miércoles, 16 de septiembre de 2020

"Con Lo Bien Que Estábamos (Ferretería Esteban)", Costumbrismo Mágico.


El costumbrismo, tan denostado, tan disfrazado, y a la vez inasequible al desaliento, sigue siendo recurrente en nuestro teatro, y no deja de ser más que una representación a veces amable, otras jocosa, e incluso amarga o crítica de la realidad de un momento circunstancial, o de un lugar o clase social. Hay cierto repelús entre algunos sectores teatrales hacia el costumbrismo, asociado de forma injusta a comedietas garbanceras, o sainetes regionalistas que ya no tienen mucho sentido en la actualidad. Pues yo niego la mayor. El costumbrismo no deja de ser una disección de conductas reconocibles por el espectador que llega a la catársis mediante el hecho de sentirse identificado con lo que está viendo, o con lo que el autor quiere hacer ver, ya que su punto de vista ante ciertas situaciones coincide con el dramaturgo, siendo en general un sano ejercicio de crítica o mera exposición de una realidad que no por cotidiana es menos importante o interesante. Esta disertación sobre el costumbrismo viene a colación de "Ferreteria Esteban (con lo bien que estábamos) función que se está representando estos días en el Teatro Español, que podemos englobarla dentro del género costumbrista, aunque con matices como más adelante explicaré. Dentro del costumbrismo podemos encontrar grandes joyas que supieron plasmar a la perfección lo que era la sociedad de su época, desde "Los Caciques" de Arniches, hasta la más reciente "Eroski paraíso", pasando por innumerables zarzuelas, y textos hoy considerado grandes clásicos de nuestra escena, el número de obras costumbristas es ingente, y como ocurre cuando hay mucho de algo, no todo es bueno. Eso no justifica que se denoste un género por el mero de hecho de tener en su haber obras malas, o de espíritu meramente comercial, si miramos un poquito más allá enseguida vemos que el teatro no es más que un reflejo de la realidad, a veces aumentada, a veces deformada, pero siempre con un hecho común, el espectador debe reconocer como inherente al ser humano lo que está ocurriendo en escena, y si algo caracteriza al costumbrismo es precisamente eso, el poso profundamente humano de lo que plantea. 

El pasado sábado acudí al Español con curiosidad, me gusta mucho el teatro de José Troncoso, ya en su anterior obra "Lo nunca visto", me dejó bien claro que posee un particular universo, muy reconocible, y con suficiente identidad propia como para que un estreno suyo me resulte interesante. Si a esto añadimos que la obra se encuentra dentro de lo que podemos llamar género musical, pues todavía se me hacía más atractiva la propuesta. La velada fue estupenda, y sirvió de remate perfecto a una semana plagada de espectáculos que espero que se reproduzca todo lo que queda de temporada. 



"Con Lo Bien Que Estábamos (Ferretería Esteban)" con texto de José Troncoso y música de Mariano Marín nos presenta a una pareja de mediana edad (Esteban y Marigel) en una pequeña ciudad aragonesa, de vida monótona y ordenada, que se ve trastocada por un hecho que revoluciona a Esteban, que tras ver una función de teatro, se siente arrastrado de forma imperiosa por la música, y en definitiva el cumplir sus sueños, y transformar una vida en la que el tedio y la incomunicación son la tónica. El asunto, si bien es leve, esconde un mensaje más profundo de lo que pueda parecer en el que se nos habla de cosas muy serias, como puede ser el inconformismo, la búsqueda de la identidad de cada uno, así como lo acomodaticio de algunas situaciones, que aunque sean confortables no quiere decir que nos hagan felices.Troncoso, se sirve de unos personajes cargados de humanidad y muy reconocibles para el espectador, dentro de lo que un antiguo llamaría "personas de orden", para explicarnos aquello que quiere de forma amable, cargada de ternura y mucho humor, aunque el poso sea amargo, ya que la felicidad de Esteban conlleva la infelicidad de Marigel, que asiste atónita a la transformación de su marido, entendiendo más bien poco lo que le está sucediendo, especialmente cuando ella considera aquello de "con lo bien que estábamos" como una verdad absoluta.



 Troncoso nos plantea un texto en el que se encuentra muy bien plasmada la incomunicación, y el hablar coloquial de aquellos que se conocen desde hace muchísimos años, que no se escuchan y sienten la necesidad de repetir y reafirmar continuamente sus palabras, así como también una serie de situaciones tremendamente familiares para el espectador medio. Desde este punto de vista podemos hablar de costumbrismo, costumbrismo al que Troncoso da la vuelta envolviéndolo de una extraña atmósfera tan reconocible en sus textos, que sin ninguna duda nos resulta fascinante en su peculiaridad, tan cotidiana y mágica a la vez. Hay que decir que el texto es ligeramente redundante, y no me refiero al recurso de repetir las frases de forma intencionada para remarcar la incomunicación entre los dos personajes de la función, si no a una tendencia a reiterar algún conflicto, que si bien no molesta, si es cierto que se lastra un poco en el resultado global de la obra. Nos encontramos ante una farsa, bien pensada y bien tramada, con su punto de retranca que nos hace pensar un poquito sobre nuestra propia existencia, aunque el envoltorio sea amable y divertido, siendo un ejemplo claro de la forma de hacer de José Troncoso, dramaturgo ya imprescindible de nuestras carteleras, que sin duda tiene un estilo propio, identificable, y de interesante acabado."Con Lo Bien Que Estábamos (Ferretería Esteban)", funciona perfectamente como pieza de cámara, en la que se diseccionan dos personalidades que nos son muy cercanas, ya que todos nos hemos encontrado alguna vez a una Marigel o a un Esteban tal y como se nos plantean en la función. El prisma quizás sea un tanto extremado, pero muy de verdad en su fondo, en el que las pequeñas cosas del día a día se ven retratadas de forma minuciosa, y donde el conflicto principal se ve muy potenciado, dada la diferente forma de entender la vida de sus dos protagonistas. 

