"Los chicos del coro" fue la sorpresa cinematográfica del año 2004, y se convirtió casi en un fenómeno sociológico en su momento, arrastrando a los espectadores de todo el mundo a las taquillas de los cines, para emocionarse con una historia intimista, que a priori, no parecía que iba a tener la enorme repercusión que tuvo, y que todavía 19 años después tiene una legión de seguidores que la aman y revisan cada dos por tres. El éxito de la película tiene dos factores que nunca fallan, el primero los niños, y luego la maravillosa banda sonora de Bruno Coulais y Christophe Barratier, de enorme calado en la cultura popular y que batió récords de ventas, cuando los discos todavía se vendían, y no se almacenaban en dispositivos electrónicos. Barratier también dirigió el filme, dotándolo de una sensibilidad extrema y una humanidad que puede considerarse universal, ya que creo que todos podemos sentirnos identificados con los sentimientos que se muestran en la película, y que sin duda nos resultan muy familiares. Nunca se me había pasado por la cabeza que esta historia de personajes introspectivos, en un microcosmos cerrado y opresor pudiera dar lugar a un musical, por tanto cuando se planteó el estreno de la obra basada en la película en La Latina torcí el morro. Para variar me equivoqué, pero como suelo ser prudente, no hablo nunca de un espectáculo antes de su estreno, y rara vez sin verlo, así que no metí la pata en público, aunque en mi fuero interno sé positivamente que me equivoqué. El estreno de la obra el pasado otoño, las críticas positivas que suscitó, y muy especialmente su insuperable elenco me animaron a asistir al espectáculo, algo que este puente pasado, sin nada que hacer y en Madrid, me pareció la ocasión perfecta para hacerlo. La velada fue fantástica como iré narrando, y tremendamente emotiva.
"Los chicos del coro, el musical", está basado en la película homónima que a su vez está basada en otra película, esta vez de 1945 "La jaula de los ruiseñores", con la Segunda Guerra Mundial recién terminada, y que se entiende como un reflejo perfecto de lo que le ocurría en esos momentos a los huérfanos de guerra. El musical adaptado y traducido, espléndidamente, a nuestro idioma por Pedro Víllora, tiene alguna diferencia sustancial con la película, algo que no molesta, y que se entiende tanto en cuanto, que el cine y el teatro son lenguajes diferentes, y que la película no se puede considerar un musical como tal. Los cambios con respecto al film se ven fluídos y sin molestar en absoluto, el lenguaje utilizado poderoso e intimista, y sobre todo muy de verdad, cantables incluídos, ayudan a sumar verosimilitud a la historia, y algo muy importante no lastran el material original, algo que a veces ocurre cuando una obra no musical pasa a montarse dentro de este género, por tanto un diez para nuestro adaptador que lleva a cabo una labor impecable, asequible, y de gran eficacia teatral. La historia aligerada con alguna pincelada cómica, nos cuenta basicamente lo mismo que la película, con algunas canciones añadidas que nos ayudan a entender un poco más las psicologías de los personajes, siempre haciendo avanzar la acción, y sin que nos sobre ningún número musical en ningún momento. De hecho podemos hablar más de una obra de teatro con canciones, que de un musical al uso, porque casi me atrevo a decir que prima el texto sobre la música, en justo y acertado equilibrio, siendo el resultado el de una función en la que brilla lo dramático, los actores se lucen mucho, y además nos deja un poso gozosamente hermoso, de belleza y ternura, realmente inolvidable.
Vayamos con el elenco. Se ha optado por un ramillete de artistas de gran experiencia en el género y el suficiente bagaje actoral como para poder afrontar los desafíos de un texto francamente difícil, y que se encuentra perfectamente expuesto por este grupo de actores-cantantes, que figura tan bonita de nuestros escenarios cada vez más desaparecida, absolutamente adecuados a cada personaje.
Antonio M M, como Maxence, pura bonhomía y naturalidad en un personaje de tintes amables, y con un recorrido diferente al de la película, que M M hace suyo sin problema, llevando a cabo una creación que podríamos entender como costumbrista y cercana. Los dos números cantados se encuentran impecablemete servidos, y sus características físicas y actorales se me hacen perfectas para el personaje, bonachón y directo a partes iguales.
