Dicho esto, y pidiendo excusas por el desahogo, pero entended que estoy bastante indignado con el asunto, empezaré con la crónica del espectáculo. Fue emocionante el volver a escuchar ópera en directo, reconozco que el placer de la música en directo, cercenado hasta hace muy poco, era una de las cosas que más he echado de menos durante estos tiempos pandémicos, y grises que estamos viviendo, así que más allá de lo que comente he de decir que disfruté de la función, a pesar del despropósito escénico que se está perpetrando estos días en la Plaza de Oriente. Mascarilla en ristre y entre dos asientos confinados, por una vez pude estirar las piernas, el domingo pude asistir a una de mis óperas de Verdi favoritas, ligera y oscura a partes iguales, y de una belleza inconmensurable en no pocos pasajes.
"Un ballo in maschera" denominada como "Melodrama en tres actos" con música de Giuseppe Verdi y libreto de Antonio Somma, tuvo una gestación interesante, ya que en un principio en ella se hablaba del asesinato del rey Gustavo III de Suecia acontecido en la ópera de Estocolmo. Tras varios avatares con la censura de la época, el libreto fue cambiado, pasando a desarrollarse la acción en Boston, y siendo el protagonista un, más inofensivo, gobernador británico, que un rey europeo. He tenido la ocasión de ver diferentes versiones de la ópera, y prefiero la idea primigenia, ya que el asunto estadounidense siempre me ha parecido artificioso y un tanto pegote, pero insisto, esto es una cuestión de gustos personales.
Verdi demostró con esta ópera su continuo avance a todos los niveles, siendo muy interesante el equilibrio entre lo ligero, netamente influenciado por la ópera francesa, y la artillería pesada habitual del Genio de Busetto.Es muy interesante el uso de la melodía para remarcar el carácter de los personajes, así como la repetición de pasajes, para evocar aquello que el compositor encontró imprescindible en el desarrollo dramático de la obra. A ello hay que añadir el consabido conocimiento de los resortes del teatro, para potenciar el drama desde la música con gran acierto, y sobre todo una mesura magistral en una partitura en la que no sobra ni falta nada. De grandes exigencias vocales, especialmente para su terna protagonista, el "Ballo" es uno de los títulos puntales del repertorio verdiano, y operístico en general, siendo uno de los favoritos del gran público, que aunque no se encuentre dentro de la famosa "Trilogía Popular", si es cierto que es una de sus obras más conocidas.
El libreto, eficaz, entre la intriga política y el dramón sentimental con toques sobrenaturales, tiene más coherencia que otras obras coetáneas suyas, y resulta muy entretenido para el espectador, que se siente absorbido por la pasión no consumada de Riccardo y Amelia, y la injusta venganza de Renato. Nos encontramos ante un dramón decimonónico al uso, tan cercano a la ópera, y que tan bien sirvió a la música para conseguir epatar a los espectadores del momento, y que en la actualidad se ve con placer, aunque si es cierto que con indulgencia, dado lo tremendo del asunto, y el desmelene de algunos momentos.
Vayamos con el elenco:
Comprimarios correctos, con mención especial para el Samuel de Daniel Giulianini, espléndido en sus intervenciones, con una voz muy a tener en cuenta.
Elena Sancho Pereg, soprano, como Oscar.
Deliciosa, en uno de los bombones de la ópera, ya que el personaje de Oscar es muy querido por el público, y tiene cierto lucimiento que no pasa desapercibido. Sancho, si bien es cierto que no posee una gran volumen si que proyecta perfectamente, y el agudo bonito y bien resuelto llega sin problemas, en mi caso, al paraíso, siendo perfecta para las exigencias del papel. Actoralmente correcta y sin estridencias, resulta muy creíble dentro del rol.
Daniella Barcellona, mezzosoprano, como Ulrica.
Decepcionante, ya que tuve la suerte de verla en en Nueva York hace unos años en una "Donna del lago", de Rossini, y me pareció una cantante superlativa. Ahora la encontré notablemente mermada de facultades, especialmente en lo que al volumen se refiere, alarmantemente escaso para una cantante de su nivel. La zona grave me pareció solvente, pero se queda escasa desde todo ángulo para las exigencias vocales de Ulrica, más acorde para una contralto. Me faltó oscuridad en el timbre, y el tremendismo verdiano que destila el personaje, quedándose muy descafeinada su actuación, y carente del empaque necesario para abordar el papel. Actoralmente igual de descafeinada, pasa bastante desapercibida, cuando debe ser quien corta el bacalao en todas sus escenas.
Artur Rucinski, barítono, como Renato.
A mi entender el mejor cantante de la velada, y el que mejor supo plasmar la esencia de lo que Verdi escribió. Cantante de primer nivel, impresionante línea de canto, y poderosísimo en el agudo, que consiguió sacarme de lo rutinario de otros cantantes, siendo sus momentos aquellos de mayor interés vocal. Hay que hablar de una notable expresividad, fue el único al que me creí, un fiato considerable, así como una perfecta dicción siendo especialmente agradecido por el público un "Eri tu" de excelente factura.
