jueves, 12 de mayo de 2022

Don Gil De Alcalá, La Ortodoxia Bien Entendida.

 


La presente temporada del Teatro de La Zarzuela va llegando a su fin, y en este penúltimo título se nos presentaba uno de los platos fuertes, Don Gil De Alcalá. La reputada ópera de Penella se vende cara ultimamente en Jovellanos 4, la última vez que se puso en pie, y la última vez que un servidor la vio, fue en 1999, ahí es nada. Cierto es que aquella producción que en la actualidad casi se puede considerar canónica, fue un referente en cuanto a la escenificación de la ópera, y quizás por eso ningún otro director artístico del teatro se había atrevido a hincarle el diente a la función, pero 23 años son muchos años, y pocos los que nos acordamos ya de lo que supusieron aquella funciones, que por cierto eran una reposición del montaje de Carlos Fernández de Castro que se había estrenado 9 años antes.

Me interesaba mucho el título, lo primero por la música de Penella, y lo segundo por la memoria sentimental propia como espectador. Me fue imposible asistir al estreno por motivos laborales, y en cuanto encontré hueco me acerqué a disfrutar de los avatares amorosos de Don Gil y Niña Estrella, que por lo que me había llegado prometía mucho. Por una vez, y sin que sirva de precedente las expectativas estuvieron a la altura del resultado final, y casi puedo decir que nos encontramos ante el título más afortunado de la temporada, ya que el nivel es alto en líneas generales, y el goce máximo, como iré desgranando en esta crónica. 




Don Gil de Alcalá, denominada como "Ópera en 3 Actos", fue estrenada en el Novedades de Barcelona el 27 de octubre de 1932. Partitura y libro corrieron a cargo de Manuel Penella, y varias cosas son interesantes de destacar de la obra. 

Penella puso gran empeño en plantear una obra de corte clasicista, componiéndola como ópera de cámara, con las cuerdas como protagonistas absolutas del foso, y las voces de las tablas. Como buen ejemplo de revisión clasicista lo que prima en lo musical y lo literario es el equilibrio. Todos los personajes tienen su correspondiente momento de lucimiento en todas las disciplinas, y la partitura suavemente nos va meciendo entre lo lírico y lo popular, de una manera absolutamente magistral. Se ha hablado mucho sobre la superioridad de la otra gran obra de Penella, El Gato Montés, ante este Don Gil de Alcalá, y yo niego la mayor. No son equiparables basicamente por ser obras completamente opuestas. En "El Gato" Penella sacó toda la artillería pesada con enorme carga verista, y en Don Gil apostó por la filigrana, sin renunciar a los fuegos artificiales en lo vocal, ya que el brillo en los cantantes sin duda es mucho. Se habla de Mozart en la inspiración del compositor valenciano, indudable sería negarlo, pero esa lectura sería a mi entender excesivamente superficial, ya que la obra, muy italianizante, no huye de lo español y lo hispanoamericano en una composición que podríamos considerar híbrida en su acabado formal, y sorprendente por lo ecléctico de su acabado. Don Gil suena a clasicismo, suena a opereta, suena verista a ratos, me atrevería a afirmar que algunos pasajes son claramente puccinianos, sin que nos choquen en absoluto con el resto de la obra, ya que todo en este pastiche, entiéndase que dicho en el buen sentido, fluye sin problema de forma natural y perfectamente ordenada, siendo el resultado el de una partitura de gran coherencia, con pasajes de gran belleza, y que resulta gratísima al oído de principio a fin. Varios números son destacables de la ópera, desde la celebérrima Habanera, hasta las páginas más reconocibles de los protagonistas de la función, léase la Plegaria de Niña Estrella, así como la romanza del Primer Acto de Don Gil "No temas no" de arrebatador lirismo, e importante desafío para el tenor, son un sinfín de números los que han pasado a la posteridad en la composición de Penella. Destacables son también la Pavana, delicada como una porcelana, así como el Jarabe, típica composición mexicana que en este caso corre a cargo de los cómicos, y como no podía ser menos la nota más azarzuelada de la partitura en el muy popular brindis "Jerez". 



El libreto, por el que pulula El Sí De Las Niñas de Moratín de forma muy evidente, igual de equilibrado que la partitura, de suave crescendo cómico, se trata del clásico enredo amoroso dieciochesco, en el que la astucia vence y por ende el amor, en el que unos personajes arquetípicos nos sirven para entender el pensamiento de la época de manera muy clara en cuanto a moral y cuestiones de la alta sociedad. Atipicamente ambientada en Veracruz, la obra no deja atrás un suave exotismo que sirve de unión entre tierras aztecas y españolas con cierto regusto bucólico y de efectividad dramática. 



