Se inició la temporada en La Zarzuela en la vertiente escénica, ya que "Circe" dio el pistoletazo, y con muy bien pie por cierto, en versión concierto el pasado mes de septiembre. Para abrir temporada se ha elegido uno de los pesos pesados del repertorio "Los Gavilanes", obra puntal del género, en cuanto a popularidad y éxito del título, y con lo que parece ser un gran elenco, de gran solvencia en ambos repartos, y en el primero, que es el que esta crítica ocupa con grandes atractivos en sus componentes. Me apetecía mucho ver la función, ya que hace la friolera de 20 años desde la última vez que se puso en pie en La Zarzuela, y ya iba siendo hora de volver a programarla, aunque como siempre ocurre en estos casos, las dudas surgen, ya que con el gran repertorio no es fácil dar con la tecla adecuada que ponga al título en su lugar, se aporte algo no aportado ya, o se le de el giro acertado a lo que tantas veces se ha hecho y se ha visto. Mario Gas me parecía una apuesta segura en lo tocante a la dirección de escena, máxime cuando de una obra con problemas de libro como es esta se trata, y la verdad es que esta vez como iré contando no me pareció que ha estado tan inspirado como de costumbre. La velada tuvo sus más y sus menos, y en general salí un tanto decepcionado de estos Gavilanes, que se quedan a medio Gas, más en lo escénico que en lo musical, pero que en líneas generales, no me dejaron con el sabor de boca que yo esperaba.
"Los Gavilanes" denominada como "Zarzuela en tres actos y cinco cuadros", con música de Jacinto Guerrero y libro de José Ramos Martín, tuvo su estreno en el Teatro de La Zarzuela el 7 de diciembre de 1923.
La obra ya causó diversidad de opiniones en su estreno, que en cuanto a críticas tuvo de todo, desde los elogios más efusivos, hasta las más duras posibles. A este respecto destaca la escrita en "El Liberal" que afirmaba literalmente que "En su partitura hay más ruido que música"... casi nada. Lo que si fue unánime en cuanto a la opinión critica aquella noche de diciembre es que la obra iba a ser un éxito instantáneo, como así fue, siendo clamoroso el fervor del público, y su indudable perdurabilidad en el repertorio, así como su incrustación, marcadísima, en la cultura popular.
Guerrero quiso con esta obra volver a la zarzuela grande más clásica, y logrando con ella posiblemente su mayor éxito, aunque si es cierto que la partitura abusa del efectismo, y en algunos momentos peca de exceso de superficialidad, pero amigos, Guerrero sabía perfectamente lo que le gustaba al público, y no solo cargó la obra de fuegos artificiales, melodías facilonas y gratísimas al oído, ya que nos coló en su partitura tres números que por si solos ya merecen pasar a la historia de nuestra zarzuela. El brioso e inspiradísimo Concertante, el Dúo de Adriana y Rosaura, casi un aria y al más puro estilo operístico, y la Romanza de tenor "Flor roja". El resto de la partitura de corte más irregular, tiene sin duda momentos de gran interés, la Romanza de salida del barítono, puntal del repertorio, y el Quinteto "No importa que al amor mío..." de gran efectismo dramático completan los momentos más interesantes de la partitura, junto con el Dúo de Adriana y Juan de gran poder evocador. Punto y aparte merecen los coros, en una función en la que tienen gran relevancia musical, y que son muy importantes en el avance de las diferentes situaciones musicales y escénicas.
La orquestación de Guerrero, ampulosa, y hasta cierto punto grandilocuente, ya nos define el tono de la obra en su Preludio, en el que la trompeta marca un espectacular inicio de fanfarria que nos deja claro que Guerrero va a sacar toda la artillería pesada, como así ocurre durante casi toda la partitura. La música de Guerrero de indudable eficacia sirve perfectamente su labor de acompañamiento de lo que más destaca en la obra, que es el brillo vocal de su trío protagonista, ya que el personaje de Rosaura se queda un poco cojo dentro de una obra en la que el lucimiento de los solistas es importante, mientras que la pobre Rosaura no tiene ni una pobre romanza que echarse a la boca.
