martes, 14 de noviembre de 2023

Las Golondrinas, El Más Claro Exponente De La Ópera Como Género Total.

Continuamos la temporada de La Zarzuela con una reposición, merecida y esperada, ya que Las Golondrinas, es además de una obra cumbre de nuestro repertorio, y título que en los últimos tiempos no se ha representado en demasía, siendo por tanto su revisión imprescindible y necesaria. Este título se estrenó en la producción que esta crítica ocupa en 2016, es decir han pasado siete años y sirvió como inauguración de la Era Bianco, no está por tanto de más que la última temporada programada por el ya ex director de el teatro se vuelva a representar, dado el enorme valor artístico de la obra, y el gran éxito que cosechó en aquella temporada. El sabado acudí animoso al teatro, me encantó cuando la vi en la anterior ocasión, y es un título que reconozco que me fascina, por tanto sabía que me lo iba a pasar pipa, como efectivamente sucedió. Lo que se está viviendo estos días en La Zarzuela es sin duda notable, y las virtudes de la producción muchas, por tanto ya adelanto que se trata de un espectáculo imprescíndible para todos los amantes de la lírica y de el teatro, porque en esta función se canta y mucho, pero también nos encontramos ante un espectáculo teatral de altura. 


Las Golondrinas, denominada como Drama Lírico en Tres Actos, con música de José María Usandizaga y libro de Gregorio Martínez Sierra y María de La O Lejárraga, está basada en una obra de teatro de los mismos autores estrenada en 1905, y que fue posteriormente musicada por Usandizaga a ídea del propio compositor, que encontró en el argumento los suficientes atractivos como para escribir una zarzuela que tuvo su estreno en febrero de 1914 en el Price de Madrid, para a la muerte de su autor ser el hermano de Usandizaga el encargado de convertirla en ópera, estrenándose de manera triunfal en el Liceu de Barcelona en diciembre de 1929, siendo esta versión la que se representa en La Zarzuela.

 


 

La partitura de una belleza deslumbrante, bebe directamente de el Verismo en su estilo, con una música en la que nos podemos encontrar también influencias musicales de varios autores. Wagner especialmente, el uso de el leit motiv es una constante en la obra, así como ciertos momentos en los que la opereta también se encuentra presente, y unas pinceladas de Debussy, que todo esto junto con la maestría de Usandizaga dio lugar a una partitura hermosísima y francamente disfrutable. Muy avanzada dentro de los parámetros de la composición de la época, en la partitura destaca un cuidado estudio psicológico de los personajes, tan bien reflejados en el foso, y una sentido de la teatralidad realmente notable, sin dejar de lado una dificultad vocal para su terna protagonista realmente notable. Es muy destacable la cuidadísima orquestación de la ópera, deslumbrante a ratos, intimista cuando el drama lo requiere, rica y de gran densidad, y con momentos realmente inspirados. A este respecto destacan los tres Preludios de la obra, de una belleza arrebatadora, y espectacular remate. Los tres personajes principales tienen momentos de gran lucimiento, Especialmente Lina y Puck, siendo quizás Cecilia el personaje más ingrato en lo musical, pero igualmente difícil. Arias, y dúos son lo que caracteriza a la obra, todas perfectamente adecuadas a la situación escénica, cargados de lirismo en algunos casos, y de crudeza e intensidad dramática en otros. Toda la partitura nos sumerje en un particular universo trágico y enrarecido que resulta subyugante de principio a fin, por su desgarro y fuerza dramática, así como un maracadísimo acento poético y simbolista.

El libreto en total consonancia con la partitura, imprime a la obra el suficiente dramatismo y la intensidad que se nos supo dar desde el trabajo de Usandizaga. Los personajes muy bien perfilados, cargados de simbología, y con una enorme coherencia dramática, dan el suficiente lustre a un libro inusitadamente maduro, enjundioso, de enorme juego teatral y más que logrados conflictos escénicos . El asunto principal, un triángulo amoroso de trágicas consecuencias, con el circo como telón de fondo, desde que empieza la ópera ya nos queda claro, en el que la toxicidad de los roles protagonistas, los malentendidos, los sinsabores, y muy especialmente las pasiones más primigennias del ser humano se encuentran perfectamente plasmados de manera crudísima, y más que asequible. A esto hay que añadir un lenguaje muy poético que funciona de maravilla en los cantables, redondeando de manera perfecta la bellísima partitura, siendo el resultado una verdadera obra maestra en la que se puede hablar de una perfecta conjunción libreto-partitura, y una obra de enorme interés teatral, más allá del obvio interés musical, algo que no siempre ocurre en la ópera, ya que el material literario casi siempre suele estar a un nivel inferior que el de la partitura.


 
Vayamos con el elenco:

Acertados comprimarios, Javier Castañeda como Roberto y Jorge Rodríguez-Norton como Juanito, estuvieron a la altura de sus personajes. Castañeda correctísimo en un papel de poco lucimiento, pero que fue cantado con gusto y aplomo. Mientras que Rodríguez-Norton dio la nota más amable en una función dura, en un papel bien perfilado en lo musical, expresivo en los cantables, y muy conseguido en lo actoral, dentro de su remedo de Charlot, efectivo, corporalmente perfecto, y con gran presencia escénica. 


Ketevan Kemolidze, mezzosoprano, como Cecilia, fue quizás la nota un tanto discordante en el reparto, en un papel en el que se la ve incómoda en algunos pasajes, y con algunos problemas en la dicción que empañaron un tanto su trabajo. Si bien es cierto que la voz es interesante y de bella sonoridad, resultó calante en algunos momentos de la obra. Dónde sin duda más se luce es en los dos dúos con Puck, de enorme expresividad, voz perfectamente ensamblanda con Gerardo Bullón, y gran química, muy remarcable a este respecto el dúo final, de intensidad estratosférica, y en el que si al principio de la obra me dejó un poco frío, he de reconocer que nuestra cantante me ganó con su interpretación. Actoralmente se encuentra adecuadísima, dando vida a un personaje indómito, duro, y de complicado mundo interior, viéndose claramente todos los matices, así como un desplante escénico considerable, dando la imagen perfecta de mujer de rompe y rasga, que curiosamente se ve sometida por un hombre, de manera crudelísima. 


Raquel Lojendio, soprano, como Lina, fue una de las estrellas de la noche, y sin duda merecidamente. La voz grande, de agudo brillante y redondo, muy inspirada en las partes líricas, y gran expresividad, consiguió dotar al personaje de todos las aristas que se reflejan en la partitura, siendo especialmente interesante el recorrido musical y psicológico de esta Lina que empieza siendo una joven vitalista y conformista, para convertirse en un juguete roto de extraños sentimientos, mezclados con un enamoramiento casi enfermizo. Lojendio usó su instrumento de manera admirable para reflejar todo esto, con una expresividad y un sentido del texto realmente notable, sin dejar de lado una interpretación musical de altura, y al nivel de el exigente material que Usandizaga escribió para su personaje. Actoralmente superlativa, va subiendo en intensidad a medida que la obra avanza, siendo el cúlmen de lo que planteo el tercer acto de la obra, en el que su personaje se ve en toda su crudeza, con una sexualidad un tanto enfermiza, y una sensación de insatisfacción casi enajenada, en la que se confunde amor, sexo, celos, y algunas connotaciones de sumisión que aunque nos parezcan horribles, Lojendio consigue que entendamos y que nos apiademos de ella. Lina corre el riesgo de caer en lo cursi, nuestra soprano consigue un personaje de una complejidad rotunda y profundamente humano dentro de sus contradicciones, tal y como todos somos. 


Gerardo Bullón, barítono, como Puck. Puck es un personaje terrible, y su escritura musical así lo plantea, pasando por múltiples estados mentales, sin dejar de lado el lirismo, con unos pasajes de gran belleza, algo que Bullón controla a la perfección, sabiendo distinguir perfectamente como se debe cantar cada parte. Las partes con Cecilia son tremendas, de una fiereza apabullante, duro, expresivo y aprovechando al máximo su más que notable instrumento. Pero cuando se trata de Lina y aquellas páginas más sensibles, Bullón tira de estilo, dotando a su personaje de una fraseo y un gusto cantando que nos pone el bello de punta por el esplendor de lo cantado. Sin problemas en la parte aguda, y sorteando con aparente facilidad los desafíos de una partitura endiablada, Gerardo Bullón sirvió una función de enorme calidad, con un canto noble y sin artificios, de sana emisión, perfecta dicción y respetable volumen, bien medida, y exquisitamente interpretada. Actoralmente más que notable, implicadísimo, con una carga emocional tremenda, y rodeado de aristas, tal y como el personaje se nos plantea. Todo esto que planteo llega al paroxismo en el último acto de la función, catártico y terrible a partes iguales. 

