Ayer asistí al estreno de Ghost, el musical en el Teatro Gran Vía, y más allá del oropel de lo que un estreno significa, salí preocupado del teatro, porque ante la función que presencié recordé la deriva que tomó el genero musical hace un tiempo, y tuve la sensación de estar presenciando algo que un servidor ya vivió no hace tanto tiempo.
Hace unos años, hubo en nuestro país un segundo boom de los musicales, a principios de los 2000. En pocos años la cartelera madrileña se llenó de obras que llevaban la apostilla "el musical" en su título, y que resultaban francamente deficientes en infraestructura, y en algunos casos nivel artístico. Apuntarse al carro de los musicales es muy goloso, si la cosa sale bien los beneficios son grandes, pero si la cosa sale mal, las pérdidas son enormes. El problema estriba cuando se quiere gastar poco y ganar mucho, ofreciendo productos que no se encuentran al nivel de lo que cuesta una entrada. En el segundo boom musicalero que comento mas arriba, en dos o tres años este tipo de producto copó los teatros, y el público se cansó, porque la primera vez cuela, una segunda quizás, pero a la tercera definitivamente ya no, teniendo como resultado unos cuantos descalabros de taquilla en algunos casos merecidos, y en otros completamente injustos, ya que al final pagaron justos por pecadores. Este tipo de producciones son especialmente dañinas para la industria, afectan a los productos de primer nivel, consiguen perjudicar la imagen del género, y en consecuencia, si ya el espectador medio se lo piensa antes de pagar lo que cuesta un musical, después de una experiencia negativa, se lo pensará mucho más a la hora de volver a otro.
Nos encontramos en un momento peligroso. Madrid rebosa musicales, la competencia es enorme, y las calidades diferentes. Se debe luchar para afianzar la industria, en vez de pensar en el pan para hoy y el hambre para mañana se debe pensar a largo plazo, y sobre todo, se le debe dar al espectador CALIDAD, para formarlo en el género, y que realmente se aficione. Solo hay una forma de hacer esto, honestidad y amor por el teatro. Si queremos jugar en primera división hay que arriesgar, si no se puede hacer, mejor dedicarse a cosas más pequeñas y realizadas con esmero, porque estimados lectores el respetable no es tonto, y al final lo que parece ser la gallina de los huevos de oro cierra el grifo a velocidad vertiginosa, y es cuando empiezan los problemas para todos.
Ghost, el musical, con música y letra de Dave Stewart y Glenn Ballard y libreto de Bruce Joel Rubin, se estrenó en Londres en 2011 y Nueva York en 2012, siendo su trayectoria irregular en ambas ciudades, no resultando lo que planteo un problema para que la función lleve ya un largo recorrido alrededor del mundo , siendo presentada en múltiples países e idiomas.
La idea es añadir canciones a la icónica película de 1990, siendo lo más fiel posible, sobre todo en la estética, al material original. Reconozco que empiezo a estar un poco cansado de las adaptaciones musicales de películas, y que en algunos casos me parecen innecesarias, siendo especialmente palmario lo que planteo en Ghost.
El libreto, muy desequilibrado, y forzado en las partes humorísticas, no consigue captar la esencia de la película, simplificando y esquematizando los personajes hasta dejarlos tan planos, que no parece haber nada que los haga parecer humanos, más allá de una serie de clichés repetidos hasta la saciedad en otros textos y con mayor fortuna, por cierto. Falta cohesión en cuanto a las escenas, y el libretista parece más preocupado por hilar las escenas de la película, que ojo tampoco se siguen del todo, que de plantear el carácter de cada personaje, simples y primarios en su comportamiento, y en su forma de hablar, algo que no sé muy bien si es culpa de la traducción, que en el programa de mano no viene acreditada. La sensación es la de un libreto poco trabajado, y de pobre factura que lastra poderosamente el espectáculo en toda su extensión.
