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lunes, 9 de octubre de 2023

El Caballero De Olmedo, Que De Noche Lo Mataron...

 


El viernes dio comienzo la temporada 23-24 de La Zarzuela, temporada un tanto extraña y que debemos entender como de transición, ya que Daniel Bianco se va y entra Isamay Benavente como flamante nueva directora artística, del mismo modo el director titular también se va tomando el relevo José Miguel Pérez-Sierra. Aires nuevos por tanto en Jovellanos 4, que no se verán realmente en su extensión a partir de la próxima temporada. Finalizamos pues la Era Bianco y empezamos la Era Benavente. Poco se puede decir de estos años, en los que ha habido sus aciertos y sus desaciertos, entendiendo como aciertos el indudable aumento de afluencia de público al teatro, y el esfuerzo realmente notable por acercar la zarzuela a nuestros jóvenes. Otras decisiones más discutibles han sido suficientemente ventiladas, y si es cierto que se puede entender que entre lo más notorio se encuentra las escabechinas en los libretos, cierta tendencia a repetir elencos, y alguna que otra propuesta discutible a nivel artístico, que no estuvieron exentas de polémica. Bianco ha tenido furibundos detractores y amantísimos defensores, un servidor se encuentra en la mediana en cuanto a su opinión, y entiendo el balance con más tendencia a lo positivo que a lo negativo, pero si es cierto que ya era el momento de un cambio de rumbo para seguir adelante con la defensa del nuestro género lírico. Toca buscar nuevos rumbos, mantener la afluencia de público, y lo más importante, seguir tocando teclas para ver si se consigue una nueva vía que sea capaz de conseguir el favor del público y sacar a la zarzuela del sarcófago en el que parece estar enterrada. Difícil tarea la de Isamay Benavente, cuyo buen hacer en el Villamarta de Jerez la avala, y en la que tengo puestas muchas esperanzas. 

Dicho esto vayamos con la obra que inauguró la temporada y que se trata de El Caballero de Olmedo, toda una sorpresa como iré narrando.



 

El Caballero de Olmedo, ópera con musica de Arturo Díez Boscovich, y libreto basado en la obra de Lope De Vega en adaptación de Lluis Pasqual, tuvo su estreno absoluto el pasado viernes seis de octubre, función de la que esta crítica habla. 

La música de Díez Boscovich, sin duda inspiradísima, tiene varias cosas destacables en su haber. La primera y más notable facilidad a la hora de ser escuchada. Creo que es la primera vez que asisto a un estreno absoluto, y a la salida tengo ganas de volver a escuchar la obra. Otra cosa a destacar es que nos encontramos ante una obra de indudable inspiración clásica en su acabado formal, donde la melodía es una de las marcas de la partitura, en líneas generales tonal, excepto cuando por necesidades escénicas se recurre a los recursos estilísticos necesarios para siempre favorecer el drama, siendo a este respecto especialmente interesante la escena de la aparición de el fantasma, donde lo atonal se encuentra perfectamente integrado para generar la necesaria sensación de desasosiego. Es muy interesante el excepcional talento de nuestro compositor en la obra a la hora de plantear una obra escrita para ser representada. El uso de la música de manera efectista y efectiva a nivel del drama es notable, así como el mimo puesto en definir los carácteres de los personajes principales, que todos cuentan con su leit motiv, así como la enorme coherencia de una obra que de principio a fin tiene una estructura perfectamente hilada, que continuamente nos está remitiendo a lo que define a sus personajes, acierto sin duda por esta parte. De una densidad orquestal considerable, atmosférica en grado sumo, y de espectacular acabado, nos encontramos ante una obra que entiendo que tiene muchas posibilidades de seguir representándose en varios teatros, ya que  la obra ha gustado al respetable, y mucho. Se debe poner en valor muy especialmente esto último que planteo, ya que no es habitual que las obras de nueva creación obtengan de una manera tan directa ovaciones tan rotundas, y sensación de satisfacción generalizada. Resulta muy interesante también el cuidado de las tesituras, que Díez Boscovich controla a la perfección, siendo una obra impecablemente escrita para las voces, que se encuentran muy bien definidas en la obra. A nivel musical destaca la espectacular Obertura, de grandiosidad indudable, así como todas las arias de salida de cada uno de los personajes. Muy interesante a nivel dramático el personaje de Don Rodrigo, y uno de los que más chicha tiene en lo musical. Del mismo modo los bellos dúos de amor redondearon de manera magnífica las partes principales, para rematar de manera espectacular la función con un Réquiem que nos puso los pelos de punta. La ópera se puede concebir como un apasionado intento, y logro, de restaurar una manera de entender la ópera que ya se había perdido y que es muy de agradecer, donde prima la belleza, la representación más clara a traves de la música de los vericuetos del alma humana, y una concepción de la ópera como gran espectáculo teatral muy marcada. Quiero añadir que se me antoja La Zarzuela como el recinto idóneo para estrenar este tipo de ópera, muy en consonancia con las óperas de intenciones populares, que no populacheras, que tan cercanas son a nuestro género lírico, El Gato Montés de Penella es un ejemplo paradigmático de lo que planteo, es decir, se auna en la partitura interés para el gran público, asequibilidad en lo musical, y una elevada calidad en la composición. 