Hay que hacer una mención especial a la troupe de saltimbanquis que sirve de comparsa en el espectáculo, con gran presencia durante todo el espectáculo llenando de empaque las escenas más fastuosas de la función.

 


Coro Titular al altísimo nivel acostumbrado en una función en la que la masa coral no tiene gran lucimiento, pero si un par de intervenciones importantes. Espectaculares resultaron en el Segundo Acto, en un momento de gran brillo dentro de la partitura, con aires de opereta, en el que sonaron brillantes, perfectamente empastados y con un volumen atronador. También es destacable su última aparición, terrorífica y fantasmal, con la que consiguieron estremecer al respetable, en un momento de una dureza escénica tremenda. 


La Orquesta de La Comunidad de Madrid con Juanjo Mena al frente estuvo a la altura, en una lectura en la que quizás eché un poco a faltar algo de brillo, en los momentos más vistosos, resultando apagada por momentos, especialmente en el primer Preludio de la ópera. Mena cuida mucho a los cantantes, algo que siempre es de agradecer, dando más importancia a las voces que al foso, y demostró su buen hacer y conocimiento de el material que tiene entre manos en los dos interludios principales y la Pantomima, esta última cargada de intencionalidad teatral. Disfrutable por tanto la lectura de orquesta, que redondeó de manera magnífica una noche realmente destacable en lo musical a todos los niveles.

 


 


Giancarlo del Monaco al frente del espectáculo se luce y mucho, haciendo una función de relumbrón, muy bien manejada en lo actoral y de epatante acabado, elegante y con un interesante juego meta-teatral que funciona muy bien desde el punto de vista dramático. Interesante también resulta la estética feísta y casi en blanco y negro de el espectáculo que tan bien refleja la gris existencia de estos personajes, que paradojicamente viven envueltos en el colorido mundo de el circo. Es destacable plantear la enorme intensidad de la función de principio a fin, con momentos de una crudeza terrible, hay una escena de violencia de género que literalmente nos hiela la sangre por lo explícito de la misma, y un tercer acto de atmósferas enrarecidas, perturbadora sensualidad, y enorme carga psicológica, plasmada de manera magistral por nuestro director en diferentes planos, con unos Puck y Cecilia en proscenio llevando al límite sus pasiones, y una Lina tras la puerta dando rienda suelta también a sus pasiones más oscuras, que nos define de manera acertadísima lo que hay detrás de este triángulo amoroso. Hay que plantear también lo bien explicados que se encuentran los vínculos y objetivos de los personajes, siendo la lectura de la obra compleja, profunda y tremendamente esclarecedora en cuanto al argumento, algo que enriquece de manera estratosférica el trabajo del tándem Martínez Sierra-Lejárraga, entendiendo sin lugar a dudas como todo un acierto la visión de la obra de Giancarlo del Monaco, que consigue sensibilizarnos con problemáticas muy actuales, en un texto que no se nos olvide fue escrito en 1914, todo un triunfo...

Destacables también las espléndidas luces de Vinicio Cheli en total consonancia con la propuesta de Del Monaco, atmosféricas y expresivas. Funcional y evocadora escenografía de William Orlandi, figurines de gran belleza y muy definitorios en cuanto a cada personaje de Jesús Ruiz, y destacable en grado sumo el trabajo en el movimiento escénico de Barbara Staffolani, que apoya a la perfección la acción dramática y reviste de gran prestancia la celebérrima Pantomima, uno de los momentos cumbre de la función. 

Estas Golondrinas son ópera a un gran nivel, un espectáculo total que se disfrutan de principio a fin, pero ante todo son TEATRO con mayúsculas, emocionante, fiero a ratos y de una belleza inconmensurable. IM-PRES-CIN-DI-BLE. 


 

lunes, 9 de octubre de 2023

El Caballero De Olmedo, Que De Noche Lo Mataron...

 


El viernes dio comienzo la temporada 23-24 de La Zarzuela, temporada un tanto extraña y que debemos entender como de transición, ya que Daniel Bianco se va y entra Isamay Benavente como flamante nueva directora artística, del mismo modo el director titular también se va tomando el relevo José Miguel Pérez-Sierra. Aires nuevos por tanto en Jovellanos 4, que no se verán realmente en su extensión a partir de la próxima temporada. Finalizamos pues la Era Bianco y empezamos la Era Benavente. Poco se puede decir de estos años, en los que ha habido sus aciertos y sus desaciertos, entendiendo como aciertos el indudable aumento de afluencia de público al teatro, y el esfuerzo realmente notable por acercar la zarzuela a nuestros jóvenes. Otras decisiones más discutibles han sido suficientemente ventiladas, y si es cierto que se puede entender que entre lo más notorio se encuentra las escabechinas en los libretos, cierta tendencia a repetir elencos, y alguna que otra propuesta discutible a nivel artístico, que no estuvieron exentas de polémica. Bianco ha tenido furibundos detractores y amantísimos defensores, un servidor se encuentra en la mediana en cuanto a su opinión, y entiendo el balance con más tendencia a lo positivo que a lo negativo, pero si es cierto que ya era el momento de un cambio de rumbo para seguir adelante con la defensa del nuestro género lírico. Toca buscar nuevos rumbos, mantener la afluencia de público, y lo más importante, seguir tocando teclas para ver si se consigue una nueva vía que sea capaz de conseguir el favor del público y sacar a la zarzuela del sarcófago en el que parece estar enterrada. Difícil tarea la de Isamay Benavente, cuyo buen hacer en el Villamarta de Jerez la avala, y en la que tengo puestas muchas esperanzas. 

Dicho esto vayamos con la obra que inauguró la temporada y que se trata de El Caballero de Olmedo, toda una sorpresa como iré narrando.



 

El Caballero de Olmedo, ópera con musica de Arturo Díez Boscovich, y libreto basado en la obra de Lope De Vega en adaptación de Lluis Pasqual, tuvo su estreno absoluto el pasado viernes seis de octubre, función de la que esta crítica habla. 

La música de Díez Boscovich, sin duda inspiradísima, tiene varias cosas destacables en su haber. La primera y más notable facilidad a la hora de ser escuchada. Creo que es la primera vez que asisto a un estreno absoluto, y a la salida tengo ganas de volver a escuchar la obra. Otra cosa a destacar es que nos encontramos ante una obra de indudable inspiración clásica en su acabado formal, donde la melodía es una de las marcas de la partitura, en líneas generales tonal, excepto cuando por necesidades escénicas se recurre a los recursos estilísticos necesarios para siempre favorecer el drama, siendo a este respecto especialmente interesante la escena de la aparición de el fantasma, donde lo atonal se encuentra perfectamente integrado para generar la necesaria sensación de desasosiego. Es muy interesante el excepcional talento de nuestro compositor en la obra a la hora de plantear una obra escrita para ser representada. El uso de la música de manera efectista y efectiva a nivel del drama es notable, así como el mimo puesto en definir los carácteres de los personajes principales, que todos cuentan con su leit motiv, así como la enorme coherencia de una obra que de principio a fin tiene una estructura perfectamente hilada, que continuamente nos está remitiendo a lo que define a sus personajes, acierto sin duda por esta parte. De una densidad orquestal considerable, atmosférica en grado sumo, y de espectacular acabado, nos encontramos ante una obra que entiendo que tiene muchas posibilidades de seguir representándose en varios teatros, ya que  la obra ha gustado al respetable, y mucho. Se debe poner en valor muy especialmente esto último que planteo, ya que no es habitual que las obras de nueva creación obtengan de una manera tan directa ovaciones tan rotundas, y sensación de satisfacción generalizada. Resulta muy interesante también el cuidado de las tesituras, que Díez Boscovich controla a la perfección, siendo una obra impecablemente escrita para las voces, que se encuentran muy bien definidas en la obra. A nivel musical destaca la espectacular Obertura, de grandiosidad indudable, así como todas las arias de salida de cada uno de los personajes. Muy interesante a nivel dramático el personaje de Don Rodrigo, y uno de los que más chicha tiene en lo musical. Del mismo modo los bellos dúos de amor redondearon de manera magnífica las partes principales, para rematar de manera espectacular la función con un Réquiem que nos puso los pelos de punta. La ópera se puede concebir como un apasionado intento, y logro, de restaurar una manera de entender la ópera que ya se había perdido y que es muy de agradecer, donde prima la belleza, la representación más clara a traves de la música de los vericuetos del alma humana, y una concepción de la ópera como gran espectáculo teatral muy marcada. Quiero añadir que se me antoja La Zarzuela como el recinto idóneo para estrenar este tipo de ópera, muy en consonancia con las óperas de intenciones populares, que no populacheras, que tan cercanas son a nuestro género lírico, El Gato Montés de Penella es un ejemplo paradigmático de lo que planteo, es decir, se auna en la partitura interés para el gran público, asequibilidad en lo musical, y una elevada calidad en la composición. 