La partitura se mueve en los mismo parámetros que el libreto, y no aporta mucho más a la obra, que el mero hecho de que se canta, en una obra en la que realmente no hace falta cantar. Hubiese encontrado de más interés que se hiciera una obra de teatro sin música basada en la película, que no un musical en el que se cuenta muy poco en los cantables, y que lastra igualmente el espectáculo que el texto. A excepción de las dos canciones de Molly, el resto de la partitura es una sucesión de números de factura ramplona, y poco inspirada, que busca el sentimentalismo fácil, sin llegar conseguirlo, con poca fuerza y muy poca intensidad dramática, a ello hay que añadir que los personajes cantan pasajes triviales de escaso interés, y cuando parece que no toca cantar. La partitura no es capaz de plantear aquello que define al musical como género, es decir que avance la acción dramática, que se defina la psicología de los personajes y que se potencie el conflicto o la emotividad. Me faltaron números de conjunto potentes y con enjundia, en una partitura, plagada de agudos gratuitos para buscar una intensidad de forma artificial, y con cierto aire a prefabricado que no cuaja por ninguna parte.
Vayamos con el elenco.
Dentro de los secundarios cabe destacar a Esteban Oliver como el fantasma del hospital, que aporta mucho oficio a un número discutible dentro del espectáculo, y de comicidad muy mal entendida. Oliver sale airoso luchando de forma admirable ante lo que le ha tocado en suerte y defendiéndolo con uñas y dientes. No tan afortunado se encuentra Óscar Albert como el fantasma del metro, que no es capaz de hincarle el diente al rap que le ha tocado en suerte, y que además de quedar como un parche dentro de la obra, no está resuelto de forma satisfactoria, traducción incluida. Entiendo que un artista de otras características y que conozca el rap sería más adecuado, algo de lo que sin duda Albert no tiene culpa.
Ela Ruiz, como Oda Mae.
De lo mejorcito del espectáculo, y la que mejor salva los trastos dentro del elenco. Ada Mae es un bombón, que Ruiz aprovecha al máximo, tanto en la disciplina actoral como en la musical, siendo en conjunto la más matizada de los actores, y la única que juega con el texto, aportando frescura y grandes dosis de intuición. Sus escenas funcionan gracias a un buen desplante escénico, y cierto ritmo en los parlamentos, algo muy de agradecer en una función tan atropellada como esta. Musicalmente deliciosa, con un instrumento potente con el que juega a placer, y que saca todo el jugo al material musical que le ha tocado en suerte. La voz brillante y bien colocada, resuelve perfectamente todos los pasajes, algo que no es ninguna broma ya que el papel no es nada fácil a nivel musical.
Christian Sánchez, como Carl.
Planísimo, y con muy poco carisma para dar vida al malo de la función. Sánchez no acaba de pillarle el punto a su personaje, que pasa muy desapercibido, y que en vez de destilar maldad, casi nos produce pena en su desesperación en un código excesivamente blando, y algo impostado que no le hace mucho favor al personaje. Me sorprende ver a Sánchez tan perdido en su papel, e intuyo que es un problema de dirección que no le ha dado la clave a seguir para que el villano de la historia no resulte satisfactorio, ya que visto su trabajo en otras producciones resulta solvente y adecuado. Vocalmente se encuentra verde para afrontar papeles cantados, siendo el sonido peligrosamente de garganta, y con matices opacos en la zona aguda. En la zona media se defiende mejor con un bonito color atenorado, que tristemente, se da de bruces con el carácter del personaje.
Roger Berruezo como Sam.
Berruezo en la misma línea actoral de Sánchez, adolece de cierto aire de trabajo rutinario, y poca implicación emocional en sus parlamentos, me costó creerme su papel, poco matizado, y en el que muchas frases son dichas de paso, sin el menor atisbo de intención. Seguimos con la falta de carisma que más arriba planteo, y que en este caso es primordial, ya que una de las cosas que llevó la película al estatus de mítica fue el carisma de sus protagonistas, y la química existente entre ellos, química que no vi por ninguna parte en la función, especialmente entre Molly y Sam. Vocalmente afronta el papel con problemas difíciles de solventar, deficiente afinación, mala colocación del falsete, y una agudo atacado en un puro grito, que consiguió que me echara las manos a la cabeza en algunos momentos bastante comprometidos, y que empobrecen muchísimo un trabajo que necesita de una buena revisión en lo musical.
Cristina Llorente, como Molly.
