viernes, 24 de mayo de 2019

Anastasia El Musical, Ojalá Hubiese Sido Así.

La leyenda sobre la supuesta escapatoria de la Gran Duquesa Anastasia la fatídica noche del 17 de julio de 1918 me fascinó durante no pocos años de mi vida. Una mujer llamada Anna Anderson, afirmó hasta su muerte que era Anastasia, y la verdad es que hubo ciertas dudas, dudas que fueron disipadas años después del deceso de la propia Anderson, ya que varias pruebas de ADN dejaron clara cual era su identidad, y lo poco que tenía que ver con la familia Romanov.
La realidad de la historia como se puede ver, es bastante más prosaica que la leyenda, ya que Anastasia murió en un sótano de una villa en Ekaterimburgo junto con el resto de su familia. Sobre la  supuesta huida y posterior reaparición de Anastasia se ha fabulado mucho, tanto en el cine como en el teatro. Así a bote pronto me viene a la mente la película de Anatole Litvak con Ingrid Bergman en el papel protagonista, "Anya" un musical que ha pasado a la historia como uno de los grandes fracasos del viejo Broadway, cuya música basada en la composición de Rachmaninoff debió de parecer excesivamente sobria para los parámetros habituales de la comedia musical, así como la película de animación que toda una generación tiene en su retina, aunque a mi ya me pilló talludito en su estreno.
En las diferentes versiones que se han hecho sobre la historia, siempre se ha huido del rigor histórico, para potenciar el carácter operístico de la historia, y darle cierto aire de melodrama aristocrático a lo que realmente nunca ocurrió.
Este cuento de hadas que se nos plantea, es el que a mi me fascina más allá de la historia de Anna Anderson, y me fascina por su potencial escénico, y por su incrustación en la cultura popular, siendo tan pronunciado, que algunos todavía afirman que la historia ocurrió como se narra en la película y musicales varios, cuando la realidad es que Anna Anderson nunca fue reconocida por la familia imperial, María Fiódorovna nunca la recibió, y nuestra heroína se limitó a pasearse por medio mundo jugando a mantener vivo el misterio y con ello ganarse la vida de la mejor forma posible.
Eso en este momento es lo de menos, centrémonos en lo que hubiese ocurrido si las cosas hubiesen sido de otra manera, y sumerjámonos en el musical Anastasia, que por fin vi el sábado pasado, y en el que se cuenta precisamente el cuento de hadas que todos hemos pensado en algún momento aquello de "Ojalá que hubiese sido así"



Anastasia, con música de Stephen Flaherty, letras de Lynn Ahrens, y libreto de Terrence McNally, tuvo su estreno en Broadway en 2017, estando dos años en cartel, y con dos nominaciones a los Tony de 2017.
La obra está basada en la película de animación, aunque con bastantes cambios con respecto al original, buscando un poso más adulto, y que me pareció una mezcla de la versión cinematográfica de Litvak y de la Anastasia de dibujos. Se suprime cualquier atisbo de fantasía, así como algunos personajes, para contarnos una historia de corte melodramático con unas gotas de humor bien dosificadas. El libreto es ligeramente irregular, especialmente en el primer acto, que resulta un tanto premioso y no bien desarrollado,  con algunas escenas excesivamente largas y en algunos casos repetitivas. Después del descanso la cosa mejora notoriamente, aligerándose la trama gracias a algunos secundarios, y al desenlace de la historia, bien contado y con indudable interés.
Musicalmente nos encontramos con la partitura del film de dibujos animados, así como con varios números musicales añadidos para completar el espectáculo, siendo el resultado francamente acertado, y de gran lirismo en no pocos momentos. La partitura de corte ecléctico y con ciertos aires de opereta resulta agradabilísima de escuchar, pegadiza y de gran belleza en líneas generales, siendo el numero estrella del espectáculo el popular "Una vez en diciembre". Anastasia es un musical de abundante y difícil partitura especialmente para su terceto protagonista, elegante factura e indudable calidad en lo musical, de aires clásicos pero en absoluto desfasada, y que sin duda es uno de los mayores atractivos de la función, deficiencias del libreto aparte.



Vayamos con el elenco.
Conjunto perfecto a todos los niveles, y con muchos pequeños papeles, en general bien llevados a cabo. Mención especial para Juan Bey, que realiza varios papeles, de muy diferente código, y que son realizados con solvencia y solidez, tanto en la disciplina actoral como musical.

Angels Jimenez, como la Emperatriz.
Jimenez, muy conocida por  los aficionados al musical, va sobrada de recursos para un papel claramente de primera actriz, que se diría hace años, y que en manos de nuestra actriz se ve perfectamente reflejado, con una vocalidad muy bien ajustada a las exigencias del papel e indudable empaque en lo actoral.


