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domingo, 24 de marzo de 2024

El Fantasma De La Ópera, Revisión De Un Musical Icónico.


Si hay un musical icónico ese es El Fantasma de la Ópera, no hablo de si es mejor o peor que 
otros, pero sí que sin duda es el más popular y posiblemente el que mayor número de espectadores ha tenido a lo largo de su historia. Ciento cincuenta millones de personas han visto la función desde su estreno, por tanto se me antoja muy apropiada aquella máxima que dice “Algo tendrá el agua cuando la bendicen”. Esta temporada venía con premio, ya que después de veinte años sin representarse en España, se anunció a bombo y platillo la vuelta de El Fantasma a nuestras carteleras con el aval de Antonio Banderas y del propio Webber, con una premisa interesante y peligrosa a la vez… este Fantasma viene completamente renovado, y la producción canónica que todos conocemos ya vista en 2004, no vendría a Madrid. Todo lo que sea nuevas propuestas me interesa por aquello de ventilar los clásicos, y porque siempre se pueden sacar nuevas lecturas del material original. El peligro viene cuando una producción tan incrustada en la memoria colectiva como la original se ve revisada, ya que es difícil luchar contra el prejuicio del espectador ante un musical con una serie de momentos muy queridos y unos cuantos momentos míticos dentro de la historia del teatro musical. Sentía curiosidad por ver la nueva producción y también un poco de miedo ante lo que me iba a encontrar por tanto iba retrasando el visionado de la nueva producción, y finalmente el pasado sábado me animé a acercarme al Albéniz para ver por dónde iban los tiros y que sabor de boca me dejaba este Fantasma de la Ópera.



El Fantasma de la Ópera, musical con música de Andrew Lloyd Webber, letras de Charles Hart y Richard Stilgoe, y libreto de Andrew Lloyd Webber y Richard Stilgoe, tuvo su estreno en Octubre de 1986 en Londres, considerándose esa fecha histórica dada la trascendencia que tuvo y lo que supuso la obra posteriormente. El salto a Broadway era inevitable, repitiéndose el éxito de Londres, siendo la obra que ostenta el récord a la permanencia en cartel en Nueva York, treinta y cinco años nada menos. El Fantasma de la Ópera es uno de los musicales más astutos compuestos jamás, y creo que más allá de sus virtudes y sus defectos sería interesante analizar la clave de su éxito. Tres factores son determinantes a mi entender, el primero su atractiva premisa, el terror siempre llama la atención, y sobre todo la espectacularidad escénica que se le presupone a una historia representada en diferentes formatos infinidad de veces. Por tanto el aparataje escénico en esta función es indispensable como reclamo, y por supuesto como apoyo al drama. Después nos encontramos con una partitura, es justo decirlo, que consigue que se nos incruste en el cerebro y que ya no se nos vaya jamás. ¿Cuál es el secreto? La repetición y diferentes variaciones de cuatro o cinco temas principales, que son los que arman el musical, y por último lo bien que representa los Años 80 y su cultura musical, de ahí su éxito en su fecha de estreno y su perdurabilidad como ejercicio nostálgico en el espectador. La partitura de Webber, de gran espectacularidad, bebe de diferentes estilos operísticos, pasando por Verdi y Puccini, mucho más el segundo que el primero, fusionando la lírica más pura con el New Age y el Rock en algunos momentos, y unas más que notables gotas de opereta. Si hay algo que caracteriza a la obra es el uso de la melodía, inspirada y bella en la mayoría de los casos, así como un gran uso del efecto teatral en la partitura, impactante y con gran carga dramática, ya que si bien es cierto, nos encontramos ante una historia de terror, El Fantasma es un gran melodrama de tintes operísticos, y no solo en lo musical, que se ve muy bien reflejado en una partitura inteligente y de gran lirismo.

El libreto igual de efectista que la partitura, maneja al espectador a su antojo, con giros y efectos dramáticos de interés, y que además consigue mantener la intriga hasta prácticamente el último cuarto de la función, en el que ya tenemos todos los datos sobre la misteriosa figura de el fantasma. Es también interesante la progresión dramática de los dos personajes principales, muy bien perfilados en el libreto. No me puedo aventurar a decir que El Fantasma sea una obra maestra del género, pero de lo que si que lo es, es de la carpintería teatral, de el sentido de la espectacularidad, y del uso de la música como catártico a la hora de plantear un drama.



 

Vayamos con el elenco, muy numeroso y acertado en las pequeñas partes, desde un energético Alejandro Rull, hasta Laura Martín, como Meg sólida y sensible en todas las disciplinas, se puede entender que hablamos de un elenco solvente, implicado, y de extraordinaria calidad musical, en una partitura comprometida para el coro, brillantísimos en el final de el Carnaval, donde el volumen fue realmente imponente y el sonido de gran espectacularidad. 

Silvia Luchetti, como Madame Giry, perfecta en su papel, sobria y sabiendo estar, que es lo que más precisa un personaje difícil y desagradecido, que siempre parece que va a ir a más, y acaba un poco diluído en la trama. Correctísima en los cantables, de perfecto agudo, voz grande de técnica mixta, sin pasar desapercibida en los números de conjunto. Luchetti ofreció solidez y oficio, llevando a cabo su labor con aparente facilidad y buen desplante escénico. 

Enrique R. Del Portal y Omar Calicchio, como André y Firmin respectivamente. Los dos empresarios de la ficticia Ópera Populaire de París, son dos de los personajes más queridos del musical, ya que sirven para aligerar la obra, que a ratos se vuelve densa, por eso siempre funcionan como un respiro al respetable entre momentos intensos varios. Encontre muy acertados a los dos intérpretes con un enfoque ligeramente queer de los personajes, elegante y discreto que los enriquece mucho. A este respecto hay cierto momento en una escalera de caracol, que Del Portal parece disfrutar mucho y que es oro molido por los matices que en ese momento subyacen. Muy compenetrados, con gran química en escena, y enormemente sólidos en todas las disciplinas, estuvieron a la altura de la obra sin el menor problema. En lo musical brillan mucho, pero es quizás en el célebre "Prima Donna", donde más se pudo disfrutar de sus facultades canoras, en un número que me supo a gloria, por su espléndido remate vocal, y espectacular acabado. 

Francisco Ortiz como Piangi y Marta Pineda como Carlotta, un tanto descompensados, aunque es cierto que es así en el material original, siendo uno de los bombones de la fución La Carlotta, y pareciendo Piangi un simple acompañante suyo. Ortiz sirvió una buena velada en lo musical, con voz de tenor bien trabajada, agudo correcto y notas interesantes, estando en la actoral un poco por detrás de su interpretación musical, ya que pasa muy desapercibido. Caso aparte es Marta Pineda, absolutamente inconmensurable en su papel, deliciosa en su mezquindad, con sus vicios de diva operística antigua, manera ridícula de actuar en una ópera basándose en los clichés que todos conocemos, y de rotunda e imponente presencia escénica. La Carlotta de Marta Pineda se me antojó uno de los mejores trabajos de la noche, de comicidad indudable, gran efecto teatral, sólida, y en el perfecto sitio que el papel pide. 