Anna Pirozzi, soprano, como Amelia.
Más preocupada por dar agudos de altos decibelios, que por el resto de la partitura, va sobrada por las alturas y un tanto sobrepasada por la orquesta en el centro. Como he dicho, si bien es cierto, el agudo es poderoso, resulta un tanto desabrido a ratos, no resultando refinado, y aunque impactante, no grato al oído. Buen fraseo, y estudiada lectura de la partitura, por otra parte resulta en fría en exceso y de escasa expresividad, a este nivel he de decir que su célebre aria "Morro ma prima in grazia" me dejó completamente helado, algo imperdonable dado lo que se nos está contando en ella. Actoralmente plana, y con dejes de soprano antigua, en la que la composición del personaje brilló por su ausencia.
Michale Fabiano, tenor, como Riccardo.
Muy irregular en líneas generales, y batallando con el personaje, que se ve que le cuesta afrontar, ya que la sensación que transmite es la de ir un tanto apurado. Fabiano parece cantar "por narices" por no decir otra cosa, encontrándose más preocupado en dar las notas que en buscar los matices del personaje. Acusa un exceso de vibrato un tanto preocupante, que posiblemente con el devenir del tiempo se convierta en un problema serio, aunque por ahora no lo sea. Reservón en concertantes, soltó los arrestos en su última aria, donde se pudo vislumbrar un trabajo más mesurado, menos abrupto y con más musicalidad que en el resto de la ópera, en la que me hizo sufrir en no pocas veces.
Coro Intermezzo, con Andrés Máspero a la cabeza, impecable, de gran volumen y empaste, dotando de gran empaque a la función, resultando sus intervenciones realmente espectaculares. Escenicamente muy desaprovechados, algo a lo que yo nos tienen acostumbrados los registas de ópera, y que ya parece no hacer mella en un servidor de ustedes, que lo toma con lírica resignación.
Nicola Luisotti al frente de la OSM, sirvió una lectura más que eficiente de la partitura, de inspirado aire verdiano, gran expresividad, y prestancia teatral. Luisotti sabe dotar a la función del acento exacto que la partitura pide, siendo la tónica el cuidado de las voces, y unos tiempos acertadísimos en líneas generales, sabiendo plasmar a la perfección los diferentes planos musicales de la ópera.
Vayamos con la propuesta escénica:
Gianmaria Aliverta firma la función, que parece ser viene de La Fenice. Podemos hablar de serios problemas en varios puntos, el primero y más grave, la dirección actoral, que brilla por su ausencia, siendo el resultado añejo por los cuatro costados y de nulo interés a este nivel. Todo se remite a los gestos de siempre, brazos en alto, rodilla al suelo, falsos gestos compungidos y cero verdad en las interpretaciones. Escenicamente nos encontramos ante una función feota, pobretona, desangelada y rancia hasta la extenuación, en la que la nefasta escenografía de Massimo Checchetto es máxima responsable de lo ocurrido. Para la posteridad la fallera piedra pómez del segundo acto, y la horrorosa Estatua de La Libertad del tercero, encima mal aforada, gracias a lo cual tuve el privilegio de ver al tenor después de herido de muerte, bajando a toda velocidad mientras se manchaba de sangre por aquello de impactar al respetable. Aliverta no da una, ni en la composición de los personajes, ni en las diferentes acciones escénicas, llegando en algún momento a resultar bochornoso el resultado, como ejemplo lo que más arriba planteo, en la que Riccardo una vez herido se ve obligado a bajar de la corona de la Estatua de la Libertad para morirse en primer término como mandan los cánones inamovibles desde los tiempos del propio Verdi. La escena de Amelia y Renato con la que comienza el tercer acto parece sacada de una película de Lillian Gish, no dando un servidor crédito ante semejante despliegue de tics antiguos y altamente irritantes. Podría seguir hasta mañana pero no es cuestión de aburrir a mis queridos lectores, así que como nota final hacer una mención especial a las nefastas luces, que tienen al elenco a oscuras durante medio espectáculo, y gracias a las cuales la corbata se ve inutilizada durante dos tercios de la función. Por cierto... que en cada cambio de escenografía se nos fuesen cinco minutos mínimo, me parece inaceptable en un teatro con las características técnicas del Real, resulta francamente imposible entrar en el drama con tanto parón entre cuadro y cuadro.
En resumen, una propuesta profundamente decepcionante en lo escénico, y que con sus más y sus menos en lo musical, me hizo disfrutar, aunque toda la función resulte poco emotiva y gélida en rasgos generales. Por suerte la lectura de Luisotti logró tener presente a Verdi, algo que sin duda es de agradecer.
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