lunes, 3 de junio de 2019

Tres Sombreros De Copa, Que Tragedia Más Cómica, ¡Oigan!

Si hay una comedia que me gusta del repertorio español, esa es "Tres sombreros de copa", le tengo infinito cariño, y durante un tiempo andaba tan obsesionado con este título, que los compañeros de una función que estaba haciendo por aquellos días, me regalaron un ejemplar de la obra de Mihura, firmado por todos ellos, ya que estaba todo el día hablando del texto en cuestión, y lo que haría con él si le pudiera hincar el diente.
Me sé muchos chistes de memoria, la he visto al menos cuatro veces, y leído otras tantas, y no me canso de ella. Hay una cuestión interesante en este texto, y es que cuando se pasa un tiempo sin verlo o leerlo, al reencontrarse de nuevo con él, reaparece en todo su esplendor, y como si fuera casi un desconocido, ya que se descubren y redescubren cosas nuevas en cada revisión.
El problema de "Tres sombreros de copa" es que ha sido muy maltratada, muy mal entendida, y muy mal interpretada, y por desgracias siempre nos acordamos de las veces que se ha hecho mal, en vez de las que se ha hecho bien. Es un título que se asocia a la caspa, a cierto teatro para señoras trasnochado, o a una comedieta amable sin muchas aspiraciones más que las de entretener y servir de material para las compañías amateur y finales de curso varios.
Mihura, como Jardiel, Paso, o Muñoz Seca, deben ser reivindicados, y sobre todo debemos hacerles un tratamiento intensivo de curación ante tanto maltrato, para que se puedan disfrutar en todo su esplendor, con el genio por el que fueron aclamados, y reconociendo la valía de unos autores que nunca fallaban en sus dramaturgias, siempre sólidas, siempre bien tramadas, y con un uso del lenguaje magistral, cargado de ingenio y de sorprendente vigencia en algunos casos. el gran pecado de estos autores fue el ser comerciales, el escribir para el gran público, y el pensar que esto del teatro también puede servir para ganarse la vida, algo muy lícito por otra parte. Y como además tuvieron éxito, ya fue el remate, en un país como el nuestro, eso jamás se perdona. El pasar de los años los ha arrinconado, con un estigma de caspa y antigualla, y pocos se atreven a hincarles el diente por una sencilla razón, son muy difíciles de hacer bien, y sobre todo de hacer en serio, o lo que es lo mismo, tomárselos en serio.



