comercial, si miramos un poquito más allá enseguida vemos que el teatro no es más que un reflejo de la realidad, a veces aumentada, a veces deformada, pero siempre con un hecho común, el espectador debe reconocer como inherente al ser humano lo que está ocurriendo en escena, y si algo caracteriza al costumbrismo es precisamente eso, el poso profundamente humano de lo que plantea. 

El pasado sábado acudí al Español con curiosidad, me gusta mucho el teatro de José Troncoso, ya en su anterior obra "Lo nunca visto", me dejó bien claro que posee un particular universo, muy reconocible, y con suficiente identidad propia como para que un estreno suyo me resulte interesante. Si a esto añadimos que la obra se encuentra dentro de lo que podemos llamar género musical, pues todavía se me hacía más atractiva la propuesta. La velada fue estupenda, y sirvió de remate perfecto a una semana plagada de espectáculos que espero que se reproduzca todo lo que queda de temporada. 



"Con Lo Bien Que Estábamos (Ferretería Esteban)" con texto de José Troncoso y música de Mariano Marín nos presenta a una pareja de mediana edad (Esteban y Marigel) en una pequeña ciudad aragonesa, de vida monótona y ordenada, que se ve trastocada por un hecho que revoluciona a Esteban, que tras ver una función de teatro, se siente arrastrado de forma imperiosa por la música, y en definitiva el cumplir sus sueños, y transformar una vida en la que el tedio y la incomunicación son la tónica. El asunto, si bien es leve, esconde un mensaje más profundo de lo que pueda parecer en el que se nos habla de cosas muy serias, como puede ser el inconformismo, la búsqueda de la identidad de cada uno, así como lo acomodaticio de algunas situaciones, que aunque sean confortables no quiere decir que nos hagan felices.Troncoso, se sirve de unos personajes cargados de humanidad y muy reconocibles para el espectador, dentro de lo que un antiguo llamaría "personas de orden", para explicarnos aquello que quiere de forma amable, cargada de ternura y mucho humor, aunque el poso sea amargo, ya que la felicidad de Esteban conlleva la infelicidad de Marigel, que asiste atónita a la transformación de su marido, entendiendo más bien poco lo que le está sucediendo, especialmente cuando ella considera aquello de "con lo bien que estábamos" como una verdad absoluta.



 Troncoso nos plantea un texto en el que se encuentra muy bien plasmada la incomunicación, y el hablar coloquial de aquellos que se conocen desde hace muchísimos años, que no se escuchan y sienten la necesidad de repetir y reafirmar continuamente sus palabras, así como también una serie de situaciones tremendamente familiares para el espectador medio. Desde este punto de vista podemos hablar de costumbrismo, costumbrismo al que Troncoso da la vuelta envolviéndolo de una extraña atmósfera tan reconocible en sus textos, que sin ninguna duda nos resulta fascinante en su peculiaridad, tan cotidiana y mágica a la vez. Hay que decir que el texto es ligeramente redundante, y no me refiero al recurso de repetir las frases de forma intencionada para remarcar la incomunicación entre los dos personajes de la función, si no a una tendencia a reiterar algún conflicto, que si bien no molesta, si es cierto que se lastra un poco en el resultado global de la obra. Nos encontramos ante una farsa, bien pensada y bien tramada, con su punto de retranca que nos hace pensar un poquito sobre nuestra propia existencia, aunque el envoltorio sea amable y divertido, siendo un ejemplo claro de la forma de hacer de José Troncoso, dramaturgo ya imprescindible de nuestras carteleras, que sin duda tiene un estilo propio, identificable, y de interesante acabado."Con Lo Bien Que Estábamos (Ferretería Esteban)", funciona perfectamente como pieza de cámara, en la que se diseccionan dos personalidades que nos son muy cercanas, ya que todos nos hemos encontrado alguna vez a una Marigel o a un Esteban tal y como se nos plantean en la función. El prisma quizás sea un tanto extremado, pero muy de verdad en su fondo, en el que las pequeñas cosas del día a día se ven retratadas de forma minuciosa, y donde el conflicto principal se ve muy potenciado, dada la diferente forma de entender la vida de sus dos protagonistas. 

