jueves, 2 de marzo de 2017

La Malquerida, Y También La Biencantada

Este año ha venido con premio lírico para los aficionados a la zarzuela, la reposición de la versión musical de La malquerida de Benavente en versión zarzuela. Desconocía totalmente la obra de Manuel Penella, aunque si es cierto que tengo alguna noción de haber leído algo sobre este título, pero solo de pasada y posiblemente en algún ensayo sobre zarzuela o algún libro de historia del género.
En cuanto salieron las entradas las compré raudo y veloz, ya que se me antojaba un título interesantísimo por varios motivos. La obra de teatro en la que está basada la zarzuela, sin ninguna duda tenía los mimbres necesarios para casar a la perfección con la intensidad dramática que tan bien se describe en la lírica, y que el autor de esta olvidada Malquerida fuese el ilustre Manuel Penella, me dejaba bien claro que musicalmente casi seguro que la cosa merecería la pena.
A medida que iban saliendo píldoras de la función mi interés iba en aumento, ya que efectivamente lo poquito que había escuchado prometía una música que estaba a la altura del material literario, así que me alegré de la decisión de sacar las entradas un poco a la aventura, ya que parecía que había acertado. Ayer me acerqué a los Teatros del Canal muy ilusionado ante la perspectiva de descubrir un título nuevo, y que prometía ser una apuesta de calidad, y cuidada. La noche, con sus mas y sus menos, resulto estupenda especialmente a nivel musical, siendo esta Malquerida una gratísima sorpresa, que creo que merece que se grabe, y que no vuelva a caer en el olvido que se encontraba desde su estreno, ya que calidad hay y mucha.



La malquerida, denominada como Drama lírico en tres actos, tiene como responsable tanto de la partitura como del libro al compositor valenciano Manuel Penella. Fue estrenada en 1935 y parece ser que muy bien recibida en su momento para posteriormente desaparecer del panorama musical, por varios motivos que creo que sería interesante destacar. Mucho tendría que ver el complicado período político que nuestro país estaba atravesando con la Guerra Civil a la vuelta de la esquina, así como la dificultad de una zarzuela de gran calado dramático que requiere de un terceto protagonista muy completo a todos los niveles, y que no es en absoluto fácil de dirigir.
La malquerida se basa en el oscuro drama rural de Don Jacinto Benavente que se estrenó en 1913, que es uno de los títulos mas famosos de nuestro repertorio, uno de los mas representados, con gran arraigo en la cultura popular, y un título que si bien es cierto no ha soportado con total ventura el paso del tiempo, si que deja bien clara la maestría de nuestro Premio Nobel a la hora de plantear unos conflictos fuertes, truculentos y que tan bien definen la cacareada España Negra. El trágico triángulo amoroso que habitaba en la hacienda de El Soto, las pasiones mas bajas del ser humano, y el gatillo fácil de tan trágicas consecuencias, son los elementos que se juntan en esta bien tramada historia, de brillante estilo y uso del lenguaje rural, que durante décadas impactó al respetable patrio llegando a unos límites casi míticos, y siendo considerado quizás "el dramón" por antonomasia de nuestro repertorio.