La adaptación de Pasqual funciona, tanto en cuanto a esquematización de la obra original, por el camino se han quedado los cómicos, y se ha ido al argumento principal, que hay que decir que se encuentra bien explicado, convenientemente clarificado, de lenguaje asequible, y perfectamente ensamblado con la partitura. Aunque si es cierto que el conflicto se queda un tanto pobre, algo que por otra parte en las óperas es bastante habitual. El resultado es el de una obra amena en lo literario, y que funciona como adaptación operística de uno de nuestro clásicos más importantes. El que vea la ópera, verá la obra de Lope, no en toda su magnitud, pero si se hará una idea del texto original.



  


Vayamos con el elenco: 

Escrita para tres sopranos, dos barítonos, un tenor y un bajo en sus roles principales, en este caso muy bien elegidos y realmente equilibrados. 


Gerardo Bullón, barítono, y Ruben Amoretti, bajo, dieron vida a Don Fernando y Tello respectivamente, ambos con un gran nivel vocal, canto noble, de imponente volumen, y muy matizados. Ambos papeles de similar extensión y composición actoral parecida estuvieron a la altura de las exigencias de la partitura, muy acertados en todas las partes cantadas y bien templados en lo actoral. Quizás Amoretti brille un poco más al final de la función, por motivos dramáticos y musicales, ya que su papel tiene un momento de gran lucimiento justo al final de la ópera. 


Berna Perles, soprano, como Doña Leonor, lució timbre carnoso y adecuado volumen en todas sus intervenciones, pareciendo encontrarse especialmente cómoda en la tesitura del papel. Sirvió momentos de gran sensibilidad  junto a su hermana en la obra, Doña Inés, con un perfecto ensamblaje de las voces, no pasa desapercibida en un papel un tanto desagradecido en lo musical, y que dadas las características de nuestra cantante se puede considerar "un paseo", ya que el instrumento va sobrado de recurso, como ya ha demostrado en otras ocasiones. 


Nicola Beller Carbone, soprano, como Fabia. Conocidísima en La Zarzuela ya que ha llevado a cabo varios títulos de diferente índole y dificultad, se me antoja ideal para el personaje, difícil de tesitura y métrica, así como comprometido en lo actoral en grado sumo. Beller Carbone sale airosa del desafío con mucho oficio, un instrumento interesantísimo de lírica pura, que brilló mucho en sus escenas mas "sobrenaturales" ya que Fabia es una mezcla de alcahueta y nigromante la mar de interesante. Muy expresiva, contundente en sus intervenciones, cargada de prestancia en lo musical, y especialmente afortunada en el fraseo, redondeó de manera impecable uno de los bombones de la obra.

Germán Olvera, barítono, como Don Rodrigo. Una de las estrellas de la noche, con una poderosa composición, que si bien es cierto viene de serie en la partitura se vio muy bien reflejada en la actuación de nuestro barítono. Rotundo en lo vocal, con un instrumento bien timbrado y de enorme volumen, atronador en sus momentos más dramáticos, y dotando al personaje de toda la maldad que lo caracteriza sirviéndose para ello de una voz a veces dura, imponente, y de gran expresividad. Igual de rotundo en lo actoral, con buena presencia escénica, su interpretación del personaje acompañó a la perfección a su creación musical, siendo el acabado redondo e impactante. 


Rocío Pérez, soprano, como Doña Inés. De timbre cristalino, limpios agudos, perfecta dicción, y más ligera que sus compañeras de reparto, también se adecúa a la perfección al carácter melífluo del personaje. Si algo caracterizó a sus intervenciones fue la sensibilidad, y el lirismo con el que son planteados los dúos amorosos. Muy adecuada también en lo actoral, ofrece a la perfección el rol de dama joven abocada a la tragedia, y que está dispuesta a enfrentarse a su propio destino por un amor tan puro como el que siento por Don Alonso. 


Joel Prieto, tenor, como Don Alonso. Con bello y juvenil timbre, funciona mejor en los pasajes más líricos que en los heroicos, con la voz todavía un tanto inmadura, especialmente en el agudo, y que irá tomando peso a medida que vaya avanzando su carrera. Es cierto que esto que planteo no fue obstáculo para que la velada fuese disfrutable, y que su exquisito gusto cantando, así como la expresividad que posee consiguieron que salvara los trastos, siendo el resultado de nivel, aunque con matices. Correcto en lo actoral, muy galán, y sin atisbo de envaramiento "tenoril", consiguió una buena creación de este Don Alonso tan apasionado como de trágico final. 



Coro Titular a un excelente nivel, aunque muy desaprovechado en lo escénico como luego contaré. De gran impacto en el Réquiem final, y número en el que más se lucen, ya que durante el resto de la función no tienen gran número de intervenciones.


Guillermo García Calvo al frente de la Orquesta de la Comunidad de Madrid, supo imprimir a la obra de la suficiente teatralidad que precisa, así como un adecuado trabajo en las dinámicas. Me faltó un poco de trabajo de concertación, algo que por otra parte suele ser habitual en García Calvo, con algunos pequeños desajustes foso-escena, no importantes pero si significativos. Un tanto excesivo en los volúmenes, cuidó a los cantantes menos de lo deseado, algo que dado la tremenda orquestación de la opera me parece primordial. Menos mal que elenco vocal era de altura... si la cosa hubiera ido por otros derroteros no los hubiéramos escuchado. 





Vayamos con la propuesta escénica.

Lluis Pasqual firma la dirección, y me parece que en ella se nota cierta desgana, siendo el resultado un tanto insípido y que se da de tortas con la espectacularidad de la partitura. El Caballero de Olmedo dadas sus características musicales está pidiendo a gritos una propuesta grande en lo escénico, en la que se aprovechen al máximo los momentos de impacto que la obra ofrece... nada de eso se ve aquí. La labor de Pasqual parece remitirse más a dirigir el tráfico, con unas entradas y salidas de los personajes antiguas, desvaídas y de poca efectividad teatral, que de reforzar las virtudes de la partitura, llegando esto que planteo al paroxismo al final de la ópera, donde Pasqual, sin complicarse lo más mínimo, planta en escena a la masa coral en traje de concierto como si de el Orfeón Donostiarra se tratara. No pido una elaboradísima coreografía para un momento tan solemne, bendita partitura, pero si al menos un mínimo de chispa a la hora plantear un momento de una intensidad musical y dramática realmente insuperable. Parece ser que no, y aquello me recordó más a la gala del 150 aniversario de La Zarzuela que a una representación operística. Siento una vez más, cierto menosprecio por el material que Pasqual tiene entre manos, como ya ocurrió en Doña Francisquita, algo que resiente el acabado del espectáculo. Sobadísimo en su planteamiento, bajo de tono actoral, y que si no llega a ser por la partitura no tiene salvación. Tampoco la propuesta estética se libra de la quema, en la que tres pantallas, creación de Daniel Bianco, con el ya más que visto recurso de las proyecciones, resumen la escenografía, que deslucen el espectáculo todavía más. No me sorprendió nada de lo que vi, y me pareción envuelto en un falso aire de modernidad, que se sirve de un supuesto minimalismo para ocultar lo que me pareció más bien improvisación y poco presupuesto, que en caso de haberlo no luce. Propuesta escénica por tanto tramposa y fallida que no está a la altura del material que Arturo Díez Boscovich ofrece, ni a la del plantel de cantantes que tenemos. Mención especial a las coreografías de Nuria Castejón, bien ejecutadas y bien pensadas, que me imagino que se tuvo que ver en serias dificultades para poder encajarlas en la propuesta de Lluis Pasqual, y mención también para los figurines de la oscarizada Franca Squarciapino, de corte historicista y bello acabado. 


