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lunes, 15 de noviembre de 2021

En Tierra Extraña, Españolito Que Vienes Al Mundo...


¡Ay! la copla, banda sonora de mi infancia, me la cantaba mi abuela para dormirme en la cuna, y me acompañó en mi adolescencia, precisamente en la voz de Concha Piquer, "Doña Concha" para la posteridad. Sus últimos discos, que grabó en Columbia, fueron durante mucho tiempo mi primer acercamiento a un género tan amado como vilipendiado, que siempre parece estar en declive, y que siempre parece ser la gran desconocida de las generaciones actuales. La copla como género tiene varios sambenitos, siendo quizás el más injusto aquel que dice que es un género franquista. La copla no es de nadie, nada más que de los que la amamos, y parafraseando a Rafael de León... "Durante la Guerra Civil el bando republicano escuchaba "Ojos verdes" cantada por Miguel de Molina, y el bando nacional, escuchaba "Ojos verdes" cantada por Concha Piquer", creo que eso ya define a la perfección un género que nació antes que la dictadura, y que hizo las delicias de TODOS los españoles durante muchos años. ¿Por qué adoro la copla? por su teatralidad, por su desgarro, por su ecléctica factura, y sobre todo por la memoria sentimental de un servidor, que creció con aquellas pequeñas historias que en poco más de cuatro minutos abrían en canal a la sufridora de turno, con un nivel musical y vocal realmente notable. 

"En tierra extraña" se estrenó la semana pasada en El Español, y me parece uno de los acontecimientos teatrales de la temporada, que a mi personalmente me parecía absolutamente imprescindible este 2021. Ya hace un tiempo que escuché campanas sobre el proyecto interesándome al momento. El asunto sin duda tiene su morbo, ya que un hipotético encuentro entre la Piquer y Lorca podría resultar la mar de sabroso. A medida que me fue llegando información de la obra tenía clarísimo que la cosa iba por buen camino, y por fin ayer me pude acercar a la Plaza de Santa Ana a ver el espectáculo, que ya adelanto que es un "must" instantáneo que no hay que dejar pasar de ninguna de las maneras.



 

"En tierra extraña" de Juan Carlos Rubio, basado en una idea original del propio autor y el recientemente desaparecido José María Cámara, cuenta lo que más arriba planteo, un encuentro entre dos mitos icónicos de las Dos Españas, y que fabulando con un encuentro nunca producido en las jornadas previas a la Guerra Civil, se nos desgrana la personalidad de Doña Concha, y muy especialmente los problemas de aquella España que desgraciadamente se parece demasiado a la actual. El tercero en discordia en la función es el omnipresente en la vida de la Piquer Rafael de León, que sirve de cicerone de dicho encuentro. 

Rubio, ofrece un texto impecable, de poderosísimo acabado, que mezcla de forma muy equilibrada el drama con la comedia, en el que lo más destaca es la humanización de tres vacas sagradas de nuestra cultura, aderezado con un buen puñado de datos historicistas sobre la vida de los tres protagonistas. En la función se puede disfrutar también de lo más granado del repertorio de la Piquer en voz de Diana Navarro que da vida a la cantante valenciana. Todo encaja en el texto, y fluye a la perfección, desde el magnífico trabajo de documentación que se ve incorporado en la función con sorprendente facilidad, hasta un desarrollo dramático de altura, con un desgarrador crescendo, comenzando la función como una amable comedia cargada de gracejo, para acabar dejándonos sobrecogidos por lo que se plantea en ella, verdades mayúsculas sobre nuestro país, su historia y su sociedad. Esto va más allá de la figura de los tres artistas que se reflejan en la obra, siendo el resultado algo que trasciende más allá del mero homenaje a la Piquer, para englobarse en la función toda la memoria sentimental e histórica de nuestro país. El resultado es sin duda profundamente emotivo, y una función en la que se intenta dejar claro que debe prevalecer lo que nos une por encima de lo que nos separa. 

Los personajes tratados con gran mimo, se ven reflejados en su faceta más humana, y sus conflictos personales, siempre por encima de los políticos, reflejados de manera directa y desprejuiciada, planteándose varias cosas interesantes de los claros y los oscuros, especialmente de Lorca y Piquer. 

Juan Carlos Rubio nos da un bofetón, acertadísimo, de realidad, cuando la obra llega a su tercio final, en el que se desatan los conflictos más crudos, y que redondea magnificamente el recorrido de unos personajes devorados por el devenir de la historia que se precipita sobre ellos, viéndose inmersos en la tragedia, que ya se barruntaba, y que nos hiela la sonrisa para llegarnos directamente al corazón, dejando claro que el factor humano está por encima de la forma de entender la vida de cada uno. 

Definir "En tierra extraña" se me antoja difícil, quizás una comedia dramática musical, de enorme capacidad emotiva, y gran calado teatral, que no pasa por un entretenimiento intrascendente si no más bien por todo lo contrario, una obra mayúscula en su planteamiento, enorme en su aparente sencillez, y cuyos giros se encuentran perfectamente dosificados llevándonos Juan Carlos Rubio de la mano desde comienza la función, hasta el punto exacto que nos quiere llevar, meciéndonos entre canciones, chistes y verdades muy duras a cara de perro, con unas escenas de alto voltaje teatral y actoral que no tienen desperdicio de principio a fin.



 

La obra se sustenta por tres artistas en completo estado de gracia, Diana Navarro, Alejandro Vera y Avelino Piedad. Los tres cantan, bailan, tocan el piano, y por supuesto se lucen en lo actoral ya que cada uno tiene su momento de lucimiento, en todas las disciplinas. 

Avelino Piedad, como Rafael de León, absolutamente delicioso, con un enfoque acertadísimo del personaje, cargado de sensibilidad y sobre todo mucha verdad. El personaje se plantea con mucha ternura, y una enorme carga cómica. Brilla en todas las facetas, todo dicho con mucho sentido, en un personaje que vive para afuera la alegría, y un mundo interior muy rico que se ve perfectamente reflejado en toda la extensión del personaje. La escena en la que Lorca canta al piano "Y sin embargo te quiero", resulta mayúscula, en la que aflora en un encomiable ejercicio de interiorización y control de la emoción de todo el sentimiento soterrado que el personaje siente. Perdón por se tan críptico, pero no quiero hacer "spoilers" ya que creo que la función mejor disfrutarla sin saber las cosas más importantes que en ella ocurren. Explosivo en lo cómico, timbradísimo en lo musical, excelente acompañando al piano el espectáculo, sirve uno de los mejores momentos con Alejandro Vera, en la interpretación de " A la lima y al limón" en clave LGTBIQ+ desopilante y enternecedora a partes iguales. El Rafael de León de Avelino apetece llevárselo puesto a casa desde que sale a escena, todo le funciona en su creación, encajando todas sus frases de manera magistral, nunca extremado, siempre desde el más profundo respeto, y sobre todo pasando la batería cada vez que abre la boca. No hay que perder de vista a este chico... 

Alejandro Vera como Lorca, solidísimo, y de enorme presencia, lleva a cabo un Lorca carismático y muy sentado, que deja entrever perfectamente la figura hechizante que tuvo que ser el de Granada, donde se junta la gracia andaluza, con la profundidad de unas convicciones muy marcadas, y que creo que muchos se pueden sentir muy identificados con él. Sirve una interpretación cargada de prestancia, muy bien estructurada y cristalina en su planteamiento. Vera meticuloso y pulcro, llega a cotas superlativas en la gran escena con Diana Navarro en la que explota el conflicto, siendo la implicación emocional realmente notable, y en la que aflora el verdadero carácter de Lorca, mostrándose desnudo en cuanto a su manera de ser y pensar. La química con sus compañeros resulta indudable, y si bien es cierto es quizás el personaje más desagradecido del espectáculo, nuestro actor lo hace suyo por derecho propio, matizadísimo, y con cimientos de acero. También se luce en lo musical, con una bonita voz de ecos baritonales, con mucho gusto en sus intervenciones. No es en absoluto fácil representar a una figura tan idealizada como es Lorca, y que en gracias a su trabajo, podemos descubrir desde un prisma diferente al que estamos acostumbrados. 