Silvia Luchetti y Javier Navares, como Condesa Lily y Vlad, respectivamente.
Espléndidos los dos, en los bombones de la función, y que se compenetraron a la perfección en lo actoral con gran química escénica. Luchetti aprovecha al máximo su estilo mixto, sabiendo perfectamente donde aportar el toque lírico, sin abusar y de forma perfectamente medida y muy bien  servida. Navares de hermoso timbre, ofreció una muy buena interpretación musical, en la que se funde a la perfección la faceta actoral con la de cantante, el fraseo resultó especialmente bueno, así como la intención en sus partes cantadas. Ambos se encuentran deliciosos, y resultan realmente cómicos en sus intervenciones, especialmente en un dúo de ecos de opereta, plagado de frescura y guiños entre ellos, que dotaron de gran frescura al número, siendo uno de los mejores momentos de la función.

Carlos Salgado, como Gleb.
Le ha tocado a Salgado el que posiblemente sea el papel más difícil a nivel musical de la partitura, y si bien es cierto que cumple, no acabó de convencerme en algunos pasajes, especialmente en la zona aguda, donde me pareció que iba un tanto justo por no decir forzado. Un papel como el suyo necesita una línea de canto depurada, y ciertamente lírica en no pocos momentos, habiendo excesivos cambios en el color. La zona central y grave suena perfecta, y el gusto cantando es indudable, en una interpretación musical que hubiese sido redondeada de mejor forma sin los pequeños problemas que mas arriba comento. En líneas generales se puede decir que se encuentra correcto, y se disfruta de su trabajo en no pocos momentos, para ser sinceros. A ello hay que añadir una sobriedad en lo actoral muy de agradecer, en un papel no muy bien tratado en el libreto, y que Salgado defiende a las mil maravillas. 

Iñigo Etayo, como Dimitry.
Adecuadísimo en todas las disciplinas, y con un bonito timbre atenorado que se ajusta muy bien al papel. Etayo da todas las notas sin problema, se implica en lo musical de forma muy efectiva, y resuelve sin problema los pasajes más comprometidos, que no son pocos, siendo el resultado el de un trabajo sensible y esforzado a partes iguales. Perfecto a nivel actoral, nada afectado, y en un código galanesco muy acertado, consigue dotar al personaje de la dosis justa de carisma necesaria, así como de cierto empuje juvenil que define muy bien a su personaje. La voz se ensambla perfectamente con Xènia García, siendo las partes cantadas de los dos de lo mejorcito de la noche.


Xènia García, como Anya. 
Excelente a todas luces. Si algo caracterizó a García fue la solidez en lo musical, con una voz bonita, muy bien timbrada, perfectamente colocada, muy redonda en su acabado, y un agudo muy bien resuelto. Nuestra cantante resulta muy expresiva en todas sus intervenciones, y ofreció una interpretación sin fisuras en lo vocal, siendo su trabajo realmente superlativo en no pocos momentos. La misma solidez se le puede atribuir en la parte actoral, ya que sirvió un personaje de una pieza, bien entendido, y con un carácter muy marcado cuando el libreto lo requiere. Reconozco que Xènia García ha sido un descubrimiento para mí, ya nunca la había visto en un papel de esta envergadura. Me parece que con nuestra artista tenemos un gran activo para el mundo del musical, que todavía tiene mucho que decir sobre las tablas. 



Xavier Torras al frente de la orquesta titular, sirvió una correcta función, siempre anteponiendo la espectacularidad del sonido, y aquello que la partitura pide a nivel dramático. Torras ofreció un estupendo trabajo de concertación, así como un espléndido tratamiento del coro, en una función difícil para el conjunto, del que estuvo muy pendiente durante todo el espectáculo. Es destacable su trabajo en dos momentos de la función, muy especialmente en la escena del ballet con ecos de concertante operístico, y en el coro que sirve de despedida de los nobles en la estación de Moscú. Ambos números comprometidísimos y muy bien resueltos por parte de foso y escenario con Xavier Torras al timón. 




Vayamos con la propuesta escénica.
La función es un calco a la de Broadway, y viene firmada por Darko Trenjak. Nos encontramos sin duda ante un espectáculo de primer nivel en lo escénico, en el que el punto fuerte viene dado por una insuperables proyecciones de Aaron Rhyne de gran calidad, y notable efecto teatral, pero... siempre hay un pero, me resultaron un tanto repetitivas. Me explico, la función es francamente bonita, pero parece no contarnos mucho más después de haber visto la primera media hora. Cada escena está resuelta de forma más espectacular que la anterior, y uno está esperando la siguiente proyección para ver como nos cuentan los diferentes espacios en los que se desarrolla la acción, pero el recurso llega un momento que ya no sorprende, pasando un servidor a fijarse en los actores más que en el envoltorio en si. No digo yo que esto esté mal, pero si es cierto que me faltó cierto empaque o capacidad catártica en lo visual. 
Trenjak ofrece un espectáculo pulcro, de elegante acabado, perfectas transiciones e irreprochable a nivel técnico, al que quizás le falte un poco de tripa en su acabado final, ya que todo es muy correcto, muy deslumbrante y también un poco frío. Hay que hacer una mención especial a los impresionantes figurines de Linda Cho, vistosísimos, dotando al espectáculo de un aire de suntuosidad muy conseguido, y perfectamente estudiado.
En resumen, Anastasia es sin duda un musical de primer nivel, con una cuidada propuesta musical y escénica, que ofrece exactamente todo aquello que busca, es decir un entretenimiento de calidad, bien presentado y de gran formato, tal y como el género, y este título en particular, necesita. No defrauda en absoluto, y me parece uno de los títulos imprescindibles de esta temporada plagada de musicales, donde la competencia y el nivel, parece ser que en general han estado a la altura. 