Llorente también salva los trastos, gracias a su entrega en lo actoral, deliciosa y delicada a partes iguales, y cargada de sensibilidad, controlando también los tiempos escénicos mejor que sus compañeros. El papel es ingrato, ya que no tiene mucha chicha actoral, pero Llorente nada afectada aporta frescura y naturalidad ofreciendo todo lo que el personaje pide, ni más ni menos. Musicalmente delicada, y con muy buen gusto, supo dotar a sus dos números principales de la suficiente calidad como para que se pueda decir que fue de lo mejorcito de la noche. Estupenda en el fraseo, fue de las pocas a las que me creí cuando estaba cantando, siendo su trabajo en general acertado y redondo.
Conjunto correcto, aunque escaso en número, con buenas voces en el coro, y muy desaprovechado en unas coreografías bastante gratuitas, llenas de saltos y acrobacias que no van mucho con el espíritu de la función, y que me parecieron excesivamente simples para los parámetros a los que estamos acostumbrados en el mundo del musical. Algo de lo que obviamente ellos tampoco tienen culpa, ya que es una cuestión conceptual, y no de ejecución.
Vayamos con la dirección escénica.
Federico Bellone firma la producción, y lo hace con bastantes problemas. El primero de todos es un concepto equivocado en no pocas escenas, que parecen estar dirigidas en sentido completamente opuesto al indicado. A ello hay que añadir que todos los textos están dichos de forma frenética, sin intención y sin matices, una cosa es el ritmo, y otra es correr los textos. La función parece atropellada, incluso confusa en el inicio y no del todo lograda en sus transiciones, sirva como ejemplo la anticlimática muerte de Willy, que produce más desconcierto que impacto. A todo ello hay que añadir un sentido del humor que no acaba de cuajar en muchos momentos, solo funcionando a este nivel las escenas de Oda Mae, resultando en otros momentos inoportuno y que rompe totalmente el tono de la función, que no parece tomarse muy en serio el material original, mucho más equilibrado a todos los niveles, que el musical.
Esteticamente el espectáculo se ve modesto, en algunos casos excesivamente modesto, y la factura no me parece del nivel esperado, ya que con excepción de la escena del metro, el resto de los cambios están resueltos de forma excesivamente sencilla, para los parámetros que se le supone a un musical de primer nivel. La función se sustenta en una serie de trucos escénicos resueltos con diferente suerte, en algunos casos ciertamente sorprendentes, pero en otros de forma muy deficiente. Un oscuro para que aparezca un personaje en escena no sé si tan siquiera se puede llamar truco escénico, o una desaparición en la que se ve como se están llevando al actor del escenario, me parece desafortunadísimo y que resta magia teatral al espectáculo.
En general me parece que falta hilar más fino a todos los niveles, ya que el resultado parece el de un espectáculo realizado de forma apresurada, y poco cuidadoso, en el que a mi entender se le ha dado importancia a cosas menores, y descuidado asuntos de vital importancia para que el resultado sea el ideal.
Tristemente nos encontramos ante una función fría, y que desde que empieza hasta que acaba parece prefabricada, sin alma dentro, y en la que la falta de organicidad y capacidad para conmover al respetable son la tónica.
Creo honestamente que Ghost no es el camino que debemos seguir en cuanto a musicales, hay que apostar por buenas propuestas a todos los niveles, se debe cuidar el nivel musical de las funciones, y sobre todo mimar el acabado final de los espectáculos, algo que va más allá del grado de modestia de la función, a veces no es una cuestión de dinero, es de calidad y sobre todo enjundia en el trabajo.
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Comentario al margen y sin importancia: ¡Tienes anuncio de Super BM!C pensaba que ese super sólo existía por aquí. Será que se están expandiendo.
ResponderEliminarComentario sobre la crítica: Como era de esperar, estoy de acuerdo, aunque con matices, naturalmente. Sin entrar en cuestiones de canto (que ya sabes que no quiero ni puedo valorar en profundidad), cito por ejemplo como discordancia, que a mí la escena del metro me parece penosa de principio a fin: ni el fantasma y su rap, ni el truquito de marras, ni la presentación escénica. Supercutre me pareció. Quizá lo hayan mejorado. Sin embargo, el número de Esteban Oliver como fantasma del hospital me encantó. Para mi lo mejor, después de Oda Mae, claro. Quizá no encaja mucho con el resto (pero es que es muy revistero/cabaretero, lo has de entender 😇), pero a mí me despertó del letargo que padecía desde que subió el telón.
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