De la temporada presente del Teatro De La Zarzuela, Juan José era el título que mas interesante me resultaba. Los motivos para ello eran varios, entre ellos está cierta aureola mítica por su sambenito, justificado, de obra maldita. Por otra parte está la indudable calidad de la obra, y la última, y para mi la mas importante , el resarcimiento de la injusticia cometida hacia Pablo Sorozábal ante el ninguneo que su magna obra ha sufrido desde los casi cincuenta años que hace que se compuso. Juan José fue condenada al ostracismo mas bochornoso, por varios motivos, principalmente los políticos, aunque bien es cierto que la dureza musical de la obra, y lo alejada de la tónica predominante en la música escénica de su época, la hacían un indigesto plato, para aquellos que eran los que movían el cotarro cultural durante los últimos estertores del Franquismo.
Sorozábal se llevo a la tumba mucha amargura por la poca repercusión que tuvo la que era su obra mas amada, y profeticamente dijo que quizás en el año 2000 España estaría preparada para verla en todo su esplendor, se equivocó en dieciséis años, pero no andaba muy desencaminado. El mero hecho de que esta obra por fin se haya puesto en pie en su versión escénica, ya es suficiente motivo para considerarlo uno de los acontecimientos musicales mas importantes de la temporada, y un mas que justificado acercamiento a una obra que a mi juicio es imprescindible en nuestro repertorio, y que debe ser puesta en el lugar que se merece no solo en el espectro musical español, si no en el internacional.
Juan José de Pablo Sorozábal fue compuesto en 1968 y está denominado como Drama Lírico Popular en Tres Actos, lo de popular según el propio compositor viene de proletario no de folclórico, algo que evidentemente es una declaración de principios sobre el espíritu con el cual fue compuesto, y que resulta especialmente valiente dado el momento en el que fue escrito.
La ópera está basada en la obra de teatro homónima de Joaquín Dicenta, que es uno de los emblemas del teatro social patrio, y que una vez instaurada la Dictadura cayó en el olvido al considerarse uno de los bastiones de la izquierda nacional y de La II República. El texto de Dicenta es muy querido para mi, ya que durante mis tiempos de estudiante de interpretación trabajé sobre algunas escenas de la misma, llevando a cabo el personaje que da título a la función.
La ópera de Sorozábal bebe directamente de la obra en su práctica totalidad, aunque cambia sensiblemente el final, para lograr un efecto mas realista y cierto simbolismo que va en total consonancia con lo que el género operístico ofrece.
Le salió a Sorozábal una obra áspera y durísima, tanto en su partitura como en su texto, Juan José cuenta el drama inclemente de unos personajes llevados al límite por unas circunstancias completamente ajenas a ellos mismos. Son víctimas de un sistema injusto donde las diferencias sociales marcan la existencia del individuo hasta la tragedia. La violencia de género, el paro, y el analfabetismo son varios de los temas que plantea esta pieza de forma dura y descarnada, sin la mas mínima piedad hacia el espectador, que asiste impotente al drama sin tener ni un resquicio de esperanza, y sin ningún asomo de lirismo.
Musicalmente la obra en algunos momentos se encuentra cercana a lo atonal, siendo una "rara avis" mas que estimable. Juan José no se escribió para ser disfrutada, ya que no es una obra bella en el sentido estricto de la palabra, si no una partitura que entra como un cuchillo en el subconsciente, gracias al prodigioso uso de la orquestación, siendo los metales y las cuerdas, los que punzantemente nos logran incomodar. Si a esto añadimos unas dificultades vocales para sus intérpretes que requieren de un reparto de gran solvencia a todos los niveles, estamos planteando que la ópera de Sorozábal no es un título mas, sino una obra de gran enjundia musical y merecido calado en la historia de nuestro repertorio.
Vayamos con el elenco, muy homogéneo y bien elegido en líneas generales.
Comprimarios perfectos, con excepción del Cano de Ivo Stanchev, al que encontré francamente insuficiente en su breve pero importante parte.
Rubén Amoretti, bajo, como Andrés.
Como es habitual en el, Amoretti sirvió una perfecta interpretación, en la que primó el gusto cantando, y el fraseo tan exquisito que posee. En algunos momentos se ve eclipsado por la orquesta, algo de lo que en mi humilde entender no es responsable. He visto a Amoretti en otras producciones del Teatro de La Zarzuela y nunca me he encontrado con problemas de ese tipo. Amoretti tiene una bonita voz que maneja con gran inteligencia, y que resulta muy grata al oído. Este bajo nunca falla, y eso es de agradecer.
Silvia Vázquez, Soprano, como Toñuela.
Espléndida en uno de las pocos papeles de la función con ciertas licencias a lo lírico. Toñuela muerde y entraña bastantes dificultades melódicas que Vázquez suple sin problemas, con una afinación perfecta, y unos agudos difíciles de atacar, que esta estupenda soprano da sin el mas mínimo problema. Nos encontramos ante un exquisito color de voz y una soberbia emisión que consigue que no perdamos ni una coma de lo que canta. Estamos ante un ejemplo de voz sana, aunada a buena técnica, y que suple sin problemas las dificultades que la partitura ofrece. Vázquez llega con su sensible creación, siendo su máxima expresión en el complicado dúo con Carmen Solís que acontece en el segundo acto.
Milagros Martín, soprano, como Isidra.
