sábado, 10 de diciembre de 2016

Ricardo III, Toma El Caballo Y Corre

Hay dos obras de teatro de Shakespeare que tengo gafadas, una es Macbeth, y la otra es Ricardo III. He visto varios montajes de estos dos títulos y no ha habido ninguno que estuviera a la altura, así que cuando vi que se programaba en el Teatro Español decidí acercarme para ver si rompía la maldición, al menos del bueno (es un decir) de Ricardo III, y por fin veía una producción que me resarciera de las anteriormente vistas. Parece ser que la maldición continúa, no hay nada que hacer, y como iré desgranando veréis porqué.
Antes de empezar la crítica, me gustaría hablar de algo tan básico como es la esencia de un texto. Para abordar una obra de teatro es muy importante que se respete lo que el autor quiso decir. Para ello me da igual que se transporte en el tiempo, que se cambie el vestuario o que transcurra en otro país. Lo único que pido es coherencia, criterio y que prevalezca el espíritu del autor. Incluso cuando de una versión estamos hablando en la que nos valemos del título original de la obra versionada, la esencia del texto original debe estar. Todo lo que se salga de ahí, debe ser presentado con título diferente y aclarando que es un espectáculo basado en lo que sea. Este Ricardo III, es Ricardo III, pero no lo es. Se ha resumido, esquematizado, recortado, y simplificado. Para posteriormente pasarlo por un tamiz de comedieta con tintes dramáticos y a otra cosa mariposa. Y eso, no es lo que nos quiso contar Shakespeare, o al menos no nos lo quiso contar así, y cuando El Bardo le dio a su obra el tratamiento que le dio, sabía mejor que nadie lo que estaba haciendo. Esto que planteo no tiene nada que ver con el hecho de retocar o recortar textos, algo que encuentro necesario. El problema estriba en la visión del espectáculo que desvirtúa  la obra de Shakespeare, como luego desgranaré.




Cuando Shakespeare escribió Ricardo III, parece que estaba empeñado en escribir un tratado sobre la maldad humana y la ambición, sin preocuparse del rigor histórico, y buscando basicamente que el público se entretuviera, consiguiendo que su obra haya pasado a la historia como una de las mas reconocidas del repertorio isabelino, y una de las mas exitosas de su autor. La conjunción de cinismo del personaje principal, la astuta intriga palaciega que en esta obra se cuenta y los valores universales que se pueden apreciar en este texto es son algunas de las múltiples virtudes de esta especie de ópera de la maldad, entretenida y de gran enjundia psicológica que no ha perdido ni un ápice de vigencia aunque se haya estrenado en 1633. El ser humano en su esencia no ha cambiado nada, y Shakespeare era único para plasmar esa esencia, no siempre amable, pero real y tangible en nuestro día a día.



Vayamos con el elenco, extensísimo por lo que intentaré abreviar, y por tanto iré a los principales personajes de la función, algunos de los actores de los que aquí hablo representan varios papeles, por tanto me remito a los de mayor importancia dentro de la obra.

Cristina Adúa, como Ana.
Con una magnífica presencia escénica, Adúa no acabó de redondear su interpretación en la complicadísima escena de la tumba, difícil de justificar y que en esta producción no se justifica, no se entiende porqué su personaje actúa como actúa ante Ricardo y queda un tanto desdibujado el vínculo con su partenaire a medida que la escena va avanzando y su personaje va cambiando el recorrido emocional. Si bien es cierto que su interpretación en algunos momentos tiene cierto brillo, en líneas generales falta fuelle y arranque hacia la emoción. Un tanto desmadejada en lo corporal no se si de forma intencionada o no, no acabó de convencerme, y encontré excesivamente superficial la lectura de niña pueril que se le da a Ana, algo por otra parte que no es culpa suya.

Rafael Ortiz, como Clarence.
Impostadísimo y escuchándose demasiado, no resuelve de forma satisfactoria ninguna de sus intervenciones, falta emoción en todos los parlamentos, y encontré un tono declamatorio alejado de las técnicas de interpretación de hoy en día que nos aleja completamente de su personaje, y que resulta excesivamente artificioso. Tampoco ayuda el tono de comedia que se le ha dado a su asesinato para que nos tomemos en serio a su personaje, que tal y como viene se va, pasando muy desapercibido aún con lo importante que es para el desarrollo del drama.

Isabel Rodes, como Isabel.
De menos a mas, con un inicio de función un tanto destemplado que a medida que su personaje va sufriendo las intrigas de Ricardo con sus trágicas consecuencias, se entona hasta llegar a cotas realmente interesantes en su última escena, donde da lo mejor de si misma en un ejercicio de contención muy conseguido y de gran intensidad en lo dramático. Aquí si que vi el objetivo del personaje, y todo se desarrolla de forma perfectamente comprensible, y la emoción surge de forma espontánea y orgánica llegando a conmovernos en su monólogo que se disfruta en toda su emotividad, para rematar en un giro hacia la ambición que me dejó helado y que está estupendamente resuelto por parte de Rodes, actriz de gran empaque y que en este espectáculo luce enigmatica y glamourosa, pero también con profundidad actoral. 