Tres sombreros de copa, de Miguel Mihura, se escribió en 1932, durante una convalecencia del autor, y justo después de un revés amoroso. La obra resultó tan adelantada a su tiempo que no se pudo estrenar hasta 1952, con Juanjo Menéndez como Dionisio, y Gustavo Pérez Puig en la dirección. El texto de Mihura, desopilante y amargo a partes iguales, es todo un tratado sobre las vanguardias que comenzaron en esa época, y casi podemos decir que se trata de uno de los primeros ejemplos de "Teatro Del Absurdo" del que se tiene constancia. Teniendo en cuenta el panorama teatral español de la época, bastante conservador y alejado de las nuevas corrientes, podemos considerar a Mihura un pionero en nuestro teatro, y un genio a todas luces, que si bien es cierto luego tomó otros derroteros más convencionales en sus obras, siempre dejó un poso de genialidad en todo lo que escribió, de personalísima creación e inimitable sentido de la teatralidad. 
Detrás de Tres sombreros de copa, se esconde agazapada una tragedia, por no decir muchas, ya que la mayoría de los personajes que se presentan en la obra, tienen un porvenir y un presente bastante negro, y que buscan vías de escape de múltiples formas, pero con nulos resultados. Un hombre gris pasa la noche antes de su boda con una señorita bien, en un hotelito de segunda, y esa noche transcurren por su habitación una recua de personajes a cada cual más extravagante, alejadísimos en su forma de vida de la de nuestro protagonista, sirviendo esta noche de encuentros y extrañas aventuras, como catalizador de una feroz crítica a la sociedad de la época, las convenciones sociales, y sobre todo un tratado sobre los sueños rotos, y el autoengaño. Mihura plantea la obra de forma ambigua, ya que si bien todo está envuelto en cierto tono onírico, no nos queda claro si lo que vive es un sueño, o una realidad deformada por los ojos de Dionisio, que se encuentra obnubilado ante otra forma de entender la vida, con muchos más oscuros que claros, como es la de los bohemios. Los diferentes planos existenciales y las diferentes realidades están muy marcadas en la función, así como lo engañoso de la felicidad en no pocos casos, de resultados amargos y cierto poso de falsedad, en la que realmente solo dos personajes se vislumbran como auténticos, y despojados de todo artificio. Paula y Dionisio, protagonistas absolutos de la función, arropados por unos secundarios deliciosos, y en los que no hace falta rascar mucho para ver lo que representan. Mihura utiliza las simbologías a placer, de forma acertadísima, cargado de retranca, y por que no decirlo, con cierta mala leche nada soterrada. El texto de una solidez brutal y arrolladora comicidad, se sirve de unos chistes absolutamente magistrales, y unas frases que nos dejan helados por su brutalidad, en un ejercicio de humor negrísimo por momentos, y de un lirismo absolutamente arrebatador en la mayoría de las veces. Se dice que Tres sombreros de copa es nuestra mejor comedia de todo el S.XX, y creo que estoy de acuerdo en esta afirmación, ya que su calidad literaria, su arriesgada factura, y la enormidad que se esconde detrás de una aparentemente, solo aparentemente, comicidad absurda, entraña enormes dificultades a nivel actoral, y a nivel dirección, que no pocas veces han jugado a la contra de la función, ya que visiones excesivamente ramplonas y buscando el chiste fácil, se cargaban la esencia de lo que realmente es, un texto complejo, de gran calado, y altísima calidad.



Vayamos con el elenco.
Debo hacer mención a todos los secundarios, ya que se encuentran impecables, dentro de cada pinceladita con la que Mihura aderezó el texto. Sería difícil decantarme por uno en particular, ya que todos se encuentran en su punto de sazón perfecto, dando exactamente lo que cada personaje pide. Quizás por extensión del personaje, y por lo acertado de su trabajo, me quedo con la Madame Olga de Rocío Marín Álvarez, de interesante trabajo con la voz, y competente composición del personaje de mujer barbuda, extravagante, altanera, y tremendamente surrealista en su planteamiento.

Magnífico Roger Álvarez, como Don Rosario, pulcro y contenido en grado sumo, cargado de ternura, en un papel breve pero muy comprometido, y que se encuentra llevado a las más altas cotas en manos de nuestro actor, que rezuma amor por el personaje por los cuatro costados, y cuyo trabajo con el texto es realmente magnífico.

Muy destacable, El Odioso Señor, de Mariano Llorente, que resulta francamente desagradable, como mandan los cánones, en un personaje que nos hace reír, pero que maldita la gracia que tiene. Llorente plantea un rol muy pagado de si mismo, rijoso, y despreciable a partes iguales, dejándonos clarísimo lo que se nos quiso contar con él, y en el que la solidez interpretativa fue la marca de la casa.

Arturo Querejeta como Don Sacramento, es otro de los grandes activos de la obra, enorme, en su creación, que entra en escena embistiendo, y a por todas. Muy enérgico e impoluto en tono y cuerpo, apabulla con su trabajo, carismático, y de hechuras clásicas en su planteamiento. 

Malcoml T. Sitté como Buby, correcto, pero quizás un poco más plano que sus compañeros, y en un código más apagado en cuanto a la concepción del personaje. Me faltó cierto toque canalla y un poco más de comicidad en su trabajo, pero esto quizás sea una cuestión mía, y sobre mi visión de los personajes, en una obra que conozco bastante, y tengo bien metida en mi cabeza. 

