Por fin he vuelto al teatro, espero de todo corazón que no sea una ilusión efímera, y que poco a poco se vaya asentando de nuevo la cartelera teatral. La industria, los artistas y los espectadores nos lo merecemos, está claro, pero sobre todo hay que entender la dificilísima situación que está pasando el sector teatral, que si hasta ahora sobrevivía, ya no podemos decir eso, porque directamente está pasando por la crisis más dura de la que un servidor tiene noticia. Antes de empezar la crítica quiero hacer un alegato por nuestros teatros y sus gentes, y hacer un llamamiento a quien corresponda para que entiendan el auténtico drama que están suponiendo las durísimas medidas de seguridad que se están planteando, cuando no es así en otras sectores. Plantear algunos espectáculos es inviable en estos momentos, y el teatro a nivel privado se encuentra herido de muerte con unos aforos inasumibles, y unas restricciones draconianas, que no estoy seguro que sean del todo justas. Abogo por una cultura segura, pero existente, y no que nos encontremos bochornosas y absurdas situaciones como la vivida en A Coruña la semana pasada, con una festival lírico en el que el ridículo porcentaje de aforo permitido llevó a sus funciones a la escalofriante cifra de sesenta espectadores. Sensatez y sin ensañamiento, y sobre todo responsabilidad por parte de nuestros gobernantes, que parecen ciegos mudos y sordos, ante la debacle que se está viviendo en las plateas de nuestro país. Dicho esto, empiezo con lo mío, que es hablar de la función que disfruté el pasado domingo, con la que di por inaugurada esta extraña temporada, que se plantea incierta, y sobre todo valiente, ya que aquellos que se atreven a estrenar son unos auténticos valientes que dejan clarísimo su amor por la profesión, profesión que sin duda no se hizo para los cobardes. Me tocaba ir a La Usina, a ver a mis viejos conocidos de Teatro Del Sótano, signo de emociones fuertes, ya que Francisco J. de Los Ríos a la cabeza de la compañía siempre ofrece veladas intensas y textos de impacto, algo que una vez más se vio cumplido con creces como iré narrando.
"Nadie llora sobre la tumba de Electra" monólogo de Francisco J. de Los Ríos, profundiza en el mito que quizás peor tratado ha sido por el teatro, casi siempre en segundo plano, y menos conocido que otras de las grandes trágicas del repertorio clásico, pero sin duda igual de fascinante que sus compañeras de desdichas en las tablas griegas.
Electra, la pobre Electra, víctima del destino, juguete de los dioses, tratada como una asesina cuando nunca cometió crimen alguno, y eterna segundona de su vengativa madre y su canónico (teatralmente hablando) hermano, se ve redimida en la pluma de nuestro autor, en un complejo texto, en el que nuestra heroína ajusta cuentas con aquellos que tuvieron que ver en su desgracia. El amante de su madre, Egisto, su propia madre, Clitemnestra, y su hermano, Orestes. De los Ríos sirve un texto no exento de lirismo, en el que se profundiza en la psicología de Electra de forma acertadísima, entendiendo perfectamente sus motivaciones, y sus sentimientos hacia los suyos, y con los que vuelta del Hades por un breve espacio de tiempo, habla y sobre todo se desnuda emocionalmente, para después poder descansar, por toda la eternidad, en su gélida tumba. Bajo esta premisa De los Ríos ofrece una gran composición literaria de poderoso acabado, y con una protagonista de las que cualquier actriz se moriría por hincarle el diente, ya que la riqueza del personaje, y su recorrido a lo largo del monólogo son de un interés indudable, ofreciendo una amplia gama emocional de gran dificultad, y por supuesto lucimiento. De los Ríos dosifica muy bien la trama, y sabe dónde y cuándo cargar las tintas, en una progresión ascendente, en las cuatro escenas, además de una introductoria, que podrían funcionar perfectamente como monólogos independientes de Electra con sus mudos antagonistas. Cada escena acaba en una catársis, especialmente la final, en la que la protagonista se muestra, más si cabe, en toda su desnudez emocional para impactar en el espectador con sabiduría literaria y teatral. Si algo hay que destacar más allá de las indudables virtudes del texto, es el profundo amor y conocimiento del mito que nuestro autor posee, al que como más arriba comento redime, y nos lo explica de forma clara y directa, y cruda muy cruda, algo completamente justificado ya que de una tragedia estamos hablando.