El libreto de Ramos Martín es sin duda la parte más discutible de la zarzuela, en la que un argumento demasiado simple, ya fue muy criticado en su momento, y que tiene la triste fama de ser uno de los peores del repertorio, aunque creo que los hay peores, ya que si se toma la obra en serio, y no se abusa de las morcillas, algo que es casi una tradición en esta obra, puede tener cierto lucimiento dramático para sus protagonistas. La función ambientada en una aldea de La Provenza a mediados del S. XIX cuenta la historia de Juan un indiano que vuelve a su pueblo natal después de hacer fortuna, y en él se reencuentra con un amor truncado de juventud (Adriana), y con la hija de esta (Rosaura), con la que por un entramado digno de, nunca mejor dicho, una zarzuela pretende casarse por los maquiavélicos planes de la pérfida abuela de Rosaura, que está enamorada de un joven del pueblo llamado Gustavo. Obviamente todo acaba con una sonrisa, y lo que apuntaba a melodrama, acaba felizmente como mandan los cánones zarzueleros.
"Los Gavilanes" se ha representado muchísimo, y tiene fama de "salvataquillas", ya que cuando una temporada iba mal, el empresario la programaba y así recuperaba lo perdido, ya que era una apuesta segura.
La versión que se está representando en estos momentos viene sin firmar, y recorta sensiblemente la obra original, aunque si es cierto que no se pierde la trama principal. La sensación es la de siempre, una sucesión de números musicales, hilados por una endeble trama dramática, con poca chicha actoral y que esquematiza los personajes hasta el esqueleto. Hay dos cortes musicales, uno de ellos el Intermedio, que entiendo que es debido a que no hay descanso en el espectáculo, y para mantener la dramaturgia se tuvo que sacrificar, y la Escena de las ofrendas, que se corta algunas veces, ya que no aporta mucho, pero que tratándose de La Zarzuela, me ha sorprendido que no se llevara a cabo.
Vayamos con el elenco.
En primer lugar hay que reconocer lo estupendamente servidos que están todos los papeles hablados, en general interpretados por actores muy sólidos, y en algunos casos inspiradísimos. Destaca muy especialmente Trinidad Iglesias como Renata, de gran presencia y muy implicada. Muy templado Enrique Baquerizo como Camilo, con un uso esplendido de la voz, y un tanto más apagada la Leontina de Ana Goya, la mala de la función, que me resultó un tanto escasa de matices. Impagable la pareja formada por Esteve Ferre y Lander Iglesias, como Triquet y Clariván, muy bien compenetrados, y en el código exacto que ambos papeles precisan.
Marina Monzó, soprano, como Rosaura.
Magnífica, dando el aire musical perfecto a personaje. La voz joven, de buena emisión, cristalina y resolutiva en el agudo se compenetra muy bien con la de Ismael Jordi, y resulta un soplo de aire fresco en el panorama musical de este país. Afinadísima y con mucho gusto cantando, saca lo mejor de un personaje ingrato en lo musical, y que estuvo esplendidamente servido en toda su extensión, incluido el discutible, musicalmente hablando, fox, que pocas veces he escuchado tan bien cantado. Correcta sin estridencias en lo actoral, ofreció una interpretación mesurada, y nada acartonada, algo que en personajes tan estereotipados no es sencillo. Todo fluye con naturalidad desde que sale a escena.
Ismael Jordi, tenor, como Gustavo.