Diana Navarro como Concha Piquer, se deja literalmente la piel en el escenario, esforzadísima en lo actoral y en lo musical, con un meticuloso estudio del personaje, en el que se pueden ver en algunos momentos sus gestos más característicos, así como su particular manera de usar los brazos. Implicadísima en lo actoral, sorprende su entrega y control de los tiempos y del texto, dado que es su debut como actriz. Todo está bien dicho, todo se entiende perfectamente, y el papel se encuentra de una pieza de principio a fin, con recorrido impecable, y bien manejado en los momentos más comprometidos. En lo musical, realiza un trabajo exquisito, alejada de su estilo tan particular, y se puede ver el característico fraseo de la Piquer, así como la forma de llevar la voz al pecho, y el uso del portamento, que hizo de Doña Concha, ser precisamente Doña Concha. La voz dúctil luce en todos los temas, incluido cuando del periplo estadounidense de la cantante se trata, atreviéndose con la comedia musical, en un inglés impecable. Hay un pero, abusa del trino, Doña Concha no era dada a él, y Diana Navarro en algún momento no puede evitar hacer suyos algunos temas, sinceramente no me molestó, ya que estaba tan embelesado por lo que estaba viendo, que fue lo de menos, aunque si es cierto que si el enfoque del personaje es historicista, y en otras facetas musicales de la cantante se ha tratado así, se rompe un poco la coherencia del personaje. Navarro sale airosa con creces del desafío, dota de muchas aristas a su personaje, que se nos presenta profundamente humano, y alejado de estereotipos, rompiéndonos los esquemas de diva altiva que se tiene de ella. Trabajo de altura el de Diana Navarro, que desde el respeto y el amor lleva a buen puerto un papel de armas tomar. Para la posteridad unos "Ojos verdes" pelopúnticos, un "No te mires en el río" cargado de gracejo que canta mientras toca los palillos, y el momentazo de la función, un "En tierra extraña" en un código diferente al habitual de enorme capacidad catártica, con el que consigue traspasarnos el alma en su ejecución, por lo que significa en la función, y su enorme carga simbólica. 

Julio Awad encargado de la dirección musical del espectáculo, merece una mención especial, con un tratamiento exquisito, cargando de matices a los cantantes, y dando el aire exacto a cada tema. Todos los números se encuentran cuidadísimos, y dadas las características intimistas del espectáculo, ha sabido ir a la esencia de cada copla, con sabiduría y gran regusto teatral.



 

Juan Carlos Rubio en la dirección escénica acierta de plano, en un espectáculo, de enorme elegancia visual, en el que sirviéndose de pocos elementos se consigue la magia teatral desde que se levanta el telón, en una función en la que nada sobra ni nada falta. No hay un gesto ni un elemento superfluo y que no esté siempre al servicio de la acción dramática. Los personajes tienen un tratamiento actoral exquisito, no hay estridencias, todo fluye, todo funciona, y ningún actor pasa por encima del otro, en un ejercicio de equilibrio interpretativo encomiable. Es destacable el sentido del ritmo del espectáculo, que no decae en ningún momento, haciéndose cortísimo, y que nos deja con la justa sensación de necesitar más, para que el recuerdo sea imborrable. Rubio maneja a la perfección los diferentes códigos del texto, triunfando en la comedia, y llevando el drama a unas contas de intensidad notables, siendo el resultado de gran interés teatral y tremendamente emotivo. Poco a poco nuestro director nos va metiendo en la función hasta atraparnos de forma muy inteligente, dejándonos llevar sin problema a todos los lugares que se plantean en ella y que no son pocos. Es destacable la funcional y cargada de teatralidad escenografía de Estudios Curt Allen Wilmer y Leticia Galán, las acertadas y elegantes luces de Paloma Parra, así como el vestuario de Ana Llena muy definitorio de cada personaje, así como el espléndido trabajo en la caracterización que corre a cargo de Chema Noci. Las coreografías de José Antonio Torres brillan, y mucho, dotando de gran empaque a los números musicales, redondeando de forma perfecta el conjunto.



"En tierra extraña" es Teatro con mayúsculas, de una belleza inconmensurable, que deja un profundo poso en el espectador, y que nos lleva a unos cuantos lugares comunes que siempre se deben recordar, por los que los vivieron, por los que no los han vivido, y por los que los han olvidado. Aunque sea doloroso recordarlo, forma parte de nuestra historia... como nuestra copla y por supuesto como Doña Concha. NO SE LA PIERDAN. 

lunes, 11 de octubre de 2021

"Los Gavilanes", Zarzuela A Medio Gas.

 

Se inició la temporada en La Zarzuela en la vertiente escénica, ya que "Circe" dio el pistoletazo, y con muy bien pie por cierto, en versión concierto el pasado mes de septiembre. Para abrir temporada se ha elegido uno de los pesos pesados del repertorio "Los Gavilanes", obra puntal del género, en cuanto a popularidad y éxito del título, y con lo que parece ser un gran elenco, de gran solvencia en ambos repartos, y en el primero, que es el que esta crítica ocupa con grandes atractivos en sus componentes. Me apetecía mucho ver la función, ya que hace la friolera de 20 años desde la última vez que se puso en pie en La Zarzuela, y ya iba siendo hora de volver a programarla, aunque como siempre ocurre en estos casos, las dudas surgen, ya que con el gran repertorio no es fácil dar con la tecla adecuada que ponga al título en su lugar, se aporte algo no aportado ya, o se le de el giro acertado a lo que tantas veces se ha hecho y se ha visto. Mario Gas me parecía una apuesta segura en lo tocante a la dirección de escena, máxime cuando de una obra con problemas de libro como es esta se trata, y la verdad es que esta vez como iré contando no me pareció que ha estado tan inspirado como de costumbre. La velada tuvo sus más y sus menos, y en general salí un tanto decepcionado de estos Gavilanes, que se quedan a medio Gas, más en lo escénico que en lo musical, pero que en líneas generales, no me dejaron con el sabor de boca que yo esperaba. 



   

"Los Gavilanes" denominada como "Zarzuela en tres actos y cinco cuadros", con música de Jacinto Guerrero y libro de José Ramos Martín, tuvo su estreno en el Teatro de La Zarzuela el 7 de diciembre de 1923.
La obra ya causó diversidad de opiniones en su estreno, que en cuanto a críticas tuvo de todo, desde los elogios más efusivos, hasta las más duras posibles. A este respecto destaca la escrita en "El Liberal" que afirmaba literalmente que "En su partitura hay más ruido que música"... casi nada. Lo que si fue unánime en cuanto a la opinión critica aquella noche de diciembre es que la obra iba a ser un éxito instantáneo, como así fue, siendo clamoroso el fervor del público, y su indudable perdurabilidad en el repertorio, así como su incrustación, marcadísima, en la cultura popular.
Guerrero quiso con esta obra volver a la zarzuela grande más clásica, y logrando con ella posiblemente su mayor éxito, aunque si es cierto que la partitura abusa del efectismo, y en algunos momentos peca de exceso de superficialidad, pero amigos, Guerrero sabía perfectamente lo que le gustaba al público, y no solo cargó la obra de fuegos artificiales, melodías facilonas y gratísimas al oído, ya que nos coló en su partitura tres números que por si solos ya merecen pasar a la historia de nuestra zarzuela. El brioso e inspiradísimo Concertante, el Dúo de Adriana y Rosaura, casi un aria y al más puro estilo operístico, y la Romanza de tenor "Flor roja". El resto de la partitura de corte más irregular, tiene sin duda momentos de gran interés, la Romanza de salida del barítono, puntal del repertorio, y el Quinteto "No importa que al amor mío..." de gran efectismo dramático completan los momentos más interesantes de la partitura, junto con el Dúo de Adriana y Juan de gran poder evocador. Punto y aparte merecen los coros, en una función en la que tienen gran relevancia musical, y que son muy importantes en el avance de las diferentes situaciones musicales y escénicas.
La orquestación de Guerrero, ampulosa, y hasta cierto punto grandilocuente, ya nos define el tono de la obra en su Preludio, en el que la trompeta marca un espectacular inicio de fanfarria que nos deja claro que Guerrero va a sacar toda la artillería pesada, como así ocurre durante casi toda la partitura. La música de Guerrero de indudable eficacia sirve perfectamente su labor de acompañamiento de lo que más destaca en la obra, que es el brillo vocal de su trío protagonista, ya que el personaje de Rosaura se queda un poco cojo dentro de una obra en la que el lucimiento de los solistas es importante, mientras que la pobre Rosaura no tiene ni una pobre romanza que echarse a la boca.
El libreto de Ramos Martín es sin duda la parte más discutible de la zarzuela, en la que un argumento demasiado simple, ya fue muy criticado en su momento, y que tiene la triste fama de ser uno de los peores del repertorio, aunque creo que los hay peores, ya que si se toma la obra en serio, y no se abusa de las morcillas, algo que es casi una tradición en esta obra, puede tener cierto lucimiento dramático para sus protagonistas. La función ambientada en una aldea de La Provenza a mediados del S. XIX cuenta la historia de Juan un indiano que vuelve a su pueblo natal después de hacer fortuna, y en él se reencuentra con un amor truncado de juventud (Adriana), y con la hija de esta (Rosaura), con la que por un entramado digno de, nunca mejor dicho, una zarzuela pretende casarse por los maquiavélicos planes de la pérfida abuela de Rosaura, que está enamorada de un joven del pueblo llamado Gustavo. Obviamente todo acaba con una sonrisa, y lo que apuntaba a melodrama, acaba felizmente como mandan los cánones zarzueleros.
"Los Gavilanes" se ha representado muchísimo, y tiene fama de "salvataquillas", ya que cuando una temporada iba mal, el empresario la programaba y así recuperaba lo perdido, ya que era una apuesta segura.

