martes, 16 de mayo de 2023

Maria Callas Sfogato, Callas Se Reconcilia Con Maria.

Si hay un mito universal en el mundo de la ópera, ese sin duda es Maria Callas. La figura de "La Divina" trasciende más allá de lo netamente musical, siendo en la actualidad una de las artistas más queridas, estudiadas, imitadas, y sobre todo recordadas de todo el S. XX. El mito de Maria sigue vigente 46 años después de su muerte, y si bien es cierto, no todo se circunscribe a su faceta como artista, toda su vida con sus altos y sus bajos fue lo suficientemente intensa como para escribirse una ópera con ella. Quizás a veces se banaliza el mito, quedando diluído por la "crónica rosa" ya que su vida personal siempre corrió a la par que su oficio, y muchos se han quedado solamente con eso. Cualquier revisión del mito viene bien, lo primero para no olvidar su arte, y lo segundo para entender mejor su grandeza a todos los niveles, algo que puede difuminarse con el paso del tiempo. Maria Callas fue una de esas artistas más grandes que el propio arte, y que no pocas veces nos ha llegado como una mujer devorada por el mito, y por su azarosa vida personal. Todo esto es cierto, y muchas otras cosas que no deben caer en el olvido, y que es lo que nos cuenta "Maria Callas Sfogato", obra sobre la que voy a hablar en esta crítica, y que ayer tuve oportunidad de ver en el Alcazar, con grandísimo placer. Antes de hablar de el espectáculo en si, voy a contar una anécdota que define muy bien lo que fue Maria Callas, y como sufría el tener que ser Maria Callas todas las noches delante de un público que no perdonaba ni un desliz a la diva. En los últimos años de su carrera, era literalmente una tortura para ella subir al escenario, ya con la voz mermada y llena de inseguridades, durante una representación de Medea en la Scala de Milán, ante los abucheos del respetable porque se supone que aquella noche Maria no estaba al nivel que se le exigía, en vez de cantarle a Jasón aquello de "Cruel te lo he dado todo", se lo cantó directamente al público, que entendió perfectamente la indirecta y se rindió a los pies de la Callas dedicándole una ovación intensísima... genio y figura, señores. 



"Maria Callas Sfogato" es una pieza de cámara con texto de Pedro Víllora, de hermosa factura, marcadísimo lirismo, y enorme trabajo de docuementación, en la que se nos cuenta la última noche de "La Divina" en su apartamento de París, en aquel lejano 1977. Entre apuntes biográficos y musicales, se van poniendo frente a frente las dos facetas de la cantante, Maria la mujer y Callas la artista, en un texto de inteligente factura, férrea estructura y gran belleza en su acabado formal, siempre desde el más absoluto de los respetos hacia la figura de la artista y el mayor de los rigores biográficos, sin caer en lo sensacionalista ni lo banal, si no más bien en un acercamiento psicológico al personaje, y una interesante reflexión sobre el arte.  Varias cosas son destacables del texto, más allá del creíble acercamiento hacia la Callas que ofrece. En "Maria Callas Sfogato" se nos presenta a una Maria de vuelta de todo, consciente de que su tiempo de gloria ya pasó y que tan solo precisa tranquilidad. El personaje de Callas magnificamente perfilado, posee la suficiente riqueza de matices como para no quedarse en una mera caricatura acartonada de lo que se supone que fue la diva, resultando tremendamente creíble todo lo que dice, y que va en total consonancia con la imagen que tenemos de una mujer que fue artista ante todo y que dejó pasar muchas cosas en su vida por su dedicación a la música. Especialmente interesante resulta el mensaje que Víllora nos da sobre lo que significa la técnica en el arte, y como una vez superada la técnica empieza la creación, algo primordial a la hora de entender a Callas y la revolución que supuso en el mundo del canto, ya que fue pionera en aquello de interpretar y no solo cantar, siempre entendiendo que fue el manejo de la técnica lo que le permitió bucear en los diferentes personajes que llevó a escena desde una perspectiva emocional, algo completamente novedoso para los parámetros de la época en el mundo de la ópera. Víllora sin cargar las tintas en lo melodramático consigue un texto de gran emotividad, que nos llega de manera muy directa, por la verdad de lo que se nos cuenta y lo reconocible que nos parece el personaje de Maria, humana, contradictoria, sensible, altiva y siempre ante todo artista. "Maria Callas Sfogato" posee la suficiente entidad y profundidad como para entenderla como un estudio, fabulado por supuesto, del personaje la Callas, sin caer en el cliché fácil, en el que lo personal y lo público de la artista se funde con fluidez, gran belleza, y un gran sentido de lo teatral, en un texto redondo por los cuatro costados, que nos deja un idea bastante clara de como pudo ser Maria cuando no había cámaras ni periodistas ávidos de escándalos, y en el que además se hace un repaso de su vida realmente notable.