La adaptación de Pasqual funciona, tanto en cuanto a esquematización de la obra original, por el camino se han quedado los cómicos, y se ha ido al argumento principal, que hay que decir que se encuentra bien explicado, convenientemente clarificado, de lenguaje asequible, y perfectamente ensamblado con la partitura. Aunque si es cierto que el conflicto se queda un tanto pobre, algo que por otra parte en las óperas es bastante habitual. El resultado es el de una obra amena en lo literario, y que funciona como adaptación operística de uno de nuestro clásicos más importantes. El que vea la ópera, verá la obra de Lope, no en toda su magnitud, pero si se hará una idea del texto original.



  


Vayamos con el elenco: 

Escrita para tres sopranos, dos barítonos, un tenor y un bajo en sus roles principales, en este caso muy bien elegidos y realmente equilibrados. 


Gerardo Bullón, barítono, y Ruben Amoretti, bajo, dieron vida a Don Fernando y Tello respectivamente, ambos con un gran nivel vocal, canto noble, de imponente volumen, y muy matizados. Ambos papeles de similar extensión y composición actoral parecida estuvieron a la altura de las exigencias de la partitura, muy acertados en todas las partes cantadas y bien templados en lo actoral. Quizás Amoretti brille un poco más al final de la función, por motivos dramáticos y musicales, ya que su papel tiene un momento de gran lucimiento justo al final de la ópera. 


Berna Perles, soprano, como Doña Leonor, lució timbre carnoso y adecuado volumen en todas sus intervenciones, pareciendo encontrarse especialmente cómoda en la tesitura del papel. Sirvió momentos de gran sensibilidad  junto a su hermana en la obra, Doña Inés, con un perfecto ensamblaje de las voces, no pasa desapercibida en un papel un tanto desagradecido en lo musical, y que dadas las características de nuestra cantante se puede considerar "un paseo", ya que el instrumento va sobrado de recurso, como ya ha demostrado en otras ocasiones. 


Nicola Beller Carbone, soprano, como Fabia. Conocidísima en La Zarzuela ya que ha llevado a cabo varios títulos de diferente índole y dificultad, se me antoja ideal para el personaje, difícil de tesitura y métrica, así como comprometido en lo actoral en grado sumo. Beller Carbone sale airosa del desafío con mucho oficio, un instrumento interesantísimo de lírica pura, que brilló mucho en sus escenas mas "sobrenaturales" ya que Fabia es una mezcla de alcahueta y nigromante la mar de interesante. Muy expresiva, contundente en sus intervenciones, cargada de prestancia en lo musical, y especialmente afortunada en el fraseo, redondeó de manera impecable uno de los bombones de la obra.

Germán Olvera, barítono, como Don Rodrigo. Una de las estrellas de la noche, con una poderosa composición, que si bien es cierto viene de serie en la partitura se vio muy bien reflejada en la actuación de nuestro barítono. Rotundo en lo vocal, con un instrumento bien timbrado y de enorme volumen, atronador en sus momentos más dramáticos, y dotando al personaje de toda la maldad que lo caracteriza sirviéndose para ello de una voz a veces dura, imponente, y de gran expresividad. Igual de rotundo en lo actoral, con buena presencia escénica, su interpretación del personaje acompañó a la perfección a su creación musical, siendo el acabado redondo e impactante. 


Rocío Pérez, soprano, como Doña Inés. De timbre cristalino, limpios agudos, perfecta dicción, y más ligera que sus compañeras de reparto, también se adecúa a la perfección al carácter melífluo del personaje. Si algo caracterizó a sus intervenciones fue la sensibilidad, y el lirismo con el que son planteados los dúos amorosos. Muy adecuada también en lo actoral, ofrece a la perfección el rol de dama joven abocada a la tragedia, y que está dispuesta a enfrentarse a su propio destino por un amor tan puro como el que siento por Don Alonso. 