La versión que se está representando en estos momentos viene sin firmar, y recorta sensiblemente la obra original, aunque si es cierto que no se pierde la trama principal. La sensación es la de siempre, una sucesión de números musicales, hilados por una endeble trama dramática, con poca chicha actoral y que esquematiza los personajes hasta el esqueleto. Hay dos cortes musicales, uno de ellos el Intermedio, que entiendo que es debido a que no hay descanso en el espectáculo, y para mantener la dramaturgia se tuvo que sacrificar, y la Escena de las ofrendas, que se corta algunas veces, ya que no aporta mucho, pero que tratándose de La Zarzuela, me ha sorprendido que no se llevara a cabo.






Vayamos con el elenco.
En primer lugar hay que reconocer lo estupendamente servidos que están todos los papeles hablados, en general interpretados por actores muy sólidos, y en algunos casos inspiradísimos. Destaca muy especialmente Trinidad Iglesias como Renata, de gran presencia y muy implicada. Muy templado Enrique Baquerizo como Camilo, con un uso esplendido de la voz, y un tanto más apagada la Leontina de Ana Goya, la mala de la función, que me resultó un tanto escasa de matices. Impagable la pareja formada por Esteve Ferre y Lander Iglesias, como Triquet y Clariván, muy bien compenetrados, y en el código exacto que ambos papeles precisan.

Marina Monzó, soprano, como Rosaura.
Magnífica, dando el aire musical perfecto a personaje. La voz joven, de buena emisión, cristalina y resolutiva en el agudo se compenetra muy bien con la de Ismael Jordi, y resulta un soplo de aire fresco en el panorama musical de este país. Afinadísima y con mucho gusto cantando, saca lo mejor de un personaje ingrato en lo musical, y que estuvo esplendidamente servido en toda su extensión, incluido el discutible, musicalmente hablando, fox, que pocas veces he escuchado tan bien cantado. Correcta sin estridencias en lo actoral, ofreció una interpretación mesurada, y nada acartonada, algo que en personajes tan estereotipados no es sencillo. Todo fluye con naturalidad desde que sale a escena.

Ismael Jordi, tenor, como Gustavo.
Lo primero que hay que decir es que Jordi huye de referentes en su trabajo, llevando a cabo una personalísima interpretación de Gustavo, que yo encontré acertada y placentera al oído en grado sumo. Ligero, elegante, delicado y sensible, dio el carácter idóneo de galán romántico del personaje. Con hermoso fraseo, correcto en el volumen, matizadísimo en la romanza, y con gran sentido de la expresividad. Como nota simpática decir que se metió en un par de "jardines" con la letra, algo que teniendo en cuenta que la cosa va de flores nos lleva a la sonrisa. Muy apasionado en la parte actoral, y ajustadísimo con el personaje y el aire que se le debe dar, refleja muy bien esa mezcla de pasión e inocencia juvenil que tan bien describe la partitura.



María José Montiel, mezzosoprano, como Adriana.
Antes de empezar a hablar sobre su trabajo me gustaría plantear que lo idóneo para el personaje es una soprano lírica o dramática, que tenga un buen centro y un agudo fácil y potente, las mezzos se encuentran con serias dificultades a la hora de afrontar la tesitura del papel, y diga lo que diga la partitura o los musicólogos, a lo largo de la historia quienes han triunfado como Adriana son las que son, y eso amigos es por algo. María José Montiel, insegura e incómoda a partes iguales, se ve claramente sobrepasada por la partitura, especialmente en la zona aguda. El primer agudo fue un grito, y el resto de la interpretación se ve perjudicadísima por esto que planteo, encontrándose la voz descolocada durante toda la función, con la afinación vacilante, el timbre desabrido, y viéndose incapacitada para matizar en la mayoría de los números. Me falló la línea de canto, y en general podemos hablar de una interpretación muy irregular, en una artista que siempre me suele gustar, y que en este papel no encuentra su sitio, y que así se percibe de forma clarísima desde el patio de butacas. Sufrí viéndola, y me temo que pueda llegar a hacerse daño según en que momentos. En el Concertante pasa completamente desapercibida, y creo que es por no forzar, logicamente, dadas las características del papel. En lo actoral se encuentra también muy perdida, influenciada por la presión que le supone cantar el papel, que no le permite encontrarse cómoda en ningún momento de la función.

Juan Jesús Rodríguez, barítono, como Juan.
Imponente, no hay otra palabra que describa su enorme trabajo en un papel de indudables complicaciones para el barítono, y que Rodríguez afronta con solvencia, y muchísima sabiduría en lo musical. Ya en la célebre romanza de salida puso el teatro patas arriba, no quedándose atrás en el Tango-milonga. Impecable en el fraseo, con un control admirable del fiato, y una manera espectacular de ligar las frases. La voz enorme, de noble timbre, perfecta en la proyección y con una impoluta línea de canto, rematando todo esto que planteo con unos agudos atronadores y larguísimos que a mi personalmente me pusieron los pelos de punta. Afortunadísimo también en el difícil quinteto, ejecutado con gran impacto dramático. El Juan de nuestro barítono se entiende de una pieza, sin fisuras, y lo que es más importante, de gran expresividad y capacidad para estremecer al respetable. Sobrio en lo actoral, resulta muy convincente en el planteamiento del personaje, con múltiples aristas, y sin duda consigue que nos creamos a un Juan de gran corazón que en un momento dado parece perder la cabeza por una amor juvenil.



Coro Titular con Antonio Fauró a la cabeza, espléndido en sus intervenciones, y una vez más reducidísimo en número, por cuestiones pandémicas, algo que en una función como "Los Gavilanes" resulta especialmente problemático. Me faltó volumen en el coro que da inicio en la función, y en el Tango-Milonga, aunque hay que decir que en el Concertante y Marcha de la amistad, si que el volumen es el idóneo logrando el suficiente empaque que la función necesita. Lo que planteo no es culpa del coro en si, sino de la situación, y del uso de la mascarilla, ya que limita bastante las posibilidades de una masa coral que nos tiene acostumbrados a veladas realmente espectaculares. Esperemos que todo vuelva a la normalidad y que podamos disfrutarlos lo antes posible en todo su esplendor.

Jordi Bernàcer al frente de la Orquesta de la Comunidad de Madrid plantea una lectura inteligente y detallista de la partitura, en la que lo que primó fue el mimo a los cantantes y lo atmosférico, de gran sabor teatral y sobre todo dándole a cada número el acento preciso, algo que en una obra tan ecléctica como es "Los Gavilanes" sin ninguna duda es todo un triunfo. Con mucho aire teatral en sus planteamientos, y siempre sumando a favor de la escena, Bernàcer ha sabido exprimir la partitura hasta sus últimas consecuencias, dotando de un sonido de impactante acabado en aquellos momentos así requeridos, así como un intimismo muy marcado en los momentos más evocadores. Estupendo resultó el acompañamiento al Dúo de Adriana y Juan, así como en el Dúo de Adriana y Rosaura, y de indudable impacto en los momentos más dramáticos, léase Concertante y Quinteto.