Guido Balzaretti como Raoul de Chagny, perfecto para el personaje, tanto por el tipo de voz como por sus carácterísticas físicas. Balzaretti tenor con facilidad en la zona aguda y buen uso de los recursos estilísticos, luce mucho en las partes más sentimentales de la partitura, especialmente en el gran dúo con su enamorada que finaliza el primer acto, sin caer nunca en lo melífluo pero sí dando el toque exacto de héroe romántico que el personaje pide. Nuestro actor sirvió una interpretación sensible y entregada del enamorado de Christine que casa a la perfección con lo que Raoul representa, siendo el resultado de su trabajo equilibrado y eficaz. 

Laura Enrech, como Christine Daaé, sirvió una gran velada a todos los niveles, siendo la voz muy adecuada para la a veces farragosa vocalidad del personaje, y que no se adecúa siempre a cualquier cantante aunque se encuentre en la tesitura correcta. Buen uso del filado, muy bien servidos los agudos, timbre grato y homogéneo, quizás flaquee un poco en el paso, pero sin molestar en ningún momento, su trabajo resultó muy placentero al oído y dio momentos de indudable intensidad lírica. Quizás su mejor momento fue en su gran canción del segundo acto "Wishing you were somehow here again", de gran capacidad emotiva, y enorme calidad musical. Actoralmente perfecta, da la perfecta nota de ingeniudad que el personaje desprende, así como todos los resortes dramáticos que ofrece. 

Gerónimo Rauch como El Fantasma. Inconmensurable, no hay discusión. Rauch ofrece un Fantasma canónico en el que cada inflexión musical está perfectamente medida, y refleja la partitura de Webber con precisión milimétrica. De ecos clásicos en su composición del personaje, resulta apasionado, temible o nos compadecemos de él cuando el papel lo requiere, todo gracias a una enorme expresividad, un inteligentísimo uso del instrumento y por supuesto unas insuperables facultades. Escuchar y ver a Gerónimo Rauch como Fantasma es disfrutar de un artista en la plenitud de su arte, una interpretación imprescindible y realmente notable de uno de los personajes más míticos de todo el repertorio de el género musical y un auténtico gustazo, que a fin de cuentas es de lo que se trata.



 Julio Awad al frente de la orquesta, realmente se luce, en una lectura opulenta, de dramático y espectacular acabado, cargada de matices, y gran espectacularidad en el sonido. Awad sabe muy bien el material con el que cuenta aprovechando cada nota hasta la extenuación, sacando un sonido compacto y muy operístico desde el foso y que refleja de maravilla lo que ocurre en escena, algo absolutamente indispensable en un obra de características tan descriptivas como es El Fantasma de la Ópera. Hay que remarcar que no se escatiman medios en cuanto a músicos, y que se agradece enormemente ya que engrandece la propuesta, gracias al inestimable acompañamiento musical.



 

Vayamos con la propuesta escénica.

Federico Bellone firma la producción que viene de Italia, y varias cosas son remarcables en ella. Esta es la quinta vez que veo El Fantasma de La Ópera, dos en Londres y tres en Madrid, y ya la última vez que la vi en la capital de Reino Unido, reconozco que me pareció que olía un poco a naftalina, por tanto concuerdo en la idea de que había que darle una vuelta al concepto original, adaptándolo a los medios escénicos actuales y al público de ahora, no se nos olvide que la producción original se estrenó hace casi cuarenta años, y la verdad es que eso pesa. La versión de Bellone tiene múltiples virtudes, y algún defecto, siendo el resultado global altamente positivo, y acertado, especialmente tanto en cuanto al respeto hacia la obra original que así como a la presencia de casi todos los momentos icónicos de la producción original. Si bien es cierto estamos ante una producción más modesta en líneas generales, nos encontramos ante un espectáculo cuidado que sortea con soltura los desafíos escénicos que la obra ofrece, siendo el resultado impactante e inteligente a partes iguales. Solamente dos momentos de la función quedan un tanto deslucidos por la relativa parquedad de medios. La escena inicial con la representación de la ópera ficticia Aníbal, que se ve un tanto pobretona en su acabado, y sobre todo el Carnaval, que si bien se concluye de manera brillante, unos desafortunados maniquíes no redondean la escena de la manera más idónea. Vayamos con lo positivo que es mucho. Lo primero que hay que decir es el enorme encanto teatral que tiene la función, con unos preciosos telones pintados de regusto decimonónico que dotan al espectáculo de un gran poder evocador y nostálgico. Otro punto a tener en cuenta es el inteligente uso del giratorio, parte principal de la escenografía, muy bien pensada, práctica y funcional, firmada por el propio Bellone y que sirve de manera ejemplar para plasmar diferentes planos escénicos así como para dotar de un empaque considerable a la famosísima obertura de la obra. Otra cosa a tener en cuenta son las espléndidas luces de Valerio Tiberi, que consiguen momentos de una insuperable plasticidad, así como un atmosférico acabado en total consonancia con el gótico transfondo de la historia. Es destacable también el cuidado tratamiento actoral de la función, con un elenco que Bellone mima y lleva por unos interesantes vericuetos de verdad actoral y sobre todo una re-lectura que enriquece algunospersonajes, especialmente en el enfoque queer de André y Firmin como ya comenté más arriba, así como las aristas de el propio fantasma, que adquiere mayor profundidad dramática en esta producción, alejándolode cualquier acartonamiento. Buen trabajo en las coreografías por parte de Gillian Bruce, inspiradas y en total consonancia con el espíritu de la obra original. 

En resumen, este Fantasma es una buena revisión de un clásico, que suple su a veces, parquedad de medios con ingenio y buen gusto, siendo el acabado el de una producción esmerada y realizada con un gran cariño y respeto por la obra de Webber. ALTAMENTE RECOMENDABLE. 



jueves, 7 de marzo de 2024

The Producers. Festival Llàcer En El Nuevo Teatro Alcalá.

 


Hemos tenido un estreno tardío y esperadísimo, que nos ha animado la cartelera madrileña en la mitad de su andadura 2023-2024, The Producers, Los Productores como se ha conocido hasta ahora el musical en nuestro país. Tenía muchas ganas de disfrutar de este espectáculo, el éxito en Barcelona, el equipo creativo, y su elenco eran sus bazas más importantes, y por supuesto el título, que no se prodiga mucho por estos lares, y de el que guardaba un gratísimo recuerdo dada la estupenda producción que se presentó en la temporada 2006, con escaso éxito, algo injusto, y que sería interesante el dilucidar por qué aquella producción se estrelló en taquilla, pero eso amigos... es otra historia. 