Vayamos con el elenco:


María Rodríguez, como Callas, en una sustitución de última hora por enfermedad de la cantante titular Eva Marco, estuvo sin duda a la altura de las circunstancias, cantando las arias que hicieron más famosa a la Callas, considerándose alguna de esa interpretaciones referenciales. Rodríguez en un espléndido momento vocal, con la voz madura y bien manejada, sorteó con aparente facilidad la dificultad de las piezas elegidas. Especialmente acertada en "Vissi d´arte" de Tosca, supo insuflar al aria de la suficiente sensibilidad como para emocionar al respetable. La voz grande, con cuerpo y carnosidad, buen centro y graves, se adecuó a la perfección al repertorio elegido dando el aire necesario a cada tema, algo esencial en un espectáculo de estas características, ya que gran parte de la responsabilidad del mágico acabado de la función reside en las intervenciones musicales, y las peculiares atmósferas que se recrean. Brillante y sensual en la Habanera de Carmen, delicada en Manon, y arrolladora en Norma, sirvió de complemento perfecto a la otra Maria, siendo el espejo perfecto en el que la diva se mira, recordando su pasado. De gran presencia escénica, María Rodríguez fue una solvente intérprete, que aprovechó muy bien la cercanía del público en sus intervenciones, logrando un noche de altura en lo musical, de corte preciosista por momentos, y siempre con una gran solidez en todas sus intervenciones.



 


Anabel Maurín, como Bruna, la fiel asistente de la Callas durante tantos años, y que aquí sirve como voz de la conciencia de Maria, la única que la cuestiona en algunos momentos, y que posiblemente sea la que mejor la entiende. Con un vínculo espléndidamente plasmado, Maurín, lleva a cabo una creación de una credibilidad incuestionable, en un personaje menos etéreo que Callas, que sirve de contrapunto perfecto a la protagonista de la función. Tierna cuando lo precisa, dura a ratos, siempre presente, y sobre todo con un sentido de la escucha agudizadísimo, que la sabe mantener en el sitio exacto que el texto pide. Sobria y sin quedar atrás ante una apabullante Mabel del Pozo, resulta idónea para un personaje de gran dificultad llevado a buen puerto por nuestra actriz desde un enfoque profundamente humano, y de corte naturalista. Maurín además tiene una dificultad añadida, su personaje es el que más datos biográficos apunta en el texto, algo muy peligroso, y que aquí se nos antoja natural, y en total consonancia con la psicología del personaje. Insufla al papel cierto aire de excepticismo muy adecuado, que nos deja entrever que los años de convivencia con Callas le han dado muchas dosis de "mundología" y un profundo conocimiento del alma humana. Anabel Maurín sirve una interpretación de una pulcritud extrema, bien trabajada, clarificadora en cuanto a la figura de Callas se refiere, y ante todo de tremenda humanidad. Bruna habla con conocimiento de causa, Maurín lo sabe y así nos lo hace ver de manera cristalina. 