Vayamos con el elenco:

Hay que destacar los numerosos comprimarios servidos por varios miembros del Coro Titular que fueron servidos de manera eficaz, y en líneas generales de impecable factura. 

David Sánchez, como Padre magistral, con buenas hechuras en lo musical, y espléndido en lo actoral, dio lo mejor de si mismo en el dueto con Miguel Sola. Sola como Gobernador, uno de los bombones de la obra, ofrece oficio y solidez a partes iguales. Sola siempre es una apuesta segura y en esta función lo demuestra una vez más. Correcto el Virrey de Pablo López, bien templado y muy seguro en lo musical. María José Suárez en un código más serio al que nos tiene acostumbrados ultimamente, fue una Madre Abadesa bien ajustada en lo musical y en lo actoral, en un papel que se adapta muy bien a sus características como artista.

 Mención especial para Ricardo Muñiz como Maestro de ceremonias, todo un lujo, que supo imprimir la presencia necesaria al papel, y que deja clarísimo que el que tuvo (y tiene)... retuvo. 

Simón Orfila, bajo-barítono, como Sargento Carrasquilla.

Orfila, conocido de sobra por el público de La Zarzuela, sirvió una velada con la calidad habitual en él. Gran volumen, fraseo espléndido, enorme en la intención en los cantables, impecable en el Brindis, que fue muy aplaudido a su final, ofreciendo todo aquello que un cantante de su nivel puede ofrecer. Magnífico también en lo actoral, muy gracioso, glorioso en los apartes, y alejado de cualquier afectación. Simón Orfila viste de una pieza a su Carrasquilla brillando en todas las facetas sin el menor problema, siendo el resultado redondo a todas luces. 

Manel Esteve, barítono, como Don Diego.

Luminoso en lo musical, bien timbrado, la voz sana con muy buena emisión, resulta espectacular en su momento más comprometido, justo después del dúo con Niña Estrella, timbre bonito y juvenil que se ajusta como un guante al carácter y vocalidad del personaje, que a pesar de ser un tanto deslucido no pasa en absoluto desapercibido. Más que correcto en lo actoral, con hechuras de galán de buena presencia, aunque sea el malvado de la función, y siempre en su lugar en todas las escenas. Esteve me pareció un cantante sólido, y un artista muy completo dada la calidad de lo ofrecido. 

Carol García, mezzosoprano y Carlos Cosías, tenor, como Maya y Chamaco respectivamente.

Ambos cantantes se lucen mucho como los cómicos de la función, siendo el caso de Maya y Chamaco el de los cómicos "que tienen que cantar", es decir, las complicaciones musicales son más altas que las habituales en estos papeles. Carol García de bonita voz, ligera y bien proyectada, obviamente donde más brilla es en la Habanera, cuya voz se ve perfectamente ensamblada con la de Sabina Puértolas, así como en el dueto con Cosías, ambos en absoluto estado de gracia, impecables en lo musical y cargados de gracejo. Carlos Cosías hizo las delicias del respetable, por intención, por su hermosa voz tan bien manejada en todos los números, y por supuesto por la composición actoral que lleva a cabo, pura verdad y pura humanidad. 

Sabina Puértolas, soprano, como Niña Estrella.

El papel en si se las trae, precisa de una lírica con buen centro, pero que tenga agudo fácil y brillante, por tanto nuestra cantante parece no encontrarse del todo cómoda en los pasajes más centrales de la partitura, algo que solventa con oficio y expresividad, no resultando un gran problema a lo largo de la función. Por las alturas la cosa cambia y mucho, resultando solvente en los agudos, bien rematados y con buena sonoridad. Muy importante resultó el fraseo, y sobre todo lo mucho que transmite en cada momento de la función. Hay que entender que Niña Estrella transita entre lo ligero y lo dramático durante toda la partitura, sin que el cambio de registro nos resulte forzado, entendiendo que el trabajo de Puértolas va de una pieza de principio a fin, medido y muy pensado, sabiendo perfectamente donde cargar las tintas, y solventando los problemas que pueda tener la partitura para una cantante de sus características. Correcta en lo actoral, funciona en todos los registros como ocurre en lo musical. El trabajo de Sabina Puértolas pasa por la inteligencia, el oficio, y el gusto cantando.

Celso Albelo, tenor, como Don Gil de Alcalá.