Mario Gas al frente del espectáculo, firma unos Gavilanes de ortodoxo acabado que no aportan mucho a nada que se haya hecho hasta ahora, siendo el resultado una función muy apagada, con momentos puntuales de gran belleza visual, pero que no funciona en lo dramático como debe hacerlo. Todo resulta en líneas generales frío y desangelado, sin llegar a conmover, funcionando mejor en las partes cómicas que en las melodramáticas, que en en esta zarzuela no son precisamente pocas. Hay momentos de indudable fuerza visual, pero todo lo que planteo se ve desdibujado por un estatismo exasperante por momentos, y con cierto olor a naftalina en el resultado final. Al haber tantos cortes, no es posible que nos acabemos de meter en la función, y todo queda muy en la epidermis de la obra original. Es cierto que las transiciones están bien planteadas, y que el espectáculo es ágil haciéndose corto, pero claro, si hablamos de una hora y cuarenta minutos de zarzuela, dificilmente se nos podría hacer larga. En general me pareció una función con poco fuelle, pobretona y a la que le falta enjundia teatral para que se salga con un recuerdo imborrable de ella. La escenografía de Ezio Frigerio, aparatosa y menos inspirada de lo habitual en él, tampoco acaba de rematar el espectáculo, con el sobadísimo recurso de las proyecciones, en este caso de inspiración entre cubista y expresionista, que ya cansan al más pintado y pasan completamente desapercibidas, así como un tanto torpe en las mutaciones. Inexistente movimiento del elenco, llegando esto que planteo al paroxismo en una casi bochornosa Marcha de la Amistad, por su nula inspiración y acabado apagado, así como en el cuadro que precede al Concertante, donde los componentes del coro parecen más bien moverse a su aire, haciendo lo que pueden, que con unos movimientos marcados por Carlos Martos de La Vega, al que se le escapa la función, especialmente en las escenas de conjunto. El vestuario de Franca Squarciapino, bello y colorista sacrifica realismo por aquello de la estética, y nos cuesta creernos que Adriana y Rosaura se encuentren en la ruina dado el número de vestidos que lucen y el acabado de los mismos, así como unos poco adecuados "trajes de domingo" en el coro que no acaban de funcionar en el contexto del espectáculo.
En resumen, estos Gavilanes, si bien es cierto brilla en lo musical, resultan decepcionantes en lo escénico, pareciendo que lo único que se ha buscado es pasar un ratito agradable sin molestar al respetable de La Zarzuela, que ya sabemos que se las trae cuando se enfada, y no consigue nada más que quedarse en un espectáculo con poca trascendencia, agradable de ver, pero con muy poca enjundia en su acabado formal.



martes, 5 de octubre de 2021

"Grease" Revisando El Clásico.

 

"Grease" ha vuelto a nuestras carteleras, es quizás el título más recurrente de todos del repertorio de musicales en nuestro país, y posiblemente el que más veces se ha representado. La primera vez que vi "Grease" en teatro fue en la producción de Luis Ramírez del 98 (aparatosa, carísima y aburridísima), y a pesar del enorme fracaso que supuso aquel proyecto, los empresarios teatrales siempre han tenido fe en la obra y sobre todo sus posibilidades comerciales, poniéndose en pie tantas veces después de aquel fiasco, que un servidor ya ha perdido la cuenta del número de veces que he visto este musical. "Grease" forma parte de nuestra vida, los que la vieron en su momento porque los llevaba directamente a su adolescencia, y los que posteriormente la volvimos a ver, que si bien en los años 50 no habíamos nacido, si que en los 90 tuvimos la oportunidad de introducirla en nuestra nostalgia colectiva. 

El público cuando ve este musical se sabe las canciones de memoria, se sabe los diálogos de memoria, y lleva a sus hijos a verlo para que descubran una obra que para ellos (nosotros) fue mítica, esperando que también lo sea para las futuras generaciones, algo que posiblemente ocurra, ya que sus canciones siguen sonando y me da a mi que lo seguirán haciendo. 

Cuando se planteó que se iba a hacer de nuevo, reconozco que me dio pereza, por la de veces que la he visto y la de veces que se ha hecho, pero a medida que se fueron avanzando detalles de la producción me fue picando la curiosidad. Lo primero que se planteó es que iba a ser la primera vez que se iba a representar con actores en la edad que se les supone a los protagonistas, después una revisión estética completa en la que se huiría del referente principal que es la película, y por último el volver a hacerla en gran producción ya que después de la del 98, siempre se había puesto en pie en medio formato, sin grandes alardes escénicos, a esto hay que añadir una revisión del texto original en la que se pondera la figura de la mujer, de forma más acorde con los tiempos que corren. Visto todo esto y vistas las primeras imágenes del montaje, decidí que no me la podía perder, así que ayer me acerqué al Nuevo Alcalá dispuesto a pasármelo bien y sobre todo dejarme sorprender... la cosa funciona a medias como iré desgranando en la siguiente crítica.



 

El caso de "Grease" es curioso, el musical se ha visto fagocitado de manera inclemente por la icónica película de Randall Kleiser, que difiere bastante de la obra original de 1971, manteniéndose como versión standard la del film, con sus canciones añadidas, sus cambios con respecto al libreto original, y con su estética tan marcada como referencial. La versión original de "Grease" se estrenó en Chicago, y fue producto de una compañía de teatro independiente, para llevar a cabo el musical, Jim Jacobs y Warren Casey se basaron en sus experiencias de juventud en un instituto de Chicago durante los años 50 del siglo pasado. El éxito de la obra fue brutal, y de ahí el salto a Broadway era solo cuestión de tiempo, donde se mantuvo en cartel durante ocho años, llevándose varios premios en su momento. Después vino la película... y el resto es historia.



 

La adaptación que se está representando viene firmada por David Serrano, y aquí es donde empiezan los problemas. El secreto de "Grease" no está en su libreto, no es "El rey Lear" precisamente, ni en una partitura de altos vuelos, el secreto es el tono paródico que destila, la mala baba nada soterrada que se vislumbra, la burla a los estereotipos de los años 50 en cuanto a roles sexuales se refiere, y a la forma de ver la vida en aquella época. Todo eso se ha esfumado, o sacrificado por dar valor a los personajes femeninos, y por aquello de lo politicamente correcto, yendo completamente a la contra de la esencia de la obra. Cierto es que hay conductas en el material original que nos pueden chocar, el baboseo continuo de Vince Fontaine, la aparente falta de carácter de Sandy, el machismo tan exacerbado de los T-Birds, o la frivolidad de las Pink Ladies, pero amigos, la forma de cambiar eso no está en quitarlo del texto, está en mostrarlo de forma que se vea que aunque antes era así, no está bien, y que los tiempos que corren condenan esas conductas. Hay una cosa que no se nos debe olvidar, en el "Grease" original, al final la que se sale con la suya es Sandy, Rizzo se muestra como una mujer fuerte y valiente y los personajes masculinos son caricaturizados hasta el ridículo. Todo eso ha desaparecido, el recorrido de Sandy se pierde por el camino, ya que desde el principio se nos presenta como una chica de carácter y en general toda la mala baba se ha suavizado, siendo el resultado una función ambientada en los años 50 con unos adolescentes que se comportan como lo hacen los de 2021. Por tanto se ha empobrecido el material original, en aquello que precisamente destacaba, y se ha convertido en una mera historia de amor con pinceladas de humor, que no acaban de cuajar, perdiendo gran parte del encanto de la obra original. La infantilización de "Grease" con el paso de los años es un hecho, llegando al paroxismo en esta nueva versión, algo que yo entiendo desde el punto de vista comercial por aquello de ampliar el espectro de público potencial, pero que a mi personalmente me apenó bastante ya que se han limitado mucho las posibilidades de la obra tanto a nivel dramático como actoral. "Grease" nunca se planteó como una comedia de humor blanco, y si como una revisión adulta de los tics de una época y sus convenciones sociales, desde un punto de vista ligero, que duda cabe, pero con sus retazos de ironía que sin duda es lo que le dan chicha a la función. Así que si vais a ver este "Grease" pensad que es otro punto de vista de la función, a mi entender descafeinado, y eso si... para todos los públicos.