En resumen, un acierto por parte de Daniel Bianco el encargo de esta ópera que cuadra muy bien con nuestra tradición lírica, en un tema nunca antes tratadado a nivel operístico, altamente disfrutable, y en la que la desafortunada propuesta escénica no logra empañar el elevado nivel musical de la obra. 



jueves, 5 de octubre de 2023

The Book Of Mormon, El Gran Triunfo De El Musical En Nuestro País.


El que no arriesga, no gana, y sin duda hoy hablaré de riesgos. Una de las cosas que más se le achaca a la industria de los musicales en nuestro país es que pocas veces se sale del "sota, caballo y rey", se repiten títulos... de gran éxito, se traen musicales basados en películas... de gran éxito, se apuesta por Disney en franquicias... de gran éxito, y así se asegura un buen taquillaje y una lógica recuperación del dineral invertido en las mastodónticas producciones que el primer nivel en musicales suele ofrecer. Esto tiene sus cosas buenas y sus cosas malas, la buena y principal, que la industria va ganando músculo, la mala, que se nos quedan por el camino muchos títulos inviables, o que no tienen aquello que las grandes productoras de musicales buscan en un gran éxito. Sondheim está practicamente vetado en nuestro país, algunos de los grandes títulos del repertorio con gran predicamento fuera de nuestras fronteras no se han representado (craso error, ya que para valorar lo de ahora hay que conocer las fuentes), títulos de éxito arrollador pero menos populares no se ven en nuestro país por miedo a que no haya respuesta del publico, Wicked mismamente, y a veces parecemos estar en un bucle un tanto insípido en el que se nos presentan fastuosos espectáculos ya vistos, trillados, y en muchos casos oportunistas, que buscan el muy lícito arte de hacer de dinero, pero que se deja en el camino el no menos importante arte de hacer TEATRO. Cuando me enteré de que se iba a poner en pie The Book Of Mormon en Madrid mi sorpresa fue mayúscula, y amén de alegrarme mucho, me asaltaron varias dudas. La primera la viabilidad del proyecto, la segunda la dificultad de traducción y adaptación, y la tercera y más importante, el que consiguiera el favor del público, ya que los mormones nos son un tanto ajenos, y el grueso del público pude pensar que es un tema carente de interés en nuestro país. Las dos primeras dudas me las he tenido que envainar al tenor de lo visto la otra noche en el Calderón, y la tercera es una incógnita, aunque deseo por múltiples motivos como iré narrando el éxito de esta producción y de todo su equipo creativo. La función que he visto de The Book Of Mormon resulta muy significativa en cuanto al salto cualitativo del género en nuestro país. Ya estamos preparados, ya somos primer nivel, ya podemos decir que el musical lo vamos dominando con el nivel deseado, pero ojo... no nos confiemos que de aquí solo se puede ir para arriba, los espectadores ya tienen la suficiente cultura en musicales como para discernir cuando realmente estamos ante un producto de primer nivel, o no se llega a lo que la obra pide. Crucemos pues los dedos, y esperemos que este Book Of Mormon sea un espejo en el que se miren otros que tienen mucho que aprender y que están a años luz de él.


 The Book Of Mormon, musical con letra y música de Trey Parker, Robert Lopez y Matt Stone, se estrenó en Broadway en 2011, manteniéndose en cartel hasta la actualidad, siendo un aténtico bombazo de taquilla y artístico, y casi me atrevo a decir que un fenómeno social que todavía colea. Arrasó en los Tony del año de su estreno, llevándose nueve nada menos, y con récord de espectadores allí dónde se ha represantado. 

Vayamos por partes, la obra tiene detrás a los creadores de South Park, así que no nos llamemos a engaño cuando veamos las fotos del musical, en las que una caterva de jovencitos atildados y bellos como efebos de virginal apariencia que parecen invitarnos a entender las supuestas excelencias de la fe mormona, con dulce candidez, sonrisa beatífica, y cierto aire de comedia Disney nos ofrecen las excelencias de la fe mormona. El que vaya con esta idea en la cabeza que se olvide, The Book Of Mormon es una de las obras más irreverentes, audaces, y deliciosamente molesta que uno recuerda. Bueno, quizás debería remontarme a Avenue Q para recordar un título de similares características, con la misma subversiva mordacidad, y delicioso acabado, que realmente funciona como un auténtico bofetón en los morros del habitualmente almibarado mundo del musical, y lo que es más genial, en nuestra hipócrita sociedad. El argumento de la obra es sencillo, su desarrollo en absoluto, así que por aquello de no hacer spoilers, en dos líneas contaré de que va esto de el Mormón, como lo llamaré a partir de ahora. Dos jovenes predicadores mormones, recién formados, son enviados a Uganda a predicar la fe, y conseguir bautizar al mayor número de ugandeses posible. Una vez llegan al país africano llega el despiporre, y el choque cultural, religioso, y social es tan brutal, que todos los que se ven implicados en el argumento sienten un cambio en su vida de manera radical. La función no deja títere con cabeza, con un humor salvaje, atroz a ratos, profundamente hilarante, y eso si... muy bruto. Se tocan temas de una gran dureza, siempre desde un punto de vista descarnado, directo, y sobre todo muy real. El Mormón es un viaje iniciático no solo para sus protagonista, tambien para el público, que entre azorado y divertido asiste atónito ante una serie de comportamientos profundamente humanos, profundamente sonrojantes, y profundamente divertidos. Así que advertidos estáis, esta sátira inteligente y salvaje no es una bucólica representación de África, no, es un despiadado fresco en el que se critica lo ridículo de los dogmatismos, la diferencia tan brutal que significa algo tan circunstacial como el lugar en el que se nace, y sobre todo un profundo tratado sobre la complicada y contradictoria condición humana. Aquí no existe lo politicamente correcto, todo se nos dice a cara de perro sin tapujos, de forma brillante y lo que es mejor, terriblemente divertida. Tan solo precisa dos cosas para disfrutarla, mente abierta y saber contextualizar... el resto viene solo.



 

La música se encuentra a la altura del brillante libreto, de enorme dificultad para todo el elenco, los numeros de solista, especialmente en el caso de Elder Price y Elder Cunningham, pasan por una calidad musical incuestionable, de enorme lucimiento para todos, y que nadie se engañe, este es un musical de esos en los "que hay que cantar", aquí no valen las medias tintas. Bueno, cantar, bailar, ser un excelente actor, y además meterse al público en el bolsillo. La partitura pasa por los ritmos más contemporáneos en sus temas principales, la sátira hacia otros musicales de gran éxito, el tap, ritmos africanos, y un espectacular número de inicio que ya es historia del teatro musical, y que para juzgarlo en su justa medida hay que verlo en directo... absolutamente impresionante. No hay palabras para definir la enorme calidad de la función a todos los niveles, la dificultad que entraña, y todo el talento que hay detrás de los creativos. 

Hay que hacer una mención a la excelente adapatación y traducción que se ha hecho en nuestro país, responsabilidad de Alejandro y David Serrano, impecable, efectiva, con mucha chispa, y perfectamente cuadrada en los cantables, y reitero la enorme dificultad a este respecto que la obra plantea. 

The Book Of Mormon, como material de base resulta sorprendente, audaz, y sobre todo fresco, algo que debe ponerse en valor, dada la habitual tendencia al blanco del género, y a lo políticamente correcto como bandera. Dicho esto vayamos con el elenco, y adelanto que es insuperable.



Todos los miembros del elenco tienen en mayor o menor medida algún pequeño papel que se ve perfectamente ejecutado, en algunos casos de manera muy sorpresiva, que no desvelaré por motivos obvios. Quiero empezar hablando de el grupo de los elderes, absolutamente inconmensurable, cada uno con su carácter, sus peculiaridades, y sus chistes recurrentes que funcionan a la perfección. Muy destacable y no solo por extensión Nil Carbonell como Elder Mckinley, divertidísimo, con un elevado nivel de tap, algo extensible a todo el grupo, y muy pero que muy acertado en lo actoral, en un personaje complejo, y que nos muestra con todas sus contradicciones y en todo su maravilloso esplendor. Corporalmente perfecto, cargado de intención y además muy pero que muy reconocible en algunas actitudes. Mckinley es una mezcla de mezquindad, ternura, hipocresía... y mucho vicio. Carbonell sabe sin lugar a dudad dotar al papel de todas las aristas tan bien perfiladas en el libreto. 