Reconozco cierta debilidad por The Producers, me parece el mejor musical de Mel Brooks, como luego explicaré, y un título sin duda atractivo, para los aficionados al género. En cuanto me surgió la ocasión acudí a verlo, es decir la primera función, ya que la paciencia no se encuentra entre mis escasas virtudes, y el martes pasado en el Nuevo Alcalá que me presenté con ganas de disfrutar, como así hice. Resulta estimable más allá de las virtudes del espectáculo que se represente este repertorio, un tanto inusual en nuestra cartelera, porque Los Productores es un producto netamente "Broadway" en su planteamiento, y que creo que ha vuelto en el momento exacto para que se pueda disfrutar, con la madurez suficiente en cuanto al género en nuestro país, y en la cultura en cuanto a musicales de el público patrio, que aunque parezca que no, ya tiene un bagaje interesante como para apreciar lo suficiente el género en su vertiente más pura, como de este caso se trata. Así que después de esta disertación sobre uno de mis géneros más amados, hablaré de The Producers, que es de lo que se trata.



 

The Producers, musical con libro, letra y música de Mel Brooks en colaboración con Thomas Meehan, tuvo su estreno en Chicago en febrero de 2001, pasando posteriormente a Broadway al poco tiempo después. El éxito de la obra fue arrollador, arrasando en los Tony de ese año, consiguiendo la cifra récord de doce premios, estando en cartel en Nueva York durante seis años ininterrumpidos, y siendo llevada al cine, con sus dos protagonistas de Broadway como reclamo principal. Hay que decir que el musical está basado en a película homónima de Brooks de 1967, protagoniza por Gene Wilder y Zero Mostel, no siendo la primera versión un musical. Brooks es un maestro en el trazo grueso, no apto para todos los estómagos, todo hay que decirlo, pero el éxito de el musical creo que se justifica por varios motivos. El primero y más importante la atroz crítica al mundo del teatro neoyorquino y a los empresarios de dudosa reputación, luego sin duda hay que hablar de una inspiradísima partitura, y por supuesto el desopilante libreto, puro Mel Brooks de principio a fin, con sus virtudes y sus defectos, que funciona como el mecanismo de un reloj, como sátira atroz, despiadada en su planteamiento, y sobre todo alejada de cualquier tipo de corrección política. La historia es simple, un productor arruinado, con la ayuda de un apocado contable, trama un plan para hacer el peor espectáculo de Broadway y forrarse con una especie de estafa piramidal... y hasta aquí puedo leer. Esta premisa nos sirve para que por el escenario desfile toda una caterva de estereotipos del mundillo teatral en su vertiente más grotesca, con la que se denuncia todos los vicios del noble arte de Talía, desde un prisma despiadado y divertidísimo.



 

Mención aparte merece la partitura, hay que reconocer que Mel Brooks se lució con la música, el más puro estilo del Broadway más clásico, que va en total consonancia con el tono de la obra, que por muy descarnada que sea, no deja de ser un enorme canto de amor a Broadway y al mundo del teatro, y sobre todo a sus miserias. La obra de corte ecléctico, recuerda a Herman, algo que no es en absoluto gratuíto ya que Brooks pensó en él como compositor en un principio, los "gallops" tan caracteríticos de Herman se encuentran por doquier, las melodías pegadizas, los números "á grand spectacle" y una arrolladora vitalidad, son las principales carácterísticas de una partitura arrolladora de las que uno se lleva puesta a casa. Varios números son destacables, amén de su tremenda Obertura, es importante reseñar "Ser productor es mi sueño" ya un clásico indiscutible del género, así como el descacharrante "Hazlo gay", y por supuesto el dificilísimo soliloquio de Max en el último cuarto de la función, auténtico tour de force para el actor que le toque en suerte, Armando Pita en este caso. La obra de enorme exigencia para todo el elenco, requiere un alto nivel de canto así como de baile, y de interpretación. Nos encontramos ante un caso clarísimo de triple amenaza por la dificultad que entraña y un elenco de gran solvencia para que pueda ser llevado a buen puerto. 




Vayamos con el elenco.

Todas las pequeñas partes funcionan a la perfección, destacando por extensión Bittor Fernández como Carmen Age-Á-Trois, un todoterreno, espléndido en lo corporal, de indudable comicidad, y muy bien timbrado en lo musical, con peculiar presencia e indudable magnetismo escénico, en un personaje bombón y de gran dificultad. También hay que destacar a José Luis Mosquera, muy conocido entre los aficionados, como Franz Liebkind, que dotó de oficio y enorme comicidad a uno de los papeles más recordados de la función, como nazi recalcitrante.

Oriol Burés, como Roger De Bacle, inconmensurable como es habitual, en un papel con ecos de la Zsa Zsa de La Jaula de Las Locas, que le va como anillo al dedo. Extremado, energético en grado sumo, atronador cantando, apabullante, se merienda a todo el mundo cuando aparece en escena. Manda en todos los momentos sin problema, afrontando el papel desde la bravura y sobre todo con un conocimiento de los resortes de la comedia milimétrico. Burés me parece uno de los actores más notables del género en nuestro país, tremendamente disciplinado y con un carisma indudable. Para la posteridad el final de el primer acto, antológico a todas luces, y por supuesto su número principal, "Flores para Hitler" realmente impactante, pero sobre todo lo que hay que destacar es la manera tan magistral con la que Burés controla al público que literalmente come de su mano en todas sus intervenciones. 

Mireia Portas, como Ulla. Ya vista anteriormente en Cantando Bajo La Lluvia, Portas de personalísimo estilo borda el papel, en una concepción diferente al original, y que nuestra actriz hace suya de manera impecable. Rapidísima en las respuestas, siempre implicada, generosa con sus compañeros, y con esa peculiar manera de entender la comedia, que a mi personalmente me resulta irresistible. Portas más allá de la obvia comicidad del papel, hila muy fino con pequeños detalles que enriquecen muchísimo la personalidad de Ulla, que perfilan perfectamente un personaje con más aristas que las que el material original ofrece. Hay una cosa que me resulta muy definitoria de su manera de hacer, todo lo que va ocurriendo de manera soterrada, que precisa de estar muy atento para no perderse ni una coma de una creación tan rica y matizada como la que lleva a cabo. Todo está medido, todo está encajado, todo asimilado con organicidad, y por tanto todo funciona a la perfección, siendo el resultado sólido y de una pieza. Como artista de musicales, me parece muy completa, canta bien, actúa de maravilla, y baila que da gusto verla... no se puede pedir más. 

