"Los sombrereros olvidados" de Fernando de Las Heras se puede entender como una continuación de "Tres sombreros de copa", en la que se nos cuenta lo que ha sido de Dionisio, protagonista de la obra de Mihura tras aquella noche tan particular que vivió en un hotelito del norte de España, la noche antes de casarse con su novia de toda la vida. De Las Heras ha escrito una pieza de cámara, para dos personajes, que tiene un efecto asombroso, el espíritu de Mihura parece haberse encarnado en él, consiguiendo una ilusión perfecta, como si el propio Mihura hubiera escrito la obra en la actualidad. El manejo del universo de Mihura por parte de Fernando de Las Heras, es encomiable, así como la admiración por el autor madrileño y el amor hacia "Tres sombreros de copa" que se destilan del texto muy notorios. En el texto hay varios detalles que me resultan muy interesantes y que deben ser remarcados, el primero de todos es lo creíble que nos resulta la evolución de los personajes, que aquí se nos plantean veinte años después de que se escribiera de Tres sombreros, y que fue exactamente el momento en el que se estrenó la obra. Dionisio mantiene intacta su incencia a pesar de todo lo vívido, todas las características troncales del personaje se encuentran lo suficientemente bien plasmadas como para que nos parezca la continuación natural del personaje, que vive del recuerdo de una noche gloriosa en la que se nos antoja una vida gris y anodina que no lo ha hecho avanzar mucho en estos veinte años. El otro personaje que se nos plantea es Don Rosario, el entrañable dueños del hotelito de Santander, revivido esta vez en su sobrino, y que es el dueño de otro hotelito, esta vez en Madrid. Don Rosario "sobrino" es la réplica exacta de su tío, es decir De Las Heras resucita a un personaje que por motivos obvios ya no podría estar en la obra, para con un recurso mágico hacer que nos parezca natural su presencia de nuevo en la vida de Dionisio. La Posguerra gris y triste se encuentra muy patente en la función, y la sensación de que la Guerra arrasó con todas las ilusiones que nuestro país tenía antes de producirse el conflicto, siendo el resultado el de una obra cargada de nostalgia en la que se nos retrata una época de nuestra historia con mucha ternura y un poso amargo y triste, aunque eso si, rabiosamente divertida. Algo que sin duda a Mihura le hubiese encantado. En Los sombrereros se nos habla del tiempo perdido, de la dulzificación de los recuerdos, de la decepción que nos supone el entender que nada va a volver a ser lo mismo que fue, y sobre todo de la soledad, ya que los dos personajes de la función están muy solos, Dionisio ya viudo, y Don Rosario volcado en su huéspedes con la misma solícita y amorosa dedicación de antaño. Ambos personajes se nos presentan faltos de cariño, incomprendido, y si bien a Dionisio el paso del tiempo le ha amargado un tanto el carácter, Don Rosario se mantiene igual de vitalista y deliciosamente tierno que su difunto tío. "Los sombreros olvidados" no solo es una digna continuación de "Tres sombreros de copa"es una obra con personalidad propia, una deliciosa comedia "seria" desopilante a ratos, mágica por momentos y sobre todo un enorme canto de amor a Mihura y a nuestra comedia más representativa, envuelta en gran lirismo en algunas escenas, evovadora, enternecedora y tremendamente entretenida. Resulta notable el dominio por parte de De Las Heras de la carpintería teatral, siendo el acabado final de la función sólido, coherente con respecto al material original, y sorprendente como continuación del legado de Mihura. Don Rosario arropa amorosamente a Dionisio y Fernando de Las Heras arropa más amorosamente a Mihura en su texto, mimándolo, reivindicándolo, y admirándolo hasta las últimas consecuencias.