De lo mejorcito del reparto que ya es decir. Siempre he sido muy de la Martín, me parece muy artista, y una de las cantantes de referencia en nuestra zarzuela de los últimos 30 años. Aquí nos encontramos con una Milagros madura que utiliza toda su sabiduría escénica para literalmente bordar esta vieja alcahueta motivada por espurios instintos y culpable del drama que ocurre en escena.
Para ello Martín se sirve de un prodigioso uso del instrumento, sacrificando sonido a cambio de interpretación, es decir la voz no suena bonita, suena sibilina, envolvente y bisbiseante, con un impresionante sotto voce con ciertos matices de insecto que en algunos momentos pone los pelos de punta. Estamos ante la interpretación total y perfecta sobre como aunar personaje y música, siendo el resultado muy impactante, de gran empaque actoral, y tremendamente convincente.
Antonio Gandía, tenor, como Paco.
Le ha tocado a Gandía un papel muy lucido, y que se lleva las partes mas melódicas de la función. Gandía me resulta un tenor muy interesante que ya he visto en varias producciones y que reconozco que me gusta mucho. De voz grande, perfectamente colocada y férreos agudos sirvió una estupenda función, en la que se lució mucho. Especialmente en el precioso chotis que interpreta a dúo con Carmen Solís en el primer acto de la función, y que es uno de mis momentos favoritos de la ópera. Ese chotis fue el momento mas lírico de la velada, donde la compenetración con la soprano antes citada es muy notorio. Tiene un bello paso de la voz, un respetable volumen, y timbre de gran belleza. Su interpretación no pasa desapercibida, y las dificultades vocales del papel, también son muy destacables.
Carmen Solís, soprano, como Rosa.
Solís, soprano que ya me sorprendió muy gratamente cuando la vi en la protagonista de Entre Sevilla y Triana, tiene varios puntos a su favor. El primero el imponente tamaño de la voz, de carnosa sonoridad, fácil agudo y mucha expresividad en los momentos mas dramáticos. Solís sirvió una mas que solvente interpretación, de un desagradecido personaje, y que transmite a la perfección la frustración y dramatismo que la partitura destila. Solís es una sólida cantante que se deja llevar por la partitura de forma mas que convincente, cumpliendo de forma mas que satisfactoria, resultando perfecta para lo que el papel pide.
Ángel Ódena, barítono, como Juan José.
Soberbio sin lugar a dudas. Juan José es un papel de grandes exigencias desde todo prisma, necesita un barítono de poderosa voz, agudo grande, y gran expresividad dramática para que sea llevado a buen puerto, y Ódena dota a su personaje de la fuerza necesaria para que nos conmueva. Como es habitual en el, parece que se ha tragado un altavoz, y lo encontré especialmente matizado, algo que algunas veces es su flaco, y que en esta ocasión no ocurre. Los finales de acto son de infarto y me dejó profundamente impresionado en sus momentos mas dramáticos. Estamos ante una interpretación muy sentida y muy pensada que llega al espectador en todo su glorioso esplendor, resultando espectacular en su conjunto y mas que atinada tanto actoral, como musicalmente.
Vayamos ahora con la dirección musical.
Miguel Ángel Gómez Martínez, dirige la Orquesta De La Comunidad de Madrid de forma convincente, pero no redonda. Me explico, si bien es cierto que los tiempos son acertados en casi toda la función, patina en algunos pasajes resultando excesivamente lento. Encontré que cuidó poco a los cantantes, con unos volúmenes ensordecedores en momentos cruciales del espectáculo que empaña un poco la labor de los intérpretes. Le costó hacerse con algunas zonas del foso, especialmente con un desaforado viento-metal que destacó y no especialmente para bien en ciertos pasajes. Falto un sonido conciso que redondeara la función. La obra presenta grandes dificultades para la orquesta y Gómez Martínez no acaba de pillarle el aire a la partitura.
Vayamos con la propuesta escénica.
José Carlos Plaza dirige la producción acertadamente. No se anda por las ramas, y sirve una sobrio espectáculo en total consonancia con lo que la obra plantea. Plaza mueve y dirige con gran solvencia a sus artistas, logrando momentos de gran dramatismo y mucha fuerza visual. Encontré especialmente atinado el cuadro que transcurre en la cárcel. Muy destacables las conceptuales pinturas de Enrique Marty que ayudan a entender la dureza de la realidad que rodea a los personajes. El trabajo escénico sirve perfectamente a la música de forma respetuosa y sin estridencias.
Mención aparte merecen los figurines de Pedro Moreno, que son un prodigio de análisis de los personajes, destaco en este sentido que cuando Rosa asciende en la escala social, su ropa muestra mas lustre pero una tremenda mancha en su falda, nos indica con un poético lenguaje teatral que la miseria y la tragedia siguen presentes aunque esté pasando por un dulce momento. Todo un acierto muy a tener en cuenta.
En resumen nos encontramos ante una propuesta imprescindible, muy cuidada y que destila respeto y admiración hacia el trabajo de Sorozábal y la intención de dignificar su obra maldita por antonomasia. Este Juan José es un hito en la historia del Teatro De La Zarzuela por lo que supone ponerla en pie, y por lo oportuno que resulta dados los convulsos momentos que vivimos a nivel social. Ya era hora señores de que este Juan José viera la luz en escena en toda su crudeza y en todo su esplendor. Os recomiendo encarecidamente esta función que encuentro uno de los aciertos de programación mas notables de nuestro Teatro Lírico Nacional de los últimos años. Programar Juan José era necesario, y sobre todo de justicia. Espero que allá donde esté mi admirado Maestro Sorozábal sepa que se ha resarcido la injusticia cometida con su obra.
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