Las canciones de Mariano Marín, deliciosas desde todo ángulo, tienen cierta reminiscencia del Kurt Weill más brechtiano, y apoyan perfectamente las situaciones escénicas, así como el recorrido y carácter de cada personaje, siendo necesaria la técnica mixta para Marigel, y un código vocal más musicalero en el caso de Esteban. 

 


Jorge Usón y Carmen Barrantes, dan vida a Esteban y Marigel respectivamente, de forma acertadísima, siendo ambas composiciones una auténtica lección de interpretación, en la que se aúna el trabajo más interiorizado y aquel en el que predomina el gesto grande y hacia afuera de forma magistral. Ambos resultan convincentes en grado sumo, creando dos personajes entrañables y muy bien definidos, en los que podemos vislumbrar actitudes muy cotidianas y tremendamente cercanas, consiguiendo ambos que nos quedemos con sus composiciones desde que salen a escena. 

Usón, bonachón y un tanto infantil, dota de una tremenda humanidad a su Esteban, que casi en clave quijotesca tan solo quiere llevar a cabo sus sueños y compartirlos con su adorada Marigel. Impecable en el tono, atronador en lo musical, resulta rotundo en un trabajo con el que disfruta, y nos hace disfrutar, y en el que su bonhomía e inocencia quizás sean las señas de identidad principales, y precisamente aquello que nos hace tan disfrutable su interpretación. Usón ofrece una interpretación sólida, desbordante de energía, y cargada de sensibilidad que llega de forma muy directa al público, que entiende perfectamente sus motivaciones, y todo lo que está pasando por su atribulada cabeza. 

Carmen Barrantes, parte desde fuera para conseguir un trabajo sobrio y muy bien medido, con un admirable uso del cuerpo y la voz, cantando resulta deliciosa, y su composición a nivel corporal es indudablemente de relumbrón, dando vida a una señora de aires marujiles, que además de ofrecer grandes dosis de comicidad, logra conmovernos ante su incapacidad para gestionar lo que le ocurre a su marido. Impagable en sus monólogos, y con un gran dominio del texto, donde todo se encuentra perfectamente encajado, y en el que la cercanía y cotidianidad de su personaje son las señas de identidad de su trabajo. Carmen Barrantes ofrece un trabajo enorme, cargado de matices, donde prima el detalle, en una composición donde lo pequeño engrandece su Marigel, impagables el rictus de la boca con el que ya está definido el personaje, y esa peculiar forma de andar que nos dice tantísimas cosas sobre su forma de ser. Me llegó mucho el trabajo de Barrantes por entrañable, esforzado y tan de verdad. 

Hay que destacar la labor de Néstor Ballesteros como pianista, que acompañó a la perfección tanto las acciones escénicas, como a los números musicales de forma impecable, y tremendamente implicado con los actores, enriqueciendo de una forma muy patente todo el espectáculo.



José Troncoso además de la dramaturgia se encarga de la dirección escénica, con resultados francamente interesantes, y sin duda altamente satisfactorios. Troncoso parte de una premisa sencilla en lo escénico, pero muy eficiente, en la que la escenografía de Juan Sebastián tiene mucho que ver, minimalista y bien pensada. Todo encaja de forma milimétrica en lo que nuestro director plantea, desde unas acciones escénicas inspiradísimas y perfectemente coreografiadas, en este sentido las escenas en la ferretería resultan insuperables, hasta unas interpretaciones que son puro José Troncoso en su acabado, en las que los aires farsescos en lo corporal comulgan con la profundidad psicológica de forma orgánica. Si bien parte de arquetipos, la situación en la que se ven envueltos es tan atípica, que se da una extraña y felicísima dicotomía entre lo naturalista y lo astracanado, de impecable acabado y sorprendente ejecución. Por un lado se puede vislumbrar el trabajo de los actores, que han aportado sus pinceladas a cada personaje, y por otro la directriz de Troncoso, que está definidísima, saliendo de ahí la peculiar atmósfera que rodea todo, que resulta muy refrescante y si no se conoce a nuestro director, indudablemente sorprendente. Hay cierto tono triste en lo que se nos cuenta, aunque se trate de una obra cómica, muy conseguido, labor sin duda de la dirección, así como momentos muy logrados en lo visual (mención especial para las conseguidas luces de David Picazo) y un enorme equilibrio en las interpretaciones, de ritmo fluctuante y bien planteado. Troncoso sirve una función homogénea, bien servida en lo actoral y en lo visual, que destaca por la solidez de su acabado, lo pulcro de sus escenas, y en la que la magia surge cada dos por tres con eficiencia teatral.



 

En resumen, una propuesta atractiva, de esmerado acabado y que deja un muy buen sabor de boca en el espectador, que disfruta de la hora y media que dura, riéndose a carcajadas en no pocos momentos, pero que se lleva un trocito de la función a su casa, para una vez reposado el espectáculo reflexionar ante lo que se nos cuenta. 



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