Lo primero que hay que decir es que Jordi huye de referentes en su trabajo, llevando a cabo una personalísima interpretación de Gustavo, que yo encontré acertada y placentera al oído en grado sumo. Ligero, elegante, delicado y sensible, dio el carácter idóneo de galán romántico del personaje. Con hermoso fraseo, correcto en el volumen, matizadísimo en la romanza, y con gran sentido de la expresividad. Como nota simpática decir que se metió en un par de "jardines" con la letra, algo que teniendo en cuenta que la cosa va de flores nos lleva a la sonrisa. Muy apasionado en la parte actoral, y ajustadísimo con el personaje y el aire que se le debe dar, refleja muy bien esa mezcla de pasión e inocencia juvenil que tan bien describe la partitura.
María José Montiel, mezzosoprano, como Adriana.
Antes de empezar a hablar sobre su trabajo me gustaría plantear que lo idóneo para el personaje es una soprano lírica o dramática, que tenga un buen centro y un agudo fácil y potente, las mezzos se encuentran con serias dificultades a la hora de afrontar la tesitura del papel, y diga lo que diga la partitura o los musicólogos, a lo largo de la historia quienes han triunfado como Adriana son las que son, y eso amigos es por algo. María José Montiel, insegura e incómoda a partes iguales, se ve claramente sobrepasada por la partitura, especialmente en la zona aguda. El primer agudo fue un grito, y el resto de la interpretación se ve perjudicadísima por esto que planteo, encontrándose la voz descolocada durante toda la función, con la afinación vacilante, el timbre desabrido, y viéndose incapacitada para matizar en la mayoría de los números. Me falló la línea de canto, y en general podemos hablar de una interpretación muy irregular, en una artista que siempre me suele gustar, y que en este papel no encuentra su sitio, y que así se percibe de forma clarísima desde el patio de butacas. Sufrí viéndola, y me temo que pueda llegar a hacerse daño según en que momentos. En el Concertante pasa completamente desapercibida, y creo que es por no forzar, logicamente, dadas las características del papel. En lo actoral se encuentra también muy perdida, influenciada por la presión que le supone cantar el papel, que no le permite encontrarse cómoda en ningún momento de la función.
Juan Jesús Rodríguez, barítono, como Juan.
Imponente, no hay otra palabra que describa su enorme trabajo en un papel de indudables complicaciones para el barítono, y que Rodríguez afronta con solvencia, y muchísima sabiduría en lo musical. Ya en la célebre romanza de salida puso el teatro patas arriba, no quedándose atrás en el Tango-milonga. Impecable en el fraseo, con un control admirable del fiato, y una manera espectacular de ligar las frases. La voz enorme, de noble timbre, perfecta en la proyección y con una impoluta línea de canto, rematando todo esto que planteo con unos agudos atronadores y larguísimos que a mi personalmente me pusieron los pelos de punta. Afortunadísimo también en el difícil quinteto, ejecutado con gran impacto dramático. El Juan de nuestro barítono se entiende de una pieza, sin fisuras, y lo que es más importante, de gran expresividad y capacidad para estremecer al respetable. Sobrio en lo actoral, resulta muy convincente en el planteamiento del personaje, con múltiples aristas, y sin duda consigue que nos creamos a un Juan de gran corazón que en un momento dado parece perder la cabeza por una amor juvenil.
Coro Titular con Antonio Fauró a la cabeza, espléndido en sus intervenciones, y una vez más reducidísimo en número, por cuestiones pandémicas, algo que en una función como "Los Gavilanes" resulta especialmente problemático. Me faltó volumen en el coro que da inicio en la función, y en el Tango-Milonga, aunque hay que decir que en el Concertante y Marcha de la amistad, si que el volumen es el idóneo logrando el suficiente empaque que la función necesita. Lo que planteo no es culpa del coro en si, sino de la situación, y del uso de la mascarilla, ya que limita bastante las posibilidades de una masa coral que nos tiene acostumbrados a veladas realmente espectaculares. Esperemos que todo vuelva a la normalidad y que podamos disfrutarlos lo antes posible en todo su esplendor.
