Ya he hablado por estos lares de los que son mis tres autores estadounidenses favoritos, Tennesse Williams, Arthur Miller y Eugene O´Neill. Siempre que se programa algún texto suyo, no lo dudo a la hora de asistir, así que cuando vi que se estrenaba El Zoo De Cristal, raudo y veloz me acerqué al Fernán Gómez, para disfrutar de una obra que no se ve habitualmente por nuestras carteleras, y que me apetecía mucho refrescar, ya que desde mis tiempos de estudiante de interpretación no la había revisado. Recordar un texto casi veinte años después da un poquito de miedo, ya que uno no es el mismo que en su tardía adolescencia, y lo que en aquel momento le parecía sublime, ahora le puede parecer un bodrio y viceversa.
Este Zoo de Cristal, sigue manteniendo el mismo encanto de aquel momento, me sigue pareciendo un texto delicioso, muy disfrutable, y que desgraciadamente tiene tremenda vigencia, dados los difíciles tiempos que nos han tocado en suerte.
Con gana y emoción contenida, por recuerdos acumulados de la juventud, me acerqué al teatro, un poco cauto, como hago siempre con los grandes textos, y dispuesto a disfrutar de una noche intensa y sobre todo a deleitarme con el imaginario del que para mi es el Federico García Lorca de los yanquis.
No me equivoqué, me lo pasé fenomenal, y se nos sirvió una estupenda velada teatral, mas que estimulante, y que nos dejó un estupendo sabor de boca al finalizar la representación.
El Zoo De Cristal, fue la obra que catapultó a la fama a Williams en la mitad de los años cuarenta del siglo pasado.
En este texto, se pueden encontrar señales de todo aquello que rodea al peculiar universo de Tennesse Williams, y no deja de ser una reflejo de todos los fetiches del autor, eso si, sin la pátina de lirismo que posteriormente caracterizaría a sus personajes. El texto claramente autobiográfico, ya mantiene las opresivas atmósferas que tan bien utiliza Williams, la explosiva protagonista de la función Amanda Wingfield, no deja de ser una semilla de la posterior Blanche Dubois, y los conflictos familiares de difícil solución son el eje central del texto.
El Zoo es una tragicomedia, de soberbios personajes, inspiradísimo texto y entretenido conflicto que sigue atrapando al espectador desde el principio de la función, y es sin duda un texto a reivindicar y que se merecía esta revisión, mas que oportuna en estos momentos. Este zoo humano que tan bien refleja la psicología del hombre, es pieza imprescindible del repertorio, y una gran texto que ya forma parte de la historia del teatro.
Vayamos con elenco, sólido como una roca, y muy atinado en líneas generales.
Carlos García Cortázar, da vida a Jim, un proyecto de pretendiente de la hija de esta familia desestructurada. García Cortázar, está mas que correcto, creando un vitalista personaje, que a pesar de ser un fracasado, se toma la vida como viene, y es intrínsecamente feliz. Su creación destaca, por su estupenda filosofía de vida, su bonhomía y la diferencia de actitud ante la vida, sobre el resto de los personajes de la función. A pesar de la brevedad de su papel, no pasa desapercibido, y exprime al máximo las posibilidades del mismo. Su escena con Laura es deliciosa, y su trabajo en clave naturalista, ofrece mucho control del ritmo, un poquito de alta comedia, y mucha ternura.
Pilar Gil, como Laura, la hija tullida de la protagonista de la obra. Personaje que no ambiciona absolutamente nada en la vida, pueril y tímida, que tan solo vive por algo con tan poca vida como es un zoo de cristal. Gil ofreció una sensible y en algunos momentos inquietante interpretación, de un difícil papel, que ella aborda desde la introspección, y la ternura. Su físico la hace perfecta, y dota de mucho patetismo a este bombón, que parece estar tan de paso en su casa como en su vida. Gil le dá cierta cualidad etérea a Laura, que va en perfecta consonancia con el personaje. Uno de los momentos mas tristes y cómicos a la vez, es cuando su madre le dice que pida un deseo, y le dice que no sabe que pedir. Esa es su gran tragedia, no va hacia ningún lado, ni quiere ir, y cuando parece que algo dota su vida de un poco de ilusión, es tan breve que no pasa de eso, mera ilusión momentánea que no hace mas que hundirla en su mundo interior. Sobresaliente para Pilar Gil, que ofreció momentos superlativos, sobre todo en el último cuarto de la función, donde su papel va tomando mas peso.