Mabel del Pozo como Maria, simplemente excelsa. No hay palabras para definir el nivel de implicación de nuestra actriz que se mete en la piel de la cantante hasta las últimas consecuencias. Del Pozo se encuentra totalmente mimetizada con Maria, siendo el efecto absolutamente mágico, ya que nuestra actriz no imita, es. Todo está perfectamente definido en el personaje, su corporalidad, con un manejo prodigioso del gesto grande, así como la elegancia innata que le suponemos a una diva, mientras que en los momentos de mayor fragilidad, la imponente Callas parece tornarse en la diminuta Maria sin que se note el más mínimo esfuerzo. Todo fluye, todo parece natural y todo nos hace pensar que Del Pozo desde que pisa el escenario ya es Callas. De una organicidad asombrosa, la emoción se alcanza de una manera admirable, llevándonos exactamente al lugar emocional que el texto pide de manera altamente satisfactoria y profundamente conmovedora. La paleta interpretativa resulta enormemente variada, ya que el papel así lo requiere, dando en el clavo en cada monólogo, dejándonos clarísmo lo que se nos ha querido contar, y como se nos ha querido contar, dato muy a tener en cuenta, ya que es muy notorio que Mabel del Pozo ha entendido el papel hasta el milímetro, con su complicada psicología, su aire didáctico a ratos, y su amor principal... la música. La interpretación de Del Pozo es de una pieza, sólida de principio a fin, impecable en su ejecución, y con hechuras de primera actriz. Segura, cargada de oficio, y sobre todo lo que más me gusta, cargada de verdad. Nos encontramo ante una interpretación que sale de las tripas y del corazón, y que rezuma honestidad por los cuatro costados. 




La dirección escénica corre a cargo de Alberto Frías, que ha entendido muy bien la función, cargándola de sensibilidad, dándole el ritmo adecuado, nunca frenético, pero muy bien medido, consiguiendo atraparnos desde el inicio del espectáculo. Explica perfectamente los vínculos existentes entre las dos actrices principales, quedando clarísimo el gran afecto que las une, y que posiblemente Bruna sea la única que tenga el coraje de decirle a Maria las cosas que le dice, y sobre todo marcando muy bien las diferencias entre los dos papeles. Bruna terrenal, y Maria etérea, ya casi un espectro rememorando su vida y enfrentándose a su última noche, y con ella a sus fantasmas y recoinciliándose con Callas. El espectáculo posee una impecable factura a nivel visual y un elegante acabado, sirviéndose de varias imágenes de gran poder evocador, y cierto aire onírico pulula por el escenario, especialmente en las escenas de Maria sola, en eso precisamente consiste lo que llamamos "magia teatral" algo que este espectáculo posee por los cuatro costados. Frías sirve un espectáculo sólido, admirablemente terminado, y que merece largo recorrido por la sensibilidad que destila, el altísimo voltaje actoral que ofrece, y lo clarificador que resulta en cuanto a la figura de Maria Callas. Nos encontramos ante una propuesta sin duda imprescindible para los amantes de la ópera, y para los amantes del buen teatro, ya que en ella encontramos las dos cosas a su máximo nivel, siempre desde un prisma respetuoso, íntimo, y alejado de los fuegos artificiales para cambiar estos por la verdad y el conocimiento del alma humana y aquello que la mueve... el arte. Dentro del espectáculo hay que remarcar el trabajo de Natalia Belenova al piano, impecable a todas luces, y dos cosas más, las fantásticas luces de Enrique Toro que contribuyen enormemente a enriquecer la atmosférica propuesta de Alberto Frías, así como el espléndido trabajo con los figurines de Sabina Atlanta, muy definitorios de cada personaje, incluso en el mítico vestido con capa azul, que lució Callas con Giuseppe Di Stefano en Londres en 1977. IM PRES CIN DI BLE. 


 






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