Pablo Gómez-Pando como Dionisio, dota de una profunda humanidad a uno de los dos protagonistas de la función. Esforzadísimo en su creación, plantea su papel desde la ingenuidad en un principio, para rematarlo con un recorrido muy interesante hacia la desesperación, donde el arco del personaje se ve perfectamente definido. Comiquísimo en su acabado, y con cierto aire desvalido muy convincente, consigue movernos muchas cosas por dentro. Todo lo que le ocurre lo vive como una tragedia, cada vez más marcada, cada vez más desenfrenada, y sobre todo cada vez más desesperada. Gómez-Pando sirve un trabajo de altura, bien medido, y con acertada progresión, ver su camino hacia la boda como cordero al matadero, resulta impagable, tristísimo y cómico a la vez, llevándome a interpretaciones hoy recordadas y referenciales. Pablo Gómez-Pando en su sensible creación llega a unas cotas interpretativas insuperables, sin una pizca de afectamiento, y de personal enfoque, con una visión enriquecida del personaje, quizás con un punto pueril diferente al habitual, pero que no me chocó en absoluto dentro del acabado de su trabajo.

Laia Manzanares como Paula, mayúscula, no hay otra palabra para definirla, en un trabajo de gran calado, y donde se nos cuenta absolutamente todo lo que se nos puede contar con el personaje. La lectura de Manzanares es enorme, su Paula tiene más capas que una cebolla, y todas aparecen y desaparecen a placer de nuestra actriz, en el momento preciso y con la intención exacta. La Paula que vemos es tierna, sensual, sensible, frívola y soñadora, pero detrás de todo esto atisbamos un enorme poso de amargura que nos parte el corazón. Laia Manzanares revolotea por el escenario como una bella, bellísima, mariposa, con las alas rotas, y toda la poesía que se desprende de su tragedia se encuentra perfectamente plasmada en una escena final brutal, en la que la cara sonríe pero el alma llora. Todo en ella es verdad, todo está dicho por algo, y sobre todas las cosas brilla el fondo de una actriz portentosa, de enorme sabiduría a pesar de su juventud, y un mimo exquisito hacia un personaje complejo, y enorme en su concepción. 



Natalia Menéndez dirige el espectáculo, acertando de plano en su concepto, y del que varias cosas son destacables. Lo primero el tono visual, falsamente suntuoso. Todo en escena es oropel, belleza de guardarropía, e incluso cierto aire sensual un tanto vulgar, remozado en perlas de bisutería, medias de falso encaje y ligueros, de un blanco marfileño, que esconden todo lo que hay detrás, es decir velada prostitución (no tan velada), intereses crematísticos, y una compañía de variedades de tercera, de la que se podría escribir todo un tratado. Este toque deslumbrante se da de bruces de forma acertada con el sórdido trasfondo que se vislumbra, y que me pareció que corresponde a la visión  de la "vida bohemia" que tiene Dionisio, alejada de la realidad y un tanto cegado por el brillo del envoltorio de aquello que acaba de descubrir. 
Menéndez dota a la función de un marcadísimo lirismo, donde todas las simbologías de Mihura se ven perfectamente expuestas, y donde el aire onírico del texto original es primordial para entrar en la función, siendo por momentos apabullantemente bello lo expuesto en escena, tornándose en mareante por momentos con cierto aire de pesadilla caótica y febril. Posiblemente esta sea la versión de la obra en la que me han contado lo que yo buscaba en la función de forma más certera y fiel al espíritu de Mihura, en una versión ligeramente diferente en algunos aspectos, especialmente en lo visual, pero muy certera en lo actoral. La dirección de actores se encuentra muy inspirada, huyendo del frenesí en los parlamentos, otro de los fallos habituales en cuanto a la concepción del texto, permitiendo nuestra directora que los actores se recreen en le texto, dotando a todo lo que se dice de mucho sentido, y de múltiples lecturas en su acabado.
Se me antoja el trabajo de Natalia Menéndez exhaustivo a todos los niveles, y con un marcadísimo amor hacia el material original, que se ve ciertamente engrandecido, en un espectáculo soberbio, medídisimo y de impoluto acabado. 




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