Podemos considerar el texto modélico en su estructura, esclarecedor y en el que estudio del personaje en profundidad es la tónica, resultando muy de agradecer un acercamiento a los mitos, cargado de enjundia, pero asequible a la vez, y que sirve a la perfección como complemento a la inmortal obra de Sófocles, de la que nuestro autor se nutre para enriquecer hasta el paroxismo a la sufrida hija de Agamenón.
Jennifer Baldoria, una vez más demuestra lo gran trágica que es en un papel a su medida, con el que se abre en canal para dar absolutamente todo de si misma, sin concesiones y gran generosidad. Nada es gratuito, todo está medido, y todo perfectamente justificado desde el primer verso hasta el último, en una interpretación en el que la emoción fluye con facilidad y amplio recorrido, sin apresurarse pero de forma inexorable hasta la explosión con la que acaba la función dejándonos clavados en la butaca. Baldoria entregadísima y muy implicada emocionalmente defiende el papel hasta la extenuación, con un complicado inicio de obra bien planteado en lo corporal, algo extensible a toda la función, y una organicidad muy conseguida resultando impecable la unión de la palabra con el cuerpo. Quizás donde más brille sea en la escena con su madre, la más complicada por la dicotomía amor-odio que plantea, y que nuestra actriz nos sabe contar sin el menor problema dejando clarísimo lo que el autor quiso explicarnos. Nada chirría en su trabajo, todo parece encajar a la perfección, y sobre todo sabe muy bien lo que tiene entre manos, llegándonos su Electra a los espectadores de forma cristalina, de poderoso acabado y catártico efecto tal y como mandan los cánones.
La función, como es habitual, está dirigida por el propio Francisco J. de Los Ríos, siendo inspirada en lo visual, ya que si bien es cierto nos encontramos ante un espectáculo modesto, los recursos se encuentran muy bien aprovechados. Una escenografía sobria y suficiente en la que una tumba plagada de hojarasca y tres figuras alegóricas, francamente inquietantes, de los antagonistas de Electra sirven a la perfección para acentuar el drama y potenciar las diferentes acciones escénicas. Hay un momento cargado de magia teatral en el que Electra se ve prisionera en los brazos de su madre, que resulta realmente impactante, e indudablemente angustioso, y muy bien planteado en lo escénico, es lo que yo ya califico como marca del director, ya que siempre en sus espectáculos nos encontramos con momentos como este que planteo, sorpresivos y de gran eficacia. De Los Ríos ofrece un espectáculo de tiempos reposados, que no morosos, bien servido en lo visual, y en el que juega a su antojo con su actriz, llevándola por los vericuetos del personaje de forma férrea, y en la que se intuye un buen trabajo conjunto, con un exquisito tratamiento del texto, y en el que todo tiene completo sentido, siendo el resultado una función muy bien explicada, y de redondo acabado. "Nadie llora sobre la tumba de Electra" es teatro del bueno, sincero en su planteamiento, y sin pretensiones vacuas, algo que yo agradezco muchísimo. Una vez más, Teatro Del Sótano ofrece lo que tiene, cargado de honestidad, y sin ningún artificio que enmascare lo realmente importante, que es una actriz que llena el escenario por derecho propio, y un público que asiste entre embelesado y respetuoso a lo que está viendo.
En resumen, nos encontramos ante una propuesta altamente recomendable dentro del circuito "off", que cumple de largo con su cometido, y que no defrauda en su acabado, sinceramente creo que no se puede pedir más.
Magnífica crítica. Totalmente de acuerdo !!!!
ResponderEliminarIré a verla y, desde luego, Jonathan, estoy muy de acuerdo contigo en que hay que apoyar al teatro y no restringirlo como ocurre ahora, que muchos no pueden reabrir
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