Ricky Mata, como Leopoldo Bloom. Mata entiendo que ya consagrado como uno de los grandes activos de la profesión, muestra su ductilidad en un papel alejado de la explosiva comicidad de otros trabajos suyos, siendo el resultado el de una creación más profunda y matizada, de un personaje con unas exigencias actorales que quizás en otras ocasiones no eran tan elevadas. Comedido, sobrio, rezumando ternura y verdad, nos presenta un tipo gris, un tanto neurótico, pusilánime y de rasgos infantiloides, realmente delicioso. El detalle de la mantita azul es una verdadera genialidad. Los tics y reacciones a ciertos momentos, y por supuesto su control de la disciplina gestual son sin duda notabilísimos. Resulta muy interesante ver su evolución como artista, yo lo descubrí en Los Quintana y no me pasó desapercibido, pero es que el nivel en el que se encuentra es literalmente estratosférico. Musicalmente nos encontramos al mismo nivel de excelencia que en el actoral, su número principal, el icónico "Ser productor es mi sueño" está impecablemente servido, su desplante escénico espectacular, y esa bajada de escalera se queda grabada en la retina por mucho tiempo. Larga vida a Ricky Mata en nuestros escenarios... intuyo que nos va a dar muchas noches de gloria. 

Armando Pita como Max Byalystock. Rotundo y contrapeso perfecto al apocado Leo de Ricky Mata. La química entre los dos en indudable, y su trabajo se encuentra enormemente compensado. Pita de carácter más explosivo que su coprotagonista, resulta solidísimo en el personaje más difícil de la función. Desde un tipismo muy marcado, Pita lleva al personaje desde el exterior para definirlo, manteniendo cristalina su psicología, muy reconocible en sus actitudes, y con una carga de mala baba notable. El tono paródico del papel está muy conseguido, y su extremado acabado va en total consonancia con lo que Max pide y ofrece. Como artista avezado del género controla perfectamente los desafíos del papel, desde su difícil escena de salida, hasta el intrincado soliloquio de la cárcel, que desmenuza de manera magistral siendo el resultado realmente asombroso y de una riqueza artística indudable. Hay que destacar también la inteligencia con la que aborda el papel, sabiendo dónde y como cargar las tintas, y dónde replegar velas para luego volver con la artillería pesada. Interpretación bien pensada, pulcra, de enorme implicación, y esforzada, que sin duda debe ser reconocida en su totalidad. 

Hay que destacar sin duda la labor del conjunto, que están al nivel de un musical que muerde, agotador, difícil, en el que las coreografías son de gran dificultad, y que se encuentran ejecutadas de manera impecable. También es destacable el buen nivel musical que poseen, en una partitura con momentos comprometidos para el conjunto, que se encuentran perfectamente interpretados. Nos encontramos ante un conjunto disciplinado, que se nota que disfruta enormemente de su trabajo, y que redondea de manera ideal el elevado nivel artístico del espectáculo. 

Gerard Alonso al frente de la orquesta saca un sonido de gran espectacularidad, con unas dinámicas muy conseguidas, y con un delicioso regusto a Broadway, que acompaña a la perfección todo lo que ocurre en escena. Hay que reconocer que se agradece muchísimo una orquesta de estas características en una partitura de acabado tan clásico como es el de la función, que resuelve de manera muy brillante una música deslumbrante y vitalista.



 


Àngel Llàcer al frente del espectáculo lleva a su terreno "The Producers" y a su particular universo, hay que dejar claro que estos Productores están alejados de la producción original, teniendo una impronta muy marcada del director de escena, con algunos cambios con respecto al original en cuanto a estructura de la obra (inicio del segundo acto), la visión de "Flores para Hitler" y el enfoque de algún personaje, especialmente Ulla, algo entendible, ya que el original y su estereotipo machista creo yo que no se sostiene en la actualidad, por tanto si se espera ver una producción ortodoxa se puede salir decepcionado, aunque a mi particularmente no me molestó en absoluto, y me pareció que en algunos momentos la función roza la genialidad. A pesar de esto que cuento hay que decir que algunos momentos son puro Mel Brooks, especialmente el número que se dearrolla en "Reumalandia", y un juego escénico con ciertos besos voladores, que me parecieron un claro homenaje a "El jovencito Frankenstein". Me gustó la apuesta de Llàcer, excesiva y barroca como su personalidad, y con varias cosas destacables. Lo más importante es la energía tan buena que desprende el espectáculo. Llàcer lleva a su elenco al límite, actoral, musical y escénico, en un espectáculo frenético, de vertiginosos cambios y ritmo, de aparente, solo aparente, caótico acabado, y con cierto regusto a La Cubana en algunos momentos, aunando de manera acertada momentos del Broadway más clásico, con otros del más delirante vodevil, pasando por un regusto arrevistado que a los que amamos el género nos sabe a gloria, sin darnos un momento de respiro al respetable desde que empieza la función hasta que acaba. Llàcer es muy consciente del material que tiene entre manos, sabiendo que The Producers es una comedia bruta, muy física, y muy dura también, de ahí el enfoque y las licencias que se toma, para acercarlo al público actual, cargando las tintas en ciertos aspectos quizás menos evidentes en la obra original. El tono pretendidamente queer, desprejuiciado e irreverente están en el material original, y Llàcer los potencia acercándolos a nuestros tiempos, en un libreto que quizás no ha resistido el paso de los años tan bien como el de otras obras, y en el que se me antoja necesaria una revisión, no sé si esta es la mejor, pero si que me pareció válida, y coherente, manteniendo a todas luces la esencia de lo que Mel Brooks quiso contar. Nuestro director, lleva el espectáculo exactamente al lugar en el que lo quiere posicionar, sirviéndose para ello de un aire de astracanada en todas las interpretaciones, a excepción del personaje de Leo, más comedida y en un código más interiorizado, que sirve muy bien como contrapunto ante tanta locura, y que se encuentra muy bien integrado en el estilo interpretativo de la función. A nivel técnico mantiene los estándares de calidad habitual de la compañía, creo que podemos hablar de compañía pues el equipo habitual se encuentra en esta producción, con unos cambios bien medidos, limpios, siempre elegantes y de una sabiduría teatral realmente encomiable, que marcan la estética de todo lo que Llàcer toca, que si algo caracteriza a sus producciones es el siempre inteligente uso del espacio escénico, y el conseguir que todo luzca con momentos de enorme empaque visual. Solo se puede achacar una cosa, y es que resulta un poco previsible en algunos momentos si se han visto los anteriores espectáculos de Àngel Llàcer, pero hay que reconocer, que los resortes ya familiares, funcionan y hacen las delicias del respetable. Mención especial para las inteligentes y paródicas coreografías de Miryam Benedited, el grandísimo diseño de luces de Albert Faura, y el delirante trabajo en los figurines de Marc Udina Durán, una fantasía en la mayoría de los casos, salchichones incluidos... 