Joel Prieto, tenor, como Don Alonso. Con bello y juvenil timbre, funciona mejor en los pasajes más líricos que en los heroicos, con la voz todavía un tanto inmadura, especialmente en el agudo, y que irá tomando peso a medida que vaya avanzando su carrera. Es cierto que esto que planteo no fue obstáculo para que la velada fuese disfrutable, y que su exquisito gusto cantando, así como la expresividad que posee consiguieron que salvara los trastos, siendo el resultado de nivel, aunque con matices. Correcto en lo actoral, muy galán, y sin atisbo de envaramiento "tenoril", consiguió una buena creación de este Don Alonso tan apasionado como de trágico final. 



Coro Titular a un excelente nivel, aunque muy desaprovechado en lo escénico como luego contaré. De gran impacto en el Réquiem final, y número en el que más se lucen, ya que durante el resto de la función no tienen gran número de intervenciones.


Guillermo García Calvo al frente de la Orquesta de la Comunidad de Madrid, supo imprimir a la obra de la suficiente teatralidad que precisa, así como un adecuado trabajo en las dinámicas. Me faltó un poco de trabajo de concertación, algo que por otra parte suele ser habitual en García Calvo, con algunos pequeños desajustes foso-escena, no importantes pero si significativos. Un tanto excesivo en los volúmenes, cuidó a los cantantes menos de lo deseado, algo que dado la tremenda orquestación de la opera me parece primordial. Menos mal que elenco vocal era de altura... si la cosa hubiera ido por otros derroteros no los hubiéramos escuchado. 





Vayamos con la propuesta escénica.

Lluis Pasqual firma la dirección, y me parece que en ella se nota cierta desgana, siendo el resultado un tanto insípido y que se da de tortas con la espectacularidad de la partitura. El Caballero de Olmedo dadas sus características musicales está pidiendo a gritos una propuesta grande en lo escénico, en la que se aprovechen al máximo los momentos de impacto que la obra ofrece... nada de eso se ve aquí. La labor de Pasqual parece remitirse más a dirigir el tráfico, con unas entradas y salidas de los personajes antiguas, desvaídas y de poca efectividad teatral, que de reforzar las virtudes de la partitura, llegando esto que planteo al paroxismo al final de la ópera, donde Pasqual, sin complicarse lo más mínimo, planta en escena a la masa coral en traje de concierto como si de el Orfeón Donostiarra se tratara. No pido una elaboradísima coreografía para un momento tan solemne, bendita partitura, pero si al menos un mínimo de chispa a la hora plantear un momento de una intensidad musical y dramática realmente insuperable. Parece ser que no, y aquello me recordó más a la gala del 150 aniversario de La Zarzuela que a una representación operística. Siento una vez más, cierto menosprecio por el material que Pasqual tiene entre manos, como ya ocurrió en Doña Francisquita, algo que resiente el acabado del espectáculo. Sobadísimo en su planteamiento, bajo de tono actoral, y que si no llega a ser por la partitura no tiene salvación. Tampoco la propuesta estética se libra de la quema, en la que tres pantallas, creación de Daniel Bianco, con el ya más que visto recurso de las proyecciones, resumen la escenografía, que deslucen el espectáculo todavía más. No me sorprendió nada de lo que vi, y me pareción envuelto en un falso aire de modernidad, que se sirve de un supuesto minimalismo para ocultar lo que me pareció más bien improvisación y poco presupuesto, que en caso de haberlo no luce. Propuesta escénica por tanto tramposa y fallida que no está a la altura del material que Arturo Díez Boscovich ofrece, ni a la del plantel de cantantes que tenemos. Mención especial a las coreografías de Nuria Castejón, bien ejecutadas y bien pensadas, que me imagino que se tuvo que ver en serias dificultades para poder encajarlas en la propuesta de Lluis Pasqual, y mención también para los figurines de la oscarizada Franca Squarciapino, de corte historicista y bello acabado. 


En resumen, un acierto por parte de Daniel Bianco el encargo de esta ópera que cuadra muy bien con nuestra tradición lírica, en un tema nunca antes tratadado a nivel operístico, altamente disfrutable, y en la que la desafortunada propuesta escénica no logra empañar el elevado nivel musical de la obra. 



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