Las canciones de Mariano Marín, deliciosas desde todo ángulo, tienen cierta reminiscencia del Kurt Weill más brechtiano, y apoyan perfectamente las situaciones escénicas, así como el recorrido y carácter de cada personaje, siendo necesaria la técnica mixta para Marigel, y un código vocal más musicalero en el caso de Esteban. 

 


Jorge Usón y Carmen Barrantes, dan vida a Esteban y Marigel respectivamente, de forma acertadísima, siendo ambas composiciones una auténtica lección de interpretación, en la que se aúna el trabajo más interiorizado y aquel en el que predomina el gesto grande y hacia afuera de forma magistral. Ambos resultan convincentes en grado sumo, creando dos personajes entrañables y muy bien definidos, en los que podemos vislumbrar actitudes muy cotidianas y tremendamente cercanas, consiguiendo ambos que nos quedemos con sus composiciones desde que salen a escena. 

Usón, bonachón y un tanto infantil, dota de una tremenda humanidad a su Esteban, que casi en clave quijotesca tan solo quiere llevar a cabo sus sueños y compartirlos con su adorada Marigel. Impecable en el tono, atronador en lo musical, resulta rotundo en un trabajo con el que disfruta, y nos hace disfrutar, y en el que su bonhomía e inocencia quizás sean las señas de identidad principales, y precisamente aquello que nos hace tan disfrutable su interpretación. Usón ofrece una interpretación sólida, desbordante de energía, y cargada de sensibilidad que llega de forma muy directa al público, que entiende perfectamente sus motivaciones, y todo lo que está pasando por su atribulada cabeza. 

Carmen Barrantes, parte desde fuera para conseguir un trabajo sobrio y muy bien medido, con un admirable uso del cuerpo y la voz, cantando resulta deliciosa, y su composición a nivel corporal es indudablemente de relumbrón, dando vida a una señora de aires marujiles, que además de ofrecer grandes dosis de comicidad, logra conmovernos ante su incapacidad para gestionar lo que le ocurre a su marido. Impagable en sus monólogos, y con un gran dominio del texto, donde todo se encuentra perfectamente encajado, y en el que la cercanía y cotidianidad de su personaje son las señas de identidad de su trabajo. Carmen Barrantes ofrece un trabajo enorme, cargado de matices, donde prima el detalle, en una composición donde lo pequeño engrandece su Marigel, impagables el rictus de la boca con el que ya está definido el personaje, y esa peculiar forma de andar que nos dice tantísimas cosas sobre su forma de ser. Me llegó mucho el trabajo de Barrantes por entrañable, esforzado y tan de verdad. 

Hay que destacar la labor de Néstor Ballesteros como pianista, que acompañó a la perfección tanto las acciones escénicas, como a los números musicales de forma impecable, y tremendamente implicado con los actores, enriqueciendo de una forma muy patente todo el espectáculo.



José Troncoso además de la dramaturgia se encarga de la dirección escénica, con resultados francamente interesantes, y sin duda altamente satisfactorios. Troncoso parte de una premisa sencilla en lo escénico, pero muy eficiente, en la que la escenografía de Juan Sebastián tiene mucho que ver, minimalista y bien pensada. Todo encaja de forma milimétrica en lo que nuestro director plantea, desde unas acciones escénicas inspiradísimas y perfectemente coreografiadas, en este sentido las escenas en la ferretería resultan insuperables, hasta unas interpretaciones que son puro José Troncoso en su acabado, en las que los aires farsescos en lo corporal comulgan con la profundidad psicológica de forma orgánica. Si bien parte de arquetipos, la situación en la que se ven envueltos es tan atípica, que se da una extraña y felicísima dicotomía entre lo naturalista y lo astracanado, de impecable acabado y sorprendente ejecución. Por un lado se puede vislumbrar el trabajo de los actores, que han aportado sus pinceladas a cada personaje, y por otro la directriz de Troncoso, que está definidísima, saliendo de ahí la peculiar atmósfera que rodea todo, que resulta muy refrescante y si no se conoce a nuestro director, indudablemente sorprendente. Hay cierto tono triste en lo que se nos cuenta, aunque se trate de una obra cómica, muy conseguido, labor sin duda de la dirección, así como momentos muy logrados en lo visual (mención especial para las conseguidas luces de David Picazo) y un enorme equilibrio en las interpretaciones, de ritmo fluctuante y bien planteado. Troncoso sirve una función homogénea, bien servida en lo actoral y en lo visual, que destaca por la solidez de su acabado, lo pulcro de sus escenas, y en la que la magia surge cada dos por tres con eficiencia teatral.