Jordi Bernàcer al frente de la Orquesta de la Comunidad de Madrid plantea una lectura inteligente y detallista de la partitura, en la que lo que primó fue el mimo a los cantantes y lo atmosférico, de gran sabor teatral y sobre todo dándole a cada número el acento preciso, algo que en una obra tan ecléctica como es "Los Gavilanes" sin ninguna duda es todo un triunfo. Con mucho aire teatral en sus planteamientos, y siempre sumando a favor de la escena, Bernàcer ha sabido exprimir la partitura hasta sus últimas consecuencias, dotando de un sonido de impactante acabado en aquellos momentos así requeridos, así como un intimismo muy marcado en los momentos más evocadores. Estupendo resultó el acompañamiento al Dúo de Adriana y Juan, así como en el Dúo de Adriana y Rosaura, y de indudable impacto en los momentos más dramáticos, léase Concertante y Quinteto.
Mario Gas al frente del espectáculo, firma unos Gavilanes de ortodoxo acabado que no aportan mucho a nada que se haya hecho hasta ahora, siendo el resultado una función muy apagada, con momentos puntuales de gran belleza visual, pero que no funciona en lo dramático como debe hacerlo. Todo resulta en líneas generales frío y desangelado, sin llegar a conmover, funcionando mejor en las partes cómicas que en las melodramáticas, que en en esta zarzuela no son precisamente pocas. Hay momentos de indudable fuerza visual, pero todo lo que planteo se ve desdibujado por un estatismo exasperante por momentos, y con cierto olor a naftalina en el resultado final. Al haber tantos cortes, no es posible que nos acabemos de meter en la función, y todo queda muy en la epidermis de la obra original. Es cierto que las transiciones están bien planteadas, y que el espectáculo es ágil haciéndose corto, pero claro, si hablamos de una hora y cuarenta minutos de zarzuela, dificilmente se nos podría hacer larga. En general me pareció una función con poco fuelle, pobretona y a la que le falta enjundia teatral para que se salga con un recuerdo imborrable de ella. La escenografía de Ezio Frigerio, aparatosa y menos inspirada de lo habitual en él, tampoco acaba de rematar el espectáculo, con el sobadísimo recurso de las proyecciones, en este caso de inspiración entre cubista y expresionista, que ya cansan al más pintado y pasan completamente desapercibidas, así como un tanto torpe en las mutaciones. Inexistente movimiento del elenco, llegando esto que planteo al paroxismo en una casi bochornosa Marcha de la Amistad, por su nula inspiración y acabado apagado, así como en el cuadro que precede al Concertante, donde los componentes del coro parecen más bien moverse a su aire, haciendo lo que pueden, que con unos movimientos marcados por Carlos Martos de La Vega, al que se le escapa la función, especialmente en las escenas de conjunto. El vestuario de Franca Squarciapino, bello y colorista sacrifica realismo por aquello de la estética, y nos cuesta creernos que Adriana y Rosaura se encuentren en la ruina dado el número de vestidos que lucen y el acabado de los mismos, así como unos poco adecuados "trajes de domingo" en el coro que no acaban de funcionar en el contexto del espectáculo.
En resumen, estos Gavilanes, si bien es cierto brilla en lo musical, resultan decepcionantes en lo escénico, pareciendo que lo único que se ha buscado es pasar un ratito agradable sin molestar al respetable de La Zarzuela, que ya sabemos que se las trae cuando se enfada, y no consigue nada más que quedarse en un espectáculo con poca trascendencia, agradable de ver, pero con muy poca enjundia en su acabado formal.
Ayer estuvimos en la representacion, 15 de octubre, y subrayo casi todos los aspectos. Realmente muy acertada la crítica, gracias.
ResponderEliminarMuchas gracias por las apreciaciones, y tomarte el tiempo de leer mi reseña. Me alegro mucho que estemos de acuerdo!
ResponderEliminarUn saludo y gracias tí.