Alejandro Arestegui, da vida a Tom, alter ego de Tennesse Williams, atenazado en una familia de la que es sustento, con inspiraciones de escritor (pero que no pasa de dependiente en una zapatería) y con una castradora madre, que no le permite dar alas a su vocación, ya que intuye que sin su hijo, tanto ella como Laura, están abocadas al desastre. Arestegui sirvió un cerebral Tom, un tanto egoísta, pero del que entendemos en sus motivaciones. Sus escenas con Silvia Marsó son un prodigio de entendimiento entre actores, y en líneas generales, ofreció una correcta visión de un personaje que conlleva grandes complicaciones, y que finalmente estalla y dice, ahí os quedáis con vuestras miserias, que yo me voy a hacer mi vida. Arestegui muy seguro y muy galán, sale mas que airoso del reto que le ha tocado en suerte, para deleite del respetable.
Silvia Marsó, da vida a Amanda, uno de los mas grandes personajes del teatro estadounidense, muy mitificado por las grandes actrices que lo han puesto en pie, y que sin duda es un bombón para cualquier actriz.
Marsó, quizás excesivamente joven, al menos en su aspecto físico, suple con gran pericia los impedimentos que a priori podemos encontrar para un papel de estas características, dotando a su Amanda de gran presencia, mucha seguridad, solidez, y sobre todo mucha vida. Su Amanda es muy creíble, tiene su gracia, aunque en algún momento nos apetezca estrangularla, y su sentido común, a veces aunque nos irrite, nos hace ver que en el fondo, aunque no en la forma, tiene razón en sus planteamientos.
Con aires de gran diva sobre el escenario, generosa con sus compañeros y derrochando talento, ofrece una interpretación de altura, y habla uno que la suele encontrar excesivamente fría habitualmente en sus interpretaciones. Un diez sin duda para Marsó que está para comérsela en un auténtico tour de force interpretativo que no debe pasar desapercibido.
La dirección escénica de Francisco Vidal, no se anda por las ramas, va a al turrón sin complicaciones, alejado de amaneramientos, y con una estudiada lectura del texto, que ayuda mucho a los actores, en cuanto a sus interpretaciones. Se ve claramente hacia donde quería llevar el espectáculo, y lo consigue sin problemas, logrando una función ágil, y divertida que no carga las tintas en lo melodramático, para sacar el máximo partido al delicioso texto de Williams. Busca naturalidad en los actores, y se agradece.
Un diez para Vidal, que sabe lo que tiene entre manos, y lo lleva a buen puerto sin ningún pero.
La propuesta escénica es sencilla, pero efectiva, bastante clásica pero no rancia, y aprovecha muy bien un espacio tan complicado como es el Fernán Gómez, con alguna que otra solución bastante interesante, como es el hecho de que todo ( o casi todo ) transcurra a ojos del espectador, dotando de mucho encanto teatral a la propuesta.
En resumen, una propuesta altamente recomendable, por lo difícil que resulta ver textos como este en nuestro panorama teatral, la impoluta propuesta, y mas que digno elenco, que demuestra que sin grandes medios, se pueden hacer las cosas de una forma mas que satisfactoria. Estoy convencido de que cualquier aficionado al teatro disfrutará muchísimo de este Zoo De Cristal, que como no podía ser de otra manera, me ha dejado maravillado por su solidez y extraordinaria vigencia, casi 70 años después de su estreno.
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