 

El elenco, numerosísimo se sostiene en su mayor parte por alumnos de la escuela de musicales que SOM Produce ha puesto en pie el año pasado y que apunta maneras en cuanto a cantera de nuevos artistas del género se refiere. Hay que destacar la juventud y entusiasmo de todo el reparto, que si bien es cierto, se entrega a tope en el espectáculo, en algunos casos todavía se encuentran un tanto verde a la hora de afrontar un musical de esta envergadura. Todo el elenco tiene un elevadísimo nivel en la disciplina de danza, y aportan un tremendo empaque al espectáculo, que llenan con su energía el escenario del Nuevo Alcalá, muy especialmente en la escena del concurso de baile. 

Dentro del gran número de pequeños personajes que tiene la función destaca la Marty de Mia Lander, impagable en sus momentos con Vince Fontaine, repitiendo todo lo que su ídolo dice, fue una de las actrices que más gracia me hizo, así como por su número musical, bien servido y muy bien movido. También destaca Sonia Vall como Frenchy, muy alejada del estereotipo del personaje pero sin duda le funciona, con grandes dosis de verdad y ternura. Entre los chicos se desdibuja un poco la cosa, ya que no se encuentra bien definida la personalidad de cada uno, aunque el Doodye de Lucas Miramón me gustó con algunas frases muy bien encajadas entre las escenas de conjunto. 

La pareja formada por Ana de Alva y Jan Buxaderas, como Rizzo y Kenickie respectivamente, funciona, aunque a de Alva le falta todavía peso escénico para llegar al carácter de Rizzo. Donde mejor se aprecia el personaje es en su número musical, y posterior escena con Sandy, ya que logra crear una atmósfera muy particular y acertada de ese momento. La voz de especial timbre, resulta adecuada para el papel, y no está mal manejada. Jan Buxaderas si que brilla y mucho en todas las disciplinas, cantando su número principal cargado de energía y gran control del instrumento. Buxaderas me pareció el más sólido del elenco joven, y reconozco que me encantaría verlo como Danny, sin duda está preparado para el papel. 

Victor Massan como Vince Fontaine, me resultó irregular en lo actoral, y estupendo en lo vocal. No parece cogerle el aire al papel, que debe mandar en sus escenas, faltándome presencia y carisma, aunque si es cierto que en momentos puntuales, especialmente cuando apela a la nostalgia y al amor de juventud, si que hay cierto peso actoral. Pasa bastante desapercibido durante la función, cuando debe de ser una de las estrellas, y su número, deslucido en los escénico no salva las carencias de su trabajo, que yo creo que se encuentra mal enfocado desde la dirección. Posiblemente unas directrices más claras sobre el personaje le hubiesen ayudado a encontrar su sitio, ya que en general parece descolgado del resto del elenco, sin encontrar su sitio en la función. La voz bien timbrada, resolutiva en el agudo y con buenos final de frase si que se adecúa al personaje sin el menor problema.

Lucía Pemán y Quique González, como Sandy y Danny respectivamente, también acusan cierta falta de carácter, no tan marcada como en otros personajes, pero si que me faltó peso escénico, algo que es una tónica en la función. Pemán convincente y menos sosa de lo que suele presentarse el personaje, tiene una voz muy bonita que se ajusta a la vocalidad de Sandy, donde más flojea es en el número final, ya que no vi a la Sandy "dura" que cambia para sorprender a su chico, es la misma Sandy de toda la función, solo que vestida de manera diferente. González, con buena presencia salva los trastos en lo actoral, aunque un poco más de comicidad no le vendría mal, en un personaje muy bien controlado en lo corporal, quizás un poco justo de carisma, y que funciona más como héroe romántico que como parodia de chuleta de tres al cuarto, algo que quizás no sea culpa suya, si no del tratamiento actoral de todos los personajes. En lo vocal un tanto irregular, no acabó de rematar satisfactoriamente su famoso Sandy, si bien es cierto que la voz apunta maneras, todavía no está madura para afrontar según que momentos. Me gustaría remarcar una cosa que se extiende a la mayoría del elenco joven con números en solitario, el manejo de la voz en general no es el adecuado, y creo necesaria una revisión con un coach que les marque las directrices vocales de cada número, ya que ninguno acaba de ser rematado del todo por cierto descontrol de los instrumentos de cada artista.



 Hay que destacar la estupenda lectura musical por parte de Joan Miquel Pérez, que dirige la orquesta con gran pulso, un sonido espectacular, de gran impacto teatral, y que acompaña perfectamente no solo los números musicales, si no también la acción dramática. Muy pendiente de los artistas durante toda la función, sin duda, su trabajo pasa por un mimo y un cuidado exquisito del material original. 




El espectáculo viene firmado por David Serrano, y hay que diferenciar muy claramente la propuesta escénica y visual, con el tratamiento actoral, ya que nos encontramos ante un espectáculo de impactante acabado, gran formato, sorpresiva resolución de cada escena (en casi todos los casos), y una función con un pobre planteamiento actoral que no acaba de pillarle el punto al material original.

El mayor acierto de este "Grease", recae sin duda en el concepto visual, completamente alejado de la película, responsabilidad en parte de la monumental e inspirada, aunque un tanto limitadora, escenografía de Ricardo Sánchez Cuerda. A este respecto destaca la escena del baile, muy imaginativa y de espectacular acabado. También resulta acertado el vestuario de Ana Llena colorido y bien adaptado para las múltiples coreografías que trufan el espectáculo. Los problemas surgen en el enfoque que se le ha dado a la función, se han limado, en exceso para mi gusto, los estereotipos que "Grease" plantea, quedando en general todas las interpretaciones un tanto planas. Me faltó chulería en líneas generales, y ciertos personajes que en la trama se deben plantear como más extremados pasan muy desapercibidos diluyéndose el carácter de los mismos. Los chistes no acaban de funcionar, y en las escenas en las que muchos personajes hablan juntos, hay cierta tendencia a ralentizar el texto, con pausas entre los bocadillos que lastran el ritmo de la función. El resultado el de un espectáculo un tanto apagado, que si es cierto, se suple con la entrega y energía del elenco, pero falta chicha actoral en general. Otro problema que nos encontramos son las transiciones, sorprendentemente torpes para un espectáculo de esta envergadura, ya que no parecen fluir lo suficiente, restándole agilidad a la función. Se abusa del oscuro en los cambios, y quizás las mutaciones vistas hubiesen sido un mejor recurso para aligerar la función. Hay dos momentos en la función que me sorprendieron por su falta de fuerza, el número del Ángel, a mi entender un "Viva Cartagena" en toda regla, no llega a la expectativas, y no se encuentra arropado ni en el aparataje escénico ni en la coreografía, así como el mítico "You´re the one what I want", sorprendentemente desangelado, y poco espectacular como final de obra. Mejor resuelto a todas luces se encuentra el número principal de Rizzo y la escena posterior, así como toda la escena de la fiesta de pijamas. Otro de los aciertos se encuentra en el entrenamiento de Danny Zuko, único momento de la función en el que se sentí que el espíritu de "Grease" se encontraba muy presente. David Serrano no le pilla el punto a la función, y su intento de actualizar el humor de la función no acaba de cuajar, y los chistes parecen lavados, blanqueados y centrifugados, quedándose en una bonita dosis de chapa y pintura, aséptica e inmaculada, y con poquísima chicha teatral. Quizás "Grease" no necesita que se la tome tan en serio, y en vez de envolverla en cierta pátina de didáctica moralina, debería dejarse como lo que es, una comedieta con su puntita de mala baba, mucha retranca, y ligereza festiva. El resto del trabajo ya lo puede hacer el espectador por su cuenta, que sin duda es capaz de discernir que los comportamientos no son los mismos ahora que en los años 50. Si esto se hubiera planteado así, la función hubiera ganado unos cuantos enteros, y teniendo en cuenta la infraestructura del espectáculo, quizás nos podríamos haber encontrado con la producción definitiva del musical en nuestro de país. Dado el enfoque nos hemos quedado en un espectáculo monumental en lo visual, y un tanto olvidable en lo demás, que no deja huella, aunque se disfruta de forma agradable, leve y más intranscendental de lo que la obra en si ya lo es. 