Entre los ugandeses el nivel es igual de alto, y destaca la ternura que transmiten, su inocencia dentro de lo gris de sus existencias, y la verdad que rezuman como conjunto y como individuos, ya que igualmente todos muestran una personalidad marcada, y en algunos casos extremadamente divertida, a este respecto Álvaro Siankope y su peculiar problema con cierto parásito resulta realmente impagable. Otro artista a destacar es Kevin Tuku como Mafala, artífice de uno de los numerazos de la función, profundamente divertido... y blasfemo también, para que negarlo. "Has Diga Eebowai", ya os enteraréis de lo que significa, más allá de su provocador planteamiento, posee un transfondo más duro y real de lo que pueda parecer, siendo uno de los números en los que se denuncia una realidad tremenda y a nada que se rasque un poco perfectamente comprensible. Tuku dota a Mafala de una gran humanidad y bonhomía, teniendo momentos muy estimables, especialmente con Nabulungi, y su tierno vínculo. 

Aisha Fay como Nabulungi, en perfecta consonancia con el personaje, dulce, tierna e inocente, como mandan los cánones, resulta especialmente sólida en los cantables, en los que lució una bonita voz, buena dicción, y perfecta en la intención. Es cierto que el personaje es un tanto desagradecido entre tanto explosivo humor y caracteres tan dispares, pero si es cierto que funciona muy bien como contrapunto ante tanta locura. 

Alejandro Mesa como Elder Cunningham, absolutamente soberbio, no hay discusión. El personaje es de una complejidad tremenda, y hay que reconocer que Mesa lo borda. Impecable en los chistes, maravilloso en lo corporal, explosivo a ratos, y con mucha verdad. Nos creemos a Cunningham de principio a fin, y detrás de tanto carisma, cachondeo, y cierta caradura, realmente se nos plantea el drama de un personaje inadaptado y con muchísimas carencias. Todo eso se puede vislumbrar en la creación de Alejandro Mesa con aparente facilidad, total mesura, y un equilibrio maravilloso, en cuanto a la interpretación interior y la exterior. Nuestro actor posee un control natural de la comedia absoluto, sus tiempos, como encajar los chistes, el manejo del texto... en definitiva todo aquello que define al difícil arte de hacer humor, y que tan bien se entiende en esta producción. Hay que destacar la absoluta química y complicidad con Jan Buxaderas, han trabajado mucho juntos, algo importantísimo para el buen desarrollo de la función, y sin duda se nota.

Jan Buxaderas como Elder Price, inconmesurable. Buxaderas al que ya destacamos en Grease, y disfrutamos en Mamma Mía! se consagra en The Book Of Mormon como una de las estrellas del género en nuestro país. Perfecto en todas las disciplinas, segurisimo, y con una presencia escénica atractiva y luminosa, se me antoja ideal para un personaje de extremada dificultad en lo musical, comprometidísimo en lo actoral, y que precisa de un elevado nivel en danza. Buxaderas las da todas, con un punto narcisista que le va de perlas a Elder Price, una energía absolutamente arrolladora, entregadísimo, y con más que interesante recorrido actoral a medida que el personaje se va desarrollando en el texto. Es muy destacable el aire de dibujo animado con el que dota al papel que resulta además de adecuado muy definitorio, y absolutamente irresistible. La voz es bonita, y sortea los saltos de la partitura, eternos agudos y demás desafíos musicales con los que se encuentra sin esfuerzo y de manera brillante e impactante. Acierto total de casting Buxaderas que lleva practicamente todo el peso de la función de manera honesta, esforzadísima, inteligente y creo que muy consciente de las dificultades con las que se enfrenta. Buxaderas tiene un más que prometedor futuro en nuestro panorama teatral, y precisamente esta función es el espaldarazo definitivo para posicionarse en el lugar que merece estar. 


Joan Miquel Pérez al frente de la orquesta, ofrece un trabajo pulcro, extremadamente conciso y teatral, y muy cuidado en el tratamiento musical de los cantables. Todo se encuentra ajustadísimo entre foso y escena, en una función realmente difícil para todos, y que a nivel musical funciona como un reloj.

 


Vayamos con la propuesta escénica, firmada por David Serrano. Hay que explicar que es de nueva creación y no nos encontramos ante una réplica de la producción original, y la verdad es que la versión que se ha hecho en Madrid es un acierto a todas luces. Serrano entiende la comedia muy bien, su tono y el pulso que debe tener el musical para que funcione siendo el resultado realmente notable. Es muy destacable la dirección de actores donde se perfila perfectamente la personalidad de cada personaje, y muy especialmente los vínculos existentes, algo primordial en una función de estas características, en la que se nos habla mucho de las relaciones personales. Serrano ofrece un espectáculo vitalista, cargado de arrolladora energía y un "buenrollismo" que nos hace salir con la sensación de que el mundo es un lugar mejor. Todo funciona, todo resulta sorpresivo, y la progresión cómica de la función, admirablemente medida pasma al más pintado. Lo que empieza como una comedia blanquita cada vez se va tornando más y más irreverente hasta su explosiva conclusión que nos deja un delicioso sabor de boca, moraleja incluida. Nuestro director aprovecha al máximo las posibilidades de un elenco en auténtico estado de gracia, sirviéndose de sus características como artista de la mejor manera posible para sacar oro puro de cada uno de los componentes del espectáculo. A todo esto hay que añadir la efectividad de todos los gags cómicos, que pasan desde lo físico hasta lo visual, con un chistes impecablemente servidos y que convierten la función en una comedia de altura, frenética y absolutamente descacharrante. Hay que destacar la propuesta visual, un absoluto acierto, con la que posiblemente sea la mejor escenografía de Ricardo Sánchez Cuerda de los últimos tiempos, funcional, sorpresiva, y siempre al servicio del espectáculo, grandiosidad incluida. Otro de los grandes activos de la función son las insuperables, y dificílisimas, coreografías de Iker Karrera, que ya dio en la diana en Mamma Mia! y que aquí yo creo que se supera. Perfectamente integradas en la obra, igual de divertidas, paródicas e inteligentes que el musical en si, y en perfecta consonancia con el tono de la función. También son destacables los figurines de Ana Llena, coloridos y divertidísimos en algunos casos, homenaje a los Monty Python incluido. A nivel técnico, sin duda otro desafío, la obra se encuentra perfectamente ejecutada, con unas magníficas transiciones, dinámicas, bien planteadas y sin ningún atisbo de pesadez en las mutaciones, siendo el resultado el de un espectáculo ágil y que se nos pasa rapidísimo. Todo se encuentra perfectamente medido, perfectamente encajado, y lo más importante, sin que apenas nos demos cuenta de ello. Nos encontramos ante una propuesta de relumbrón a todos los niveles, que maravilla por momentos, divierte desde el minuto uno, sorprende en cada cuadro, y sobre todo nos deja apabullados por el altísimo nivel artístico de todo lo que vemos, nada chirría en un espectáculo absolutamente redondo, una auténtica belleza por los cuatro costados, mágico, un chute de energía y apoteósico por momentos. The Book Of Mormon es un musical en Technicolor, cargado de mala baba, inteligente humor, acidísimo, y sobre todo calidad, una enorme calidad. 

Hace unos años cuando se estrenó Billy Elliot afirmé que era un gran salto para el género en nuestro país, en esta producción se recoge lo allí sembrado, se trata de la constatación definitiva de que ya estamos en el punto que el género necesita y merece, siendo entendible el espectáculo como un gran triunfo artístico, y al menos hasta el momento la producción definitiva en cuanto a teatro musical en Madrid. The Book of Mormon es lo mejor que se ha hecho en años, una propuesta de altísimo nivel, llevada desde el mayor de los rigores, y un concepto del género desde el máximo respeto, cariño y sobre todo talento... muchísimo talento. Entiendo que es el título de la temporada, un imprescindible, y estoy absolutamente convencido de que se recordará esta función por mucho tiempo, y algunos diremos  dentro de muchos años que la vimos. Viendo la función sentí que este Mormón es el principio de algo, esperemos que duradero y que no se quede en un mero espejismo. De aquí para arriba y sin parar.

Larga vida al musical, y muy especialmente larga vida a The Book Of Mormon, sin duda es un antes y un después...





miércoles, 4 de octubre de 2023

Chicago, La Elegancia De Los Clásicos.


