El viernes se estrenó el cuarto título de la presente temporada del Teatro de la Zarzuela, siendo la obra elegida, una desconocida ópera cómica de Joaquín Gaztambide, uno de los padres fundadores de la zarzuela como género, y uno de los autores más injustamente olvidados de nuestro patrimonio musical.
La importancia de Gaztambide en cuanto a sentar las bases de nuestro género lírico es incontestable, pero por estas cosas inexplicables que solo ocurren en nuestro país, su obra ha caído en el olvido solo pasando a la posteridad, que no al repertorio, tres títulos; "El juramento", "El estreno de un artista" y "Una vieja". En esto de la paternidad de la zarzuela, Barbieri y su indudable valía, se llevaron los laureles, quedando Gaztambide relegado a un autor de esos que solo conocemos de oídas, y que por cuestiones difíciles de entender, practicamente imposible de escuchar. Apenas hay registro sonoro de sus obras, y pocas veces se representa, a excepción de "El juramento" cuya recuperación ha tenido exitoso y fecundo recorrido.
La recuperación de la ignota "El sueño de una noche de verano" me parece un acierto, dada la calidad de la obra, y especialmente como reivindicación de la figura de Gaztambide, injustamente tratada, y que cuando uno escucha obras como la escuchada el viernes, realmente se da cuenta de la entidad del compositor, y la altura de miras de sus trabajos.
La curiosidad me podía el pasado viernes, ya que jamás había escuchado ni un acorde de este "Sueño de una noche de verano", ni sabía que nos contaba, aunque si dí por supuesto que poco tendría que ver con la obra de Shakespeare, como así es, en su original y en la adaptación que se está representando.
La noche tuvo claroscuros, y me encontré con una hermosa partitura, y un espectáculo con problemas a otros niveles, serios, y que se deben tener en cuenta. Es destacable decir que las funciones se plantean como homenaje a Gustavo Tambascio, que falleció repentinamente en el período de gestación del espectáculo.
"El sueño de una noche de verano" denominada como "Ópera cómica en tres actos" con música de Joaquín Gaztambide y libro de Patricio de la Escosura, tuvo su estreno en febrero de 1852 en el Teatro Circo de Madrid. La obra original se encuentra basada en una ópera cómica francesa del mismo título, en la que se sirve del título de la obra de Shakespeare, para contar una farsa en la cual la reina Isabel de Inglaterra va en busca de El Bardo por todas las tabernas de Londres, para que le escriba una comedia y dar rienda suelta al amor que siente por el dramaturgo inglés. Esta es la excusa para que varios personajes de las comedias de Shakespeare pululen por escena así como el propio William, en lo que parece una obra paródica, y que en nuestro país se entendió como crítica hacia la figura de Isabel II.
La versión actual, toca hablar de versiones, viene firmada por Raúl Asenjo, dado que solo aparece él como adaptador, entiendo que Tambascio no llegó más que a bosquejar la adaptación planteada en un principio, entendiendo que el responsable del resultado final es el propio Asenjo.
Nos encontramos con serios problemas en el texto, el primero de ellos lo farragoso del mismo, en el que la trama no se encuentra explicada de forma satisfactoria, quedando el espectador ciertamente desconcertado hasta avanzada la segunda parte del espectáculo, cuando ya se nos ha contado tres veces el argumento de la función. Se ha optado por una historia completamente alejada de la original, en la que lo que se plantea es la dificultad para llevar a adelante el rodaje, en la Roma de los años 50, de la primera zarzuela en Cinemascope. Compro la idea, pero no la forma en la que está resuelta. El texto va por un lado, y los cantables van por otro, no teniendo mucha relación lo que se dice en los textos hablados con los cantados, aumentando la confusión. Los vínculos entre los personajes no están bien contados, en algunos casos se omiten, y en otros no se entiende, y luego para rematar, un humor completamente fuera de contexto, que no se explica en unos personajes de los años 50 haciendo alusiones a políticos y figuras públicas actuales, todo ello dentro de unos chistes que nos chirrían, apolillados y muy forzados en el conjunto de la obra. A esto hay que añadir poco rigor historicista, sirva como ejemplo el hablar de Julie Andrews como una conocida estrella de cine en la función, cuando en 1950 no había estrenado ni "My Fair Lady" en Broadway, funcion que la catapultó a la fama, siendo estas inconsistencias otro lastre para el material con el que se cuenta en las partes habladas.
Quizás "El sueño de una noche de verano" debería haberse representado en versión concierto, dado el problema que parece haber con el libreto original, y lo difícil que resulta una adaptación, que en este caso, pide mayor consonancia con la música, coherencia dramática, y no centrarse tanto en una batería de chistes, que no acaban de cuajar, y que restan elegancia a una obra de una sensibilidad exquisita en lo musical.