Estos Productores son una fiesta, un chute de energía brutal, y sobre todo un ejercicio de "buenrrollismo" tremendo, que nos pone las pilas, por su intensidad cómica y su vertiginoso acabado, que denotan un enorme conocimiento no solo del musical como género, si no de la comedia y de la carpintería teatral, con sus trucos y sus golpes de efecto, que tanto gustan y que tan bien funcionan, siendo el resultado fresco, y sobre todo en los que parece que hay mucho de improvisación, cuando realmente todo absolutamente, está medido y calculado hasta la extenuación, todo un "festival Llàcer" sin discusión. Están solo diez semanas...avisados estáis.



 


miércoles, 31 de enero de 2024

La Rosa Del Azafrán, Sobre Ortodoxia, Coherencia Escénica y Repertorio...


Se acaba de estrenar uno de los platos fuertes de la temporada en La Zarzuela, La Rosa del Azafrán de Guerrero, que no se representaba en Jovellanos 4 desde hace aproximadamente 20 años. La expectación no era poca, ya que además de ser un título muy popular, los dos solventes repartos hacen sin duda la propuesta muy atractiva, máxime cuando la anterior producción de esta obra no se recuerda con demasiado entusiasmo, ya que Jaime Chávarri no supo llevar a buen puerto dicho título. Antes de hablar de La Rosa me gustaría plantear algo sobre el repertorio, sin duda necesario y puntal en la programación de La Zarzuela, pero que creo que a veces no se entiende lo suficientemente bien. Parece que Guerrero, pongo por caso ya que La Rosa es suya, solo tuviera dos obras en repertorio que son las que siempre se reponen, Los Gavilanes y La Rosa del Azafrán. Cuando de las grandes vacas sagradas del género hablamos, su producción es tan fecunda y están incrustada en el repertorio, que no estaría de más salirse del "sota, caballo y rey" de toda la vida, y dar oportunidad a otras obras igual de recordadas y que no se predican con la misma asiduidad en La Zarzuela. Creo que un Huésped del Sevillano, una Fama del Tartanero, o una Montería, gozarían igualmente del fervor de el público, y se ganaría una oportunidad estupenda de poder visionar estos títulos, también muy populares pero mucho menos representados. Dicho esto me centro en La Rosa que es la obra que tuve oportunidad de ver el sábado pasado y que es la que esta crítica ocupa. 



La Rosa Del Azafrán, denominada como Zarzuela en Dos Actos y Seis Cuadros, con libro de Federico Romero y Guillermo Fernández-Shaw y música de Jacinto Guerrero, tuvo su estreno triunfante el 14 de Marzo de 1930 en el Teatro Calderón de Madrid, siendo apoteósica dicha noche y las posteriores.

Hablar de La Rosa, como se la conoce en el mundo de la lírica, es hablar de una zarzuela de manual, en este caso en su vertiente regionalista más pura, y costumbrista en su forma y fondo. Basada en El Perro del Hortelano, lejanamente, de Lope de Vega, la historia plantea algunas cosas interesantes de explicar, más allá de su fama y sobre todo popularidad. Lo primero de todo, decir que aunque la historia se basa en un clásico de nuestras letras, muchos de los personajes que salen en la obra existieron realmente, y no resulta difícil encontrarse con los descendientes de alguno de los que en ella se nombra en alguna representación. Un servidor conoció a un nieto de "Paco el Gafas" en el Festival de Zarzuela de La Solana, que nos contó muy emocionado anécdotas de la época en la que se escribió la zarzuela. Hasta ese extremo llega el mimo que los libretistas pusieron en la obra, que intentó plasmar de una manera muy fidedigna los usos y costumbres de lo que era La Mancha más rural en los últimos años del S.XIX, junto con una pizca de crítica social, algo de denuncia de aquel saber popular que dice "Pueblo chico, infierno grande", y una problemática muy marcada en aquellos días como era la diferencia de clases. La historia es simple, hacendada rural, se enamora de un gañán de su hacienda, de dudosa procedencia familiar, que como era natural en los tiempos corteja a una chica de su clase social, aunque bebe los vientos por la señora. Tenemos el triángulo amoroso tan afín a nuestra zarzuela, ciertas gotas de melodrama decimonónico con bebé abandonado en una inclusa, un final de cuento de hadas, y con eso ya tenemos la zarzuela armada. Con sus finales de acto de impacto dramático, sus cómicos secundarios, sus características de rompe y rasga, y todo el tipismo que se le entiende a una zarzuela rural, en la que el pueblo es arte y parte de el drama principal, con sus tristezas y sus alegrías.
La obra parte de una base bucólica y amable de lo que era la realidad rural de la época, pero con un trasfondo serio, y con algo muy interesante, el carácter recio castellano-manchego se encuentra muy bien plasmado, en un libreto bien escrito, y con algunas frases de indudable fuerza dramática en sus momentos más intensos.
La partitura de Guerrero, bebe indudablemente del folclore castellano, seguidillas y jota son la máxima expresión de este en la partitura en dos números muy reconocibles de la obra, pero si hay algo que caracteriza la partitura es una enorme capacidad descriptiva de los colores, el carácter y el sentir de los manchegos. Guerrero no en balde se crió en Ajofrín, eso sin duda le marcó, y lo supo plasmar de maravilla en una de sus obras más amadas, y para muchos su composición más lograda. La obra muy equilibrada en lo musical, tiene como mayor lucimiento el de sus dos protagonistas principales, ambos de gran exigencia vocal, y en el caso de la soprano un tanto desagradecido, ya que si bien su dificultad es alta, su romanza me fascina, no es de las más celebradas, no ocurriendo lo mismo con la célebre "Canción del Sembrador" bastión de barítonos, y propuesta en su tiempo como himno de Castilla-La Mancha por sus virtudes musicales y que tan bien cuadran con estas tierras. La obra posee un nocturno de gran belleza que precede al cómico Pasacalle de las escaleras, en dicho nocturno se encuentra uno de los más hermosos partiquinos de nuestro repertorio, el melancólico pastorcillo que le canta a su amada sus cuitas de soledad mientras le explica que su única compañera en las noches son las estrellas con las que habla mientras cuida su rebaño. Los coros son a su vez parte principal de la obra, siendo a este respecto el número más conocido de la obra el "Coro de Espigadoras" de el Segundo Acto, de fuerte raigambre en la cultura popular, y posiblemente junto con las Lagarteranas de el Huésped de El Sevillano, el pasaje coral más conocido de Guerrero.