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**Como nota aclaratoria, decir que las fotos que acompañan esta crítica no se corresponden en su totalidad al elenco del que se habla en ella.




miércoles, 15 de mayo de 2019

Doña Francisquita, Lluís Pasqual No Quiere A "La Paca"

Quiero empezar esta crítica con una declaración de principios, la zarzuela es música, pero también es texto, nos pongamos como nos pongamos es inherente al género y una de sus señas de identidad. Anular su identidad es directamente anular la zarzuela. Amo nuestro género lírico, con sus virtudes y sus defectos, alabo las primeras y reconozco los segundos, pero lo que jamás hago, es despreciar el género, bastante se lleva haciendo desde tiempos inmemoriales como para ponerle un clavo más al ataúd en el que parece se empeñan algunos meter a nuestro patrimonio lírico.
Soy partidario de modernizar textos, de una renovación estética, y una revitalización del género, pero siempre teniendo en cuenta que lo que tenemos entre las manos es zarzuela, y que  los códigos del género, o al menos sus características mas importantes deben prevalecer, más allá de lo que se pueda plantear como el futuro de nuestra lírica. Si no hacemos zarzuela, nos la cargamos, si la abordamos desde el prejuicio la estamos matando, y si no ponemos un verdadero empeño en dignificarla, mejor la dejamos para las salas de concierto, con gran dolor de mi corazón. No soy capaz de vislumbrar por donde debe evolucionar la zarzuela, e incluso a estas alturas de la película, ya me cuesta incluso pensar que pueda hacerlo, porque a fuerza de repetirnos que se ha quedado antigua, voy a acabar creyendo que es verdad. Sinceramente no creo que una Francisquita se haya quedado más antigua que una Cavalleria Rusticana, pero nadie se plantea que la segunda sea irrepresentable tal y como se concibió (hablo de texto y música) mientras que se sobreentiende que Doña Francisquita, es un ente extraño que parece ser incomprensible para el público actual, completamente ajeno a las mentes pensantes del S.XXI, y que no tiene ni el más mínimo atractivo para un espectador medio en la actualidad. Un sencillo enredo amoroso ambientado en el S. XIX, no creo yo que sea tan complicado de entender, ni por supuesto tan ofensivo para el público actual, que no sea capaz de discernir que es una obra hija de su tiempo. ¿Debemos cambiar Otello y que sea Desdémona quien le de lo suyo al tenor, por machista y celoso? obviamente no. Pues entonces, entiendo que con la zarzuela tampoco se debe hacer lo mismo, especialmente si el resultado final del cambio es peor que el original, como iré narrando.
Esta disertación viene a colación del estreno de Doña Francisquita ayer en el Teatro de La Zarzuela, en la que si algo me quedó claro, eso es que el camino a seguir, no es el que Lluís Pasqual ha tomado en este caso, y que un poquito más de amor al título dirigido, nunca viene mal.



Doña Francisquita con música de Amadeo Vives y libro de Federico Romero y Guillermo Fernández-Shaw, tuvo su estreno triunfal en el Teatro Apolo de Madrid el 17 de octubre de 1923.
Nos encontramos ante una de las cimas de nuestro género lírico, uno de los mejores ejemplos de zarzuela grande, y un título de gran influencia que dio un enorme impulso a la lírica española en el segundo resurgir de la zarzuela.
Vives compuso una obra monumental, en la que se huye del sainete lírico, para elevar el género a cotas operísticas en la mayoría de los pasajes, en una partitura plagada de fuegos artificiales canoros, y de una belleza realmente indescriptible. Amadeo Vives estiliza el folclore español y el madrileñismo de forma superlativa durante toda la partitura, sin dejar de lado una música de profundas raíces españolas, y gran elegancia en su acabado formal. La obra equilibradísima en lo musical, tiene varios de los "hits" más recordados del repertorio, empezando por la "Canción del Ruiseñor" continuando por la "Canción de la Juventud", la célebre romanza para tenor, así como el bellísimo dúo de tintes veristas entre Fernando y La Beltrana. Para rematar la faena en el tercer acto nos encontramos el delicado "Coro de Románticos" y el vigoroso "Fandango" de marcada impronta en la cultura popular, y pieza clásica del repertorio de danza española. Doña Francisquita sea posiblemente el canto del cisne de nuestra zarzuela, en la que se puso toda la carne en el asador para conseguir una obra deslumbrante en lo musical, y de enorme calidad en toda su extensión, deliciosa de escuchar y de difícil ejecución para todos los componentes de la función.
El libreto escrito en verso, es un remedo de "La discreta enamorada" de Lope de Vega, que quizás pueda parecer un tanto cursi para el espectador habitual, pero que se encuentra muy por encima de la media literaria de nuestras zarzuelas, en el que texto y música se compenetran a las mil maravillas, y en el que el enredo amoroso propiciado por la taimada Francisquita para conseguir el amor del apocado Fernando, se encuentra bien expuesto, de forma amable y entretenida.