Mención especial para la coreografías de Toni Espinosa, que si bien es cierto pecan de repetitivas, están tan bien resueltas, y desprenden tanta fuerza que son uno de los grandes activos de la función, así como para las luces de Juanjo Llorens, que visten a la perfección el espectáculo en todos los cuadros que se presentan.



Este "Grease" de impecable factura, se puede disfrutar como la gran producción que es, la verdad es que da gusto ver ese escenario tan lleno de artistas, después de este periplo de espectáculos de medio o pequeño formato, y si de pasar la tarde se trata, sin duda el cometido está logrado. Pero... se ha perdido la oportunidad de realizar el "Grease" definitivo, o aquel que deje una huella indeleble en el que lo vea, una pena, porque esto que planteo se puede subsanar con un par de retoques que refuercen y sobre todo carguen de chicha al espectáculo.  


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domingo, 3 de octubre de 2021

Cada Átomo De Mi Cuerpo Es Un Vibrocospio, El Milagro De Helen Keller.


Si hay una historia de superación personal, esa sin duda, es la de Helen Keller. La historia de la niña, que a los siete años, comenzó un duro aprendizaje con su maestra Anne Sullivan, y que consiguió ser la primera persona sordociega en conseguir una licenciatura, teniendo grandes logros en su vida, como escritora, conferenciante, activista y lingüista, considerándose todo un hito en su momento, y que todavía en la actualidad nos sigue impresionando, como ejemplo de tenacidad, fortaleza, y superación.

La historia de Keller, ya a mediados del siglo pasado, fue plasmada en la estupenda pieza de teatro de William Gibson, y en la posterior y legendaria película "El milagro de Ana Sullivan" dirigida por Arthur Penn, convirtiéndose su figura en una heroína popular, que sin duda abrió muchísimas puertas a las personas con discapacidad, así como en su lucha como activista de las causas sociales y feministas. Si bien es cierto que la obra de teatro y la película aumentaron su notoriedad, ya a mediados de los años 50 su figura era muy reconocida a nivel mundial, y que aquellos que no fuimos coetáneos suyos, sin duda la conocimos a través del cine. Mi interés por Helen Keller se remite a mi infancia, que fue el momento en el que vi el film, impresionándome profundamente, quedando en mi retina algunas de las imágenes de la película, que nunca olvidaré, y que hizo que ya de mayor me interesase por su figura, siendo consciente del calado de la misma, así como todo lo que había detrás de su historia.



 

Helen Keller ha vuelto a estar de actualidad, gracias a una obra de teatro que se estrenó hace dos semanas en La Abadía, y que se ha convertido en un "must" instantáneo de nuestra cartelera, algo muy significativo, y que al menos una cosa deja bien clara, su historia y su figura siguen suscitando interés. 

La novedad de "Cada átomo de mi cuerpo es un vibroscopio", que es como se llama la pieza, radica en que si bien hasta ahora la historia se había contado, autobiografía aparte, centrándose más en la figura de su maestra que en la de ella misma, por motivos obvios, ya que como observadora del proceso de aprendizaje de la niña, facilitaba el proceso narrativo, en este caso se centra más en Keller y en su experiencia vital.



 

"Cada átomo de mi cuerpo es un vibroscopio", con idea original de Eva Rufo, y dramaturgia de Rakel Camacho y David Testal, se presenta como una experiencia inmersiva, recuerda vagamente a las funciones del desparecido Tomaz Pandur, y en la función se nos plantean retazos de la vida de Keller, aderezados con ciertos pensamientos filosóficos que nos acercan la experiencia vital de nuestra heroína, para que podamos entender lo que supuso para ella, con la gran ayuda de Anne Sullivan, conseguir todos sus logros, con las enormes limitaciones que se le suponen a una persona sordociega. La primera parte de la función, podemos entenderla en términos más convencionales, y es en la que se nos expone el proceso de aprendizaje de Keller, desde su primer contacto con Sullivan en el que esa niña semi-salvaje va entendiendo el lenguaje que le plantea su mentora, siendo esta parte del espectáculo quizás la que menos me interesó, ya que ahí no se nos cuenta nada que no se nos haya contado antes de similar forma. Es en el momento en el que Keller comienza a hablarnos después de entender, de forma muy poética, es cierto, el significado de la palabra "agua", cuando la obra empieza a despegar en su mensaje, y en lo que nos quiere contar. A partir de ahí la cosa va tomado forma, más allá de la artillería pesada actoral, para hacernos entender la visión vitalista y esforzada del personaje que se nos quiere transmitir. Quizás, y esto solo es una apreciación mía, a la función le falta cierta profundidad, ya que cierta filosofía de "andar por casa", trufa un texto que no acaba de estar rematado de forma idónea y que parece divagar en exceso sin ser capaz de ponernos en el sitio justo al que nos quiere llevar. Huyo de las funciones en las que se nos da todo masticado, pero si que cierta enjundia más allá de tanta reflexión en algunos casos, un tanto vacua y errante a ratos, me hubiera convencido más, para que el resultado fuera menos leve de lo que es. Esto que planteo no obstaculiza el interés de la pieza, indudable a todas luces, así como lo arriesgado en su exposición, que quizás se centra más en lo estético que en lo literario, propuesta por otro lado perfectamente válida.


 

La función se sustenta en dos actrices, en completo estado de gracia, Eva Rufo como Helen Keller y Esther Ortega como Anne Sullivan, que resultan más que convincentes en su respectivas creaciones, Ortega didáctica y dulce con su alumna, y Rufo vitalista y esforzada. Ambas interpretaciones se acoplan perfectamente la una a la otra, viéndose todo esto reforzado en un mayúsculo planteamiento corporal, que sin duda dota de gran empaque y plasticidad a sus respectivos trabajos. Al principio de la función, impresiona la compenetración entre las dos actrices, no se nos debe pasar por alto que Rufo durante el primer cuarto de la obra, está realmente ciega y sorda gracias a unos parches oculares y unos cascos, siendo sus ojos y su escucha Esther Ortega. Todo funciona al milímetro en el aspecto corporal durante ese tramo de la función, Rufo arisca y agresiva, Ortega templada y amorosa, siendo una suerte de dos personajes en uno, unidos por una plasticidad y expresividad en los movimientos pasmosa. Una vez superada esta fase comienza el duelo dialéctico, igual de afortunado, bien planteado, y sobre todo clarificado, en un texto que puedes resultar árido por momentos, y que nuestras actrices hacen suyo con naturalidad, y lo que es más importante concisión y cierta emotividad muy difícil de plantear dadas as características en algunos momentos del texto, en los que definiciones científicas y filosóficas aparecen por doquier.


 

La compenetración a todos los niveles de nuestras actrices, así como su química en escena son realmente notorias, y un vínculo muy especial se crea entre ambas en el escenario, que posiblemente se acerque mucho al que realmente existió entre los personajes reales que se nos están exponiendo. Todo esto que planteo hace que sintamos que la entrega, es total, y sobre todo el amor que se siente hacia lo que están haciendo sea el motor que empuja la función en su faceta interpretativa, más allá de las cuestiones técnicas que más arriba planteo, y que en un espectáculo de estas características son absolutamente imprescindibles. En "Cada átomo de mi cuerpo" vemos a dos actrices entregadas hasta las últimas consecuencias, que juegan, arriesgan y sobre todo nos arrastran en su juego escénico e interpretativo con resultados de alto voltaje teatral.