Hablemos de versiones, y que en este caso no viene firmada, pero si que tiene varias cosas que son remarcables. Entiendo que hay aspectos en los libretos de algunas obras facilmente suprimibles, y no solo eso, en algunos casos necesariamente suprimibles. Me refiero a textos redundantes, bocadillos innecesarios, escenas que no hacen avanzar la acción, e incluso aquellas que por el motivo que sea se pueden considerar que no aportan nada en la función. Hay ciertos cortes en esta Rosa perfectamente justificados, así como la unificación de algunos personajes en el Hermano Micael, pero... por el camino se han quedado unas cuantas cosas que resientes el acabado de la función y la fluidez de la misma. El pasado carlista de Don Generoso pasó a mejor vida, los vínculos especialmente de el triángulo Sagrario, Juan Pedro y Catalina, se resienten profundamente quedando el conflicto bastante diluido. Los cómicos, Carracuca y Moniquito, también se han visto bastante afectados por la poda quedando los personajes excesivamente esquematizados, y en algunos casos inconclusos, de lo que pasó con Catalina y Carracuca nunca se supo... por ejemplo. Con esto quiero decir que versiones si, pero con sentido, y si en este caso se ha apostado por la ortodoxia en el acabado del espectáculo, esta ortodoxia debe mantenerse también en el material literario de la función, ya que la obra pierde fuelle y y coherencia.



 

Vayamos con el elenco:

Hay que hacer una mención especial a Elena Aranoa, cantante de música popular, que nos transportó sin duda al folclore castellano en todas sus intervenciones, con una voz de interesantes matices y gran expresividad.

Entre las pequeñas partes destaca Javier Alonso, que sirvió un espléndido pastor en el agradecido partiquino que le ha tocado en suerte. Matizado, con la voz limpia, perfecto en volumen y medida, cantó con gran gusto su breve pero comprometida intervención. 

Correctos todos los secundarios de menor extensión, destacando Emilio Gavira como Micael, siempre solvente y peculiar en su manera de hacer. 

Ángel Ruiz como Moniquito, demostró la solvencia habitual en los roles de tenor cómico, desenvuelto y bien timbrado en lo musical, afinadísimo y de cuidada visión musical. En lo actoral también se encuentra acertado, aunque el papel ha sufrido bastante la poda, y tiene mucha menos presencia de la deseada, viéndose su trabajo afectado por ello, ya que poco margen le deja el pobretón material con el que cuenta. Cómico sin estridencias, sobrio y gracioso, hizo las delicias del respetable en sus intervenciones. 

Juan Carlos Talavera, como Carracuca, también severamente afectado por los cortes, de menos a más, en un creación que es puro costumbrismo en su esencia, con un tipismo muy bien entendido, control del texto impecable, y una indudable vis cómica, llevó a buen puerto el simpático rol que lleva a cabo, al que tanto parece gustarle los golpes... 

Vicky Peña, como Custodia. No fui capaz de entender el sitio al que nos quiso llevar Peña con su trabajo, ya que la interpretación me pareció errática, con el personaje equivocado, sin seguir una línea coherente, y del que va entrando y saliendo a lo largo de la función. Me duele especialmente esta crítica, ya que admiro mucho a Peña, pero esta vez me parece que o bien Ignacio García no pudo encauzarla por los vericuetos de Custodia, o que ella no se ha dejado dirigir, no concibo más suposiciones para una apuesta tan fallida, y sobre todo tan alejada en el código y en la intención del resto del elenco. 

Mario Gas, como Don Generoso. Realmente notable en su creación, cargado de bonohomía e idealismo, dotó a su personaje de una gran humanidad y ternura, supiendo transmitir a la perfección el carácter de un personaje muy querido dentro del repertorio. Buen dominio del texto, especialmente en su recitado, y con un entrañable poso durante toda la función. Un acierto sin duda de elenco, ya que en manos de Mario Gas, Don Generoso se torna real, y alejado de cualquier acartonamiento, siendo una visión personalísima y más que acertada.

Carolina Moncada, soprano, como Catalina.  Sobrada de recursos vocales para el papel fue una solvente Catalina en todas sus intervenciones, siendo por motivos obvios la más celebrada el Coro de Espigadoras, que fue cantado con soltura y mucha sensibilidad, correcta en en el dueto y bien ensamblada con Ángel Ruiz. Actoralmente un tanto perdida, no acaba de pillarle el punto al personaje, que pasa excesivamente desapercibido en el contexto de la obra, quedando muy difuminada a medida que avanza el espectáculo. 

Juan Jesús Rodríguez, barítono, como Juan Pedro. Adecuadísimo para el papel, Rodríguez parece haber nacido para cantarlo, sirvió una velada excelente en lo musical, con un canto noble, elegante, fraseo bellísimo, gran delicadeza en las partes más líricas, indudable sensibilidad en los primeros acordes de el dúo final, y su Canción del sembrador, de ecos clásicos, solidísima en su acabado e impactante resultado fue sin duda uno de los momentos de la noche. Escuchar a Juan Jesús Rodríguez como Juan Pedro es escuchar la perfección en el papel, no hay discusión, todo el carácter de Juan Pedro y lo que el personaje nos está contando en cada cantable se ve reflejado en nuestro barítono, que sin duda ofrece toda una lección de zarzuela y entendimiento del género y del papel. Igual de afortunado en lo actoral, sirvió un Juan Pedro apasionado y vigoroso que va en total consonancia con el carácter del personaje. Redondo desde todo ángulo, Juan Jesús Rodríguez nos ha dado por ahora la mejor interpretación de lo que va de temporada. 

Yolanda Auyanet, soprano, como Sagrario. Si algo caracterizó el trabajo de Auyanet fue la exquisita sensibilidad con la que aborda su papel en lo musical. Igual de adecuada que su compañero, parece conocer muy bien los desafíos de la partitura, siendo su trabajo inteligente y muy bien medido. Agudos amplios, filados de categoría, y una dicción muy cuidada fueron su fuerte, junto con una admirable línea de canto que me pareció que redondea a la perfección su trabajo. Muy intensa y con adecuada progresión dramática en su difícil romanza, fue sin duda una Sagrario de altura, dejando no pocos momentos para el recuerdo. Actoralmente un poco dejada a su suerte, como parece ser la tónica en las féminas de esta producción, que no acaban de encontrar el sitio dentro de la historia. Me faltó carácter, me faltó la frustración que vive Sagrario por la situación que está pasando, y me faltaron celos hacia su rival Catalina, por tanto la visión del ama se queda un tanto plana en lo actoral, aunque su soberbia interpretación musical hace que se nos olvide que el código interpretativo no es el más idóneo.