Le salió a Penella una zarzuela de manual, sólida como una roca a todos los niveles, perfectamente coherente, y de gran efecto teatral, que me da la sensación que aguanta el tipo con el paso del tiempo mejor que el drama de Benavente. La partitura espléndida, de gran belleza y ambiciosa en la parte orquestal, con un sentido del dramatismo muy marcado, y que define a la perfección todos los personajes que transitan por nuestro drama. De grandes influencias veristas, que por motivos obvios van en aumento a medida que avanza la obra y que llegan al paroxismo en el tercer acto, de impactante final, con la sangre como protagonista, algo poco habitual en nuestra zarzuela, habitualmente mas amable en sus planteamientos. La música se caracteriza por lo bien que apoya la acción escénica, que suma y nunca resta a la resolución de la historia y a la comprensión de los personajes. El libreto está magnificamente ensamblado, y es abundante en letra, complicando mucho la ejecución de la obra, ya que las exigencias actorales son realmente elevadísimas. Si hay algún pero que poner, es la concesión, mínima es cierto, a lo cómico, que en la férrea estructura de la zarzuela como género es indispensable y marca de la casa. Penella respeta mucho el texto de Benavente, que alabó mucho la zarzuela en su estreno, y consigue dotar de inusual entidad dramática a un difícil texto, que en este caso se ve engrandecido en su versión musical. Sin ninguna duda La malquerida es un ejemplo claro de Zarzuela Grande, rural, en la línea de La rosa del azafrán, cuyo espectro pulula en algunos momentos cuando se está viendo el espectáculo por motivos obvios, y siempre entendiendo que La malquerida es mucho mas dura en cuanto al asunto se refiere. También La pícara molinera asoma por La malquerida, cuyo leitmotiv, recuerda al preludio de la obra de Pablo Luna, que en este caso si que tiene ciertos paralelismos, crimen incluído, con la obra que esta crítica ocupa. Esperemos que se grabe esta zarzuela de bella música que se me antoja imprescindible en la colección de cualquier aficionado. La malquerida no debe volver al baúl del olvido, no señor. 



Vayamos con el elenco, de gran fuste en general, y mas que acertado a nivel musical.

Pedro Bachura y Elena Lombao como El Rubio y Juliana, dan vida a los dos papeles hablados con mas relevancia de la función.  Bachura no llega en su difícil escena con el barítono principal, dado el planteamiento tan extremado del personaje, que en un trabajo mas sentado nos dejaría que entendiésemos mejor la escena, que se cae de forma inclemente a medida que va avanzando, Bachura tira de estereotipo y no acaba de cuajar en el típico papel de actor de carácter de nuestra zarzuela. Elena Lombao se encuentra mas atinada especialmente por una composición corporal espléndida y una presencia física magnífica. pero... en su gran escena con Acacia se nos vuelve a caer, por la intensidad mal entendida y el uso de unos recursos que aplanan un tanto su interpretación. Como luego iré contando los problemas a nivel dirección de actores son notorios, y el caso de Bachura y Lombao es paradigmático, ya que con un enfoque claro, sosegado y un sentido del ritmo que deben ser marcados desde fuera la cosa hubiese sido muy distinta.

Gerardo López, tenor, como Rufino y Sandra Ferrández, mezzosoprano, como Benita.
López y Ferrández dan vida a la pareja cómica de la zarzuela, siendo especialmente atinada la interpretación de Ferrández, correctísima tanto en los cantables como en las escenas hablada. De bello timbre, perfecta dicción y volumen mas que respetable, que sin ninguna duda elevan el nivel de las muchas veces maltratadas tiples cómicas, y que en una cantante de la entidad de Sandra Ferrández se me antoja un paseo ya que va sobradísima de recursos. Gerardo López espléndido en lo musical, estuvo menos acertado en lo actoral, un tanto pasado y sin acabar de resultar todo lo gracioso que debería. Resulta demasiado enfático, mas allá de lo que el papel plantea, que ya es bastante, y subraya en exceso con el gesto su trabajo, que con un poco mas de mesura, y cierto control en la composición corporal funcionaría al dedillo. Vocalmente reconozco que me ganó por la mano, de bello timbre, agudo fácil, e impecable gusto cantando, exactamente igual que Ferrández tiene un instrumento que supera con creces las exigencias de la partitura en su rol. Ambos sirvieron un delicioso dueto cómico de bella música, con aires de pasacalle y briosa ejecución, que me pareció llevado a cabo de forma ciertamente brillante.

