Sigue avanzando el comienzo de temporada, jugosa y ecléctica como pocas, y ayer le tocó a "Adiós Arturo" en el Teatro Calderón. Estrenazo por todo lo alto, y calidísima acogida por parte del respetable, que disfrutamos de lo lindo, en una noche muy especial y realmente divertida.
Soy muy fan de La Cubana, lo soy desde hace muchísimos años, creo que cuando vi por televisión la mítica retransmisión de "Cómeme el coco negro" comenzó mi idilio con ellos. Después llegó "Cegada de amor" ya en directo y definitivamente supe que lo que hacían se ajustaba perfectamente a todo lo que amo en el teatro. Casi podemos hablar del "cubanismo" como un estilo teatral, definidísimo, muy particular y muy imitado, que es lo que hace que los aficionados vayamos a ver a La Cubana siempre. Sabemos lo que ofrecen, y como lo ofrecen, y eso es exactamente lo que pedimos en sus espectáculos. Ver a La Cubana sabemos que conlleva sorpresas, música, muchas risas y una peculiar forma de entender la composición de los personajes, compleja y extremada a partes iguales."Adiós Arturo" lleva una buena gira por España, con bastante repercusión, y por fin llegó a Madrid, plaza en la que se los quiere mucho, y que parece ser que ellos también quieren mucho, visto lo visto en el espectáculo de ayer.
Asistí optimista al Calderón, me apetecía pasármelo bien, ya solo con ver lo que habían montado en la puerta del teatro, banda incluida tocando los pasodobles más cañí del repertorio, me di cuenta de que iba a ser una gran noche.
"Adiós Arturo" sigue la estela de la estupenda "Campanadas de boda" que vimos hace unos años aunque dándole una vuelta, es decir, si "Campanadas" empezaba como un vodevil y a mitad del espectáculo empezaba el show cubanero, en "Adios Arturo" empezamos con show y derivamos en vodevil. La premisa es sencilla, La Cubana oficia el funeral de Arturo Cirera Mompou, figura de las letras y del arte, de renombre internacional. Durante el funeral, las personas más allegadas al finado le ofrecen su peculiar homenaje, para posteriormente plantearse en la función todo aquello que rodea a la muerte y un funeral (especialmente cuando hay dinero por medio).
Como siempre La Cubana ofrece su costumbrismo con garras de astracán elevado al cubo, con su pizca de crítica social, y el desenfreno habitual en sus espectáculos, en una función plagada de personajes esperpénticos y desopilantes a partes iguales. Nos encontramos ante un texto ligero, y en el que paradójicamente aunque estemos hablando de la muerte, es tremendamente vital, y el que se dicen cosas realmente hermosas sobre el sentido de la vida, y el vivir el momento como un privilegio. Musical, revista, vodevil desenfrenado, y muchos (muchísimos) personajes nos cuentan lo que es la vida y nos animan a vivirla de la mejor forma posible, se funden en "Adios Arturo" en un texto astuto y que se resuelve de forma admirable dentro de su endiablada trama.
Vayamos con el elenco:
Diez actores dan vida a 63 personajes (ahí es nada), y que por motivos obvios resulta imposible analizar al completo toda la caterva de arquetipos que aparecen en escena durante las dos horas que dura el espectáculo.
Todos los integrantes del espectáculo se dejan literalmente la piel en el escenario, en una función durísima, en la que todos cantan, bailan, actúan y se cambian de arriba a abajo en todas y cada una de sus composiciones. Hablamos en líneas generales de un elenco de elevadísimo nivel, que siguen al milímetro el estilo interpretativo de La Cubana, es decir extremado, caricaturesco, y cercano a la farsa. Por plantear algunos de los personajes, se puede destacar la rotunda y espléndida de voz Renata Pampanini de Jaume Baucis con ecos de Bianca Castafiore, que nos obsequió una "Habanera" de Carmen esplendidamente servida. El Ignacio Búho de Toni Torres, quizás sea uno de los tipos más logrados de la función, que choca frontal y afortunadísimamente en su estilo interpretativo con el resto del elenco, dado su laconismo y contención actoral. Su speech es uno de los momentazos de la función, de humor surrealista y tremendamente efectivo. Nuria Benet nos ofreció una soberbia creación en su Olivia Peterson y un magnífico striptease como Lili Lirio. Son destacables también la entrañable Herminia de Montse Amat, y muy especialmente la Caridad Montaner de Àlex Gonzàlez, que me dio uno de los mejores momentos de la noche, gracias a la corta vista de nuestra diva cubana entrada en años, muchos años. Es destacable también Toni Sans dentro de su completa formación como bailarín de tap y cantante. Así como la Lupita Olivares de Virginia Melgar, diva carcamal de la opereta que cada vez que da un agudo tiene una curiosa forma de apoyar la voz. Maravillosa al teléfono y en su composición como Elisabeth Babeth Ripoll, y el cargado de sensibilidad Marcel Crussoe de Edu Farrés, en un número de mimo, precioso y emotivo.