Antes de hablar del excelente Chicago que se está representando en el Nuevo Apolo, quisiera hacer una pequeña reflexión sobre los musicales en nuestro país, y el aluvión de estrenos que se nos avecina. Se ha iniciado por fin la temporada teatral 23-24 teniendo una vez más este año gran importancia el género musical. Hay estrenos de todo tipo y para todo tipo de público, clásicos, familiares, icónicos, gamberros, de pequeño y gran formato, y todos tienen un denominador común, el asentamiento de los musicales en la cartelera madrileña, y la confirmación del agrado del público por este tipo de espectáculos. Nunca me cansaré de repetir lo mismo, cantidad no es igual a calidad, y se debe pensar bien lo que realmente nos apetece ver, informarse antes y sobre todo saber si la producción se encuentra dentro de los estándares mínimos que un espectáculo de estas características debe tener. Las entradas tienen su precio, y deben ser los productores los que le ofrezcan al respetable lo que está pagando, el resto no vale. Es muy dañino para el género, para el teatro y para el negocio que general. Por tanto queridos lectores míos ser selectivos, y sobre todo no juzguéis a todos por igual tras una mala experiencia, al final esto es una carrera de fondo y las cosas caen por su propio peso, el que da gato por liebre, da la primera vez, la segunda posiblemente no. Trucos para no caer en fiascos... muy sencillo, investigar quien está detrás de la producción, guiarse por lo que dicen otros espectadores, y revisar el mayor número posible de material gráfico de la obra y sus elencos. Con estos pequeños tips, no fallaréis estoy seguro. Y ahora si... hablaré de Chicago.

 


Chicago, musical con partitura de John Kander, letras de Fred Ebb, y libreto de Bob Fosse y Fred Ebb, tuvo su estreno en Broadway en junio de 1975, y la verdad que en su estreno no tuvo el éxito esperado a pesar de contar con unos mimbres estupendos para que así fuera, amén de su magnífico equipo creativo, el protagonismo de Chita Rivera y Gwen Verdon, posteriormente sustituida por Liza Minelli tras una lesión de Verdon, no consiguieron que la obra pasara de un éxito más bien discreto y dos años en cartel, algo que en Broadway se puede considerar un éxito más bien mediano. La obra yo creo que no se entendió en su momento, y su estilo demasiado moderno en su concepción dramática, para los parámetros de la época, chocó con un público acostumbrado a platos quizás menos exquisitos, pero si de más fácil digestión. Además el mismo año que se estrenó Chicago un torbellino llamado A Chorus Line arrasó en Broadway, y sin ninguna duda le hizo sombra, algo que no se subsanó hasta 1997, cuando el exitoso revival, hoy considerado canónico, si consiguió el favor de crítica y público, convirtiéndose en un éxito arrollador que todavía perdura, siguiendo en cartel en Broadway desde se reposición hace casi treinta años. El público sin duda era otro, y la sociedad también, y Chicago dio de lleno en la diana con su crítica mordaz, su negrísimo humor, y sobre todo su lúcida mirada sobre nuestra sociedad.



 

La obra de indudable calidad, tanto musical como literaria, tiene sin duda varias cosas que lo hacen atemporal, universal, y decididamente una obra maestra del género. La partitura de Kander, de estilo ecléctico supo plasmar a la perfección el estilo musical de los Años 20 del siglo pasado en los que se desarrolla la trama, el jazz se encuentra muy presente, así como la música más relacionada con el vodevil, género estrella por aquellos tiempos. También se puede encontrar en la partitura un delicioso tango, no se nos olvide que causaba furor en aquella década, el sempiterno charlestón, así como un delicioso homenaje a la opereta, también en pleno esplendor por aquellos días. Lo más representativo de esta partitura es lo definitoria que resulta en cuanto a la psicología de cada personaje, que siempre sirve como catalizador de la acción dramática, y que se encuentra integrada dentro de la historia de manera magistral, completamente naturalizada y fluída, sin que nos sobre ni falte ni una sola coma en la partitura. Todos los solistas de la función tienen su momento de lucimiento, su gran escena, y sobre todo aquello que en la ópera llamamos aria, y que tan revelador resulta sobre los anhelos e inquietudes de los personajes. No se me malinterprete, no estoy diciendo que Chicago sea una ópera, pero si que la efectividad de su música, y el planteamiento de la partitura si se le acerca, muy especialmente a las óperas populares de Kurt Weill que casualmente, tuvieron su esplendor en los Años 20 del siglo pasado. 

Esto que planteo, en absoluto gratuito, entronca directamente con su libreto, de estilo Brechtiano, es sabido Brecht fue un excelso colaborado de Weill en algunas de sus composiciones más destacadas. La propuesta Brechtiana posiblemente fuera una de las cosas que más chocase en su estreno, su tono aparentemente frío, aséptico, con personajes de ambigua moral, increpador hacia el público, y dejando que sea el respetable el que juzgue lo que está visualizando, son algunas de las insignias del musical, y uno de los grandes aciertos, ya que la inteligencia con la que el conflicto está planteado sin ninguna duda es notable. La historia, lo suficientemente conocida como para ser narrada, se basa en una obra de teatro que se estrenó con notable éxito en la época que sucedieron los hechos que se nos cuentan, y si, digo sucedieron, ya que las dos adorables asesinas que se nos muestran en la obra fueron dos personajes reales, que tuvieron una historia muy parecida a la de Roxie Hart y Velma Kelly. Lo que se nos cuenta es el auge, caída y resurgir de dos mujeres capaces de matar a sangre fría es cierto, pero esa es la excusa para mostrarnos todos los vicios de la sociedad contemporánea, adocenamiento, manipulación de la opinión pública, oportunismo y amarillismo de la prensa, falta de escrúpulos en la abogacía, y corrupción carcelaria, y que tan bien se plasmó en el que para mí es el número más importante de la obra, "Class", que además de bellísimo sirve de catártico para el público, tanto en cuanto el mensaje se nos deja cristalino y descarnado a partes iguales. Lo cutre gana, lo zafio campa a sus anchas, lo vulgar se alaba, y la ausencia de valores se considera una virtud... volvemos a Brecht y Weill ¿verdad?. Chicago es una farsa inteligente, ácida, y sin ninguna duda inspiradísima a todos los niveles, y que intuyo yo que seguirá vigente durante muchos años, aquí, en Broadway y en Pekín, porque lo que se ve en la obra es pura esencia del ser humano en su peor vertiente, eso si, rabiosamente divertida y con un indudable interés teatral. 



Vayamos con el elenco, acertadísimo, y muy bien ensamblado de principio a fin. 

Chicago precisa de unos artistas con un elevado nivel en todas las disciplinas, y muy especialmente un conjunto multidisciplinar, en el que la danza es crucial para el buen desarrollo del espectáculo. El conjunto de esta producción es uno de los mejores que se han visto en años en Madrid. Funcionan perfectamente como un solo personaje, respirando, moviéndose y disfrutando todos a la vez, resultan vibrantes, elegantes y muy precisos en las coreografías, algo importantísimo cuando del "estilo Fosse" estamos hablando. Simplemente perfectos no hay más que añadir. Bueno si, que todos se adecúan a cada uno de los pequeños roles a la perfección, siendo las pequeñas partes un buen apoyo de los personajes principales.

Los secunadarios igual de bien elegidos, pasan por la calidad de los intérpretes, el conocimiento del género, y la precisión en la composición de los personajes, amén de un altísimo nivel en la disciplina de canto. 

A. Bolea como Mary Sunshine, impecable en el código lírico que el papel requiere, de poderoso agudo y muy buen fiato, responde sin problemas en su comprometido número principal, muy al estilo de Julie Andrews, siempre des un punto de vista paródico, por supuesto. Bolea pasa por la interpretación poderosa, medida en lo musical, contenida en lo físico y actoral, y su papel resulta uno de los bombones de la obra... aunque en esta obra todos son bombones, ja ja ja. 

Alejandro Vera como Amos Hart, adecuadísimo en un personaje de dificultad indudable, y que a mi personalmente me resulta profundamente entrañable. Amos Hart puede parecer como papel desagradecido pero tiene una serie de características que lo hacen especialmente difícil, y que Vera literalmente borda. Con cierto aire a Buster Keaton, su aparente inexpresividad cuadra perfectamente con este "Míster Celofán" de el que todo el mundo pasa olimpicamente. Espectacular en su número principal, con un acabado impecable, bella voz, y un recorrido interior muy interesante. 

Inma Cuevas como Mama Morton. Cuevas de gran popularidad por sus trabajos televisivos, reconozco que para mi ha sido un gran descubrimiento en su faceta como cantante. Poderosísimo instrumento, voz enorme, de atractivo y peculiar timbre, consigue uno de los momentos más importantes del espectáculo en su primera salida, dotando al número de un empaque considerable, por bien cantado, bravura y elegancia musical. También brilla mucho en "Class" mi tema favorito de la obra, en el que la sensibilidad y el buen gusto cantanto fueron la tónica. Actoralmente da exactamente lo que el papel pide, rotundidad, imponente presencia escénica, frases lapidarias, y mucha socarronería. 