 

En resumen, una propuesta atractiva, de esmerado acabado y que deja un muy buen sabor de boca en el espectador, que disfruta de la hora y media que dura, riéndose a carcajadas en no pocos momentos, pero que se lleva un trocito de la función a su casa, para una vez reposado el espectáculo reflexionar ante lo que se nos cuenta. 



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lunes, 14 de septiembre de 2020

"Cantar Las 40", Mirando Hacia Atrás Sin Ira.

A medida que uno va peinando canas, la nostalgia se va convirtiendo en una compañera del viaje que me ha tocado en suerte a lo largo de mi existencia. Curiosamente la nostalgia no se traduce en recuerdos de momentos importantes de nuestra vida, normalmente es lo cotidiano, lo intrascendente, aquello que hace que la nostalgia aflore. Una canción popular, un olor, una golosina, o la cabecera de un programa de televisión que nos fascinaba de pequeños son muchas veces el detonante de un torrente de recuerdos que nos llega de forma muy vívida y por supuesto engañosa, ya que si bien las cosas, al menos en mi caso, no fueron exactamente como las recuerdo, si las recuerdo como hubiese querido que fueran, u omito aquello que no me resulta agradable. No nos engañemos, la nostalgia es idealizar lo vivido, quedarse con lo realmente importante, según nuestra memoria sentimental, y sobre todo un cúmulo de sensaciones arrinconadas en nuestro subconsciente que cuando menos te lo esperas afloran en un extraño ejercicio entre placentero y triste, y que nos sirve para armar nuestra vida, que no deja de ser un racimo de experiencias y recuerdos que nos hacen la persona que somos, con nuestras vivencias como aprendizaje, y como empuje para afrontar todo aquello que nos queda por vivir. 

El pasado viernes asistí en los Teatros Luchana a un ejercicio autobiográfico y nostálgico en forma de concierto teatralizado, el espectáculo en cuestión se titula "Cantar las 40", en el que su protagonista Manuel Ramos consiguió retroaterme a mi infancia y juventud con un puñado de canciones que a todos los cuarentones nos llegaron de forma muy directa. Recuerdo cuando era pequeño, que mis padres ponían sus canciones de juventud a todas horas, y a mi me parecía un auténtico coñazo, no entendía el motivo por el cual tenían esa necesidad de escuchar aquellas antiguallas, que ahora yo también escucho ya que también forman parte de mi vida, y ahora me encuentro haciendo exactamente lo mismo que ellos, con la misma sensación que creo que han tenido todos los seres humanos desde que la humanidad existe, y que es una realidad absoluta (al menos para el que lo piensa). MI GENERACIÓN FUE LA MEJOR DE TODA LA HISTORIA. 

Fue una velada emocionante, entretenida y de calidad, como iré contando, y sin duda un espectáculo muy apropiado para estos extraños tiempos casi distópicos que nos ha tocado vivir, en los que creo que el escapismo será una de las armas más importantes con la que saldremos de ellos. Hay que disfrutar el momento, y sobre todo aligerar los problemas que nos acucian a todos gracias a lo que todos sabemos. 


                                            

"Cantar las 40" de Manuel Ramos es un monólogo musical, en el que se incluyen 16 canciones muy emblemáticas de los últimos 40 años de este país, así como un repaso a la mayoría de los hechos históricos más importantes que hemos vivido durante este tiempo. Ramos desgrana su vida en un texto amable e intimista, contándonos sus experiencias como artista de musicales, y su vida personal, desde un punto de vista divertido y sensible, y también reivindicativo en cuanto a los derechos LGTBIQ+, siempre dentro de un tono festivo, deliciosamente queer, y por que no decirlo valiente, ya que desnudar el alma de esta manera ante un puñado  de desconocidos, no creo que sea fácil. El texto resulta muy equilibrado, y perfectamente elegido el repertorio de canciones, todas muy reconocibles y realmente acertadas para reflejar aquello que se nos quiere contar en cada momento. La función dividida en cuatro bloques, dedicado cada uno a una década, nos cuenta el desarrollo personal de su protagonista, teniendo como vehículo la fiesta del cuarenta cumpleaños del mismo, que poco a poco va revelando recuerdos y canciones, de forma desprejuiciada, divertida, enorme ternura, y su punto gamberro que nunca viene mal.