Fernando Sendino, como Buckingham.
Estupendo, en un complicado rol que Sendino aborda desde la naturalidad y huyendo de estereotipos. El intrigante Buckingham de nuestro actor no es un malo de manual, Sendino le da cierta socarronería muy acertada, un tono coloquial muy de agradecer, y que consigue que nos quedemos con el, aportando la dosis justa de cinismo y de veracidad que el personaje requiere. A tener en cuenta también son los estupendos giros con la voz y la elegancia que imprime a un papel que en manos de otro actor podría llegar a lo caricaturesco, y consiguiendo que a pesar de las motivaciones tan execrables que le mueven, entendamos lo que hace.

Charo Amador, como Margarita.
Insuficiente, y eso que su lorquiana entrada ataviada de novia como si de la María Josefa de La Casa De Bernarda Alba se tratase, es uno de los aciertos de la función, pero que desgraciadamente Amador no aprovecha. No queda claro si está loca o si no lo está, ya que si lo está se queda corta, y si no lo está no se justifica su actitud, y no hay mucha intencionalidad en los parlamentos, una vez mas volvemos a la declamación en vez de a la organicidad, y su escena a priori epatante, me dejó completamente frío debido en gran medida a la falta de implicación emocional.

Arturo Querejeta, como Ricardo.
Magistral. Querejeta borda su difícil papel desde la honestidad y la ausencia de estridencias. Con una acertadísima composición corporal que sin necesidad de maquillaje alguno consigue que veamos las taras físicas de esta bestia que era el Ricardo III de Shakespeare. El recorrido de su personaje impoluto desde todo prisma, y aunque la versión del texto precipite la caída de Ricardo, con la consabida dificultad actoral para justificarlo, nuestro actor sale airoso hasta culminar en un espeluznante "Mi reino por un caballo" con el que finaliza la función. A destacar el famoso monólogo con el que comienza la función que Querejeta literalmente borda, con un sentido del ritmo y una claridad en su exposición realmente encomiables, y el difícil cinismo que su personaje destila y que Arturo Querejeta hace suyo sin ningún problema, jugando con el texto a su antojo y consiguiendo que el respetable no le quite el ojo de encima. Estamos ante una interpretación de altura, inteligentísima y de una limpieza desde todo ángulo muy a tener en cuenta.



Vayamos ahora con la propuesta escénica.
Eduardo Vasco firma la producción, y no consigue que la función repunte hacia lo deseado por varios problemas. Hay un estrepitoso fallo de enfoque del texto con momentos de burda comedia que directamente se cargan los momentos de mayor carga dramática de la obra. Esto es pretendido y desde la visión de "malvados apandadores" cortos de luces de los esbirros de Ricardo, hasta la bochornosa salida de los hijos de Isabel hacia  la Torre de Londres cuando todos sabemos que van a ser asesinados, todos los crímenes de Ricardo se vean envueltos en cierto aire de choteo, que lastran estrepitosamente la función y que no permiten que nos tomemos en serio la maldad de Ricardo, como si el propio Vasco no se tomase en serio el texto de Shakespeare. Shakespeare cuando creó este texto, escribió una TRAGEDIA, cínica y descarnada que duda cabe, pero también con momentos de gran dramatismo y truculencia. Por tanto lo que Shakespeare quería decir y como lo quería decir, su texto lo deja cristalino, eso Eduardo Vasco directamente lo anula y desdibuja los personajes de forma inclemente. A todo esto hay que añadir la excesiva superficialidad con la que se han abordado las escenas, y el tono excesivamente trivial que tiene el espectáculo, con una falta de enjundia en su acabado que me resultó sorprendente para tratarse de un Ricardo III. Visualmente la obra se mueve en los parámetros de elegancia que caracteriza a Vasco, pero que cae en su propia trampa esteticista donde lo que prima es el glamour, especialmente en las mujeres, antes que la profundidad actoral, siendo el resultado en vacuo y olvidable. Aciertos hay que duda cabe especialmente en el ámbito visual y en las incursiones musicales con piano en el propio escenario que realmente enriquecen mucho la función. Mención aparte una vez mas a los figurines de Lorenzo Caprile, bellísimos, elegantísimos y que están en completa consonancia con la apuesta estética de Vasco.



En resumen, una propuesta decepcionante, que nos da una versión muy masticada de Ricardo III, mas cuidada en lo estético que en lo actoral, y que se salva por el trabajo de algunos de sus actores dentro de un elenco bastante irregular en líneas generales. Si no conocéis la obra original, puede servir como acercamiento, pero desde un punto de vista  muy somero y con poca garra.


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