Ivan Labanda, como Billy Flynn. Labanda avezadísimo actor de musicales, sabe controlar muy bien los tiempos escénicos y cargar las tintas cuando se debe hacer. Domina a la perfección el personaje y su particular estilo como intérprete se adecúa muy bien al papel, cínico, y siempre con una sonrisa tensa que nos deja entrever lo que hay detras de ese atractivo fantoche que lleva a cabo. Resuelve muy bien las partes cantadas, incluso las más comprometidas, sus agudos largos y bien timbrados fueron la marca de la noche, siendo el acabado de su trabajo elegante y efectivo a partes iguales. 

Ela Ruiz, como Velma Kelly. Velma muerde, se nos puede ir de las manos en cualquier momento y resultar excesiva en su interpretación. En este caso Ruiz controla bien el personaje en lo actoral funcionando como elemento más explosivo al lado de la más contenida Roxie. Espléndida en lo vocal, la voz bella y poderosa, resulta adecuadísima en el icónico "All that jazz", y de gran sensibilidad en "Class". Impecable en sus dúos con Roxie, consigue ensamblar muy bien el instrumento con el de su compañera en escena. Hay un pequeño pero, la parte corporal no acaba de estar rematada del todo, y en algunos momentos se encuentra ligeramente desfondada, especialmente en "I can´t do it alone", me faltó más precisión en cuanto al gesto y al control del cuerpo. Todo esto que planteo es hilar muy fino, y dado el altísimo nivel del espectáculo y la dificultad de los personajes, hay que entender que Ela Ruiz cumple con el papel, pero todavía hay algunas cosas que debe pulir, fluidez en los movimientos especialmente. 

Silvia Álvarez, como Roxie Hart. Sin lugar a dudas la estrella de la noche. Álvarez que ya sirvió una espléndida Anita en West Side Story, entiendo que se encuentra en un momento de madurez artística indudable. Nuestra actriz se me antoja la Roxie perfecta, actoral, musical y fisicamente. El perfil Fosse es perfecto, el acabado de los números y el aire del papel también. Contenida, matizada, pulcra y con un planteamiento del personaje muy inteligente, es en mi humilde opinión la mejor Roxie que hemos tenido en este país, y ya he visto cuatro... Es destacable su enorme elegancia a la hora de afrontar los números y el acabado del personaje, la plasticidad en los movimientos, la aparente facilidad con la que afronta cada uno de los desafíos de la obra, que no son pocos, así como un profundo conocimiento de la obra y del rol que lleva a cabo. Todo resulta impecable desde el inicio de la función, en una interpretación coherente, bien medida, y de perfecto desarrollo. Todas las aristas de Roxie se ven perfectamente perfiladas, siendo el resultado una interpretacion deliciosa, compleja y absolutamente redonda. De atractiva presencia, con mucha luz en el escenario, magnífico desplante y tecnicamente perfecta, me atrevo a afirmar que nos encontramos ante una actriz en su plenitud artística, y ante una de las más importantes intérpretes del género de nuestro país. Silvia Álvarez ya es una grande y su trabajo es de premio... creo que no hay discusión. 

Hay que hacer una mención especial a la insuperable banda que acompaña al espectáculo con Andreu Gallén al frente, que es arte y parte en el espectáculo, siendo la lectura de gran dinamismo, espectacular en su acabado y que funciona a las mil maravillas en cuanto a integración en el espectáculo y por supuesto las acciones dramáticas que en él se plantean. Resulta enormemente placentero escuchar la gloriosa música del musical tan bien ejecutada... y un apunte muy definitorio, el público se queda sentado en sus butacas escuchando la "exit music" ya que no quiere perderse ni una nota de lo que están tocando. Pocas veces un servidor ha presenciado algo así...



Vayamos con la propuesta escénica:

La función es réplica del icónico montaje de 1997, y poco se puede decir de él que no se hay dicho ya, la elegancia de un escenario sin apenas escenografía, con la banda en el centro, el mítico marco dorado... y magia, mucha magia.Todo se sustenta en una luces maravillosas de Ken Bellington que envuelven de una especial atmófera a todo lo que transcurre en escena, lográndose unos cuadros de sugestiva belleza e indudable fuerza visual, y por supuesto el inspirado y minimalista vestuario de William Ivey Long, ya asociado a perpetuidad al musical, y al estilo Fosse, tan marcado y que tan bien se plasmó en esta producción. Las coreografías, ejecutadas a la perfección, de la desaparecida Ann Reinking son una maravilla de expresividad y funcionalidad teatral, así como todos los efectos que estaban en el montaje original, y que en esta producción se ven reproducidos de manera exacta, fluída y tecnicamente perfectos. Hay que destacar la labor de dirección actoral, entiendo que recaída en Víctor Conde como director residente, al menos en el tratamiento del texto en castellano, que se encuentra en su punto perfecto tanto a nivel dramático como de ritmo, siendo el resultado el de un espectáculo de altísimo voltaje teatral, inspirado acabado, y de indudable calidad. 

Entiendo y después de ver ya tres producciones de la obra en nuestro país, y cuatro elencos diferentes, que esta es la mejor a nivel artístico de todas las que se han hecho, y eso sin duda es un claro síntoma de la buena salud del género y especialmente de la cantera de artistas con formación multidisciplinar que tenemos en nuestro país. IM-PRES-CIN-DI-BLE




*La mayoría de las fotos de este artículo no se corresponden al elenco de Madrid, intentaré actualizarlas a medida que vaya publicándose material gráfico del espectáculo. 





miércoles, 24 de mayo de 2023

Los Sombrereros Olvidados, Arropando A Mihura.

Hay en nuestro teatro una tradición que ya casi se ha perdido, y es la de la comedia inteligente, siempre con la palabra como centro del gag, y en la que el nivel literario de la misma era altísimo. Ahora quizás sea la comedia física la que triunfa, y puede tener mucho que ver con la inmediatez a la que estamos acostumbrados y al cambio del lenguaje teatral, y en general del mundo de las artes. Todo nos entra por los ojos, y cierto "esfuerzo" en el espectador se ha perdido a la hora de afrontar un espectáculo. No estoy denostando la comedia física, ojo, me parece un cámino perfectamente válido, pero a mi me gusta ese humor que te hace reaccionar al gag unos segundos más tarde y que te deja admirado ante el ingenio del autor a la hora de escribir frases brillantes y con más calado del que en un principio pueda parecer. A este respecto tenemos varios ejemplos paradigmáticos de autores que son sin duda clásicos del género, maestros de la palabra y que supieron combinar diferentes géneros dentro de la propia comedia, sin que el espectador se diera cuenta que eso de que "el humor es algo muy serio" era una máxima que seguían al dedillo. Mihura, Jardiel, Neville y tantos otros supieron cultivar al respetable haciendo que se lo pasaran muy bien, sin estar una cosa reñida con la otra, porque la inteligencia y el buen humor si van unidos de la mano son una de las mejores expresiones teatrales que existen. Centrémonos en Mihura ya que "Los sombrereros olvidados" nos habla de él. Miguel Mihura fue todo un pionero en aquello del humor absurdo, y que inventó una comedia muy particular, cargada de nostalgia, de trasfondo triste, surrealista y con un punto de ternura tremendamente conseguido, siendo el exponenente más claro de esto que planteo su icónica "Tres sombreros de copa". Obra maestra absoluta del género, adelantadísima para su época, y posiblemente la comedia más afamada de todo el repertorio patrio. De eso va "Los sombrereros olvidados" inteligente tributo a Mihura que he tenido la suerte de ver en el Lara hace unos días y que me dejó con un muy buen sabor de boca. 