                                              

 Manuel Ramos protagonista del show, y acompañado al piano de Jaime Zelada, se entrega al máximo, ofreciendo todo aquello que tiene, y con un gran conocimiento del repertorio que mejor le va a su instrumento de timbre baritonal, aunque se defiende bastante bien en la zona aguda, teniendo un buen uso del falsete, y demás recursos estilísticos netamente musicaleros. La voz es bonita, y bien timbrada, dando momentos de gran expresividad especialmente en el tema principal de "La historia interminable" y un medley con temas de Mecano y Presuntos Implicados, en el que se supo lucir con gran intensidad. Muy disfrutón en lo actoral, se muestra muy desinhibido a la hora de contarnos su historia, de forma coloquial y muy directa, ofreciendo grandes dosis de ternura, comicidad, y bastante picardía. Ramos consigue que nos lo queramos llevar a casa, ya que la composición que realiza resulta tan fresca y deliciosa que nos cae simpático desde que pone el pie en el escenario. Personalísimo en su ejecución y carismático, se muestra como el gran artista que es, así como su sensibilidad a la hora de afrontar ciertos temas,no solo de su vida personal,  algo que sin duda nos llega muy directo, y de forma muy gratificante. Mención especial para Jaime Zelada que acompaña al piano de manera impoluta a nuestro artista, no quedándose en mero acompañamiento, ya que también interactúa en no pocas ocasiones, en el mismo tono desenfadado que su compañero en escena. 


                                

El espectáculo dirigido por el propio Manuel Ramos y Joan M. Segura, se encuentra dentro de los musicales de pequeño formato, que intuyo yo que serán abundantes hasta que se normalice la situación pandémica, y se rige por un tono íntimo, ligero y muy directo, en el que se hace partícipe al espectador en la mayoría de las canciones, siendo la rotura de la cuarta pared una de las señas de identidad del show. La obra ágil en su resolución, de ritmo frenético por momentos y cargada de buen rollo, se encuentra en su punto justo de equilibrio entre lo cómico y lo sensible sin caer en lo melífluo, resultando ciertamente emocionante por momentos, y desopilante en la mayoría de las ocasiones, donde sonrisa y carcajada se dan la mano de forma efectiva y muy bien medida. Nada sobra o falta en lo elegido, ni en las escenas habladas ni en los temas musicales, todo ello aderezado con un tono coloquial y muy asequible, que nos hace disfrutar de un entretenimiento sencillo, pero eficaz, y lo que es más importante rabiosamente divertido. Debo hacer mención al vestuario de Jara Venegas, fantasioso y colorido y muy en consonancia con cada situación escénica. 

En resumen, nos encontramos ante una propuesta modesta, pero muy cuidada en su acabado, tremendamente fresca, y en la más pura tradición de conciertos biográficos tan habituales en el mundo anglosajón, y que en nuestro país salvo honrosas excepciones, no han sido todavía lo suficientemente explotados. "Cantar Las 40" se me antoja una propuesta atractiva, y perfecta para pasar una agradable tarde de finales de verano. 


                           

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viernes, 11 de septiembre de 2020

"Judy, Autopsia Del Arco Iris", Desandando El Camino De Baldosas Amarillas.


Hay algunos artistas, que sobrepasan tal denominación para pasar a la categoría de mito, para ello deben confluir varias cosas que trascienden más allá del hecho artístico, me explico. Para ser un mito no hace falta ser un gran artista, sino un referente o alguna cualidad por la que se puede considerar único e icónico al artista en cuestión, pero amigos, si a esto añadimos un animal escénico o musical entonces ya son palabras mayores. Muchos son los llamados, pero muy pocos los elegidos que sobreviven al paso del tiempo en su calidad de mito, intocables en su grandeza, y magnificados en sus miserias, porque muchas veces las miserias son las que hacen el mito, dotándolo de cierta aura operística que a los mitómanos nos hace empatizar todavía más si cabe con el personaje en cuestión. 