Alejandro del Cerro, tenor, como Norberto
Del Cerro sirvió una refinada función, en la que primó el buen gusto y el buen fraseo a la hora de afrontar una partitura con ciertas complicaciones en su romanza, ubicada peligrosamente en la zona de paso, que nuestro tenor solventa sin problema. Si bien es cierto que la voz no es excesivamente grande, corre bien, pasa la orquesta, brilla en el agudo, aunque en el final de su romanza ayer se quedó un poco falto de fuelle, y en la que la delicadeza fue la marca de la casa, de un personaje tratado con gran sensibilidad en la partitura. Correcto en lo actoral, en un papel que realmente tiene mas enjundia en lo musical, y que está ejecutado a la perfección en ambos niveles.

Sonia de Munck, soprano, como Acacia.
Correctísima en lo musical, la soprano madrileña ofreció la sensibilidad musical habitual en ella, con el limpio agudo característico y bonito color de voz. El instrumento de De Munck va ensanchando de forma lógica y gratificante, sin que el agudo llegue a pesar, y tomando cuerpo en la zona central de forma natural. El trabajo a nivel técnico me parece muy interesante, y el tránsito a papeles quizas mas pesados creo que va a ser llevado a cabo sin problemas, con una voz que suena sana y plena. A nivel actoral, de nuevo nos encontramos con problemas de dirección, y me da la sensación de que no le han contado bien lo que Acacia es, ya que debe ser un volcán por dentro, torturada, y un tanto mezquina. Sonia está fría muy fría, y nos cuesta entender la evolución de su personaje en el cambio final excesivamente brusco y mal resuelto escenicamente.

Cesar San Martín, barítono, como Esteban.
Muy atinado, aunque si bien es cierto que el papel no es el mas adecuado para su tesitura mas bien de lírico, y que se me antoja que la partitura de Penella se acerca mas para un dramático. Esto que cuento no es óbice para que sirva una poderosa creación musical, esforzadísima y de gran bravura, especialmente en su romanza principal, que ha sido extraída del Curro Gallardo del propio Penella. La voz suena esplendidamente bien en el agudo, y donde mas se disfruta es como es lógico en las partes líricas, donde el legato y la expresividad deben ser tenidos muy en cuenta. Dadas las características del personaje a nivel tesitura, en la zona grave nos encontramos con algunos problemas, no muy destacables, de volumen y cierta sensación de forzar el intrumento en exceso. Actoralmente está correcto, con el aire muy bien cogido a su papel, bastante implicado a nivel dramático, aunque un tanto desmadejado corporalmente. Me convenció mucho el trabajo de Cesar San Martín, que encontré muy gratificante, para ser sinceros.

Cristina Faus, mezzosoprano, como Raimunda.
Imponente sin ninguna duda. La mezzo valenciana tiene un difícil papel a todos los niveles que lleva adelante con asombrosa solvencia y aparente facilidad. Musicalmente exquisita, con una impoluta línea de canto que no pierde en toda la función, tremenda expresividad y perfecta emisión. Encontré muy apreciable su bello y sensual timbre en la zona media y grave, y perfectamente proyectado en la zona aguda, que no resulta pesante en absoluto, ligero, brillante y con un sonido redondo y emotivo. Impresionante en su difícil romanza, de complicadísima ejecución que Cristina Faus llevó de forma intachable a nivel musical, y efectista crescendo dramático. Actoralmente está soberbia, en una inteligente lectura dramática, en la que prima una prestancia que va en absoluta consonancia con el carácter de la templada Raimunda y que Faus literalmente borda, con un conseguidísimo recorrido del personaje, que llega al paroxismo en el tercer acto y que remata de forma espectacular una interpretación cargada de sabiduría y calidad.



Coro Verum dirigido por Javier Carmena, muy acertado, con gran empaste y sonido muy joven y fresco. La lectura que se dio a la partitura fue refinada y detallista, siendo el resultado de la masa coral matizadísimo y de calidad. Nos encontramos ante un coro joven, y muy capacitado, al que nunca había escuchado en directo y que ha resultado una agradable sorpresa, y que remata perfectamente el resultado vocal de un elenco cuidado y acertado en grado sumo.