 

Coro Titular con Antonio Fauró al frente en los altísimos niveles de calidad habituales, y una vez más... desaprovechados en lo escénico, siendo su trabajo exquisito en lo musical, grandes matices en el Sembrador, bello lirismo en La Monda, y muy adecuados en Las espigadoras, y ojito a esa "Caza del viudo" que hace las delicias del público. El estatismo con el que son tratados en la producción, los trilladísimos desembarcos escénicos, y que se encuentren en el escenario durante toda la escena de Julián Herencia no es culpa suya, si no de la dirección que no supo mover a la masa coral de manera inspirada, algo que en un coro de estas características es una verdadera pena. 

José María Moreno, al frente de la Orquesta de La Comunidad de Madrid, correcto aunque caprichoso con los tiempos, unas veces muy acelerado, especialmente en el coro femenino en la cómica escena con Carracuca, y otras algo premioso, sobre todo en los números cómicos. En las partes más serias de la partitura estuvo más acertado, y supo cuidar a los cantantes, romanzas y dúos estuvieron bien servidos desde el foso. La lectura de Moreno pasa por la ampulosidad y el efecto dramático en algunos momentos, y en líneas generales me pareció cuidada y con un buen control de la orquesta. Las cuerdas me sonaron a gloria, y en general disfruté mucho con la orquesta durante toda la función, con la teatralidad necesaria y el empaque que se le entiende a una obra como La Rosa del Azafrán. 


La propuesta escénica viene firmado por Ignacio García y tiene múltiples aciertos, pero también sonoros fallos que se deben tener en cuenta. Vayamos primero con lo positivo, que no es poco, y luego ya iremos con aquello que chirría en el espectáculo. La visión historicista de la obra resulta enormemente afortunada, siendo el resultado el de un espectáculo de gran belleza visual, y tremendamente evocador sobre aquello que más nos habla La Rosa, que es de La Mancha y sus gentes, que se ven reproducidos en cuadros de enorme plasticidad, y calidad pictórica. García parece haberse documentado muy bien para el espectáculo y la verdad es que a este nivel le luce, pero por otra parte la función adolece de excesivo estatismo y cierta tendencia a lo contemplativo que le resta fuerza dramática, quedando el espectáculo como una especie de retablo bellísimo en su acabado pero un tanto insulso en su fondo. Tampoco la dirección actoral parece estar muy matizada, especialmente en los personajes femeninos, Sagrario no muestra el conflicto interno por el que está pasando, algo que quizás sea culpa de la versión, pero que García no suple con algún recurso que nos de pistas. Catalina está completamente dejada de la mano de Dios, y Custodia como ya comenté más arriba va por libre. Por tanto a este respecto se le escapa la función a nuestro director, que parece que supo entender mejor a los personajes masculinos que a los femeninos, en una obra en la que precisamente son las mujeres los personajes fuertes. Otro problema con el que nos encontramos es con la fluidez del espectáculo que parece marchar a trompicones, sin que se encuentren las escenas bien hilvanadas, ni las transiciones conseguidas, algo en lo que la hermosa, pero a veces aparatosa escenografía de Nicolás Boni no acaba de ayudar. Si nos encontramos con una versión con problemas, que no se ve apoyada en una escenografía que aligere las transiciones, la sensación es la de un espectáculo un tanto torpe que a ratos se desluce, aunque con estilizados momentos. No me quedó muy claro lo que simboliza la cantante de música popular, que si bien aporta momentos de gran poder evocador, no se exactamente lo que se nos quiso contar con su presencia, y aunque puedo comprar la propuesta, debería estar bien explicada, y sobre todo bien integrada en el espectáculo, ya que a ratos distrae y ensucia las acciones principales. Bello vestuario de Rosa García Andújar con detalles muy definitorios de cada personaje, especialmente en cuanto a los accesorios de Sagrario, la toquilla en la escena de La Monda resulta especialmente llamativa y acertada. Coreografías de Sara Cano irregulares, que funcionan mejor en aquellos momentos meramente folclóricos, que en aquellos en los que se han incluido unos movimientos más cercanos a la danza contemporánea ya que en una apuesta de estas características no acaban de integrarse del todo en el entorno. A este respecto es especialmente chocante la escena de Las Espigadoras, clasiquísima en su estética, pero que se da de tortas con los espasmódicos movimientos de el ballet, que si bien es cierto, nos dejan claro lo que representan parecen estar en otro espectáculo. Mención especial a las magníficas luces de Albert Faura, inspiradoras y atmosféricas en grado sumo. 


En resumen esta Rosa se disfruta en su estética, en su espléndido plantel musical, y en líneas generales porque se trata de un acercamiento respetuoso al material original, pero se sale con una sensación un tanto agridulce, ya que la que podría haber sido una propuesta clásica superlativa se ha quedado en una apuesta un tanto descafeinada, y que no despega en lo dramático de la manera que debería hacerlo, incoherencias en la forma y fondo aparte. 


jueves, 18 de enero de 2024

Faisandage, Un Cadáver Delicioso. Cuando Lo Único Que Te Falta Por Hacer En Esta Vida Es morirte.



La Sala Tarambana siempre me resulta estimulante en su programación, una de las salas más "off" de el circuito "off", que a la vez sabe conjugar una programación equilibrada e interesante. Siempre que he ido a ver algún espectáculo me sorprende y por tanto siempre el buen ánimo me acompaña cada vez que acudo a ella. Esta vez asistí a ver una obra del siempre interesante Ozkar Galán, viejo conocido de la sala ya que ha representado varios de sus textos en ella, y muy seguido por un servidor, que practicamente ha visto todo lo que ha presentado estos últimos años en Madrid. El teatro de Galán se caracteriza por dos cosas claras, la primera un mensaje siempre claro, y la segunda unos textos soprendentes que nos llegan muy directos, con buenos giros y propuestas novedosas, que nos dejan un poso tras su visionado. Con estos antecedente, obviamente, me acerqué a Carabanchel con buen ánimo y ganas de disfrutar, algo que sin duda ocurrió con creces, siendo la velada de alto voltaje teatral, sorpresiva, y enormente placentera, ya que no resulta fácil que un servidor se sienta sorprendido cuando va al teatro, agradeciendo enormemente las propuestas, ingeniosas, arriesgadas y divertidas como este Faisandage, definitivamente lo es. Vayamos al lío....