Rakel Camacho al frente del espectáculo, ofrece una función de gran impacto visual, en la que los sugerentes juegos escénicos que se nos plantean se encuentra muy bien servidos, y en la que se mezcla la espectacularidad de lo audiovisual con otros efectos quizás menos aparatosos pero si más interesantes. A ratos parece divagar un poco en cuanto la dirección que toma el espectáculo, diluyéndose la trama principal en la ambiciosa propuesta escénica, aunque sus actrices sacan adelante con oficio las carencias que se vislumbran en cuanto al tratamiento actoral, llegando a buen puerto en líneas generales, aunque no me quedó muy claro hacia dónde nos quiere llevar Camacho en ciertos momentos. Pareciese que se abren muchos caminos a lo largo del espectáculo, que no nos llevan a ninguna parte, para volver de nuevo a planteamientos iniciales más afortunados, y que son los que realmente resuelven el espectáculo de forma satisfactoria pero no del todo redonda. Sin duda nos encontramos ante una apuesta arriesgada, que no deja indiferente, pero que con una dirección menos errática hubiese resultado más completa en su resolución, ya que parece que la estética, a todas luces afortunada, se traga lo profundo del tema que se trata. Es indudable que el espectáculo llega al respetable, que premia sin duda el esfuerzo que supone una función de estas características con sonoras ovaciones al final, y que sin duda consigue remover, quizás no conciencias pero si emociones primarias de forma resolutiva y con indudable, a ratos, impacto teatral. "Cada átomo de mi cuerpo es un vibroscopio" es una apuesta sólida en la mayoría de sus planteamientos, especialmente en el visual y actoral, y aunque peque de cierta superficialidad en su acabado formal, es una de las apuestas más interesantes que se puede ver en estos momentos en cuanto a propuestas contemporáneas se refiere. Hay que verla para juzgarla, y que cada uno saque sus propias conclusiones, que sin duda da para ello, invitándonos a reflexionar sobre ciertos temas que nos pueden resultar ajenos, especialmente porque no somos conscientes de la suerte que tenemos a la hora de afrontar situaciones completamente naturales e inherentes al ser humanos, y que para Helen Keller sin duda eran de extrema dificultad. 



 

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lunes, 27 de septiembre de 2021

Golfus de Roma, Pasen Y Gocen.

 
La temporada teatral ya se puede dar por comenzada, siendo este año la oferta amplia y jugosa, como si después de la pandemia, con una cartelera a medio gas en 2020, por motivos obvios, y un 2021 que hasta ahora no se puede considerar en términos teatrales a pleno rendimiento, ahora el teatro parece resurgir de sus cenizas, como siempre ocurre desde que el mundo es mundo, para ofrecernos una temporada ambiciosa y variada a partes iguales.
El año teatral que empieza, será sin duda el de los musicales, en el que al menos nueve producciones van a estar en cartel más o menos a partir de octubre. El reto es grande, y por aquello de la lógica uno tiende a pensar que la máxima que dice que "Muchos son los llamados y pocos los escogidos", es la que más se aproxima a la realidad, y que en este caso será lo que ponga a cada espectáculo en el lugar que el público desee, ya sabemos que una cosa es lo que diga la crítica, y luego lo que realmente importa, que es lo que dice el público. 
Esperemos que el nivel sea el deseado, y sobre todo que el éxito acompañe a todas las producciones que se avecinan, será bueno para la industria, y sobre todo será bueno para los espectadores, que sin duda necesitamos evasión, y cultura a partes iguales, ya que no hay mejor antídoto para olvidar lo que hemos y todavía estamos viviendo.
Golfus de Roma se estrenó a principios de mes, y es una de las apuestas que más me apetece, así que en cuanto me fue posible, me acerqué a La Latina para intentar disfrutar de este clásico, que a mi personalmente me encanta.


 
"Golfus de Roma" se ha prodigado bastante en España, ya que desde un lejano 1964 que se puso en pie dirigida por José Osuna, y con Saza a la cabeza, tres producciones más se han llevado a cabo. La de Mario Gas en el 93 con Javier Gurruchaga como protagonista, la de 2015 dirigida por Jesús Castejón con Rafa Castejón como principal, y la que esta crítica ocupa que tiene como protagonista a Carlos Latre.
Es interesante analizar el motivo por el cual una comedia musical como "Golfus" en nuestro país es tan conocida, y humildemente creo que la razón es el material en el que se basaron para hacerla.
Las raíces de "Golfus de Roma" están en Plauto, y en tres de sus comedias, quizás ahí radique el asunto, ya que los clásicos siempre se han representado mucho en nuestro país, y su mensaje universal, en su forma de ser contado, por motivos obvios nos resultan más cercanos que lo que a priori, especialmente en la España de los años 60 podría ser una obra con planteamientos musicales tan estadounidenses como es esta.

 "A funny thing happened on the way to the forum" en su título original, se estrenó con arrollador éxito el 8 de mayo de 1962 en Broadway, ganando 6 premios Tony y manteniéndose en cartel más de dos años. La música corrió a cargo de Stephen Sondheim y el libreto fue escrito por Burt Shevelove y Larry Gelbart. Considerado un "Sondheim menor" por algunos expertos, yo niego la mayor, ya que con Sondheim no se puede hablar de obras menores, sino de obras más asequibles o menos asequibles. El gran pecado de "Golfus" es que no tiene otra aspiración que entretener, y lo hace a las mil maravillas, que duda cabe, pero todo ello remozado en una partitura de altura, en la que prima la interpretación actoral antes que la musical, ya que si hay una obra para actores-cantantes sin duda es esta.
Sondheim no se anduvo por las ramas, y le dio el tono perfecto de farsa que la obra necesita, con una música brillante, paródica, de fabulosa orquestación, y dentro de su aparente sencillez, una riqueza melódica y modernidad, que sin duda son las señas de identidad del compositor neoyorquino en todas sus composiciones, incluida "Golfus de Roma". ¿Música ligera?, sin duda, pero de calidad también, y con una capacidad de meterse en nuestro cerebro realmente pasmosa. Ver o escuchar "Golfus" es salir con la música puesta por varios días.



El libreto, vodévil de equívocos de los de toda la vida, bien sabroso. En él se cuenta la historia de un esclavo romano loco por conseguir la libertad, que se mete en mil embrollos a causa de sus mentiras, todo ello aderezado con múltiples dobles sentidos, un toque sexy, ya que en el fondo como buena heredera de la comedia clásica, el sexo tiene un papel importantísimo, y una nada velada critica social como también mandan los cánones del género. Si bien toda la obra gira en torno de Pseudolus, la obra está aderezada con unos secundarios deliciosos, y lo mejor de todo, una mala baba nada soterrada y gozosa socarronería, que la convierten en un divertimento a ratos desopilante y que siempre nos mantiene la sonrisa a lo largo de todo su desarrollo.
La función no deja de ser también un homenaje al vodevil americano, que ya en los años 60 era un recuerdo en Broadway, ya que su título original hace referencia a la frase con la que los cómicos del viejo Broadway comenzaban sus divertidas historias con las que hacían las delicias del público.
Ligeramente arrevistada, profundamente teatral, y muy ingeniosa, esta comedia musical, es por derecho propio uno de los grandes clásicos del género, y uno de los grandes éxitos de ese genio de la música que es Stephen Sondheim.
La función tiene varios números destacables, pero sin duda aquel que ha pasado a la historia, y que todos conocemos, incluso en nuestro país es su número de inicio, el mítico "Comedy Tonight", uno de los bastiones de Broadway y del musical en general que es quizás el más pegadizo de toda la partitura. Pero dónde realmente se luce Sondheim es en los número de conjunto, ya que ahí justamente es el lugar en el que la capacidad compositiva del autor brilla más, quedando claros los matices musicales con los que Stephen Sondheim trufó su partitura, de elegante acabado, y nada fácil de interpretar, por cierto.





La adaptación de la nueva producción corre a cargo de Daniel Anglès y Marc Gómez, siendo un acierto a todas luces, en la que se ha limado y actualizado el libreto convenientemente, y en la que cierto machismo que destila el original, no nos olvidemos que hace casi 50 años de su estreno, queda completamente eliminado, así como la inclusión de un discurso ligeramente inclusivo, o no tan ligeramente, de forma completamente naturalizada, y justificada. Otro acierto son las traducciones de las canciones, muy fieles al original, perfectamente rimadas, y sobre todo, que mantienen los difíciles dobles sentidos del material del que se parte, siendo el resultado el de una función que mantiene su esencia intacta, pero que se adecúa perfectamente a los tiempos actuales, de forma perfectamente integrada y que a resultas de todo lo que planteo ofrece una función de alto voltaje teatral, armada con cimientos de acero, y profundamente divertida.