Si hay un mito estadounidense junto con Marilyn Monroe y James Dean, ese es Judy Garland, "Santa Judy" subida a los altares desde su fallecimiento, icono LGTBIQ+,  artista inmensa y de tortuosa vida. Soy fan irredento de Judy Garland, su directo del 23 abril de 1961 desde el Carnegie Hall, es para mi uno de los mejores discos de la historia, en el que si escuchamos con atención podemos calibrar a la perfección su entidad como artista, y su difícil vida, marcada a fuego en su garganta, donde las ásperas notas con las que ataca "Over The Rainbow" son por si solas un tratado sobre lo que significa una persona al límite, entregándose en cuerpo y alma a su público. Escuchar a Judy en ese disco desgarra el alma, y a la vez emociona hasta lo indecible, siendo posiblemente el mejor testimonio de lo que hizo de Judy lo que es, y lo que será siempre. Una vida caracterizada por los abusos, excesos e inseguridades, se encuentra incrustada en todo aquel que haya escuchado la magia que supo transmitir a los afortunados que la vieron en directo, y que por suerte podemos disfrutar como si estuviéramos allí. Judy fue un juguete roto desde su infancia, pagó un precio altísimo por la fama, y siempre fue utilizada por los que la rodeaban para sacar rédito económico y después dejarla en la estacada cuando más los necesitaba. 

Se ha presentado hoy en El Umbral De La Primavera "Judy, autopsia del arco iris", texto que se me había escapado en sus anteriores representaciones, y que no podía dejar de ver, esta vez con José Luis Mosquera como protagonista y dirección de Manu Berastegui, algo me decía que la cosa iba a estar a la altura, no me equivoqué en absoluto, ya que la velada ha sido de las que no se olvidan. 


"Judy, autopsia del arco iris", monólogo de Ozkar Galán, bucea en la vida de Judy Garland desde una perspectiva sorprendente, e interesante, en la que los que hablan son aquellos que rodearon a la Garland, y se empeñaron con todas sus fuerzas en ir poniendo clavos en la tapa de su ataúd sin la menor contemplación. Galán consigue que nos hagamos una composición mental perfecta de lo que fue la vida de Judy, y de como era su psicología, en un texto poético, cargado de simbología y de inteligente factura que no da nada masticado al espectador, que debe procesar lo que está viendo a medida que va avanzando la función. Nuestro autor consigue mostrarnos los momentos más importantes en la vida de la artista desde la perspectiva de su madre, Vincente Minelli, Louis B. Mayer, Mickey Roonie, etc. diciendo estos personajes tanto de la propia Judy como de ellos mismos, en un interesante juego teatral, cargado de magia, y de indudable fuerza escénica, rematando el texto con la trágica figura de la notable activista transgénero Marsha P. Johnson, una de las impulsoras de los sucesos de Stonewall, y en la que podemos encontrar ciertos paralelismos con Judy Garland. Partiendo de un planteamiento de metateatro en el que un actor, en este caso Mosquera, nos dice que él es Judy Garland, y que todo lo que vamos a ver es mentira, curiosa dicotomía la que se nos plantea ya que a un servidor todo lo que vio, le pareció que era verdad, muy verdad, Galán nos cuenta aquello que le interesa sobre la estrella de forma descarnada y sin edulcorar, dentro de un lenguaje duro y unas situaciones escénicas en algunos casos extremas y de brillante resolución literaria. Los personajes se encuentran muy bien perfilados, resultando especialmente interesante  la madre, tóxica y cruel, y sobre todo Totó, brechtiano a machamartillo, irreverente y tremendo en sus planteamiento. La obra se encuentra cargada de un humor muy negro, hiriente y sarcástico que nos congela la sonrisa cada dos por tres, y unas espléndidas analogías entre algunos personajes reales que se convierten en los protagonistas de una sorprendente y brillante revisión de "El Mago de Oz", en la que nuestro autor parece que obliga a Dorothy a desandar el camino de baldosas amarillas para encontrarse a si misma en el final y a la vez principio del mismo. "Judy, autopsia del arco iris" se perfila como un texto solídisimo, muy potente en lo dramático, así como un interesante trabajo de documentación sobre la vida de la diva, y de lo que la rodeaba, siendo el resultado redondo a todas luces y enormemente rico a todos los niveles. 




