Por fin dio inicio la temporada de la Zarzuela, en cuanto a obras representadas se refiere, ya que La Celestina en versión concierto fue la obra que dio el pistoletazo de salida. El primer título que se presenta, la verdad que es un plato fuerte por dos motivos especialmente, el primero que Pan y Toros no se representaba en Jovellanos 4 desde hace 21 años, con dirección de escena de Joan Lluis Bozzo, y ya iba siendo hora de retomar uno de los puntales de Barbieri, así como por el morbo que suscita que Juan Echanove se atreva por primera vez a hincarle el diente a la lírica en las labores de dirección. La producción del 2001 que vi en su momento, me pareció que brillaba más en lo musical que en lo escénico, quedándome la espinita por no poder apreciar la obra en su total magnitud, ya que salí del teatro con la sensación de que era un plomazo de mucho cuidado, y que además no se entendía absolutamente nada de lo que ocurría en escena, ya que el enredo político no quedaba en absoluto claro, y no llegué a engancharme a un título que siempre me ha gustado mucho en lo musical.
He de decir, que por fin he conseguido entender la obra, y sin lugar a dudas entenderla mucho mejor que en aquel momento, entiendo que además de mi madurez como espectador la labor de Echanove ha tenido mucho que ver en ello.
Ayer, me acerqué a disfrutar del primer reparto, y con ánimo curioso, ya que no tenía muy claro lo que se nos iba a contar, y la información que me llegó era de todo tipo. Para estas cosas lo mejor es juzgar uno mismo, y así hablar con fundamento de lo visto, y la verdad es que la velada fue muy gratificante, reconciliándome con el libreto de la zarzuela.
Pan y Toros de Francisco Asenjo Barbieri, con libro de José Picón, se estrenó en el Teatro de La Zarzuela el 22 de diciembre de 1864, denominándose como "Zarzuela en 3 Actos", siendo el éxito clamoroso.
La obra es todo un tratado sobre Barbieri, y especialmente sobre la influencia que tuvo el compositor madrileño en el género, ya que podemos decir que gran parte de lo que vino después ya se vislumbra en Pan y Toros, de manera muy clara, y sorprendentemente moderna. Resulta curioso que cuando uno escucha atentamente la obra, más allá de las obvias referencias italianizantes, tan presentes en Barbieri, hay otra obra del Maestro que a mi entender se encuentra muy patente, especialmente en el foso, Los diamantes de la Corona, cuyo estreno acontecido diez años antes, parece que dejó marcada impronta en su autor, y que quizás intentando emular el éxito de dicha obra, se "recreó" ligeramente en algunos pasajes de su anterior partitura. El espíritu de el Coro de Monederos, y el aria de salida del tenor me pareció que andaban pululando por la cabeza de Barbieri cuando compuso, según dicen en un mes, Pan y toros. La entidad de la composición de Barbieri es indudable, y en Pan y Toros, la música refinadísima, y de gran belleza, pasa netamente por lo español, siendo quizás lo más reconocible de la obra a este nivel la Marcha de la Manolería y las Seguidillas, las páginas más famosas de la zarzuela. No se debe dejar atrás un refinado lirismo en dúos y romanzas, así como algunos pasajes puramente orquestales de insuperable factura. En líneas generales nos encontramos ante una partitura homogénea, de gran lucimiento en los solistas, unos coros realmente notables, y concertantes "marca Barbieri", absolutamente deliciosos. Pan y Toros es Barbieri en estado puro, con su marcadísimo equilibro entre lo popular y lo culto, sin hacer nunca concesiones a lo populachero. ¿Música con raíces folclóricas en algunos casos?, sin duda, pero siempre de una calidad enorme, y armada de manera magistral. Pan y Toros además de muy querida por el público, es una obra importantísima dentro de nuestro patrimonio lírico, y sin duda canónica en cuanto a lo que entendemos como zarzuela grande.
El libreto de José Picón, muerde, ya que un momento histórico como es cuando Godoy campaba a sus anchas por nuestro país con el beneplácito de la familia real, sirve de telón de fondo de una trama netamente política, y muy coyuntural, que nos puede resultar complicada de asimilar en el año 2022. La razón por la que la obra tuvo tantísimo éxito, más allá de su espléndida partitura, se encuentra en el reflejo clarísimo del sentir de las clases populares, en los tiempos de su estreno, ya que el trasfondo histórico no es más que un pretexto, para realizar una crítica política bastante cruda, que ambientada casi 70 años antes de su estreno, parecía más inofensiva. Liberales contra una clase corrupta hasta la médula, manipuladora de las masas, y empeñada en mantener su hegemonía a toda costa es la base de lo que se nos cuenta, algo que bien podría extrapolarse al reinado de Isabel II a nada que se mirase la obra un poco de refilón.