"Los sombrereros olvidados" de Fernando de Las Heras se puede entender como una continuación de "Tres sombreros de copa", en la que se nos cuenta lo que ha sido de Dionisio, protagonista de la obra de Mihura tras aquella noche tan particular que vivió en un hotelito del norte de España, la noche antes de casarse con su novia de toda la vida. De Las Heras ha escrito una pieza de cámara, para dos personajes, que tiene un efecto asombroso, el espíritu de Mihura parece haberse encarnado en él, consiguiendo una ilusión perfecta, como si el propio Mihura hubiera escrito la obra en la actualidad. El manejo del universo de Mihura por parte de Fernando de Las Heras, es encomiable, así como la admiración por el autor madrileño y el amor hacia "Tres sombreros de copa" que se destilan del texto muy notorios.  En el texto hay varios detalles que me resultan muy interesantes y que deben ser remarcados, el primero de todos es lo creíble que nos resulta la evolución de los personajes, que aquí se nos plantean veinte años después de que se escribiera de Tres sombreros, y que fue exactamente el momento en el que se estrenó la obra. Dionisio mantiene intacta su incencia a pesar de todo lo vívido, todas las características troncales del personaje se encuentran lo suficientemente bien plasmadas como para que nos parezca la continuación natural del personaje, que vive del recuerdo de una noche gloriosa en la que se nos antoja una vida gris y anodina que no lo ha hecho avanzar mucho en estos veinte años. El otro personaje que se nos plantea es Don Rosario, el entrañable dueños del hotelito de Santander, revivido esta vez en su sobrino, y que es el dueño de otro hotelito, esta vez en Madrid. Don Rosario "sobrino" es la réplica exacta de su tío, es decir De Las Heras resucita a un personaje que por motivos obvios ya no podría estar en la obra, para con un recurso mágico hacer que nos parezca natural su presencia de nuevo en la vida de Dionisio. La Posguerra gris y triste se encuentra muy patente en la función, y la sensación de que la Guerra arrasó con todas las ilusiones que nuestro país tenía antes de producirse el conflicto, siendo el resultado el de una obra cargada de nostalgia en la que se nos retrata una época de nuestra historia con mucha ternura y un poso amargo y triste, aunque eso si, rabiosamente divertida. Algo que sin duda a Mihura le hubiese encantado. En Los sombrereros se nos habla del tiempo perdido, de la dulzificación de los recuerdos, de la decepción que nos supone el entender que nada va a volver a ser lo mismo que fue, y sobre todo de la soledad, ya que los dos personajes de la función están muy solos, Dionisio ya viudo, y Don Rosario volcado en su huéspedes con la misma solícita y amorosa dedicación de antaño. Ambos personajes se nos presentan faltos de cariño, incomprendido, y si bien a Dionisio el paso del tiempo le ha amargado un tanto el carácter, Don Rosario se mantiene igual de vitalista y deliciosamente tierno que su difunto tío. "Los sombreros olvidados" no solo es una digna continuación de "Tres sombreros de copa"es una obra con personalidad propia, una deliciosa comedia "seria" desopilante a ratos, mágica por momentos y sobre todo un enorme canto de amor a Mihura y a nuestra comedia más representativa, envuelta en gran lirismo en algunas escenas, evovadora, enternecedora y tremendamente entretenida. Resulta notable el dominio por parte de De Las Heras de la carpintería teatral, siendo el acabado final de la función sólido, coherente con respecto al material original, y sorprendente como continuación del legado de Mihura. Don Rosario arropa amorosamente a Dionisio y Fernando de Las Heras arropa más amorosamente a Mihura en su texto, mimándolo, reivindicándolo, y admirándolo hasta las últimas consecuencias. 

    



El espectáculo consta de dos actores que se mueven como pez en el agua por los vericuetos del texto, y que se adecúan muy bien a las características de sus personajes. No se puede plantear las interpretaciones de otra manera que conjunta, ya que Roger Álvarez como Don Rosario y Javier Arriero ejecutan un trabajo de compenetración y química entre ellos realmente superlativo.  Se nota mucho lo bien pensadas que están ambas interpretaciones, y que se complementan la una a la otra, siendo Dionisio el más apocado de los dos, mientra que Don Rosario se nos presenta como más explosivo, carismático y cargado de humanidad. Javier Arriero dota de gran bonhomía a un personaje que matiza muy bien, estando muy conseguido el aire de hombre gris que Dionisio posee, muy bueno en el gesto, seguro con el texto, energético y bien templado. Sus monólogos se encuentran muy bien perfilados, y todo está dicho con gran sentido y gran verdad, y dentro del surrealismo que se nos plantea en el texto y la peculiar relación que mantienen los personajes, casi podemos hablar de naturalismo en el trabajo de Arriero por lo reconocible que nos resulta Dionisio, y las múltiples facetas de su personalidad que nos pueden parecer muy familiares, ya que todos hemos conocido a algún Dionisio en nuestra vida. Roger Álvarez prolonga el espléndido Don Rosario que llevó a cabo en el María Guerrero hace unos años, y acierta de pleno con su peculiar composición, el personaje más surrealista, delicioso, rabiosamente difícil y creíble de todo el texto. La dificultad estriba precisamente en conseguir que una persona tan estrambótica nos parezca absolutamente normal, algo que Álvarez consigue sin aparente esfuerzo y pasmosa naturalidad. Tierno, explósivo, cargado de humanidad, absurdo a ratos, nuestro actor insufla de una peculiar personalidad a un personaje peculiar per se, y que nuestro actor engrandece con su forma de hacer. No solo se remite a actuar, ya que canta, toca el acordeón divinamente, toca el ukelele y además lleva a cabo varios personajes más con las voces de Loles León, Millán Salcedo y Marta Fernández Muro, ofreciendo una gama de tipos muy interesante y de divertidos resultados. 

El nivel actoral de la función es muy elevado en líneas generales, y la gama interpretativa brillante, siendo la tónica la verdad, naturalidad, el profundo conocimiento del texto, y un vínculo perfectamente definido entre los dos personajes, pudiendo entender como el trabajo de los dos actores brillante, de interés y profundamente inspirado.



 


Luis Flor se estrena en las labores de dirección, ya lo conocemos como actor, y la verdad es que se ha lucido llevando a cabo un espectáculo de gran sensibilidad, mucha magia teatral, y en el que el espíritu de Mihura parece estar pululando de principio a fin. Flor se sirve del estupendo material de base que tiene para llevar a cabo una propuesta ortodoxa, imaginativa, elegante y que demuestra el profundo conocimiento que posee sobre este repertorio y la comedia como género. Para ello ofrece una serie de situaciones escénicas perfectamente apoyadas en las acciones actorales, que sirven como instrumento perfecto para remarcar el texto, así como de ayuda en las interpretaciones que fluyen armoniosamente en escena gracias a las diferentes propuestas de nuestro director. Luis Flor juega con sus actores y se ve que los ha dejado hacer, pero también denota que las directrices sobre cada psicología han sido clara y muy bien marcadas, algo que el disciplinado elenco parece haber seguido y entendido al dedillo, mientras trufan sus interpretaciones con pinceladas personales que enriquecen el acabado final. La obra, divertidísima, se encuentra en el punto justo de comicidad que el texto pide, con un ritmo fluído y que varía dependiendo de la escena que se nos esté contando, y que además consigue mantenernos el interés gracias a un suspense muy bien dosificado que se nos va planteando según se va desgranando la obra. Por cierto... encontré deliciosos los diferentes guiños a Hitchcock que se hacen durante la función, ya que se pueden vislumbrar en ella ecos de Recuerda, La ventana indiscreta y el célebre vaso de leche de Sospecha, guiños cinematográficos acertadísimos y que acentúan todavía más el mimo que se ha puesto en el espectáculo. La obra está plagada de pequeños detalles que dejan muy claro el gran trabajo, concienzudo en extremo, que Luis Flor ha llevado a cabo, y ciertos toques visuales consiguen que además de todo lo que planteo la obra esté plagada de magia teatral. A este respecto destacan dos detalles especialmente, el carrusel minúsculo que evoca una verbena que se ve a traves de una ventana, y esa cama de la que salen todas las cosas habidas y por haber, y en la que solo me faltó parafraseando al propio Mihura, "Un señor cantando Marcial tu eres el más grande", mi acotación favorita de Tres sombreros... 




En resumen, "Los sombrereros olvidados" es una propuesta sólida, enternecedora, realizada con un mimo y un respeto hacia la figura de Mihura y su insigne obra realmente notable, que deja un poso de nostalgia y tristeza, a la vez que nos hace sentir a la salida que el mundo es un lugar un poquito mejor, ya que la inocencia que destilan sus personajes nos hace pensar que en el fondo el ser humano es como el perro de Dionisio... muy buena persona. Solo quier poner un pero... Dionisio y Rosario deberían acabar juntos, esa peculiar historia de amor que se vislumbra no se nos plantea como lo que parece ser, pero eso como diría el camarero de Irma La Dulce... es otra historia.