Lluís Pasqual firma la versión, y crea un auténtico destrozo, en el que poco queda de la obra original, no aportando nada que mejore el material escrito,  que resulta irritante por momentos, y del que salí con serias dudas sobre si el espectador neófito, sale de la función con una idea clara del argumento de la obra. Se nos plantea cada acto de la función en una época distinta, y con una situación escénica diferente. El primero en los años 30 durante una grabación en disco de la obra, el segundo en un grabación para la televisión durante los años 60, y el tercero en un ensayo general en la actualidad. El nexo de unión es un narrador que dice lo mismo en cada acto del espectáculo, es decir lo innecesarios que son los textos, lo poco que vale el texto original, y que a nadie le interesa lo que se dice en la función, buscando en cada uno de ellos la disculpa más peregrina para no decir los parlamentos de la obra. El personaje de Gonzalo de Castro, molesta bastante, no aporta nada, y parece ser la voz de lo que opina Lluís Pasqual de nuestra zarzuela y este título en particular, rematado todo el espectáculo con una retahíla de chistes manidos, poco efectivos, y que a mi personalmente no me sentaron muy bien en algunos casos, ya que encontré la obra poco respetuosa con nuestra zarzuela, y en exceso aleccionadora hacia el respetable, sobre la supuesta invalidez de las partes habladas en la zarzuela. Hay un poso de menosprecio que me dolió profundamente, y que pienso que poco favor le hace al género, y lo que es peor, no hay nada de la esencia de la obra original, el "koncept" se lo ha fumado directamente, para hacer otra cosa, que desgraciadamente, y como luego explicaré, tampoco funciona en los escénico. De asociar, una vez más, la zarzuela al Franquismo, y repetir lo mucho que le gustaba al Régimen, prefiero ni hablar, otro de los tópicos del género, que tanto daño ha hecho, y que Lluís Pasqual no ha perdido la ocasión para dejarlo caer.



Vayamos con el elenco.

Gonzalo de Castro, actor, como narrador.
De Castro no acaba de rematar un personaje que farfulla en exceso, que no acaba de encontrar su sito en escena, y que molesta bastante en el primer acto, bailando durante los números musicales, intentando buscar cierta presencia en algunos momentos en lo que un discreto segundo plano hubiese sido más acertado. 

Partiquinos ejecutados por miembros del Coro Titular, correctos en general, con mención especial para el afortunadísimo Sereno de Francisco Javier Alonso, de muy expresivo acabado, y sobrado en cuanto a volumen y belleza en la voz. 

Antonio Torres como Lorenzo Pérez, Santos Ariño como Don Matías, y María José Suárez como Doña Francisca, cumplen de forma efectiva en sus papeles, luciéndose Torres en la escena de la Mazurca, cuya intervención estuvo cargada de fuerza, y muy acertada en lo musical. Santos Ariño, cuyo personaje ha sufrido una poda importante, cumplió con oficio en su solo, siempre conmovedor y de gran belleza, y Suárez en su acertadísimo código habitual de lapidaria caraterística hizo las delicias del respetable en el que posiblemente sea el personaje mejor tratado en la versión que se está representando, y del que Suárez saca oro puro en cada intervención.

Vicenç Esteve, tenor, como Cardona.
Muy acertado y enérgico en lo actoral, resulta un tanto excesivo en lo musical, ya que tanto ímpetu empaña una interpretación en la que un poco más de delicadeza en el fraseo no hubiese estado mal, y un sonido menos abrupto hubiese rematado el personaje de la forma adecuada. El timbre es bonito y la voz corre sin problemas, siendo la intención en los cantables, uno de los fuertes de un trabajo correcto, aunque con matices.