 José Luis Mosquera, protagonista absoluto del espectáculo ofrece una amplia gama interpretativa de espectacular resultado, en la que varias cosas son interesantes de analizar. Mosquera es un actor que siempre me gusta, lo he visto en varios musicales, resultando su trabajo habitualmente sólido, y de una excelente factura. En este auténtico "tour de force" que representa la función podemos hablar no de excelente factura sino de trabajo superlativo. Nuestro actor controla todo, desde la mirada con la que nos taladra cada dos por tres, hasta las dimensiones de la sala, que le viene de perlas para matizar el texto como quiere, jugando a placer con los susurros y los cambios de tono en la voz, con excelentes resultados. Nos encontramos ante un trabajo en el que se puede ver lo que conlleva conocer los diferente códigos interpretativos de forma milimétrica, pasando del gesto grande al pequeño en cuestión de segundos, y siempre con un planteamiento muy interiorizado y muy de verdad, consiguiendo impresionarnos con sus continuos cambios de registro y emocionales, donde todo fluye con una naturalidad cargada de empaque y muy emotiva en no pocos momentos. Resulta impactante ver como adopta sin pestañear las interpretaciones de Judy y sus compañeros en "El Mago de Oz", y su registro corporal resulta hipnótico con un interesante uso de las manos durante todo el espectáculo. Deslumbrante en los apartes con el público, rompiendo la cuarta pared sin problemas, afronta todos los papeles que hace en la función con gran valentía, alejado de prejuicios, y lo que es más importante con un respeto reverencial hacia la figura de Judy Garland, a la que mima en su composición hasta lo indecible. De rotunda presencia, Mosquera pisa firme el escenario y exprime el texto al máximo y a sus personajes, logrando una auténtica creación con todos y cada uno de ellos. Nuestro actor nos arrastra con él en su trabajo consiguiendo que no se escuche ni una mosca en la sala, completamente absorta en lo que nos está contando durante la hora y cuarto que dura el espectáculo. La interpretación de José Luis Mosquera se me antoja mayúscula, compleja y profundísima en su acabado, siendo su trabajo redondo y sin fisuras se mire por donde se mire.



 

Manu Berastegui al frente de "Judy, autopsia del arco iris", sirve una función elegante en su resolución, pulcra y muy bien movida, donde las acciones escénicas resultan imprescindibles en el desarrollo del espectáculo y muy definitorias de cada personaje. Partiendo de una concepción sobria, nos encontramos ante una serie de hallazgos muy interesantes que enriquecen composiciones actorales y texto. El uso de un solo detalle que define cada carácter resulta perfecto y más que suficiente para entender lo que estamos viendo, un collar de perlas, unos guantes, o unas simples gafas hablan por si solas sin necesidad de cargar las tintas en un texto lo suficientemente poderoso como para dejarse llevar por él. Los ritmos se encuentran muy bien perfilados, siendo el resultado el de un espectáculo ágil, de creciente intensidad, y en el que las escenas se encuentra perfectamente delimitadas y en su punto justo de sazón, dando el aire necesario a cada una. Cuando es menester tira de ironía, humor, desgarrador drama, y una logradísima intensidad en aquellos momentos en los que suceden las cosas más duras que se plantean en la función, con sabiduría teatral y control absoluto de todo lo que ocurre en escena. Entiendo que el trabajo entre Mosquera y Berastegui ha sido muy intenso y muy conjunto, ya que se ve que nuestro director deja hacer a su actor, ayudándolo en los vericuetos de los complejos planteamientos que se nos ofrecen, siendo resultado de ello una perfecta comunión entre los dos, gratificante y profunda a la vez. Berastegui realiza un gran trabajo, demostrando que conoce muy bien el material de base de la obra, ofreciendo una función muy bien explicada, y en la que se cuenta a la perfección todo aquello que se nos quiso contar con el texto, enriqueciéndolo y dotándolo de más entidad, si cabe, algo que dice mucho sobre su labor.



