La Rosa Tatuada que se está llevando a cabo en el María Guerrero, era uno de los títulos de la presente temporada del CDN que mas me interesaba. Conozco bastante bien el material original de mi idolatrado Tennesse Williams, y tiene mi estimación por varios motivos. La vi en el 98 con Concha Velasco a la cabeza en una producción firmada por Plaza, que obtuvo mucho éxito en su momento, y que tenía el gancho de ver a la Velasco pasada de kilos para el papel, y haciendo de matrona, algo que fue muy alabado en su momento. Vi la producción dos veces, una en el Teatro Jovellanos de Gijón y otra en el Alcázar de Madrid, y reconozco que me enamoré de la obra. Antes de plantear la crítica me gustaría decir alguna cosita. La Rosa Tatuada debe ser revisada en base al texto teatral, no a la película homónima, ya que la cosa cambia bastante, y en los textos de Williams todavía mas, que siempre fueron convenientemente "afeitados" para que pasaran la censura de la época, por tanto el material que nos interesa es la obra original. La película está muy bien, las interpretaciones son de órdago, pero evidentemente, no se debe comparar con la obra de teatro y el interés de la comparación a nivel teatral es nulo, son lenguajes diferentes, son versiones diferentes, y obviamente son propuestas diferentes, es decir, ver un calco de la película sobre las tablas a nivel creativo poco podría ofrecer, y plantear la crítica desde ese prisma es un error de base que no tendría fundamento a la hora de realizar una crítica teatral.
La función que esta crítica ocupa, tenía una gran baza al menos para mi, en su pareja protagonista. Aitana Sánchez-Gijón, recientemente galardonada con un Max por su soberbia Medea ya comentada en este blog, y Roberto Enríquez, otro peso pesado de nuestras tablas y habitual del CDN.
Con estos mimbres la producción prometía mucho, y no me lo pensé dos veces a la hora de sacarme las entradas para disfrutar de lo que aparentemente iba a ser una velada de gran altura teatral.
La cosa funciona, aunque con peros como iré contando.
La Rosa Tatuada, escrita por Tennesse Williams en 1951 para Anna Magnani, finalmente fue estrenada por la insigne Maureen Stapletton, ya que la Magnani no se atrevió a estrenarla dado sus problemas con el inglés.
Considerada (injustamente) una obra menor dentro de la producción de Williams, nos encontramos ante un texto que su propio autor definió como una comedia amable, un canto a la vida y a las libertades individuales. El hecho de que el bueno de Tennesse estuviera felizmente enamorado en el momento de su creación influyó mucho en el tono menos lúgubre que el que suelen marcar sus textos, y el pretendidamente aire naive de la historia. Estas características de la obra, hicieron que la crítica no la apreciara en su justo valor, cuando la señas de identidad del autor están muy presentes en toda la función y su poético lenguaje brilla, y mucho, a lo largo de todo el texto. La Rosa Tatuada es una de las obras mas lorquianas del autor estadounidense, y si bien es cierto que su desarrollo no es del todo satisfactorio dado que al principio parece una cosa, para luego derivar en otra, no deja de tener bastante interés, grandes dosis de intensidad, y mucha magia teatral.
En ella se nos cuenta la historia de Serafina Delle Rose, mujer devastada por la muerte en accidente de su marido, que después de pasar un viacrucis personal descubre el amor, y rompe con todo lo establecido, idea bastante audaz para la época, y que algunos mojigatos no le perdonaron a su autor.
Vayamos con la crítica.
Secundarios correctos, en especial la Estelle Hohengarten de Gabriela Flores, y muy especialmente Paloma Tabasco insuperable como vecina un tanto cargante, y que es una auténtica robaescenas. Me chirrió un poco el tono excesivo de David Fernández "Fabu" ciertamente pasado de vueltas, supongo que de forma pretendida cuando hace de Bessie, en un ejercicio un tanto gratuito, y escénicamente burdo, algo que se debe achacar a la dirección ya que resulta chocante en la producción que un hombre haga de mujer no por ninguna clase de prejuicio, sino porque nos rompe los esquemas al espectador, y no acaba de encontrar justificación a nivel escénico. Encontré en general que los secundarios pasan desapercibidos, dado el carácter de la obra en la que priman las interpretaciones del cuarteto protagonista.
Ignacio Jiménez, como Jack Hunter.
Correcto tirando a estupendo. Jiménez sirve una sensible interpretación apoyada en un físico perfecto para lo que el papel pide, no en vano el Jack original fue el también efébico Dan Murray, y que resulta perfecto para el galán ingenuo que el texto pide. Sirvió momentos de gran altura en la escena en la que Serafina le obliga a jurar ante la Virgen que respetará a su hija, una de las mejores escenas de la función y que Williams plasmó con deliciosa socarronería y cierta burla hacia lo que precisamente critica en la obra, y que así llega al espectador. Dos generaciones diferentes chocan de plano en ese momento, y el desconcierto de Jiménez está llevado a cabo por el actor con gran tino, del mismo modo, que las pretendidamente almibaradas escenas con Rosa, resultan convincentes e ingenuamente deliciosas.