Gaztambide compuso una obra de gran belleza y sorprendente frescura en lo musical, aguantando el tipo de forma asombrosa, a pesar de los años que hace desde su estreno, y en la que la sombra de Rossini se puede vislumbrar en un "Prólogo" musical al más puro estilo de las oberturas de don Gioachino. Si bien es cierto que la obra es profundamente italianizante, Gaztambide dota de la suficiente personalidad a la composición, como para plantear que la entidad de la obra justifica su recuperación con creces. La orquestación de la obra resulta insuperable, así como unos dúos y tercetos de gran inspiración, más que en las romanzas en sí menos interesantes que el resto de la partitura, a excepción de la salida del barítono principal, uno de los mejores números de la función, al más puro estilo de la ópera bufa, cuyos códigos son tan reconocibles para el espectador. Es destacable el gran dúo del segundo acto ligado con la romanza de la soprano principal, por su dificultad y sensibilidad, así como también son a tener en cuenta el brindis de salida del tenor, extremadamente complejo, y terceto de las dos sopranos con el barítono.
En líneas generales nos encontramos con una obra estimable, y que resulta de gran valor como testigo de lo que nuestro género lírico es, de donde viene, y como ha sido su evolución, algo que no está reñido con la belleza de una partitura que roza la filigrana por momentos, y que se escucha con gran placer en toda su extensión. Acierto por tanto en el Teatro de la Zarzuela ante una recuperación de este calibre, en un trabajo de arqueología musical que debe ser reconocido en todo su valor.
Vayamos con el elenco, enorme, y en general bien elegido.
Dentro del cuadro de actores, todos bastante acertados en sus respectivos papeles, destaca una Ana Goya, que con su solidez habitual, sirve una creación en el más puro estilo de característica de nuestra zarzuela, cargada de frescura y presencia escénica. Jorge Merino como rijoso Director General de Cinematografía, que resulta impagable en su personaje, tremendamente creible y sobre todo muy cercano para el espectador. También se debe mencionar a Sandro Cordero, que le ha tocado en suerte la mejor escena de la función, y que nuestro actor lleva a cabo con mucho sentido del texto e indudable empaque actoral.
Javier Franco, barítono, como Arturo Latimer, y Beatriz Díaz, soprano, como Olivia.
Franco muy acertado en lo vocal, sirve un papel breve pero difícil, que se ve perfectamente reflejado en la vocalidad de nuestro cantante. El agudo suena bello y bien timbrado, así como el fraseo y la emisión perfectamente resueltos, todo ello dentro de un bonito timbre de barítono lírico puro. Beatriz Díaz, no se luce tanto como nos tiene acostumbrados, dado que el papel no se ajusta a su tesitura, siendo preferible una mezzo para llevarlo a cabo, algo de lo que sin duda ella no es culpable. La voz en la zona aguda resulta perfecta, pero tristemente Olivia transita muy poco por las alturas, quedando su trabajo muy desdibujado a lo largo de la función.
Santiago Ballerini, tenor, como Shakespeare.
Nuestro tenor sirvió una función de irregular factura, y no parece sentirse del todo cómodo en el papel. Su tesitura de lírico ligero de tintes netamente belcantistas, le juega malas pasadas en los pasajes más graves de un papel de grandes exigencias vocales, donde la voz es llevada al pecho de forma realmente extraña siendo el resultado que el sonido se vea afeado en no pocos momentos. Otro problema a tener en cuenta es un vibrato continuo, no muy grande pero si persistente, que no ayuda a redondear su trabajo, así como algunos problemas de afinación en algunos momentos. A su favor hay que decir que el agudo es brillante, se da con facilidad, y está bien resuelto, así como un fraseo bien dominado. La voz sin ser excesivamente grande, se encuentra bien proyectada, y pasa la orquesta sin problemas, y resulta expresiva en la mayoría de las ocasiones.
Luis Cansino, barítono, como Fálstaf.
De lo mejorcito de la noche. Cansino con su arrolladora presencia escénica, e impoluto tono vocal, se lleva de calle la función, en una esforzada creación, como viene siendo habitual en él, donde la intención en los cantables fue la tónica, así como la expresividad. De amplio agudo, timbre poderoso, y perfectamente implicado con la partitura, Cansino se mueve como pez en el agua en un repertorio que le va como anillo al dedo, y con el que realmente se luce mucho. En un código netamente de barítono cómico, Luis Cansino se entrega al papel de forma generosa y sin concesiones, arriesgando, y metiéndose al público en el bolsillo desde su primera salida a escena.
