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lunes, 4 de junio de 2018

Street Scene,Impactante Hiperrealismo Lírico.

Hay títulos que son difíciles de incluir en un género específico. En el teatro musical español es bastante habitual que las líneas entre zarzuela, ópera, opereta o revista, se entremezclen y traspasen, dando lugar a multitud de obras, de características que podemos denominar como híbridas, y que no están reñidas con la calidad en ningún momento. Si bien es cierto que la estructura de la ópera suele ser muy rígida, en el teatro musical, y ahora ya me voy al género netamente estadounidense, dicha estructura es mas amplia, y hay obras de carácter operístico en las que la ausencia de diálogo son una seña de identidad, y en el que uso del recitativo es un recurso habitual para que la acción dramática avance, mientras que en el musical al uso, el diálogo hablado es lo mas común. La diferencia a mi entender estriba mas allá de la estructura de la obra, siendo el estilo musical,  el aire mas ligero de la música, y la técnica vocal de los cantantes, los elementos que se pueden considerar mas diferenciadores. Pero esto no es una regla de tres infalibles, ya que a veces nos encontramos con títulos en los que resulta difícil diferenciar el lugar en el que se encuentran. "Street scene" el título que esta crítica ocupa, se encuentra en esa tierra de nadie, que hace difícil su catalogación, y por ende también ha perjudicado su difusión, ya que para Broadway resultó en su estreno excesivamente difícil para el gran público,  y en los grandes templos de la lírica se encuentra a veces excesivamente ligera en su concepción musical, y no pocas veces despreciada.
A mi me gusta encontrarme con estos títulos de arriesgada factura, y clara declaración de principios, y pienso que su revisión es necesaria, y enriquecedora, ya que el espectador habitual de ópera, no suele ver obras de este tipo, abriéndose de esta manera la mente del aficionado, y entendiendo que no hay géneros mejores o peores sino simplemente diferentes, que pueden dar lo mejor de si, siempre y cuando se lleven a escena al nivel adecuado.



"Street scene" con música de Kurt Weill, letra de Langston Hughes y argumento de Elmer Rice,   se estrenó en Broadway en el Teatro Adelphy el 9 de enero de 1947.
La obra está basada en el título homónimo del propio Rice, que fue todo un suceso teatral en su momento, llegando a ganar un premio Pulitzer en 1929, que se puede considerar un clásico del teatro social de la época, y que llegó a estrenarse en nuestro país con gran bombo, teniendo a Margarita Xirgu a la cabeza considerándose esta producción un hito en la historia de nuestro teatro, titulándose en castellano "La calle".
En "Street scene" se nos cuenta la vida en un bloque de apartamentos de un suburbio neoyorkino, en el que se entremezclan diferentes vecinos de etnias variopintas, y diferentes vidas e ideologías. La obra netamente coral, es un fresco brutal y bastante descorazonador en el que se disecciona la sociedad estadounidense en sus clases mas bajas, donde el racismo, la violencia de género, y el alcoholismo son retratados de forma absolutamente descarnada. El tono de la función es realista, y dramático en grado sumo, aunque se equilibre con ciertos componentes cómicos, para aligerar un drama urbano y violento que resulta de gran vigencia en nuestros días, ya que tristemente poco ha evolucionado nuestra sociedad en algunas cosas.




Kurt Weill compuso una obra de factura ecléctica, y que el mismo denominó como "ópera americana", en la que se entremezclan ritmos como el jazz y el blues, junto con otras partes mas líricas, especialmente en la segundo acto , de inspiración netamente verista y pucciniana en algunos pasajes. La sombra de Gershwin pulula por toda la función, y el concepto de "ópera popular" llevada al extremo en su "Porgy and Bess" parece haber servido de inspiración a un Weill que se amoldó perfectamente al estilo musical estadounidense, en una obra de línea mas melódica de lo habitual en el compositor alemán, aunque con la particular impronta que nuestro autor supo dar a su producción.
La partitura de indudable atractivo y calidad, es el catalizador del drama, dotando a la función de una exacerbado lirismo a los momentos mas dramáticos y de cierta ligereza yanki muy conseguida en los momentos menos duros de la función.
Texto y música parecen compenetrarse perfectamente, y dan gran solidez a una obra de inspirado acabado, tanto literario como musical, donde las señas de identidad de Weill en cuanto a denuncia social, y crudeza, se encuentran muy patentes, siendo el resultado de la obra de gran altura a todos los niveles, profundamente emotiva, y una auténtica joyita recomendable desde todo ángulo.