La obra fue practicamente un acontecimiento sociológico, y hay que decir, que fue prohibida por Isabel II, que supongo yo que algo se debió de oler sobre por donde iban los tiros.
Además de la trama política, como no podía ser de otra manera, hay subtrama amorosa, y por supuesto sus momentos cómicos, que no son pocos, ya que en la obra hay grandes dosis de retranca, y mucha crítica social, la primera escena a este nivel me parece absolutamente magistral, y sorprendentemente osada, dado el momento político que se vivía en España en el momento de su estreno. Cierto que los personajes están muy estereotipados, que el argumento es un tanto confuso, algo solventado muy bien en esta producción, y que en el último acto la acción cae notablemente, pero hay que reconocer que ciertos "vicios" de nuestras clases poderosas, siguen vigentes y retratados con toda su crudeza, y que uno sale con la sensación de que en algunas cosas seguimos igual que en los tiempos de Carlos IV. Me imagino que los espectadores del estreno vieron un pintura milimétrica de lo que estaban viviendo. Pan y circo, en este caso y toros, para que los que cortaban el bacalao se siguieran llevando la mejor tajada. De ahí el impacto que causó la obra, y lo poco que gustó a nivel gubernamental.
El elenco numerosísimo, consta de 18 solistas de diferente extensión, y exigencia, amén de un gran coro, múltiples partiquinos y rondalla. He ahí uno de los motivos por los que la obra no se representa tanto como debiera, dificultades de libro aparte.
Entre las pequeñas partes destaca Carlos Daza como Pepe-Hillo, cuto Relato fue absolutamente espectacular, fraseo estupendo, buen volumen, y mucha elegancia cantando. También estimable la intervención Alberto Frías, bien timbrado, afinadísimo, y con la habitual energía en lo actoral. Milagros Martín como La Tirana, en un papel de esos de rompe y rasga que tan bien se le dan, templadísima en lo actoral, con su insuperable desplante escénico. María Rodríguez en un papel casi testimonial, muy correcta en su escena, también luciendo poderío y buen desplante. Muy destacable Gerardo Bullón como Goya, con atronador volumen, canto noble, en un papel desagradecido en lo musical, del que saca el máximo provecho.
Pedro Mari Sánchez, actor, como Corregidor Quiñones realmente notable en los parlamentos hablados, verso dicho con gran sentido e indudable entidad actoral. Su primera escena, tan definitoria sobre el personaje y la esencia de la obra se encuentra resuelta de manera impecable. Sánchez lleva a cabo un malvado de manual, sin caer en el exceso, indudable naturalidad, y gran regusto teatral. Cantando la cosa cambia, ya que claramente se ve que no es cantante, desluciendo su trabajo en algunos momentos, especialmente concertantes, en los que un instrumento más sólido y mejor afinado hubiese sido el ideal.
Enrique Viana, tenor, como Abate Ciruela insuficiente en la parte vocal, ya que la voz acusa un desgaste notable, escaso volumen y excesivo uso del portamento. Cierto es que el papel no le va, ni en lo vocal ni en lo actoral, pareciendo encontrarse un tanto encorsetado ante la partitura y el texto. Viana, artista singular en su manera de hacer, brilla mucho más cuando se le da vía libre que cuando se ve limitado a una partitura y un verso tan rígido como el de la función.
Borja Quiza, barítono, como Capitán Peñaranda sentadísimo en lo musical, seguro, con bella voz y buena proyección. Dio lo mejor de si en el dúo con Pepita, uno de los pasajes más difíciles de la zarzuela, ensamblándose a la perfección su voz con la de Yolanda Auyanet, muy expresivo en sus intervenciones y gran musicalidad. En lo actoral seguro y cumplidor, resulta realmente convincente como galán de la función. Buen manejo del verso, especialmente en su monólogo principal, enfático y nada afectado. El trabajo de Quiza, como es habitual en él, se caracteriza por el control de diversas disciplinas y el estar alejado del acartonamiento que a veces nos encontramos en los cantantes líricos, algo que se refleja tanto en la parte actoral como en la musical.
Carol García, Mezzosoprano, como La Princesa de Luzán ofreció una función muy bien servida en lo musical, destacable el uso de las agilidades en el dúo con Pepita, voz fresca y nada pesante, atractivo timbre y gran sensibilidad cantando, que dotó de gran lirismo a su intervención durante el concertante del tercer acto, cargada de sentimiento y buen gusto cantando. Envarada en lo actoral, no acaba de redondear el carácter de su personaje, que nos resulta poco creíble en algunas intervenciones habladas, aunque hay que reconocer el esfuerzo con el verso, y la entrega de la artista.