Ana Ibarra, mezzosoprano, como Aurora "La Beltrana".
La Beltrana es uno de los personajes más hermosos de nuestra zarzuela, y su dificultad estriba en una tesitura difícil, tirante para una mezzo, y excesivamente grave para una lírica. Ibarra de poderoso instrumento las da todas, incluso el complicado inicio del dúo, caballo de batalla del personaje, que en nuestra cantante suena pleno y grande. Sirvió un admirable "Soy madrileña", con graves de impresión, línea de canto perfecta, y espectacular en su acabado. Nos encontramos ante una cantante que ofrece calidad y musicalidad a partes iguales, sin dejar de lado la parte más vistosa del personaje, ni sus tintes dramáticos en el dúo, cuyo mutis fue realmente acertado. Actoralmente se encuentra correcta, y cargada del empaque que se le supone a Aurorilla "La Beltrana". 

Ismael Jordi, tenor, como Fernando.
Magnífico, en una sensible y matizada creación, que me emocionó en algunos momentos, y que me fascinó en su acabado. Varias cosas son a tener en cuenta de su trabajo. En primer lugar el bellísimo timbre que posee, más maduro que en las últimas intervenciones que le he visto, y con más cuerpo. El fraseo es absolutamente magistral, el uso del legato acertadísimo, y unos agudos bien colocados y de espectacular resolución. La romaza principal fue cantada de forma impecable y largamente ovacionada, aunque no nos obsequió con un bis, que estaría bien justificado. Su fuerte está en el lirismo de una interpretación que tuvo otro momento de oro en el quinteto, cantado de forma exquisita y donde se fundió a la perfección con la Francisquita de Sabina Puértolas. 

Sabina Puértolas, soprano, como Francisquita.
Me he reconciliado con la soprano navarra, después de Tabernera, que se ajustaba menos a su vocalidad que "La Paca". Puértolas dota de una interesante sensualidad al personaje, y huye de la imagen habitualmente cursi, y equivocada, que se le suele dar. En general me pareció que sirvió una función homogénea, en la que la voz no cambia de color en la zona aguda, y suena de forma suficiente en la zona central, algo muy de agradecer en un personaje no muy bien tratado por la tradición, y que se asocia a lírico-ligeras, cuando una lírica con coloratura es más adecuada para el personaje, ya que Francisquita se mueve engañosamente por la zona media más que por la aguda. La voz bonita y bien proyectada resultó efectiva en la "Canción del Ruiseñor" y muy matizada en los dúos y tercetos, resultando perfecta como contrapunto a Ismael Jordi. Otra cosa que se debe mencionar, es que Sabina Puértolas canta lo que está escrito, no plaga la función de los innecesarios sobreagudos que a veces se escuchan por aquello, una vez más, de la "tradición". Así se escribió la Francisquita y así se debe cantar. 

Coro Titular del Teatro de la Zarzuela dirigido por Antonio Fauró, absolutamente magnífico en todas las intervenciones. Para la posteridad quedará una "Canción de la juventud" de poner la piel de gallina, y un "Coro de Románticos" que creo que pasará a la historia del coliseo de la Calle Jovellanos, con una nota final larga y exquisita que levantó una de las ovaciones de la noche. Espectaculares en el volumen, grandiosos como la obra requiere, y matizados en grado sumo, fueron un activo incuestionable en una función bien planteada en lo musical.

Óliver Díaz a la batuta de la OCM, lleva la orquesta al límite de sus posibilidades, en una lectura inteligente y cuidada de la obra, y en la que hace lo indecible por sacar la función adelante a pesar del dislate escénico, aprovechando al máximo a los cantantes que fueron cuidados hasta la extenuación, siempre a favor de la función y sus artistas. El sonido resulta compacto aunque menos teatral que en otras ocasiones, algo que no tengo yo muy claro que sea culpa de Díaz, como más arriba planteo.
Mención especial a la Rondalla Lírica de Madrid "Manuel Gil" inconmensurable en sus intervenciones, y una vez más confinada en el foso, ya que parece que molestan en escena, léase esto en modo irónico, por favor.

Lucero Tena, hace una colaboración especial en el Fandango, y solo se puede decir que resulta magistral, lo que Tena hace con los palillos es magia, no hay otra forma de definirlo. Los matices que saca de las castañuelas, su personalidad en escena, y la ternura que infunde son infinitas. Recordaré siempre lo que Lucero Tena hizo ayer, sin duda ya forma parte de mi historia como espectador. Decir castañuelas es decir Lucero Tena, no me cabe la menor duda. 