La obra tiene un nutrido elenco de solistas, nada menos que 25 personajes con momentos de importancia, y no poca dificultad. El elenco de esta producción es de una altura notable, y cumple en líneas generales a un gran nivel, por motivos obvios me decantaré por los protagonistas principales, pero quiero remarcar la homogeneidad, y lo idóneo de todos los artistas que se baten el cobre en el escenario.



Dentro del insuperable elenco cabe destacar las dos niñeras llevadas a cabo por Sarah-Marie Maxwell y Lauren Douglas, graciosísimas y muy templadas en lo vocal, que hicieron las delicias del respetable en su breve pero jugosa intervención. También se deben mencionar a las tres difíciles vecinas cotillas, de Lucy Shaufer, Harriet Williams y Jeni Bern.  El terceto de cantantes sirvieron lo mejor de su trabajo en unos números de conjunto francamente complicados a nivel musical, y en un trabajo de concertación magnífico en el que las tres voces se complementan a la perfección, viéndose su trabajo perfectamente rematado en una interpretación actoral de categoría, repleta de recovecos y muy bien plasmada en toda su extensión.

Paulo Szot, barítono, como Frank Maurrant.
Szot de impoluto tono vocal, sirvió una poderosa creación, de un personaje brutal, violento y muy primario que resulta temible en sus momentos mas duros, potenciando mucho su creación el rotundo trabajo musical con el que sirvió la función. La voz a pesar de ir microfonada se intuye grande, en el agudo resulta mas que satisfactoria, y de estupenda resolución. Szot dota de gran entidad a su personaje, dando absolutamente todo lo que la partitura pide, tanto en rudeza cuando es necesario, como en sensibilidad al final de la obra, logrando grandes cotas de expresividad en su ultima escena, de gran impacto dramático, llevada a cabo con pasmosa solvencia por nuestro barítono.

Joel Prieto, tenor, como Sam Kaplan.
El contrapunto al rudo Frank, lo sirvió Prieto, en una sensible creación de un personaje de no pocas dificultades y que resulta adecuadísimo para el instrumento del artista. La voz es dulce, bien timbrada, sana, y poderosa en el agudo, resultando algunas notas realmente notables por bien colocadas y vigorosas. Las cotas de expresividad como son la tónica de esta producción fueron importantes durante toda la función, y los diferentes estados de ánimo por los que su personaje pasa, se ven perfectamente reflejados en su trabajo musical. Actoralmente se encuentra mas que acertado, dando vida de forma perfecta a este joven soñador, enamorado hasta las trancas y capaz de dejar todo por su adorada Rose, siendo su trabajo redondo desde todo prisma.

Mary Bevan, soprano, como Rose Maurrant.
Bevan fue quizás la mejor cantante de la noche, presentando un instrumento de soprano lírica puro, de cuidadísimo fraseo, y mas que bello timbre, que llegó a lo estratosférico durante el difícil segundo acto en el que mas se bate el cobre a todos los niveles. La voz cristalina y limpia ofrece el equilibrio perfecto a una dura partitura, en la que su personaje sirvió las mas altas dosis de lirismo de la noche. Actoralmente ofrece un trabajo superlativo, de gran calado, y naturalidad, alejada de cualquier afectación lírica, donde prima la verdad en un personaje complicado, que nos resulta tremendamente creíble incluso en sus escenas mas difíciles. Bevan podría optar por un desmelene superficial, y mas efectista, pero en vez de ello, la emoción surge de dentro, rotunda y crudísima, siendo la última escena con su padre realmente espeluznante.