En resumen, "Judy, autopsia del arco iris", es teatro de alto voltaje a todos los niveles, y que merece un recorrido largo en nuestros escenarios, encontrándonos ante una propuesta sólida y de indudable interés, que impacta por su carga dramática, por la verdad que rezuma, e impecable factura. Se me antoja un imprescindible de esta temporada, mitos personales aparte. 



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martes, 8 de septiembre de 2020

"Nadie Llora Sobre La Tumba de Electra", El Mito Ajusta Cuentas.

 Por fin he vuelto al teatro, espero de todo corazón que no sea una ilusión efímera, y que poco a poco se vaya asentando de nuevo la cartelera teatral. La industria, los artistas y los espectadores nos lo merecemos, está claro, pero sobre todo hay que entender la dificilísima situación que está pasando el sector teatral, que si hasta ahora sobrevivía, ya no podemos decir eso, porque directamente está pasando por la crisis más dura de la que un servidor tiene noticia. Antes de empezar la crítica quiero hacer un alegato por nuestros teatros y sus gentes, y hacer un llamamiento a quien corresponda para que entiendan el auténtico drama que están suponiendo las durísimas medidas de seguridad que se están planteando, cuando no es así en otras sectores. Plantear algunos espectáculos es inviable en estos momentos, y el teatro a nivel privado se encuentra herido de muerte con unos aforos inasumibles, y unas restricciones draconianas, que no estoy seguro que sean del todo justas. Abogo por una cultura segura, pero existente, y no que nos encontremos bochornosas y absurdas situaciones como la vivida en A Coruña la semana pasada, con una festival lírico en el que el ridículo porcentaje de aforo permitido llevó a sus funciones a la escalofriante cifra de sesenta espectadores. Sensatez y sin ensañamiento, y sobre todo responsabilidad por parte de nuestros gobernantes, que parecen ciegos mudos y sordos, ante la debacle que se está viviendo en las plateas de nuestro país. Dicho esto, empiezo con lo mío, que es hablar de la función que disfruté el pasado domingo, con la que di por inaugurada esta extraña temporada, que se plantea incierta, y sobre todo valiente, ya que aquellos que se atreven a estrenar son unos auténticos valientes que dejan clarísimo su amor por la profesión, profesión que sin duda no se hizo para los cobardes. Me tocaba ir a La Usina, a ver a mis viejos conocidos de Teatro Del Sótano,  signo de emociones fuertes, ya que Francisco J. de Los Ríos a la cabeza de la compañía siempre ofrece veladas intensas y textos de impacto, algo que una vez más se vio cumplido con creces como iré narrando.



"Nadie llora sobre la tumba de Electra" monólogo de Francisco J. de Los Ríos, profundiza en el mito que quizás peor tratado ha sido por el teatro, casi siempre en segundo plano, y menos conocido que otras de las grandes trágicas del repertorio clásico, pero sin duda igual de fascinante que sus compañeras de desdichas en las tablas griegas.

Electra, la pobre Electra, víctima del destino, juguete de los dioses, tratada como una asesina cuando nunca cometió crimen alguno, y eterna segundona de su vengativa madre y su canónico (teatralmente hablando) hermano, se ve redimida en la pluma de nuestro autor, en un complejo texto, en el que nuestra heroína ajusta cuentas con aquellos que tuvieron que ver en su desgracia. El amante de su madre, Egisto, su propia madre, Clitemnestra, y su hermano, Orestes. De los Ríos sirve un texto no exento de lirismo, en el que se profundiza en la psicología de Electra de forma acertadísima, entendiendo perfectamente sus motivaciones, y sus sentimientos hacia los suyos, y con los que vuelta del Hades por un breve espacio de tiempo, habla y sobre todo se desnuda emocionalmente, para después poder descansar, por toda la eternidad, en su gélida tumba. Bajo esta premisa De los Ríos ofrece una gran composición literaria de poderoso acabado, y con una protagonista de las que cualquier actriz se moriría por hincarle el diente, ya que la riqueza del personaje, y su recorrido a lo largo del monólogo son de un interés indudable, ofreciendo una amplia gama emocional de gran dificultad, y por supuesto lucimiento. De los Ríos dosifica muy bien la trama, y sabe dónde y cuándo cargar las tintas, en una progresión ascendente, en las cuatro escenas, además de una introductoria, que podrían funcionar perfectamente como monólogos independientes de Electra con sus mudos antagonistas. Cada escena acaba en una catársis, especialmente la final, en la que la protagonista se muestra, más si cabe, en toda su desnudez emocional para impactar en el espectador con sabiduría literaria y teatral. Si algo hay que destacar más allá de las indudables virtudes del texto, es el profundo amor y conocimiento del mito que nuestro autor posee, al que como más arriba comento redime, y nos lo explica de forma clara y directa, y cruda muy cruda, algo completamente justificado ya que de una tragedia estamos hablando. 