Hay que felicitarse por el retorno a la Zarzuela de Albelo, al que no escuchamos en dicho teatro desde la Marina dirigida por Ignacio González hace ya nueve años. Tenor de indudable importancia, sirvió una velada en la que primaron los agudos, enormes y templadísimos, así como una delicadeza cantando realmente notable en los momentos más líricos, e indudable empaque en los más heroicos. Empezó la función un tanto irregular, con algunos problemas de colocación, excesivamente nasal, que afearon el sonido considerablemente, pero que una vez atacó su primera romanza se solventaron empezando un festival de buen hacer, canto de calidad y sensibilidad exquisita cuando la partitura lo requiere. La voz bellísima, con ecos de cantante clásico, aporta grandes dosis de refinamiento al personaje, siendo sin duda la velada de gran nivel en lo musical. En lo actoral igual que en lo vocal de menos a más, ligeramente envarado al principio de la función, se fue soltando dando lo mejor de si mismo en el ultimo tramo de la función, donde sorprende por sus dotes cómicas en la desopilante escena final.



 

Coro Titular con Antonio Fauró a la cabeza, mayúsculo en sus intervenciones, cargaron de empaque a la función en los concertantes y en el número principal con los cómicos, deliciosos y muy implicados. Matizados, perfectamente ensamblados con la orquesta, y disfrutando de la función a más no poder, resultaron un importante activo en cuanto al buen funcionamiento del espectáculo. 

Luis Macías al frente de la Orquesta de la Comunidad acierta de plano en su lectura, y consiguió sacar oro puro del material original, consiguiendo una lectura dinámica, muy meticulosa, y atmosférica, en la que cada momento de la función se ve perfectamente acompañado desde el foso, en una lectura briosa, nunca apresurada y siempre con la chispa justa para no caer en lo rutinario. Don Gil de Alcalá no es una obra fácil de dirigir, y que puede verse arruinada por una mala lectura por parte de la mano, ya que de la delicada porcelana a lo plúmbeo hay un paso, que en este caso en ningún momento es dado por Macías, que demuestra conocer muy bien la partitura y los artistas que tiene al frente. Extremadamente cuidadoso con los cantantes, preciso y con un espléndido trabajo de concertación, creo poder afirmar que nos encontramos ante la que posiblemente sea la mejor dirección en lo que va de temporada.

 



Vayamos con la propuesta escénica.

Emilio Sagi hace lo suyo, lo de siempre, pero en su mejor vertiente. No podemos decir que nos sorprenda su trabajo, todos lo conocemos, y la mayor virtud de esta función reside precisamente en todo lo que caracteriza a sus espectáculos, refinamiento estético, sensibilidad por doquier, que no cursilería, elegancia, y en este caso hay que decir, que un esmerado trabajo en lo actoral, que clarifica al máximo la obra y lo que en ella se encuentra, algo que no es ninguna broma ya que el enredo si no es bien explicado puede resultar confuso. Todos los personajes están tratados con mimo y en profundidad, quedando cristalino cada carácter y su cometido en la ópera, nadie desentona ni nadie está por debajo, siendo el resultado a este nivel francamente homogéneo y gozosamente divertido. El espectáculo de arrebatadora belleza por momentos, aparentemente sencillo, solo aparentemente, transita por un escenario único en el que unas lámparas que suben y bajan estrategicamente dan el toque exacto a los grandes salones de la alta sociedad que se pretenden representar cuando corresponde. Todo fluye en escena sin prisa pero sin pausa, con hermosa precisión y una considerable carga atmosférica, entendiendo la función como ortodoxa en su acabado formal sin caer en la obviedad o en las manidas pelucas y amplias faldas a las que se suele asociar la obra. Sagi demuestra conocer el género y lo aborda desde el respeto, el sentido común, y lo más importante de una forma completamente cristalina en cuanto a lo que Don Gil de Alcalá es y lo que nos cuenta siendo el resultado francamente entretenido, brillante en lo visual, y enormemente placentero para el espectador. Hay que destacar el trabajo como escenógrafo de Daniel Bianco, en su línea habitual, donde la suntuosidad, en este caso elegante y muy evocadora, así como la funcionalidad son lo que caracterizan la escenografía del espectáculo. También son destacables las inspiradísimas luces de Eduardo Bravo, en la que los dorados de las tierras aztecas nos transportan a un México casi crepuscular e idealizado, en total consonancia con el tono de la obra. Muy afortunados también los figurines de la desaparecida Pepa Ojanguren, luminosos y cargados de prestancia. Y como viene siendo habitual una mención especial a las coreografías de Nuria Castejón, refinadas al máximo, limpias e igual de elegantes que toda la función, muy especialmente en la Pavana, de indudables valores estéticos y delicioso acabado.



 

En resumen, este Don Gil de Alcalá será recordado por mucho tiempo, tanto por su elevadísimo nivel musical como por su depuradísimo acabado formal, deslumbrante por los cuatro costados, una elegante filigrana... es decir exactamente aquello que es Don Gil de Alcalá.