El elenco, extensísimo y muy acertado, tiene como mascarón de proa, y el reclamo comercial justo es decirlo, en Carlos Latre, que sin duda está muy bien arropado por todos sus compañeros de reparto que cumplen con creces en su cometido.
Hablar de trabajo conjunto es hablar de este "Golfus" en el que un elenco completamente multidisciplinar y talentoso, que se entrega a fondo en una función dificilísima y durísima a partes iguales. Se puede hablar de comparsa, remitiéndome a palabras añejas, en la que una troupe de clowns acompañan a los actores en múltiples juegos escénicos, que son rematados con gracia y espléndida expresión corporal.
Entre los principales, que son muchos, en líneas generales podemos hablar de equilibrio y sobre todo de talento, ya que cada uno de los artista se adecúa perfectamente a las características de cada personaje.

Oriolo y Meritxell Duró, como Erronius y M. Lycus respectivamente, muy implicados y divertidísimos. Duró carismática como es habitual en sus creaciones, lleva a cabo un Lycus atípico, no solo por el cambio de sexo, que nos resulta pasmosamente creíble, si no por el sentido con el que todo es dicho, lo bien perfilada que está la personalidad del personaje, y su indudable presencia escénica. Oriolo, aporta ternura, y unas celebradísimas apariciones en las que se metió al público en el bolsillo. Ataviado con atuendo de clown de manual, y con aires de payaso clásico, me llegó mucho en su interpretación, breve, pero importantísima para el desarrollo de la trama.

Eva Diago como Domina, en su código habitual de rompe y rasga, lució poderío vocal durante todo el espectáculo, así como su imponente presencia, que le va de maravilla a este personaje de los de "armas tomar", en los que nuestra artista parece moverse como pez en el agua. Cómica, lapidaria, y con el acostumbrado despliegue vocal, ya que el instrumento poderoso y deslumbrante, es sin duda imponente. Aprovecha al máximo su personaje, sacándole todo el jugo de principio a fin.

Iñigo Etayo como Miles Gloriosus, cumple con creces en su papel, de aire autoparódico, bien plantado, y con gran sentido en los textos. La voz ha madurado, y si bien ya era de calidad, ahora ha cogido cierto peso, y una espléndida manera de resolver las frases musicales. Tenor con matices baritonales, e impoluta técnica que fortalece un papel que tiene momentos muy brillantes en la partitura. Etayo luce palmito como mandan los cánones del personaje, vanidoso y extremado, redondeando muy bien su interpretación en todas las facetas.

La pareja formada por Eloi Gómez (Eros) y Ana San Martín (Philia) absolutamente deliciosa, como esos dos jovencitos, pavos pavísimos, cuyo encanto radica en esa inocencia. Ambos se lucen mucho durante toda la función, y es destacable lo bien servidos que se encuentran los números musicales. A veces en estos dos personajes, especialmente en Philia, es difícil encontrar un voz que se adapte a la vocalidad del papel, cercana a la técnica lírica, pero sin llegar a serlo. Alguna que otra escabechina hemos visto que no ocurre en este caso, San Martín las da todas, gira la voz, no hay cambio de color y el agudo resulta bien colocado. Eloi Gómez con bonita voz de tenor, aporta los necesarios matices de inocencia que el papel requiere en la parte musical, y resulta impagable en lo actoral, en una creación, por decirlo suavemente, ambigua, y que le da un aire muy acertado al papel.

Destacan mucho por su entidad actoral, y musical también, el Senex de Diego Molero, y el Hysterium de Frank Capdet. Ambos solídisimos en sus creaciones, Molero consiguiendo que nos caiga simpático un personaje que quizás hoy ya no lo es tanto, pero que nuestro actor sabe cargar de verdad y bonhomía, logrando un trabajo carismático, y equilibrado. Capdet con una acertada vis cómica, en código payasesco, lleva un buen trabajo gestual y corporal que refuerza los gags visuales que plagan la función, y que sin duda en el último tramo de la función toman protagonismo, siendo el momento de más lucimiento de nuestro actor.

Carlos Latre como Pseudolus, sorprende, y lo hace para bien, en las dos disciplinas que marcan al personaje, la actoral y la vocal. Si bien en lo musical en algunos momentos queda un poco plano, y la voz tiene tendencia a ubicarse en la nasalidad, no llega a molestar. La voz es bonita y resulta muy afinado, dando todas las notas de la partitura con aparente facilidad. Esforzadísimo en lo actoral, se deja la piel en un montaje frenético, en el que él lleva la mayor responsabilidad, saliendo del reto con sobresaliente control de los tiempos escénicos, nunca sobreactuado, y llevando a cabo un trabajo de personalísima ejecución, alejado de referentes y que hace suyo sin el más mínimo problema. Tenía mis dudas con Latre, lo reconozco, y he de decir que me equivoqué. No hay que dejar de lado que también adorna el papel con algunas de sus imitaciones más icónicas, pero eso si, nunca cayendo en el exceso, ni sin llegar a desvirtuar al personaje. Por supuesto esto que planteo hizo las delicias del respetable, que sin duda era lo que esperaban del cómico.





La dirección del espectáculo viene firmada por Daniel Anglès codirigido por Roger Julià, siendo sin duda uno de los grandes aciertos de la función. Anglès y Julià conocen a la perfección el material que tienen entre manos, y manejan la comedia de forma impecable, en la que el enredo se encuentra bien plasmado, y todo se entiende a la perfección. A esto hay que añadir un prodigioso ritmo, que hace que la función no decaiga en ningún momento, pasándose en un suspiro las casi tres horas que dura el espectáculo. Nuestros directores plantean una farsa, obviamente extremada, de endiablados diálogos, que surgen vertiginosos de principio a fin, apoyando el texto con unos acertados juegos escénicos, que no hacen más que enriquecer el material original. La función destila un nada soterrado erotismo, planteado con elegancia y festivo desprejuicio, que sin duda sirve de hilo conductor de la trama, ya que a fin de cuentas en "Golfus" se habla de sexo, y de convenciones sociales a partes iguales, aunque eso si, en ningún momento se cae en lo chabacano, siendo un ejercicio de contención a este nivel, que funciona perfectamente dentro del contexto de la obra. Nos encontramos ante una función sorprendente en lo visual, en la que se ha cambiado la ubicación original, transportándola al mundo del circo, algo que si bien no aporta demasiado, no molesta, y le da cierta frescura a un musical que casi siempre se suele representar en unos parámetros más convencionales. Las casas son carromatos de circo, algunos personajes son payasos, mientras otros van vestidos a la manera clásica, en un código colorista y arrevistado (gran trabajo de Montse Amenós, también encargada de la bien pensada escenografía), siendo el efecto de lo que planteo una especie de pastiche visual, desenfadado, visualmente sugerente, y cargado de magia teatral.




Mención aparte para la orquesta con Xavier Mestres a la cabeza, que ya desde la obertura, nos deja claro que no se trata de una orquesta al uso en sus atriles. Son arte y parte del espectáculo, polivalentes, y sin duda todo un acierto de casting, ya que en algunos casos resulta realmente sorprendente las capacidades más allá del tocar un instrumento que se le presupone a los músicos. La lectura de Mestres, briosa y teatral, resulta adecuadísima al tono de la obra, muy matizada y con ciertos aires de película de Fellini en algunos momentos, especialmente el principio de la obra. Resulta gratísima y sorprendente la ejecución del intermedio, que no revelaré por aquello del efecto sorpresa, que si bien es atípica, musicalmente es bellísima además de tremendamente divertida.
Mención especial para las inspiradas y fluidas coreografías de Óscar Reyes, así como las espléndidas luces de Xavier Costas.

"Golfus de Roma" es una apuesta solidísima, de primer nivel, con sorprendente infraestructura para los tiempos que corren, y sin duda una apuesta estimable dentro del panorama de los musicales patrios. Cuando se escribió la comedia, se dejó bien claro que solo era un divertimento, este Golfus lo es, gozoso y ligero, que llega en un momento en el que quizás este tipo de función sea lo que más necesitamos para olvidarnos de lo que hay fuera del teatro. De impecable factura, espectacular resultado, inspiradísimo aire de comedia musical clásica, e indudable empaque teatral, de este Golfus lo único que puedo decir remitiéndome a la máxima del circo es... "Pasen y gocen".