Eva Diago, como Langlois, en un personaje que le va como anillo al dedo. Diago de gran presencia, resulta perfecta para estos papeles de "actriz de carácter", deliciosamente divertida, mutis de infarto, y enorme credibilidad en un personaje de aire matronil y lapidario, que literalmente borda. Mención aparte para su poderosa voz, muy conocida en los aficionados del género, como olvidar su tremenda Aldonza en "El hombre de La Mancha, que brilla mucho en su tema principal, dónde deja clara su enorme facilidad para cantar, con la fuerza que la caracteriza, y el enorme instrumento que posee. Ver a Eva Diago siempre es una delicia, en "Los chicos del coro" es un lujo, no hay discusión, engrandece un personaje que podría pasar desapercibido y que en cuerpo de nuestra artista se torna carismático y efectivo en grado sumo.
Iván Clemente, como Pascal Mondain, también muy adecuado en el físico, quizás se encuentra un tanto forzado en el papel, encontrándose un poco pasado de vueltas, me faltó un poco más de trabajo interior y me sobró un poco de energía. Cierto que debe ser temible, pero tal y como tiene el personaje concebido se nos queda un poco plano, algo que se acusa más dado el elevado nivel actoral de su compañeros. La voz grande y poderosa, necesita algún pulido en el fraseo y resolución, algo que se puede corregir sin problema, ya que los mimbres para afrontar el papel están, solo se trata de una pequeña revisión que matice el acabado final.
Natalia Millán, como Violette Morhange, en su sólida línea habitual. Contenídisima en lo actoral, lleva a cabo una creación elegante, y muy sensible de un personaje un tanto desagradecido, pero que Millán aprovecha hasta las últimas consecuencias, con oficio y entrega. De estupenda presencia, gran química con Jesús Castejón, dota de gran peso a sus escenas, algo que sin duda siempre se agradece. Impecable en lo vocal, afinada y bien timbrada, sirvió de manera perfecta su intervención musical, muy agradecida por el público.
Enrique Del Portal, como Rachin, espléndido a todas luces. Del Portal se pone en la piel del malvado de la función con gran efecto dramático y actoral, consiguiendo una cosa muy importante y es que un personaje marcadamente antipático como es Rachin, no se quede en un malo sin aristas, se vislumbra perfectamente todo aquello que define su amargura, y llena de matices la psicología del papel dándonos pistas sobre lo que hay detrás de tan compleja personalidad. Muy templado en lo actoral, con un dominio del texto realmente notable, estratosférico en su monólogo final, durísimo y muy contenido, ofrece una interpretación tensa y de gran empaque escénico. En lo musical poco se puede decir, ya que sin duda un papel de estas características es un paseo para un artista con su rodaje, ya que va sobrado en los números que le ha tocado en suerte. Muy expresivo, bien timbrado y con gran implicación, algo que redondea su trabajo de manera perfecta. Siendo el resultado completísimo, de gran efecto, e indudable sabiduría teatral.
Jesús Castejón, como Clément Mathieu, inconmensurable, creo que no hay otra palabra que lo defina. Castejón literalmente borda el personaje, con una enorme carga de sensibilidad. Maestro del gesto pequeño, apabullante en la escucha, conmovedor en lo corporal, y tremendamente creíble, en una creación mayúscula, que deja bien claro, como desde la verdad y sin grandes aspavientos se consigue la magia. Jesús Castejón me dejó literalmente pasmado ante su poderío actoral, ya de sobra conocido, pero que en "Los chicos del coro" se me antoja especialmente notorio. Todo funciona en su creación, donde el mundo interior de Mathieu se nos muestra en todo su esplendor, abriéndose en canal nuestro actor desde el lugar exacto que el personaje pide. Podría hablar de lo mucho que me conmovió su última escena con Natalia Millán, del tremendo final de la función con una salida de escena que rompe el alma, así como de su peculiar y enternecedora manera de andar, pero eso amigos os lo dejo para vosotros cuando vayáis a ver la función. Lo que hace Jesús Castejón en La Latina, es muy grande señores, un personaje "más grande que la vida", planteado desde la instrospección, la verdad, y el profundo conocimiento del alma humana. No hay más que decir. Musicalmente igual de acertado que en lo actoral, con su característica voz, inconfundible, y clarificando al máximo lo que se nos quiere decir en los cantables. Quiero añadir una pequeña nota sentimental, conocí mucho a sus padres, los adoraba, y fueron unos grandes compañeros de los que aprendí mucho trabajando con ellos. En la primera salida de Jesús Castejón, con su bastón y la boina me pareció revivir la imagen de Don Rafael Castejón en "La Rosa del Azafrán". Ya sabéis lo que dice el refrán "Honra merece quien a los suyos se parece"... en toda la extensión de la palabra.