Patricia Racette, soprano, como Anna Maurrant.
Racette de color mas dramático en su instrumento, sirvió poderío de primera soprano  con un instrumento de gran entidad, que si bien es cierto se ve resentido en los agudos, sobre todo al final de ellos que en algunos casos resultaron abruptos y poco refinados. Dentro de la linea verista del personaje Racette sirve una función de muchos quilates en lo dramático, con ciertos ecos escénicos de la Santuzza de "Cavalleria Rusticana" aunque en este caso la infiel sea ella, y en el que el desgarro fueron la tónica, llegando al paroxismo en el tremebundo terceto del segundo acto, de gran fuerza escénica y ejecutado de forma espectacular por los tres miembros principales de la familia Maurrant. Racette sirve una sensible creación actoral en un personaje que nos infunde inmensa piedad, y cuya insatisfacción se vio perfectamente reflejada en su primera aria, cantada por nuestra soprano con un dramático patestismo de gran capacidad catártica.



El Coro Intermezzo, de breve pero importante aparición al final de la obra, estuvo dramático y atronador en su intervención, en un número de gran impacto musical y que musicalmente me recordó al Mahagonny del propio Weill. Mención especial para Los Pequeños Cantores de la ORCAM, que estuvieron deliciosos en todas sus escenas, afinados y muy graciosos en la parte escénica.

Tim Murray a la batuta de la OSM, dotó de gran profundidad al sonido de una Sinfónica de Madrid que al principio parecía un poco desubicada en un repertorio muy alejado al que habitualmente tocan, pero que fue ganando enteros a medida que la función iba avanzando. Murray conoce muy bien el material que tiene entre manos, y realizó un trabajo extraordinario con las dinámicas y los volúmenes, siendo el resultado muy teatral y dramático, brillando especialmente en los números de conjunto, donde el trabajo de concertación destaca muchísimo, así como el trabajo de la expresividad con los solistas, acompañando perfectamente el tremebundo drama que acontece en escena.



John Fulljames ejerce las labores de regista, en un trabajo hiperrealista en lo escénico y lo actoral. Pocas concesiones al lirismo visual nos ofrece Fulljames, con excepción del número de ballet, un poco pegote a mi entender aunque venga de serie en la función, maravillosamente coreografiado por Arthur Pita. 
Fulljames no se anda por las ramas, y ofrece un trabajo milimétrico, viscontiniano en su visión de una calle estadounidense en plena Gran Depresión, donde los detalles pequeños son igual de importantes que los grandes, desde los papeles de la sucia acera, hasta la bicicleta que interrumpe la acción dramática todo está medido, justificado y perfectamente integrado en la escena, siendo el resultado pulcro y adecuado en igual medida.
Los actores son dirigidos desde la verdad, pero sin dejar a un lado la fuerza operística de la obra, siendo el resultado poderoso, impactante y de gran efecto dramático, pero sobre todo lo mas destacable  es la solidez de una producción ejecutada de forma realmente ejemplar, y de gran interés teatral. John Fulljames engrandece la obra de Weill y la colma de empaque, en una función que sorprende al que no la conozca, conmueve al mas pintado, y no deja indiferente a nadie, ya que su cruda exposición de la realidad, y elevado nivel musical y literario, se ven reflejados de forma superlativa en una producción que estoy convencido que sería del mas absoluto agrado por parte de sus autores, ya que la esencia y el mensaje se encuentran muy bien expuestos, alejados de artificio, y lo que es mas importante, sin el mas mínimo acartonamiento lírico, que tantas veces lastra el acabado escénico cuando de ópera estamos hablando. Aquí no hablamos de cantantes que salen y cantan, hablamos de artistas totales, completamente implicados en su trabajo tanto técnica como emocionalmente. La función fue muy braveada por un público atento y que en algunos momentos parecía no respirar ante lo que acontecía en escena, y que agradeció de forma rotunda la gran velada que presenció.




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