 La Orquesta Sinfónica Verum con batuta de Manuel Coves estuvo a la altura de forma rotunda. De compacto sonido, equilibrado y muy homogéneo. Coves dirige con mano férrea a la formación musical, siendo la lectura de la partitura mas que idónea, con ampulosidad, sentido de la teatralidad y lo que es mas importante, al completo servicio de los cantantes, que me pareció que fueron apoyados por el foso durante todo el transcurso de la función. Quizás, y esto es una cuestión de gustos, encontré los tiempos un tanto ralentizados, pero al no tener referencia ninguna de la obra, solo puedo referirme a ello como una preferencia personal. En general el foso sirvió una velada brillante, entregada y que dota del empaque que La malquerida precisa para ser llevada a buen término.



Vayamos ahora con la escena:
Emilio López firma la producción, y lo hace con problemas de visión de personajes y de dirección de actores. La malquerida es un drama desaforado por momentos, que no se puede entregar al desmelene de forma poco justificada o sin el recorrido necesario para que el conflicto estalle de la forma deseada. López no consigue que los momentos álgidos del texto funcionen ya que el enfoque de las escenas mas crudas no es el idóneo, y funciona de forma irregular, especialmente con los papeles de Elena Lombao y Pedro Bachura. Cuando nos salimos de ese código excesivo la obra pega un subidón tremendo siendo la mas lograda la gran escena que transcurre antes del final de la obra, entre Sonia de Munck y Cristina Faus, donde se demuestra que no es necesario un impostado desgarro, sino control de los tiempos y enjundia actoral. A ello hay que añadir que el conflicto principal del texto, y el vínculo entre Esteban y Acacia no quedan nada claros, resultando un tanto confuso el argumento de la función en algo tan crucial como es este asunto. Encontré la propuesta escénica demasiado sencilla, y con recursos muy sobados, como la un tanto indigesta estructura giratoria que ya se ha visto en exceso y con mejores resultados, así como con un planteamiento excesivamente convencional en el movimiento escénico, especialmente cuando del coro hablamos, descuidadísimo en los mutis, y excesivamente estático durante toda la función. No ayudan tampoco los telones pintados con los que se aforan el primer cuadro, y la romaza del barítono, innecesarios y bastante deslucidos. La obra se ha trasladado a la edad dorada del cine mexicano, y se puede justificar en base a lo querido que era Penella por aquellas tierras y a la versión cinematográfica de la obra de Benavente que dirigió el "Indio Fernández" y no Rodríguez, que es como se le llama en el programa de mano, a finales de los años 40 del pasado siglo. La idea no molesta, y tiene aciertos como los homenajes a Penella en la incursión de mariachis entonando la habanera de Don Gil de Alcalá o que se escuche a Concha Piquer en la radio, y que el propio Penella encumbró cuando la llevó a Nueva York para formar parte de su celebradísima ópera El Gato Montés. Problemas... todo el recio carácter de la obra, ese espíritu brutal y poco refinado que la obra tiene, se diluye como un azucarillo en un pretendido aire de culebrón de lujo que simplifica en exceso un texto que merecía una concepción mas realista visualmente y mas cercana al verismo que a la artificiosidad hollywoodiense que trufa la producción. Mención especial a los magníficos figurines de Gabriela Salaverri, exquisitos y atinadísimos a todos los niveles, especialmente en el caso de Raimunda, que definen el personaje y su psicología magnificamente.



En resumen, una propuesta de altos vuelos en lo musical y de visionado imprescindible para el aficionado a nuestro género lírico, que con una dirección escénica mas inspirada llegaría mucho mas de lo que llega, y que no es poco. La función se disfruta mucho, para que engañaros, y sobre todo uno es muy consciente de que La malquerida como título, es un ejemplo de zarzuela en su vertiente mas pura y de la mejor calidad, si, esa que tanto se echa de menos en nuestras carteleras, y que plantea el género con sus códigos tan particulares y que lo convierte en único. Yo no me la perdería, ¡¡avisados estáis!!





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