Hay que hacer una mención especial al elenco infantil, acertadísimo en su totalidad, que resulta absolutamente delicioso en sus intervenciones musicales, niños y niñas dan vida a la escolanía de manera impecable, y con gran emotividad. Escuchar ese conjunto de voces blancas, tan empastadas, afinadas y lo que es más importante, tan disciplinados, tiene un efecto maravilloso en el respetable, y nos transmiten una enorme ternura en sus intervenciones. Actoralmente muy implicados, energéticos, y con sus personalidades perfectamente definidas dentro del desarrollo del espectáculo. Es de justicia remarcar el trabajo de dos de los pequeños, Lukas Ljunggren como Pierre, con unos espléndidos solos en los números del coro infantil, y muy especialmente el Pepin de Noa Lucía Álvarez... no hay palabras para definir la soltura como artista, y la ternura que destila el personaje.
Rodrigo Álvarez en las labores de director musical, insufla de la suficiente sensibilidad a la partitura, consiguiendo sacar lo mejor de la pequeña orquesta que acompaña a los artistas en escena, con tiempos bien medidos, y lectura de sabor deliciosamente teatral, desde que comienza la función.
Juan Luis Iborra firma el espectáculo, acertando de pleno en su concepción actoral y visual, siendo el trabajo de altura a todos los niveles. Hay que detacar el estupendo trabajo con el texto que se ha llevado a cabo, en una función que tiene dos peligros, si no se encuentra el ritmo adecuado puede caer en lo moroso, y si el tono no es el correcto puede derivar por los derroteros de la cursilería. Afortunadamente nada de esto ocurre, y para ello hay que remarcar el acertadísimo crescendo dramático del espectáculo, la intensidad de las escenas más comprometidas, y el tono fuertemente realista que todos los personajes destilan. Con estos parámetros, el resultado es el de una función de altísimo voltaje actoral, de gran capacidad para emocionarnos, y que no decae en ningún momento. Iborra empieza despacito, para ir atrapándonos poco a poco, hasta el momento preciso en el que la función nos absorbe para mantenernos absortos hasta su emocionante final. Todo fluye, todo nos lleva al lugar deseado, e incluso los detalles melífluos que el material de base tiene, se presentan espléndidamente servidos de manera natural, sin que nada nos parezca gratuito, o buscando la lágrima fácil. Todo está encarrilado de la manera perfecta para que el espectáculo se encuentre en el punto justo de equilibrio entre lo cómico y lo dramático, sin que en ningún momento se caiga en el melodrama fácil, ya que todo está resuelto con inteligencia, intensidad teatral, y marcadísimo acento entre la tensión lógica de algunos momentos y la sensibilidad a flor de piel que tan tierna historia desprende.
En lo visual, podemos hablar de una propuesta deslumbrante, plagada de pequeños detalles que cuecen y enriquecen la acción dramática, y que aunque de una historia intimista se trata, no deja de lado la espectacularidad que se le presupone al musical como género. Muy interesante trabajo el de David Pizarro con la escenografía, que aprovecha al máximo una caja escénica con problemas de espacio como es la de La Latina, consiguiendo un espectáculo visualmente sugestivo, elegante y de impactante acabado. Mención especial para las luces, de premio una vez más, de Juanjo Llorens, posiblemente el mejor diseñador de luces que tenemos en este país, así como las adecuadas coreografías de Xenia Sevillano, perfectas para mover el elenco infantil y adulto, en un espectáculo en el que se tiene muy claro que no hay que apostar por los fuegos de artificio, si no por la funcionalidad y la verdad.
"Los chicos del coro" es un musical, que duda cabe, pero es ante todo teatro de primer nivel, sólido, mágico y emocionante. Salí profundamente conmovido, creo que no hay mucho más que añadir... bueno si, una cosa, IM-PRES-CIN-DI-BLE.
Enhorabuena por tu elegancia y saber hacer crítica, desgranando perfectamente cada rincón de la representación e incitando a ir a verlo, sabiendo lo que te encontrarás sin descuidar la ilusión por sacar cada un@ sus propias conclusiones. Por cierto, también muy de agradecer la autocritica, sin ser necesaria ya que solo tú conocías tus reticencias, eso te encumbra como crítico.
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