Me dejo muchos personajes, es imposible abarcar la enormidad de la fauna que puebla el escenario del Calderón, pero hay que remarcar que absolutamente todos y cada uno de los tipos que se proponen son resueltos con gran solvencia, y extrema comicidad, siendo el resultado de esto que planteo un elenco en completo estado de gracia, que no dejan lugar a la improvisación, pero que transmiten una frescura tal, que todo parece ser improvisado.
Vayamos con la dirección escénica.
Jordi Milán además de firmar el texto, firma el espectáculo, y lo hace al más puro estilo de La Cubana, es decir no dar un respiro al espectador, carcajadas continuas y milimétrica dirección. Partiendo de la base de diferentes tipos y acciones escénicas, todo el espectáculo se ve enriquecido a base de gags físicos y verbales de resultados más que satisfactorios y perfectamente ejecutados.
Me encantó la función, lo he de reconocer, me fascinó el trabajo de documentación sobre Madrid y el Teatro Calderón, ya que durante el espectáculo las alusiones a la ciudad son constantes, y la historia del teatro que se cuenta al principio me pareció deliciosa. Pero, si hay algo por lo que me pareció una magnífica función, es por el amor hacia el teatro que destila cada escena y cada número musical. La revista muy patente en toda la función es arte y parte fundamental del espectáculo, en el que sin que haya pasarela se hace pasarela, y en el que tanto los cantables como coreografías tienen un aroma a nuestra revista musical, de aire nostálgico y amoroso. Varios números muy reconocibles se encuentran en la función, especialmente dedicados al público madrileño. En "Adios Arturo" disfrutamos de "Los Nardos", "La violetera" y el célebre "Si te casas en Madrid" de Enrique Ramírez de Gamboa "El Cipri" inmortalizado por Olga Ramos, a la que también se menciona en el espectáculo, entre otros números igual de reconocibles y de revisteros o arrevistados.
Nos encontramos ante un espectáculo de unas complicaciones técnicas enormes, que se ven solventadas con maestría, basándose en unas transiciones absolutamente modélicas y sorpresivas, como es habitual en la compañía, en el que el espectador se deja llevar por la energía desbordante de lo que acontece en escena, entrando en el espectáculo y su código sin el más mínimo problema. Toda la función destila magia por los cuatro costados, una gran ilusión escénica, en la que todo fluye dentro de un aparente caos perfectamente orquestado y de precisión milimétrica, siendo el resultado dinámico y divertido, aunque si se debe decir, que durante todo el cuadro del vodevil, la función baja un poco el ritmo, teniendo en cuenta que nos han tenido durante casi una hora en un puro delirio entre revistero y musicalero que nos clava en la butaca. A partir de la salida de las señoras de la limpieza, uno de los momentazos de la función, la cosa va retomando su cauce, y volvemos al cubanismo en estado puro, que a fin de cuentas es lo que vamos a ver, porque no nos engañemos de La Cubana lo que nos va es la marcha.
"Adiós Arturo" es una función mayúscula, creo que no hay duda, en la que se funden momentos descacharrantes, con otros de gran poder evocador, y de la que el espectador sale feliz, después de pasárselo en grande, y olvidando sus problemas del día a día, sin dejar de lado la calidad de sus intérpretes y del acabado formal del espectáculo. Si algo es remarcable es el enorme sabor teatral que desprende, la purpurina, los maquillajes exagerados, las plumas y el petardeo, son también historia, y gloriosa por cierto, de nuestro teatro, y sin duda en "Adios Arturo" esto que planteo se encuentra a raudales, de forma divertida, entrañable y sobre todo con unos personajes tremendamente familiares para el respetable, ya que dentro de lo extremado de su planteamiento son pura verdad en su fondo. Como más arriba digo, costumbrismo con garrás de astracán, y cubanismo en estado puro que no defrauda y que ofrece exactamente todo aquello que se espera.
Mención especial al vestuario de Cristina López, un auténtico delirio de imaginación y visual.
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