Raquel Lojendio, soprano, como Reina Isabel.
Muy acertada en lo vocal, con un instrumento maduro, de buena proyección y bonito sonido. Cantó con gran belleza y sensibilidad en todas sus intervenciones, especialmente durante la primera parte del espectáculo, donde dúos y tercetos se ven perfectamente resueltos, y resuelve su romanza sin problemas de forma sentida y de elegante factura. En líneas generales Lojendio sirvió una gran velada en lo musical, en el que una considerable solidez vocal fueron la tónica, y una estupenda presencia escénica remataron su trabajo de forma perfecta.
Coro Titular del Teatro de la Zarzuela, muy desaprovechado escénica y musicalmente. Miguel Ángel Gómez Martínez no parece darle mucha importancia a la masa coral en una obra que si bien es cierto no es crucial, si tiene cierta presencia. Encontré al coro ciertamente tímido en sus intervenciones, algo bastante inusual en ellos. Supongo que con el rodaje de la función se irán ajustando cosas. Especialmente un sonido más brillante, necesario a todas luces, y mayor presencia escénica.
la OCM contó con Miguel Ángel Gómez Martínez a la batuta, siendo la lectura bastante plana en líneas generales, tornándose plúmbea a medida que fue avanzando la función. Los tiempos se mostraron caprichosos, y la tendencia a la ralentización fue notoria. En líneas generales a Gómez Martínez le costó aunar el sonido, que resultó desabrido en no pocos momentos, y poco compacto en los concertantes, donde parece ser que el conjunto no ha sido lo suficientemente ensamblado con el resto del elenco, dando la sensación que el trabajo de concertación no ha sido el suficiente en una obra de no pocas dificultades musicales.
Vayamos con la dirección de escena.
Marco Carniti al frente de la función, parece no profundizar demasiado en los vericuetos del enredo, quedándose en una sucesión de gags de trazo grueso poco efectivos, y una notoria falta de dirección actoral. Alguno de los artistas se encuentran muy desvalidos ante sus respectivos papeles, como en el caso Santiago Ballerini, dejado a su aire de forma inclemente, y sin nadie que lo ate en corto, así como un Javier Franco, desaforado , desde que sale a escena, siendo totalmente contrario a lo que se pretende en la función, que es que parezca sobreactuadísimo en la parte de la filmación de la película, algo que sin duda a Carniti se le ha escapado en detrimento del artista y del espectáculo. Casi todo el espectáculo parece emborronado, sucio en los movimientos, poco preciso en lo que se quiere contar, y se queda a medias en todo, pero no llega en nada. Solo funciona a nivel visual el gran dúo del segundo acto, en el que la impronta del gran Gustavo Tambascio se encuentra marcadísima con dolorosa belleza, por la falta de su genio, y que ya aparece tarde, pues a esas alturas el sopor se ha apoderado del respetable sin remisión. La supuesta ironía con la que se plantea el rodaje se echa a perder cuando se usa el cuadro plástico como recurso en el inicio de la función, para posteriormente utilizarse como crítica a las propuestas escénicas acartonadas, siendo esto en un ejercicio de incoherencia sorprendente por lo grueso de su calibre. Curiosamente pretendiendo criticar lo apolillado de algunas propuestas, el resultado de la función en líneas generales es añejo, y muy irregular de principio a fin, no logrando nuestro director una función de línea clara, y en la que lo que se nos quiere contar, no está bien delimitado por lo poco detallista del trabajo. Hay que destacar los bellos figurines de Jesús Ruiz, muy conseguidos especialmente en las féminas, y la monumental escenografía de Nicolas Boni, que desgraciadamente cae en las mismas inconsistencias históricas que el libreto, donde se puede ver en primer término un cartel de "La Dolce Vita" de Fellini filmada en 1960, y "Dos mujeres" de Vittorio de Sica filmada en 1962, bastante lejos de los primeros años 50 que se nos plantean en la obra.
En resumen, una propuesta que en lo musical resulta interesante, y de justicia dada la reivindicación de la obra de Gaztambide que supone, y que se nos queda coja por otros problemas, que dejan claro que no solo la partitura es importante, ya que de música escénica estamos hablando. Lo que si es cierto, es que el que no falla es Gaztambide, ni su obra, que por fin se ha estrenado en el Teatro de La Zarzuela por derecho propio.
*Si alguien considera que alguna de las imágenes utilizadas en este blog, está protegida por copyright, ruego me lo comunique para retirarlas a la mayor brevedad posible.
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