Alba Flores como Rosa.
Flores posee una estupenda presencia escénica, pero resulta un poco verde todavía para un papel de esta envergadura. Rosa es una chica muy decidida, de mucho carácter, muy madura y que le planta cara a su madre para anteponer su felicidad. Alba no llega porque sus recursos todavía no son los deseados, si bien es cierto que tiene momentos conseguidos, falta cierta profundidad en el personaje y algunas emociones están resueltas mas hacia afuera que hacia la verdad, esto lastra la interpretación, pero no la desguarnece estrepitosamente. Alba Flores necesita madurar, pero se vislumbra lo que puede dar, dentro de un tiempo y con unos cuantos montajes mas, seguro que se irá solventando. Le falla la escucha y el recorrido hacia la emoción, ahí estriban sus dos grandes problemas.
Roberto Enríquez como Álvaro Mangiacavallo.
Inspiradísimo en una interpretación mas hacia afuera de lo habitual en el, pero que funciona a todas luces. Esforzadísimo y entregadísimo, sirve un trabajo cargado de energía, y pequeños matices que enriquecen hasta lo estratosférico este un tanto estereotipado macho-alfa que Enríquez ennoblece con su sabiduría escénica. Tarda en salir, pero cuando sale lo hace a por todas, siendo su creación interesantísima desde todo prisma, y muy sorprendente para el espectador. El dúo escénico con Aitana Sánchez Gijón es de altura y la química entre los dos es muy notable.
Aitana Sánchez -Gijón como Serafina Delle Rose.
Estupenda y muy alejada de la imagen habitual del personaje, en esta producción el torbellino es su partenaire, la Serafina de Aitana es mas cerebral de lo que a priori nos pueda parecer en el texto y menos impulsiva, viviendo su historia desde dentro, la energía está solapada, y no sale hasta que finalmente sale corriendo detrás de su vida por el patio de butacas. Hubo diversidad de opiniones sobre la visión execesivamente refinada del personaje, pero es que Aitana es tan bella que duele, y eso no lo puede evitar. A mi me gustó mucho, precisamente por lo contenido de su trabajo, algo muy difícil de llevar a cabo y que Sánchez-Gijón lleva honestamente hasta sus últimas consecuencias. Se trata de otra visión del personaje, perfectamente justificada, y en mi humilde entender igual de válida que cualquier otra. Sirvió momentos de gran altura como era de esperar, y me dejó completamente satisfecho. Aitana es una grande de nuestros escenarios, y sin duda toda una primera actriz que se deja la piel sobre el escenario cargada de oficio y profesionalidad.
Vayamos ahora con la propuesta escénica.
La producción viene firmada por Carme Portacelli, responsable a su vez de la adaptación junto con Gabriela Flores.
Encontré sensiblemente recortado el texto, no sé si es una apreciación mía, pero algunos personajes están excesivamente esquematizados, y lastra un poco el desarrollo de la obra quedando excesivamente aligerada.
La propuesta estética no me acabó de convencer por varios motivos. Visualmente la encontré francamente descafeínada y alejada del apasionado amor que se debe vivir en escena, siendo el tono excesivamente frío, que las luces de Pedro Yagüe todavía acentúan todavía mas, a eso hay que añadir la indigesta escenografía que estorba mas que aporta, ya que la fachada de la casa, si bien es cierto que viene en el texto original, resulta mastodóntica y excesivamente torpe en sus mutaciones. El tono gris de todo lo que rodea a Serafina podría estar justificado, pero eso debería cambiar en algún momento, y hasta la poética lluvia de pétalos de rosas final, no acaba de despegar hacia el recorrido del personaje principal.
A esto añadiría unas innecesarias transiciones musicales que no aportan nada, el texto es lo suficientemente lírico como para no necesitar adornos, y de hecho los cambios realizados sin ningún personaje cantando resultan mas satisfactorios que los anteriormente citados.
A nivel actoral Portacelli dirige a sus actores en líneas generales en un tono excesivo ( a excepción de Serafina), mas o menos afortunado dependiendo del personaje, y algunas concesiones no acaban de funcionar por el tratamiento excesivamente burdo, como mas arriba cuento en referencia al personaje de Bessie, y si bien es cierto que la escenas de Aitana, Roberto, Alba e Ignacio están brillantemente resueltas y dirigidas, el resto se queda en un diluido segundo plano que no me acabó de convencer.
En resumen, una propuesta estimable en sus interpretaciones principales, pero irregular en su acabado general, que no queda del todo redonda por los motivos mas arriba expuestos. El texto es una delicia por mucho que algunos lo denosten, y siempre apetece ver una obra de Tennesse Williams. Por tanto si tenéis en cuenta lo que en esta crítica os cuento saldréis satisfechos, yo me lo pasé muy bien, pero un poquito por debajo de las expectativas que llevaba para ser sincero.
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