El espectáculo consta de dos actores que se mueven como pez en el agua por los vericuetos del texto, y que se adecúan muy bien a las características de sus personajes. No se puede plantear las interpretaciones de otra manera que conjunta, ya que Roger Álvarez como Don Rosario y Javier Arriero ejecutan un trabajo de compenetración y química entre ellos realmente superlativo. Se nota mucho lo bien pensadas que están ambas interpretaciones, y que se complementan la una a la otra, siendo Dionisio el más apocado de los dos, mientra que Don Rosario se nos presenta como más explosivo, carismático y cargado de humanidad. Javier Arriero dota de gran bonhomía a un personaje que matiza muy bien, estando muy conseguido el aire de hombre gris que Dionisio posee, muy bueno en el gesto, seguro con el texto, energético y bien templado. Sus monólogos se encuentran muy bien perfilados, y todo está dicho con gran sentido y gran verdad, y dentro del surrealismo que se nos plantea en el texto y la peculiar relación que mantienen los personajes, casi podemos hablar de naturalismo en el trabajo de Arriero por lo reconocible que nos resulta Dionisio, y las múltiples facetas de su personalidad que nos pueden parecer muy familiares, ya que todos hemos conocido a algún Dionisio en nuestra vida. Roger Álvarez prolonga el espléndido Don Rosario que llevó a cabo en el María Guerrero hace unos años, y acierta de pleno con su peculiar composición, el personaje más surrealista, delicioso, rabiosamente difícil y creíble de todo el texto. La dificultad estriba precisamente en conseguir que una persona tan estrambótica nos parezca absolutamente normal, algo que Álvarez consigue sin aparente esfuerzo y pasmosa naturalidad. Tierno, explósivo, cargado de humanidad, absurdo a ratos, nuestro actor insufla de una peculiar personalidad a un personaje peculiar per se, y que nuestro actor engrandece con su forma de hacer. No solo se remite a actuar, ya que canta, toca el acordeón divinamente, toca el ukelele y además lleva a cabo varios personajes más con las voces de Loles León, Millán Salcedo y Marta Fernández Muro, ofreciendo una gama de tipos muy interesante y de divertidos resultados.
El nivel actoral de la función es muy elevado en líneas generales, y la gama interpretativa brillante, siendo la tónica la verdad, naturalidad, el profundo conocimiento del texto, y un vínculo perfectamente definido entre los dos personajes, pudiendo entender como el trabajo de los dos actores brillante, de interés y profundamente inspirado.
Luis Flor se estrena en las labores de dirección, ya lo conocemos como actor, y la verdad es que se ha lucido llevando a cabo un espectáculo de gran sensibilidad, mucha magia teatral, y en el que el espíritu de Mihura parece estar pululando de principio a fin. Flor se sirve del estupendo material de base que tiene para llevar a cabo una propuesta ortodoxa, imaginativa, elegante y que demuestra el profundo conocimiento que posee sobre este repertorio y la comedia como género. Para ello ofrece una serie de situaciones escénicas perfectamente apoyadas en las acciones actorales, que sirven como instrumento perfecto para remarcar el texto, así como de ayuda en las interpretaciones que fluyen armoniosamente en escena gracias a las diferentes propuestas de nuestro director. Luis Flor juega con sus actores y se ve que los ha dejado hacer, pero también denota que las directrices sobre cada psicología han sido clara y muy bien marcadas, algo que el disciplinado elenco parece haber seguido y entendido al dedillo, mientras trufan sus interpretaciones con pinceladas personales que enriquecen el acabado final. La obra, divertidísima, se encuentra en el punto justo de comicidad que el texto pide, con un ritmo fluído y que varía dependiendo de la escena que se nos esté contando, y que además consigue mantenernos el interés gracias a un suspense muy bien dosificado que se nos va planteando según se va desgranando la obra. Por cierto... encontré deliciosos los diferentes guiños a Hitchcock que se hacen durante la función, ya que se pueden vislumbrar en ella ecos de Recuerda, La ventana indiscreta y el célebre vaso de leche de Sospecha, guiños cinematográficos acertadísimos y que acentúan todavía más el mimo que se ha puesto en el espectáculo. La obra está plagada de pequeños detalles que dejan muy claro el gran trabajo, concienzudo en extremo, que Luis Flor ha llevado a cabo, y ciertos toques visuales consiguen que además de todo lo que planteo la obra esté plagada de magia teatral. A este respecto destacan dos detalles especialmente, el carrusel minúsculo que evoca una verbena que se ve a traves de una ventana, y esa cama de la que salen todas las cosas habidas y por haber, y en la que solo me faltó parafraseando al propio Mihura, "Un señor cantando Marcial tu eres el más grande", mi acotación favorita de Tres sombreros...
En resumen, "Los sombrereros olvidados" es una propuesta sólida, enternecedora, realizada con un mimo y un respeto hacia la figura de Mihura y su insigne obra realmente notable, que deja un poso de nostalgia y tristeza, a la vez que nos hace sentir a la salida que el mundo es un lugar un poquito mejor, ya que la inocencia que destilan sus personajes nos hace pensar que en el fondo el ser humano es como el perro de Dionisio... muy buena persona. Solo quier poner un pero... Dionisio y Rosario deberían acabar juntos, esa peculiar historia de amor que se vislumbra no se nos plantea como lo que parece ser, pero eso como diría el camarero de Irma La Dulce... es otra historia.
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