Vayamos con la propuesta escénica. 
Lluis Pasqual patina, y lo hace en varios aspectos, el primero los sobados recursos de grabación y filmación, ya vistos hasta la saciedad, y que a estas alturas de la película no aportan nada que no se haya visto antes, y con mejor fortuna. También hay que remarcar que todas las acciones, o la mayoría, en los cantables van en contra de la partitura, destrozando los números de presentación de los personajes que se encuentran desangelados y son anti-teatrales en grado sumo. Todo el primer acto se puede plantear como un concierto, estático, sin gracia, y frío como un carámbano. El segundo acto un poco mas inspirado esteticamente que el primero, especialmente en su final con un acertado giratorio, que dota de gran belleza plástica al cuadro, dentro del tono apagado y poco atractivo de la función, que en este acto Lluís Pasqual vuelve a meter en la nevera, cada vez que los cantantes interactúan con las cámaras en vez de entre ellos. En cuanto al tercero se nos plantea como un ensayo general, general sin vestuario, con ropa de ensayo, un espejo y luz de trabajo. He hecho y visto muchos generales, y en mi humilde entender los ensayos generales con público, tal y como se dice en la función que es, nunca se hacen así. Para la posteridad quedará la desafortunada presentación de Lucero Tena, digna de un especial televisivo de un productor de zarzuela, que llevaría al extremo contrario la Francisquita, y que visto lo visto, no se si la prefería a lo presenciado ayer. Pasqual hace todo lo contrario a lo que Francisquita es, siendo el resultado una función apagada, de estética feísta en no pocos momentos, el carnaval se lleva la palma, y con sorprendente poca garra teatral, teniendo en cuenta el bagaje de nuestro director. Lo que más me dolió, fue que no vi ni una sola gota del amor que dice tenerle Pasqual a Doña Francisquita en el programa del espectáculo, sino más bien todo lo contrario. Ayer salí triste y decepcionado del Teatro de la Zarzuela, y si bien es cierto yo siempre apuesto por el futuro y no por el apolillamiento, creo que esta producción no le hace el más mínimo favor a nuestro género, ni a Doña Francisquita. Siempre quedará la música, que sale triunfante, y el regusto de ser conscientes de que mejorar los originales, amén de difícil, en la mayoría de los casos es imposible.
Mención especial a las inspiradísimas coreografías de Nuria Castejón, y a los, como siempre, bellos figurines de Alejandro Andújar.






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lunes, 13 de mayo de 2019

El Hombre De La Mancha, Recordando A Brel, y Revisando El Clásico

Cuando se publicó la programación del Teatro Español de la presente temporada, una actividad de tres días me llamó la atención, se trataba de L´homme de La Mancha, sobre la traducción y adaptación de Jacques Brel. Empecé a buscar información sobre el espectáculo que se presentaba como una coproducción entre el teatro de La Monnaie de Bruselas, el KVS y el Théâtre de Liège, y el resultado de mi investigación a nivel visual no pudo ser más decepcionante, y no corrí más detrás de este espectáculo, que decidí no ir a ver, ya que no me interesaba en absoluto. Muchas personas de mi entorno iban a ver la función, mientras yo me mantenía en mis trece, diciendo que me daba mucha pereza, que la pinta era malísima, y que conmigo que no contaran. Para variar me equivoqué, y después de algunos comentarios que me llegaron al finalizar la primera función me animé a sacar entradas, algo reticente, pero ahora con ánimo curioso, y todavía escéptico. Cuando acabó el espectáculo me tuve que tragar todas y cada una de mis palabras, ya que la calidad musical, y los aciertos escénicos, de esta peculiar visión de El Hombre de La Mancha, están bastante por encima de muchos espectáculos de esta índole vistos en nuestro país, y me dejaron muy claro, que si bien es cierto me tengo por espectador desprejuiciado, tengo más prejuicios de los que me creo. Entono el mea culpa, y prometo dos cosas, juzgar menos un espectáculo antes de verlo, y sobre todo no ofrecer mi opinión en público tan a la ligera, sin conocimiento de causa. El teatro es un continuo aprendizaje, para el que lo hace y para el que lo ve, un arte cuyo lenguaje está en continuo movimiento, y que debe ser abordado siempre con la mente abierta, porque las sorpresas, buenas y malas, surgen en el momento más inesperado.


El Hombre de La Mancha, con música de Mich Leigh, libreto de Dale Wasserman y letra de Joe Darion, tuvo su estreno en el "off Broadway" en noviembre de 1965. Pasó al circuito principal de Nueva York un par de años después, dado el éxito de la producción original, prolongándose su estancia en cartel hasta 1972. Este musical fue galardonado con cinco premios Tony en la edición de 1966.
El Hombre de La Mancha es uno de los grande éxitos del viejo Broadway, y un clásico en toda regla, representado en todo el mundo, en múltiples idiomas y diferentes adaptaciones, siendo un título muy popular, especialmente el tema principal de Don Quijote, el celebérrimo " Sueño Imposible".