Faisandage, un cadáver delicioso, pieza de cámara de Ozkar Galán, se puede considerar una comedia, pero sin duda no una comedia superficial en la que solo de reir se trata, ya que en ella se nos habla de cosas muy serias, remozadas, eso si, en retranca, sarcasmo, y por supuesto un gran nivel literario. La premisa aparentemente sencilla en la que una condenada a muerte por un doble asesinato, tiene unas jornadas con la persona encargada de maquillar su cadáver una vez ejecutada. El faisandage es una técnica culinaria en la que las piezas de caza se maduran, casi hasta su putrefacción, para llegar al punto exacto en el que deben quedar para su consumo. La carne se orea, ablanda, y justo cuando parece que ya no se puede comer, llega el momento de su cocinado, para poder disfrutarla en todo su esplendor. La Checha consciente de que su gran momento, más allá de su tumultuosa vida, está en la trascendencia de su propio cadáver plantea que ya que se va de este mundo, lo debe hacer por todo lo alto. El texto, tremendamente equilibrado, presenta dos personajes antagónicos, peculiares, y con un punto surrealista, en continuo conflicto y en continuo duelo dialéctico e intelectual. Checha, explosiva, mundana, aparentemente superficial y ya de vuelta de todo, mientras que Yaiza más introspectiva, neurótica, y con un mundo interior muy rico, que se da de bruces con el huracán cubano que es Checha. En la obra se nos plantean cuestiones muy interesantes sobre el ego, la necesidad de transcender, la preparación para la muerte de cada uno, y como afrontamos nuestra propia muerte, así como el éxito personal, y en donde se encuentra la medida de ese éxito. Galán para ello se viste de humanidad, mostrándonos precisamente eso, dos personajes profundamente humanos, y profundamente reconocibles, dentro de su peculiaridad, ricos, bien perfilados, con su punto costumbrista, y con dos maneras muy diferentes de entender la vida y de ser inteligentes. Galán no renuncia a un lenguaje sofisticado cuando es necesario, aunque en líneas generales nos encontramos con un texto directo, ácido, en el que los alfilerazos verbales corren como cuchillos, mientras se nos cuela alguna frase de un lirismo sorprendente y que nos deja noqueados cuando hace presencia. En el texto las alusiones, o nada velados homenajes, a películas clásicas son también una tónica, algo que a mi, como cinéfilo me encantó, además muy bien integrados en la función, ya que la profesión de La Checha, productora de grandes películas en Hollywood, es el vehículo perfecto para las cuñas cinéfilas. Galán una vez más apuesta por heroínas fuertes en su teatro, mujeres que hacen que el mundo siga, dueñas de sus destinos, y que entienden en este caso el ser mujer de manera diferente, y muy válida. Este universo femenino que tan bien sabe plasmar Galán, ya es una seña de identidad de su teatro, siempre interesante, y siempre enriquecedor. 




La obra se sustenta por dos actrices en completo estado de gracia, Marina Muñoz como La Checha y Carol Garrido como Yaiza, que se complementan a la perfección en escena, equilibrando el texto de manera perfecta. Garrido crea un personaje muy definitorio en cuanto a su manera de ser, nos deja vislumbrar su sensibilidad interior, esa afición a la ópera resulta muy esclarecedora, aunque aparentemente se nos muestre fría y cerebral. Una mujer para la que su profesión lo es todo, pulcra y metódica, que se nos presenta muy bien perfilada en la actitud corporal y con gran conocimiento del texto. Todo está dicho con sentido, todo se entiende perfectamente, y cada emoción que pasa por su cuadriculada cabeza se nos transmite al respetable con aparente facilidad, y sorprendente mesura. Esta mesura perfectamente calculada resulta el contrapunto perfecto a la explosividad de su compañera, siendo el juego escénico similar, con sus obvias diferencias, al de el payaso listo y el payaso tonto. Carol Garrido lleva a cabo una interpretación cerebral, no carente de frescura, bien medida y en total consonancia con el tono de la función. 



Marina Muñoz, totalmente arrolladora en un personaje que es una bomba en todos los aspectos, sensual, segura de si misma, o no, apabullante en su presencia escénica, conmovedora a ratos, muy divertida siempre y con hechuras de primerísima actriz, de esas de rompe y rasga que pisan las tablas con fuerza y gran seguridad. Muy implicada emocionalmente, nos lleva a los vericuetos más íntimos de su personaje en sus espléndidos monólogos, bien servidos y muy clarificadores en cuanto al personaje, y del mismo modo consigue insuflar a su Checha de cierto aire frívolo absolutamente delicioso. La sensación que se tiene es la de una mujer que ya solo le queda hacer una cosa en esta vida... morirse, y claro que lo quiere hacer por todo lo alto, como la diva que es. Hay que destacar el enorme trabajo con el acento, ya que ver a esta Checha es ver a una cubana de verdad, aquí no hablamos de caricatura o personaje estereotipado, no, hablamos de un trabajo profundo y brillante de como son y como hablan las reales hembras de el país caribeño. 



Vayamos con la dirección escénica. Giselle Llanio firma el espectáculo con gran acierto en todas las vertientes, siendo muy destacable su pulcra propuesta estética, limpia en fondo y forma, así como los dos planos escénicos principales, apoyados en las proyecciones, así como en la técnica de el falso documental, que nos sirve de nexo de unión en la historia. Es interesante el tratamiento actoral de la función, extremadamente cuidado, con unos vínculos perfectamente definidos entre las dos actrices que dan vida al espectáculo, siendo el resultado a este nivel francamente espectacular. El ritmo se encuentra perfectamente medido, a lo largo de la función pasamos de la risa, a la emoción de manera natural, y lo que es más importante de manera fluída, algo que parece ser la tónica de este espectáculo, en el que todo transcurre sin la menor afectación y con la mayor verdad, siendo la sensación la de un trabajo meticuloso en el que se ha entendido muy bien el material de base presentado por Ozkar Galán, que se encuentra perfectamente clarificado por nuestra directora. Interesante también la importancia que se le da a los monólogos de los personajes, tan definitorios en cuanto a su psicología, y que han sido tan bien tratados en el espectáculo, tanto a nivel actoral como de dirección. La propuesta se puede resumir en una aparente, solo aparente sencillez, en la que se nos muestra todo aquello que Galán nos quiso contar, de manera cristalina, efectiva, y que precisamente en su sencillez se encuentra su mayor dificultad. Nada chirría en la propuesta, nada resulta forzado, todo nos lleva a un sitio concreto, y en ese sitio nos encontramos actrices y respetable en el momento exacto que el texto lo pide. Esto así contado parece muy sencillo, pero no lo es en absoluto, y dice mucho de la disección de la obra que Giselle Llanio ha realizado, y sobre todo habla de sus enormente satisfactorios resultados. Podemos decir que Faisandage es una comedia dramática, sin excesos, cargada de virtudes, y que gracias a un elenco realmente insuperable, y una dirección afortunadísima a todas luces, plantea una más que sólida visión de la obra de Ozkar Galán. Faisandage es teatro hecho con mucho amor, enorme talento, una minuciosidad encomiable, y sobre todo, un sentido de la teatralidad más que considerable. Nos encontramos ante una propuesta muy recomendable, realizada con gran solidez a todos los niveles, y de indudable interés teatral de principio a fin, cierto es que con estos mimbres... dificilmente nos podría salir un mal cesto.