La Rosa Del Azafrán, denominada como Zarzuela en Dos Actos y Seis Cuadros, con libro de Federico Romero y Guillermo Fernández-Shaw y música de Jacinto Guerrero, tuvo su estreno triunfante el 14 de Marzo de 1930 en el Teatro Calderón de Madrid, siendo apoteósica dicha noche y las posteriores.
Hablemos de versiones, y que en este caso no viene firmada, pero si que tiene varias cosas que son remarcables. Entiendo que hay aspectos en los libretos de algunas obras facilmente suprimibles, y no solo eso, en algunos casos necesariamente suprimibles. Me refiero a textos redundantes, bocadillos innecesarios, escenas que no hacen avanzar la acción, e incluso aquellas que por el motivo que sea se pueden considerar que no aportan nada en la función. Hay ciertos cortes en esta Rosa perfectamente justificados, así como la unificación de algunos personajes en el Hermano Micael, pero... por el camino se han quedado unas cuantas cosas que resientes el acabado de la función y la fluidez de la misma. El pasado carlista de Don Generoso pasó a mejor vida, los vínculos especialmente de el triángulo Sagrario, Juan Pedro y Catalina, se resienten profundamente quedando el conflicto bastante diluido. Los cómicos, Carracuca y Moniquito, también se han visto bastante afectados por la poda quedando los personajes excesivamente esquematizados, y en algunos casos inconclusos, de lo que pasó con Catalina y Carracuca nunca se supo... por ejemplo. Con esto quiero decir que versiones si, pero con sentido, y si en este caso se ha apostado por la ortodoxia en el acabado del espectáculo, esta ortodoxia debe mantenerse también en el material literario de la función, ya que la obra pierde fuelle y y coherencia.
Vayamos con el elenco:
Hay que hacer una mención especial a Elena Aranoa, cantante de música popular, que nos transportó sin duda al folclore castellano en todas sus intervenciones, con una voz de interesantes matices y gran expresividad.
Entre las pequeñas partes destaca Javier Alonso, que sirvió un espléndido pastor en el agradecido partiquino que le ha tocado en suerte. Matizado, con la voz limpia, perfecto en volumen y medida, cantó con gran gusto su breve pero comprometida intervención.
Correctos todos los secundarios de menor extensión, destacando Emilio Gavira como Micael, siempre solvente y peculiar en su manera de hacer.
Ángel Ruiz como Moniquito, demostró la solvencia habitual en los roles de tenor cómico, desenvuelto y bien timbrado en lo musical, afinadísimo y de cuidada visión musical. En lo actoral también se encuentra acertado, aunque el papel ha sufrido bastante la poda, y tiene mucha menos presencia de la deseada, viéndose su trabajo afectado por ello, ya que poco margen le deja el pobretón material con el que cuenta. Cómico sin estridencias, sobrio y gracioso, hizo las delicias del respetable en sus intervenciones.
Juan Carlos Talavera, como Carracuca, también severamente afectado por los cortes, de menos a más, en un creación que es puro costumbrismo en su esencia, con un tipismo muy bien entendido, control del texto impecable, y una indudable vis cómica, llevó a buen puerto el simpático rol que lleva a cabo, al que tanto parece gustarle los golpes...
Vicky Peña, como Custodia. No fui capaz de entender el sitio al que nos quiso llevar Peña con su trabajo, ya que la interpretación me pareció errática, con el personaje equivocado, sin seguir una línea coherente, y del que va entrando y saliendo a lo largo de la función. Me duele especialmente esta crítica, ya que admiro mucho a Peña, pero esta vez me parece que o bien Ignacio García no pudo encauzarla por los vericuetos de Custodia, o que ella no se ha dejado dirigir, no concibo más suposiciones para una apuesta tan fallida, y sobre todo tan alejada en el código y en la intención del resto del elenco.
Mario Gas, como Don Generoso. Realmente notable en su creación, cargado de bonohomía e idealismo, dotó a su personaje de una gran humanidad y ternura, supiendo transmitir a la perfección el carácter de un personaje muy querido dentro del repertorio. Buen dominio del texto, especialmente en su recitado, y con un entrañable poso durante toda la función. Un acierto sin duda de elenco, ya que en manos de Mario Gas, Don Generoso se torna real, y alejado de cualquier acartonamiento, siendo una visión personalísima y más que acertada.