Leigh compuso una partitura vibrante y de fuerte inspiración española, tremendamente pegadiza, y gran expresividad, en la que se refleja a la perfección los diferentes momentos que transcurren en escena. La orquestación de la obra resulta peculiar, dada la ausencia de cuerdas a excepción de un contrabajo y guitarra española, dotando a todo el musical de un sonido muy particular, y muy identificable como de la obra en cuestión, y siempre al servicio del drama.
El argumento gira en torno a la reclusión de Cervantes por parte de La a Inquisición Española, llevando a cabo el autor una representación de El Quijote siendo los protagonistas los presos de la cárcel, para defenderse ante sus denunciantes, explicando su magna obra.
Varias cosas hicieron que El hombre de La Mancha supusiera un antes y un después, especialmente su carácter minimalista, que abrió una nueva línea en cuanto a la concepción de los espectáculos musicales, habitualmente de gran formato, así como una trama de final triste, y muy adulta en su línea argumental, con lenguaje duro y directo. Es destacable también el gran valor literario del libreto de Wasserman, donde El Quijote se ve sintetizado de forma poética, y con gran fuerza en algunos momentos.
De El Hombre de La Mancha se pueden sustraer muchos mensajes, especialmente la importancia de perseguir los sueños de cada uno, así como el no olvidar la poesía y la imaginación como motores de nuestra vida. Casualmente, en este musical, el "loco" es el más sensible, el más soñador, y sin duda el más honesto de todos los personajes que pululan por el texto, algo que nadie le puede perdonar. El poso que deja de El Hombre de La Mancha resulta conmovedor, y muy esclarecedor, siendo el resultado el de un título apreciable, de inolvidable factura, y uno de los más queridos del repertorio clásico, que yo mismo tengo entre mi terna de musicales favoritos.
Como más arriba planteo, en el espectáculo se representa la celebrada versión de Jacques Brel, todo un icono en el mundo franco parlante, y de gran belleza en su traducción.


Vayamos con el elenco:
Nos encontramos ante un elenco de altísimo nivel, en el que todos cumplen con los diferentes papeles que se llevan a cabo, por motivos obvios iré a los principales.

Es destacable el trío formado por Gwendoline Blondeel, Geoffrey Degives y Raphaële Green, como Ama de Llaves, Padre y Antonia Carrasco. El terceto fue servido con gran maestría y musicalidad, encontrándonos con tres voces claramente líricas, y de perfecto ensamblaje entre ellas. La zona aguda fue ampliamente superada, la intención, tan importante en esta obra, una de las grandes bazas de la interpretación de nuestros intérpretes. También se debe hacer mención a Degives como Barbero, que resulta impagable en su interpretación, y más que correcto en sus intervenciones. Degives resulta uno de los mejores intérpretes de la noche, destacando como tenor de impecable gusto cantando, y gran belleza en el instrumento.

Christophe Herrada como Sansón Carrasco, resultó muy sólido en sus intervenciones, especialmente como el Caballero de los Espejos, donde por motivos obvios más se lució en lo vocal, llevando a cabo una interpretación que recordaba, en su estilo, a la de ciertas óperas rock, o a El Fantasma de El Paraíso de Brian De Palma. La voz está bien timbrada y sin fisuras, es robusta, con buena técnica, y muy resolutiva, dando como resultado un trabajo eficiente en líneas generales, y más que satisfactorio.

Junior Akwety, como Sancho Panza, me pareció más acertado musical que actoralmente, ya que unas dosis de ingenuidad más marcada, y un carácter más apegado a la tierra, serían de agradecer, la diferencia con Don Quijote hubiese sido más clara, y su vínculo estaría mejor definido. Musicalmente se encuentra acertadísimo, dotando al personaje de un delicioso sabor étnico y con unos ecos de cantante soul, que le vienen muy bien a Sancho, resultando peculiarísimo en la lectura de la partitura, y de personalísima ejecución.

Ana Naque, como Dulcínea, me pareció la mejor intérprete de la noche a nivel musical, con una imponente voz, de técnica lírica pura, que me dejó asombrado por sus matices oscuros, de sensualísimo centro, y agudo poderoso. Naque de amplia tesitura, impresiona en su ejecución musical, por la facilidad con la que parece abordar el papel, así como por los espectaculares resultados que ofrece. Encontré a nuestra cantante adecuadísima a lo que el papel pide, papel por cierto, de grandes dificultades canoras, y de difícil demarcación en cuanto a tesitura. Actoralmente soberbia, en una Aldonza-Dulcinea de aires poligoneros, que cuadra con el personaje a las mil maravillas, y cuya rotunda presencia nos deja fascinados desde su primera intervención, afortunadísima por cierto.

Filip Jordens, Como Don Quijote. Jordens parece ser un reputado intérprete del repertorio de Brel, al que yo no conocía, he de confesarlo. Nuestro actor canta como Brel, con sus mismas inflexiones, sus famosas "erres" así como en la imitación de esa voz, casi áfona y sin armónicos, que Brel poseía y que me parecía inimitable hasta la función del otro día, ya que Filip Jordens lo clava, y lo que es mejor todavía, le saca todo el partido posible a nivel musical y dramático. Ciertamente tiene el nivel vocal más bajo de la función, pero juzgando su trabajo en conjunto no me molestó. Actoralmente resulta prodigioso, entregadísimo, y conmovedor en no pocos momentos, dotando a su personaje de una verdad realmente superlativa. Nos creemos todo lo que hace y todo lo que dice, y nos sobrecogemos cada poco ante la enormidad de lo que se plantea en su composición. Cuando Aldonza le está recriminando todo lo que ha hecho por ella, y le cuenta con toda su crudeza quien es ella realmente, la desesperación que nuestro actor muestra, mientras se lleva las manos a la cabeza, es uno de los momentos mas inspirados, y más brutales que he visto sobre un escenario en mucho tiempo.