Yolanda Auyanet, soprano, como Pepita, correcta especialmente en las partes más líricas de la función, así como en aquellas en las que el carácter de esta pérfida dama sale a relucir. Buen fraseo y uso del filado, buena coloratura, y sobreagudo un tanto abierto agriándose el sonido en las notas más extremas, que no acaban de estar resueltas de manera satisfactoria. En líneas generales Yolanda Auyanet me parece una cantante de gran nivel, carnosidad en el timbre, y cuya voz sobresale gratamente en los concertantes. Instrumento grande, brillante en no pocos momentos, y de atractivo timbre. Auyanet es sin duda uno de los mejores exponentes vocales de nuestro país, creo que en eso no hay discusión. En lo actoral correcta, y con momentos realmente inspirados, consiguiendo que dentro de su maldad, nos caiga simpático un personaje bien perfilado y matizado.
Hay que destacar enormemente la labor del coro titular, que además cumple a la perfección con los múltiples partiquinos que hay en la obra. Brillantes y chispeantes en las Seguidillas y Marcha de La Manolería, lograron momentos de altos vuelos en lo musical en los concertantes, sirviendo una velada de enorme calidad musical, y además enormemente disfrutones en lo escénico, y eso que en la función no los dejan moverse mucho, como parece ser habitual ultimamente en el Teatro de La Zarzuela.
Mención especial para la Rondalla Lírica Manuel Gil, en sus estándares de calidad habituales. Y es de justicia hacer otra mención al espléndido trabajo del ballet-figuración, notabilísimos en sus intervenciones, de gran expresividad, y capacidad catártica.
Guillermo García Calvo al frente de la Orquesta de la Comunidad de Madrid, errático e irregular, y entonándose a medida que fue avanzando la función. La lectura de García Calvo me pareció plana en líneas generales, carente de chispa, y poco inspirada en cuanto a dramatismo. Me faltó el garbo de Barbieri en la mayor parte de la función, y sin gracejo en las partes más populares. Pocos matices me parecieron, para una obra de la que se podía haber sacado mucho más brillo desde el foso.
Juan Echanove al frente del espectáculo, debuta a lo grande en el mundo de la lírica en una función muy bien pensada y muy trabajada. Echanove ha hecho los deberes, y ha dotado de gran sentido a la obra, inspirándose en las Pinturas Negras de Goya, que se adecúan a la perfección al tono y la época de la zarzuela. Hay que destacar el cuidadísimo tratamiento del verso, y parte actoral en general, algo que muchas veces se olvida en nuestra zarzuela primando la parte musical. Por otra parte es necesario comentar la importante labor clarificadora del texto, enrevesado de base, y de verso complicado. Pan y Toros tiene fama de difícil, y la tiene ganada a pulso, y Echanove sortea todas las dificultades sin problema partiendo de una base claramente historicista, muy bien documentada, y con poderosas imágenes que nos ayudan a entender lo que se nos quiso contar con la obra. Espectáculo prodigioso en lo visual, oscurantista y elegante, con cuidadas transiciones, y una indudable belleza estética, que si bien se puede considerar rompedor, mantiene de manera intrínseca los valores del género y de la obra. Por tanto podemos decir que nos encontramos ante una visión enriquecedoramente moderna de Pan y Toros, profundamente respetuosa, y de indudable calidad. Hay que decir que todo esto que planteo se ve perfectamente apoyado en la magnífica escenografía de Ana Garay, funcional y evocadora, que viste magnificamente a la obra de Barbieri, así como los figurines de la propia Garay, de gran belleza y de impactante resultado en algunos momentos, especialmente cuando se juega con el negro y el rojo. Buena coreografía de Ana Barrero, moderna e igual de evocadora que el aparato escénico, aunque su labor en los movimientos, falla ligeramente en el coro, demasiado estático a ratos, y no muy inspirados en los mutis. Luces espectaculares de Juan Gómez Cornejo, tremendamente atmosféricas que recrean muy bien la pintura de Goya, que se ve muy bien reflejada en las proyecciones de Álvaro de Luna, que siempre ayudan y nunca sobran.
Este Pan y Toros es un estupendo inicio de temporada, de cuidada factura tanto escénica como musical, altamente disfrutable y de más fácil digestión de lo que en principio podría parecer. Hay que destacar que la obra no ha sufrido la habitual poda de libro a la que nos tienen acostumbrados en Jovellanos 4, sin que se abrieran los cielos por ello, ni que nadie se durmiera en alguna butaca. Se agradece el detalle, y sería deseable que se continuara la costumbre, al menos con aquellas obras cuyos libretos se pueden sostener. Ojalá el resto de la temporada siga por estos derroteros.
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