Carolina Moncada, soprano, como Catalina. Sobrada de recursos vocales para el papel fue una solvente Catalina en todas sus intervenciones, siendo por motivos obvios la más celebrada el Coro de Espigadoras, que fue cantado con soltura y mucha sensibilidad, correcta en en el dueto y bien ensamblada con Ángel Ruiz. Actoralmente un tanto perdida, no acaba de pillarle el punto al personaje, que pasa excesivamente desapercibido en el contexto de la obra, quedando muy difuminada a medida que avanza el espectáculo.
Juan Jesús Rodríguez, barítono, como Juan Pedro. Adecuadísimo para el papel, Rodríguez parece haber nacido para cantarlo, sirvió una velada excelente en lo musical, con un canto noble, elegante, fraseo bellísimo, gran delicadeza en las partes más líricas, indudable sensibilidad en los primeros acordes de el dúo final, y su Canción del sembrador, de ecos clásicos, solidísima en su acabado e impactante resultado fue sin duda uno de los momentos de la noche. Escuchar a Juan Jesús Rodríguez como Juan Pedro es escuchar la perfección en el papel, no hay discusión, todo el carácter de Juan Pedro y lo que el personaje nos está contando en cada cantable se ve reflejado en nuestro barítono, que sin duda ofrece toda una lección de zarzuela y entendimiento del género y del papel. Igual de afortunado en lo actoral, sirvió un Juan Pedro apasionado y vigoroso que va en total consonancia con el carácter del personaje. Redondo desde todo ángulo, Juan Jesús Rodríguez nos ha dado por ahora la mejor interpretación de lo que va de temporada.
Yolanda Auyanet, soprano, como Sagrario. Si algo caracterizó el trabajo de Auyanet fue la exquisita sensibilidad con la que aborda su papel en lo musical. Igual de adecuada que su compañero, parece conocer muy bien los desafíos de la partitura, siendo su trabajo inteligente y muy bien medido. Agudos amplios, filados de categoría, y una dicción muy cuidada fueron su fuerte, junto con una admirable línea de canto que me pareció que redondea a la perfección su trabajo. Muy intensa y con adecuada progresión dramática en su difícil romanza, fue sin duda una Sagrario de altura, dejando no pocos momentos para el recuerdo. Actoralmente un poco dejada a su suerte, como parece ser la tónica en las féminas de esta producción, que no acaban de encontrar el sitio dentro de la historia. Me faltó carácter, me faltó la frustración que vive Sagrario por la situación que está pasando, y me faltaron celos hacia su rival Catalina, por tanto la visión del ama se queda un tanto plana en lo actoral, aunque su soberbia interpretación musical hace que se nos olvide que el código interpretativo no es el más idóneo.
Coro Titular con Antonio Fauró al frente en los altísimos niveles de calidad habituales, y una vez más... desaprovechados en lo escénico, siendo su trabajo exquisito en lo musical, grandes matices en el Sembrador, bello lirismo en La Monda, y muy adecuados en Las espigadoras, y ojito a esa "Caza del viudo" que hace las delicias del público. El estatismo con el que son tratados en la producción, los trilladísimos desembarcos escénicos, y que se encuentren en el escenario durante toda la escena de Julián Herencia no es culpa suya, si no de la dirección que no supo mover a la masa coral de manera inspirada, algo que en un coro de estas características es una verdadera pena.
José María Moreno, al frente de la Orquesta de La Comunidad de Madrid, correcto aunque caprichoso con los tiempos, unas veces muy acelerado, especialmente en el coro femenino en la cómica escena con Carracuca, y otras algo premioso, sobre todo en los números cómicos. En las partes más serias de la partitura estuvo más acertado, y supo cuidar a los cantantes, romanzas y dúos estuvieron bien servidos desde el foso. La lectura de Moreno pasa por la ampulosidad y el efecto dramático en algunos momentos, y en líneas generales me pareció cuidada y con un buen control de la orquesta. Las cuerdas me sonaron a gloria, y en general disfruté mucho con la orquesta durante toda la función, con la teatralidad necesaria y el empaque que se le entiende a una obra como La Rosa del Azafrán.
En resumen esta Rosa se disfruta en su estética, en su espléndido plantel musical, y en líneas generales porque se trata de un acercamiento respetuoso al material original, pero se sale con una sensación un tanto agridulce, ya que la que podría haber sido una propuesta clásica superlativa se ha quedado en una apuesta un tanto descafeinada, y que no despega en lo dramático de la manera que debería hacerlo, incoherencias en la forma y fondo aparte.