Podemos considerar el texto modélico en su estructura, esclarecedor y en el que estudio del personaje en profundidad es la tónica, resultando muy de agradecer un acercamiento a los mitos, cargado de enjundia, pero asequible a la vez, y que sirve a la perfección como complemento a la inmortal obra de Sófocles, de la que nuestro autor se nutre para enriquecer hasta el paroxismo a la sufrida hija de Agamenón.



 

Jennifer Baldoria, una vez más demuestra lo gran trágica que es en un papel a su medida, con el que se abre en canal para dar absolutamente todo de si misma, sin concesiones y gran generosidad. Nada es gratuito, todo está medido, y todo perfectamente justificado desde el primer verso hasta el último, en una interpretación en el que la emoción fluye con facilidad y amplio recorrido, sin apresurarse pero de forma inexorable hasta la explosión con la que acaba la función dejándonos clavados en la butaca. Baldoria entregadísima y muy implicada emocionalmente defiende el papel hasta la extenuación, con un complicado inicio de obra bien planteado en lo corporal, algo extensible a toda la función, y una organicidad muy conseguida resultando impecable la unión de la palabra con el cuerpo. Quizás donde más brille sea en la escena con su madre, la más complicada por la dicotomía amor-odio que plantea, y que nuestra actriz nos sabe contar sin el menor problema dejando clarísimo lo que el autor quiso explicarnos. Nada chirría en su trabajo, todo parece encajar a la perfección, y sobre todo sabe muy bien lo que tiene entre manos, llegándonos su Electra a los espectadores de forma cristalina, de poderoso acabado y catártico efecto tal y como mandan los cánones.



 

La función, como es habitual, está dirigida por el propio Francisco J. de Los Ríos, siendo inspirada en lo visual, ya que si bien es cierto nos encontramos ante un espectáculo modesto, los recursos se encuentran muy bien aprovechados. Una escenografía sobria y suficiente en la que una tumba plagada de hojarasca y tres figuras alegóricas, francamente inquietantes, de los antagonistas de Electra sirven a la perfección para acentuar el drama y potenciar las diferentes acciones escénicas. Hay un momento cargado de magia teatral en el que Electra se ve prisionera en los brazos de su madre, que resulta realmente impactante, e indudablemente angustioso, y muy bien planteado en lo escénico, es lo que yo ya califico como marca del director, ya que siempre en sus espectáculos nos encontramos con momentos como este que planteo, sorpresivos y de gran eficacia. De Los Ríos ofrece un espectáculo de tiempos reposados, que no morosos, bien servido en lo visual, y en el que juega a su antojo con su actriz, llevándola por los vericuetos del personaje de forma férrea, y en la que se intuye un buen trabajo conjunto, con un exquisito tratamiento del texto, y en el que todo tiene completo sentido, siendo el resultado una función muy bien explicada, y de redondo acabado. "Nadie llora sobre la tumba de Electra" es teatro del bueno, sincero en su planteamiento, y sin pretensiones vacuas, algo que yo agradezco muchísimo. Una vez más, Teatro Del Sótano ofrece lo que tiene, cargado de honestidad, y sin ningún artificio que enmascare lo realmente importante, que es una actriz que llena el escenario por derecho propio, y un público que asiste entre embelesado y respetuoso a lo que está viendo. 

En resumen, nos encontramos ante una propuesta altamente recomendable dentro del circuito "off", que cumple de largo con su cometido, y que no defrauda en su acabado, sinceramente creo que no se puede pedir más. 



 

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