Me gustaría hacer una mención especial a François Beukelaers, que viene acreditado como Capitán de La Inquisición, y que tiene un papel no del todo definido en la función, ya que está durante todo el espectáculo observando lo que ocurre en escena sin apenas hablar, a excepción de un añadido de texto, que no supe saber muy bien de donde había salido. Lo entendí como una alter ego de Brel, rememorando un amor de juventud. Donde realmente Beukelaers resulta conmovedor, es en la muerte de El Quijote, en un ejercicio de verdad encomiable, y de efecto profundamente catártico.



La Orquesta de La Monnaie, con Bassem Akiki a la batuta, sonó realmente bien, con una lectura muy teatral de la partitura, y perfectamente ajustada a las necesidades de la obra, con un sonido compacto y homogéneo durante todo el espectáculo, acompañando a la perfección el drama. Quizás, y esto es una cuestión de gustos, encontré un poco pausados los tiempos en los temas de Aldonza, algo que dadas las estupendas facultades de la soprano titular del rol, me pareció que enriquecía la interpretación, y estaba perfectamente premeditado. En líneas generales, nos encontramos con una obra muy cuidada en su lectura musical, y en la que se ve a la legua el profundo trabajo con la partitura y los cantantes de Bassem Akiki, que dota a la función de la grandeza con la que fue concebida, quedándose no en un mero ejercicio de espectacularidad, sino de exquisitos matices, y elaborado acabado. 


Vayamos con la dirección escénica.
La función viene firmada por Michael De Cock y Junior Mthombeni, siendo el resultado más ortodoxo de lo que nos puede parecer a simple vista, pero que arañando en el fondo del asunto, nos damos cuenta que se parte de un respeto absoluto hacia el musical original.
La idea de un concierto semi escenificado pulula en el montaje al principio de la función, pero a medida que va avanzando el espectáculo, nos damos cuenta que no es así, sino que se trata de una función cargada de simbologías, y cercana al "konzept" operístico, que busca la esencia de la función de una forma muy palmaria, y extremadamente afortunada en casi toda la representación. La idea de un teatro desnudo con pocos elementos, y mucha imaginación, tan cercana a la obra original, se encuentra continuamente en el espectáculo, huyendo de los espectáculos acartonados, que a veces se asocian a este musical, siendo la verdad en las interpretaciones, y la parquedad en los elementos, como más arriba planteo, las señas de identidad, de un espectáculo elegante e imaginativo a partes iguales. Hay algunos peros, especialmente en algunas simbologías no explicadas de forma correcta, y que nos cuesta entender, así como algunas proyecciones que tampoco me parecieron especialmente afortunadas, pero también es cierto, que esto que planteo imprime a todo el espectáculo una extraña atmósfera muy sugestiva y de interesante acabado. Si se nos hubieran contado mejor algunos pequeños detalles la función sería menos irregular en su totalidad, aunque si es cierto que el espectador se deja llevar por lo que va viendo, metiéndose en ese peculiar mundo que se nos plantea, ciertamente sórdido, y profundamente teatral. La dirección de los actores es superlativa, con unas líneas muy claras en cuanto a las psicologías, así como las múltiples pinceladas con las que se enriquece a cada rol de la función. Impagable el Ama de llaves, rijosa y ataviada de unos castradores guantes de boxeo, en uno de los números mejor resueltos del espectáculo, el terceto del Ama, Antonia y el Cura. La función dotada de un sobrado empaque escénico y actoral, resulta impactante por momentos, tanto por su dureza, como por su capacidad para conmovernos en los momentos más dramáticos, y lo que es más importante, en el que toda la poesía que se desprende de la mente de El Caballero De La Triste Figura, está muy patente, siendo el resultado el de una canto a la imaginación y a la busqueda de los sueños de cada uno muy notoria, y magnificamente plasmada. Reconozco que este Hombre de La Mancha, ha sido una sorpresa mayúscula, inesperada y gratificante a partes iguales, en la que se demuestra una vez más, que el envoltorio es lo de menos, cuando la obra se encuentra plasmada en el escenario, algo que sin duda así ocurre en esta función, que destila ironía y verdad por los cuatro costados, y en la que durante gran parte de ella, no podía dejar de pensar que si los autores la hubiesen podido ver, sería quizás una de las más cercanas al concepto original de todas las que se han hecho.  No hay gigantes, pero si está la imaginación de Don Quijote, exactamente aquello que nos contó Cervantes, y el ejercicio de metateatro que se nos quiso contar un día de un lejano 1965 en el que se hizo historia en el teatro musical, ya no estadounidense, sino mundial.

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